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Perdonar no es muestra de debilidad

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Todos aspiramos a perdonar a los demás. Admiramos y apreciamos a quienes perdonan de corazón, aun si se les ha traicionado, engañado, robado, mentido o cosas todavía peores. Los padres que perdonan al asesino de su hijo nos inspiran un temor reverente. La mujer que perdona a su violador nos parece imbuida de un valor especial. Un hombre que perdona a quienes lo torturaron brutalmente hace que consideremos heroico su acto. Al ver a esas personas y acciones, ¿creemos débiles a quienes perdonan? No. Perdonar no es muestra de debilidad. No es muestra de pasividad. No es para los pusilánimes.

Perdonar no significa no tener carácter, ser incapaz de enojarse. Yo me enojo principalmente cuando veo que se lastima a alguien, o que se pisotean sus derechos. He conocido a personas capaces de compasión y perdón aun en las más atroces circunstancias, mientras sufrían un trato espantoso. El obispo Malusi Mpumlwana es una de ellas. Arrestado por su activismo contra el apartheid, él sufrió tortura física extrema a manos de la policía sudafricana. Esta experiencia renovó su compromiso contra el apartheid. Pero no por afán de venganza. Como él mismo me contó, en medio de su tortura tuvo un discernimiento sorprendente: “Estos hombres son hijos de Dios y están perdiendo su humanidad. Nosotros debemos ayudarles a recuperarla”. Poder dejar de lado la inhumanidad de una conducta y reconocer la humanidad de la persona que comete actos atroces es una proeza notable. No es debilidad. Es fortaleza heroica, la más noble del espíritu humano.

Cuando tenía doce años, Bassam Aramin vio a un soldado israelí matar a tiros a un chico de su edad. En ese momento, sintió una “insaciable sed de venganza”, así que se unió a un grupo de combatientes de la libertad en el Hebrón. Y aunque algunos lo llamaban terrorista, él sentía que luchaba por su seguridad, su patria y su derecho a ser libre. A los diecisiete años se le aprehendió mientras planeaba un ataque contra tropas israelíes, y fue sentenciado a siete años de cárcel. Ahí sólo aprendió a odiar más mientras los guardias lo desvestían para golpearlo. “Nos pegaban sin odio, porque para ellos eso era sólo una rutina, y nos veían como objetos.”

En prisión dio en conversar con su guardia israelí. Cada uno de ellos juzgaba “terrorista” al otro, y negaba ser el “invasor” en el territorio compartido. Pero mediante sus conversaciones se dieron cuenta de lo mucho que tenían en común. Bassam sintió empatía por primera vez en su existencia.

Al ver la transformación ocurrida en él y su captor por el hecho de reconocer su humanidad compartida, Bassam comprendió que era imposible que la violencia produjera paz. Esta comprensión cambió su vida.

En 2005, él fue uno de los cofundadores de la organización. Combatientes por la Paz. No ha tomado un arma desde entonces, y para él esto no es señal de debilidad, sino de verdadera fuerza. En 2007, otro soldado israelí mató a tiros a su hija, Abir, de diez años, fuera de su escuela. Dice Bassam: “El asesino de Abir pudo haberme forzado a seguir el camino fácil del odio y la venganza, pero yo no abandonaré nunca el diálogo y la no violencia. Después de todo, un soldado israelí mató a mi hija, pero cien exsoldados israelíes hicieron un jardín en su nombre, frente a la escuela donde perdió la vida”.6

Lo repito: perdonar no es muestra de debilidad.

El libro del perdón

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