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La libertad del perdón
ОглавлениеEl perdón no depende de actos ajenos. Claro que es más fácil perdonar cuando el perpetrador expresa remordimiento y ofrece una suerte de reparación o indemnización. Tú sientes entonces como si se te retribuyera de algún modo. Podrías decir: “Estoy dispuesto a perdonarte por haberme robado mi pluma, aunque no lo haré hasta que me la devuelvas”. Éste es el patrón de perdón más conocido. En esta modalidad, el perdón es algo que ofrecemos a otra persona, un regalo que le hacemos a alguien, pero un regalo condicionado.
El problema es que las condiciones que imponemos al regalo del perdón se convierten en cadenas que terminan atándonos a quien nos hizo daño. Y el perpetrador es quien tiene la llave de esas cadenas. Bien podemos fijar nuestras condiciones para perdonar, pero quien nos perjudicó es quien decide si tales condiciones son demasiado onerosas o no. Nosotros seguimos siendo su víctima. “¡No te voy a hablar hasta que me pidas perdón!”, grita furiosa mi nieta menor, Onalenna; su hermana, juzgando injusta e injustificada esa demanda, se niega a disculparse. Ambas están atrapadas en una guerra de voluntades determinada por el rencor mutuo. Este impasse puede romperse de dos modos: Nyaniso, la mayor, podría disculparse, u Onalenna olvidarse de la disculpa y perdonar incondicionalmente.
El perdón incondicional es un modelo de perdón diferente al regalo condicionado. Es un perdón como gentileza, un regalo gratuito hecho de manera voluntaria. En este modelo, el perdón libera al perpetrador tanto del peso del capricho de la víctima —lo que ésta podría exigir para perdonar— como de su amenaza de venganza. Pero también libera a la víctima. Quien perdona con gentileza se suelta al instante del yugo de quien le hizo daño. Cuando perdonas, estás en libertad de avanzar por la vida, de crecer, de dejar de ser una víctima. Cuando perdonas, te quitas el yugo y tu futuro se suelta de tu pasado.
En Sudáfrica, la lógica del apartheid generó enemistad entre las razas. Hoy persisten algunos de los nocivos efectos de ese sistema. Pero el perdón nos ofreció un futuro distinto, libre de la lógica de nuestro pasado. Hace unos meses, yo me senté al sol para disfrutar de los deliciosos gritos de un grupo de niñas de siete años que celebraban el cumpleaños de mi nieta. Ellas representaban a todas las razas de nuestra diversa nación. Su futuro no está determinado ya por la lógica del apartheid. La raza no es la base sobre la que ellas elegirán a sus amigas, formarán su familia, seleccionarán su carrera o decidirán dónde vivir. Su futuro está siendo trazado por la lógica de una nueva Sudáfrica y la gentileza del perdón. La nueva Sudáfrica es un país en construcción gracias a que, dejando atrás la carga de años de prejuicio, opresión, brutalidad y tortura, extraordinarias personas ordinarias tuvieron el valor de perdonar.