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2 Qué no es el perdón
ОглавлениеLa vida puede cambiar en un instante. Para Mpho, ese instante llegó en abril de 2012:
Aún no me es posible describir del todo mis sentimientos. Náuseas, asco, miedo, confusión y pesadumbre me apabullaron por igual. Mi ama de llaves, Angela, estaba tirada en la recámara de mi hija, sobre la sangre de su cuerpo inmóvil. Los médicos confirmaron poco después que estaba muerta. Había fallecido horas antes. Los días y semanas siguientes fueron un remedo de vida vuelta de cabeza. Esa sangre y ese cadáver ya desaparecieron, pero aquel hecho sigue teniendo repercusiones en nuestra vida.
Extrañamos a Angela. En apenas unos cuantos meses, ella ya había impreso su huella en nuestra vida. Sus manías y bondad ya forman parte de nuestra historia y nuestra familia. Su risa llenaba la casa. Su curiosa forma de hablar se había vuelto parte de nuestro lenguaje. Su ausencia es una sombra triste, horripilante. Llanto y pesadillas, terror y noches en vela, silencios exasperantes y ruidos que crispan los nervios: todo esto ha pasado a integrarse a nuestra nueva realidad. La casa que compartíamos con ella ha dejado de ser nuestro hogar. Ya no podemos vivir ahí. “¿Robaron algo?”, preguntó el joven policía. Sí, una vida. No, algo más que una vida. Había un solo cadáver, pero muchas vidas fueron irrevocablemente cambiadas, arrebatadas, robadas. Desaparecieron numerosas vidas, y un hogar feliz. A veces, esta muerte me hace sentir triste, indeciblemente triste. Otras, me siento enojada. ¿Cómo pudo alguien cometer esa vileza? ¿Cómo pudo ser tan brutal? ¿Por qué Angela? ¿Qué daño le hizo ella a nadie? ¿Cómo pudo atreverse alguien a allanar mi hogar? ¡Hay momentos en los que el enojo se convierte en furia y yo quisiera devolver el golpe!
Un inesperado acto de rabia y violencia puede hacernos experimentar una pérdida y un horror tan grandes que creemos que nos será imposible sobrevivir. Lo vemos en los noticieros de la noche: niños desaparecidos y jamás recuperados, o cuyos cuerpos son hallados después, tirados como basura. Leemos al respecto en los periódicos: una mujer torturada y violada en el fuego cruzado de la guerra civil. Lo vemos en la internet: aulas y cines donde se acribilla a inocentes en forma indiscriminada, y donde ellos mueren trágica, violenta, absurdamente. Sabemos de tiroteos desde automóviles en marcha y de la invasión de hogares, represalias de bandas contra bandas y muertes vengadas con otras muertes. Vemos, leemos y oímos, pero a la distancia, y con un desapego lamentable de los horrores que la gente es capaz de infligir.
No obstante, de repente nos sucede a nosotros. Y el horror que antes veíamos a lo lejos, como una película u obra de teatro, está ahora dentro de nuestros hogares, aulas y barrios.
En nuestra familia.
A veces, Mpho no puede siquiera imaginarse perdonando a quien cometió tal atrocidad en su casa; a quien marcó indeleblemente y para siempre la psique e infancia de sus hijas con un insensato y sangriento acto de brutalidad. Digo esto porque aun para personas de fe que creen en el perdón incondicional, para personas como Mpho y como yo —que se atreven a escribir libros sobre el perdón—, perdonar no es fácil. No es fácil para Mpho. No es fácil para mí. Y es comprensible que tampoco lo sea para ti.