Читать книгу 4 grados bajo cero - Nacho García Nas - Страница 10
ОглавлениеCAPÍTULO 3
VACACIONES DE LAS VACACIONES
Reconozco que hace unos años las vacaciones sí tenían ese espíritu de ser el vuelo directo sin escalas a la felicidad. Ahora, sin embargo, el vuelo se convierte en un tortuoso aeropuerto repleto de escaleras y lo más parecido a la felicidad son breves instantes de siesta, horas sueltas de playa y cenas que se toman frías en restaurantes caros tras intentos de dormir al niño. Sí, hace años, nada importaba gran cosa. Si ibas a la playa nunca llevabas sombrilla, bajabas sin camiseta y escondías un poco las llaves dentro de las playeras y luego las toallas las dejabas caer de cualquier manera. Recuerdo que un día Jota apareció con esterillas y unas pinzas para que no se volaran y casi fue expulsado del grupo:
—Joder, tíos, pero si son una pasada. Mirad, las clavas con este pedazo de pincho y luego con la parte de la pinza… —trataba de convencernos mientras Mike se las iba arrojando al agua mientras le llamaba pijo.
Y es que, como digo, nada importaba gran cosa. Casi íbamos con bañadores por casualidad o por pura inercia.
Recuerdo que Hugo llevaba siempre un botecito colgado al cuello con capacidad para por lo menos 1000 pesetas en monedas de veinte duros y que, de vez en cuando, también daba para almacenar algún cigarrito suelto que acababa impregnándose de un sabor raro.
Esa lamentable moda duró bastante tiempo y lo cierto es que su sucesora era tan ridícula o más, la llamada riñonera, que solía lucirse con orgullo y hoy en día, al echar la vista atrás, solo me hace sentir lástima de todos los que alguna vez llevamos una.
Pero bueno, a lo que iba, Lidia y yo habíamos ahorrado todo el año para poder costearnos una semana en un apartamento discreto de Dénia. Siempre nos había gustado ir por allí a algunas calas y acostumbrábamos a dejarnos caer por Les Rotes, pero ahora, con Marc, hemos decidido no ir allí porque es casi toda de roca y optamos por estar lo más cerca posible de Les Marines, con lo que durante esa semana disfrutamos principalmente de esa playa. Y, cómo no, esos días, además de comer una vez en Casa Federico, vemos con Marc el espectacular castillo, el puerto deportivo Marina de Dénia, nos perdemos por las callejas de la localidad, la plaza, comemos en La Senia y en La Seu, nos adentramos en mercadillos medievales al final de la concurrida y animada calle Loreto y compartimos algún momento de conversación regada con algo de vino siempre que la constante atención a Marc nos lo permite, porque lo cierto es que llevamos una época en la que parece que solo brindan felices las copas de los árboles cuando el viento las agita.
Ya se sabe, tienes que estar absolutamente pendiente de todo porque en cualquier descuido el pequeño se hace con un cuchillo, tira de un mantel, lanza algún juguete donde no debe, envía una imagen íntima de su madre a tu jefe desde tu móvil, es engullido por un perro cercano o entra en el Pentágono saltándose todos los cortafuegos. Sí, cuando tienes un hijo tienes que tener un cuadro de mandos en tu cabeza más completo que el de El coche fantástico. De hecho, un colega piloto, que tiene un crío de dos años, asegura que en la cabina de un avión le resulta más sencillo saber para qué sirve cada botón y estar alerta que controlar a su hijo, con el que va dando tumbos entre turbulencias, virajes y maniobras varias. El caso es que no te relajas jamás, vives en constante estado de vigilancia. De hecho, desarrollas cierta bifocalidad que te permite hablar con una persona mientras en segundo plano ves a tu hijo tambalearse cerca del bordillo de una piscina. Cuando hablo con Lidia, no es raro que le pregunte por una película y me responda «papilla de verdura mucho mejor ahora», o que ella quiera saber dónde he aparcado el coche y yo le indique «la crema está en el bolsillo interior del bolso del carro». Las frases se enredan unas con otras tropezando, poniendo a prueba una vez más los nervios o provocándonos la risa en otras ocasiones
—Imagínate tener dos o más niños, Lidia, esos padres serán superhéroes, deberían haber participado en los Juegos Olímpicos de Río.
—Sí, claro, en sincronizada, en lanzamiento de pañales, en vela…
—Ja, ja, muy bueno, sobre todo en estar en vela, sí, no me lo recuerdes.
—A esos padres no les tengo ninguna envidia. Nosotros no podemos permitirnos ni tener un hijo y aquí estamos, así que lo de una segunda parte…
—Oye, pero tú adoras El Padrino II y… Toy Story 2… no lo descartes, Lidia.
—No, si no lo descarto yo, es cosa de la cuenta corriente, que cada día adelgaza más.
—Maldita sea, debería engordar ella y adelgazar yo… ¿Sabes qué te digo? En cuanto volvamos, me apunto a un gimnasio.
—¿Ya estamos otra vez? Si sabes que vas justo y, además, no hay tiempo…
—Bueno, Lidia, pero en realidad en una noche de cubatas gastas casi más y es un dinero que…
—¿Y cuánto hace que no te tomas un cubata?
—Joder, es verdad… Llevo todo el año sin probar un ron con cola o un gin tonic, ¿qué está pasándome?
—Ja, ja… sin duda es un drama. Deberíamos vaciar una botella de agua y llenarla de ron para que puedas hacerte un botelloncito en la playa mientras levantas castillos de arena con Marc, ¿no te parece?
—Oye, que lo digo en serio, que tengo que tomarme un cubata de algo… ¿O es que acaso soy un abuelo? Mira, mira… tengo cuatro canas hasta aquí en el pecho, ¿las ves?
—¿De verdad quieres meterte un cubata para desayunar? ¿Qué es esto, «Leaving Las Denias»?
—No, Lidia, no ha de ser necesariamente ahora, no te quedes con el detalle, es solo que, no sé… ¿De verdad te gusto aún un poco con esta pinta?
—Ja, ja, oye, ya vale de hablar de ti, que tu novia también necesita atenciones
—¿Tú? ¡Tú estás muy bien, a ti todavía te piropea mucha gente! Lo tuyo no es discutible. Yo he perdido toda referencia sobre mí mismo.
—Mira, ¿sabes qué? Te voy a decir algo importante. Nada seduce más a una mujer que ver cómo un padre juega con su hijo.
—Sí, claro, ya lo noté ayer en la playa cuando te fuiste al agua y me quedé con Marc. De pronto, empezaron a acercarse mujeres para hacerse selfies a mi lado, las chicas salían del agua agitando sus bañadores en la mano y las modelos de Victoria’s Secret se lanzaron en paracaídas desde un helicóptero…
—¿Ah, sí? Ja, ja… No me di cuenta. Es que no puedo dejar solos a mis chicos.
Lidia se acerca a mí y de un beso me hace olvidar mi ridículo comportamiento matinal, más divertido por lo pueril que por lo realista… aunque la palabra cubata todavía late misteriosamente en mi cabeza casi como una pequeña bandera que ondea recordándome que los años junto a Jota, Hugo y Mike ya quedan bastante lejos.
Bueno, y lo de ir a la playa… pues eso, nada que ver con cuando éramos jóvenes. Ahora bajar a la playa con tu pareja y tu hijo se convierte en una aventura que deja a cualquiera de las vividas por Indiana Jones en poco más que en saltarse una clase. De pronto, tienes que llevar cestos de playa, cremas infantiles y de adulto, sombrerito o gorra, una especie de iglú, bolsas de juguetes, de esterillas, de toallas, sombrilla con resistencia a los rayos ultravioleta con su correspondiente pincho para una mejor sujeción … y estar allí solo durante las horas en las que el sol es menos perjudicial, claro, no vaya a ser que explote el mundo y tengamos que estar preparados para correr a un búnker. Además, da igual que tu hijo te haya despertado a las seis de la mañana en pleno agosto porque desde las siete hay gente mayor haciéndose con la primera línea de playa y aquello está repleto de sombrillas clavadas y sillas vacías que el camión de limpieza tiene que esquivar para dar su servicio. Veraneantes invisibles en la orilla fantasma… No se molestan en dejar un maniquí sentado para disimular, con lo que cuando bajamos poco más de una hora quedamos relegados a un seguro a terceros como mucho, parapetados tras un montón de pertenencias de ausentes que llegan justo cuando nosotros nos vamos, con lo que hacen gala de una versión playera de El Perro del Hortelano en toda regla.
Aquella tarde de jueves de finales de agosto conocemos a una pareja algo mayor que nosotros con una niña de la edad de Marc que come en la mesa de al lado del restaurante al que hemos acudido, justo frente a los apartamentos. La cría parece muy inquieta y ellos alaban lo bien que se porta Marc en comparación con su hija y que a ver si hacemos un intercambio. Nosotros sonreímos y les animamos con que su hija es muy guapa y que, bueno, que son niños, que es normal que a veces se agobien y todo eso. Es curioso cómo en cuanto se tiene un hijo se produce el extraño fenómeno de que hay quien se cree un experto y asesora a todos sus amigos y familiares concretando con todo detalle como si fuera pediatra, psicólogo o médico, qué es lo más adecuado para cada caso. La pareja continúa mostrándose empalagosamente encantadora al decirnos adiós y Lidia y yo nos despedimos con educación pero lo más rápido que podemos.
Esa noche bajamos a dar un paseo los tres y nos sorprende volver a encontrarnos con la pareja, esta vez sin niña. Una punzada cercana al escalofrío nos atraviesa cuando nos explican abiertamente que ya están esperándonos desde hace un rato. Seguidamente, mientras tratamos de ordenar las palabras para construir una frase como respuesta, nos indican que ellos han dejado a su hija en la guardería de su hotel, que está a dos calles, y que podemos dejar al niño nosotros también allí, preguntándonos a continuación si nos vamos por ahí los cuatro a tomar una copa. Al final es Lidia quien logra balbucear algo así como:
—¿Una copa con vosotros? No sabía que habíamos quedado…
—Bueno, siempre es mejor tomar algo para los nervios y todo eso, yo siempre lo hago, querida, me viene bien —indica la mujer.
—En nuestro hotel hay un pequeño bar muy discreto donde, no sé, poder empezar el juego y conocernos mejor, claro —respalda su marido.
—Estooo, pe... pero… ¿qué juego? Como dice mi novia, lo cierto es que no recordamos haber quedado con vosotros ni habernos apuntado a ningún juego.
—Bueno, tranquilo, amigo, cuando nos conocimos al mediodía os lo propusimos y nos sonreísteis, lo que siempre se ha interpretado como una señal clara de que sí…
—¡Claro, querida, os dijimos de hacer un intercambio de parejas, ¿es que acaso ya no os gustamos? Os vendrá bien que os invitemos a una copa...
Nos quedamos petrificados. Estábamos convencidos de que se habían referido a que cambiarían de críos por un rato porque su hija estaba alterada, pero no, ellos quieren un intercambio de pareja de libro, con sus capítulos, sus páginas y abierto de par en par, vaya. Tras deshacernos de ellos con habilidad felina, respiramos aliviados durante el paseo mientras Lidia encaja la anécdota con humor:
—¿Has visto? Todavía tienes tu público. Esa pareja quería jugar a las cartas con los dos, ahí lo tienes…
—Ja, ja... pues oye, a mí me anima saber que gustamos a la peña. Vale, que eran algo mayores y que sus caras estaban hinchadas de bótox, pero…
—Es verdad, ella tenía la nueva cara de Renée Zellweger.
—¡Uf, qué va, eso es un piropazo! Parecía más Meg Ryan tras operarse en la clínica del Joker, ¿no? ¿Y él, qué? Era así rollo Sean Connery…
—¡Sus ganas! Si fuera Connery me hubiese animado a esa copa, ja, ja.
—Pensaba que la infidelidad solo estaba permitida con Sawyer de Lost ¡Dijimos Scarlett Johansson para mí y Joss Holloway para ti, eso ya estaba negociado y cerrado! ¿Ahora he de incluir también a este «vetusto Morla»?
—¿Estás llamando vieja tortuga a ese pobre señor? Por favor, ¿qué diría el gran maestro de tu adorada serie Dragon Ball si te oyera?
—Ja, ja. Bueno, pero yo me quedo con que hemos ligado. Ahora mismo si me tomo un cubata ya sería lo máximo.
—¿Seguro que no quieres que llamemos a esa pareja? ¡Han dicho que invitaban a una copa!
—¡Joder, qué fallo, Lidia, oportunidad perdida!
—Yo tenía una compañera de clase que siempre salía sin un duro y tomaba las copas que le daba la gana. Siempre la invitaban.
—¡Yo hubiese hecho lo mismo!
—Eso te faltaba a ti, ser chica para ligar aún más.
—¿Ligar más de qué? Yo siempre he sido un currante, ya te he contado mil veces que el seductor del grupo era Mike.
—Oye, ¿y qué sabes del grupo? Últimamente, las pocas veces que hemos quedado a cenar o a tomar algo por ahí siempre es con mis amigas. Ahora que pienso, ya ni siquiera con Hugo y Nuria.
—¡Uf, la verdad es que nos tenemos todos bastante abandonados! Creo que Jota sigue por Barcelona y Mike ahora c… cuidado, Lidia, Marc, de verdad… es que este niño se va a abrir la cabeza un día…
—Tranquilo, está bien, es solo un golpecito… ¿Tienes el Golpix?
—Sí, toma… Pues eso, Mike este año con todo el rollo político desapareció del mundo y Hugo, pues no sé, a ver si le llamo en cuanto volvamos de vacaciones.
—Sí, y tenemos que estudiar lo de la beca de ayuda para la guardería, y mirar algún vestidito para cuando vayamos a conocer a la nena de mi amiga Carla, y…
—Y dormir un poco, ¿has apuntado dormir?
—Sí, necesitaríamos vacaciones de las vacaciones. Se supone que deberíamos estar más relajados y recuperar horas de sueño…
—Bueno, Lidia, supongo que habrá un tiempo entre la escolarización de Marc y nuestra jubilación en que podamos echarnos un par de horitas.
—Sí, un lugar entre la vigilia y el sueño donde habitan las hadas y todo es paz, ja, ja…
—Y ya verás, ahora no dormimos porque el crío no se duerme y dentro de unos años, no dormiremos porque Marc sale de juerga y aún no ha llegado a casa a dormir.
—¡Vaya fiesta me planteas, visto así tendremos que irnos de juerga con él!
—Ja, ja, ja… Hola, soy el padre de Marc, soy «guaydelparaguay», porque utilizo expresiones pasadas de moda como «quétequentintarantino», «efectiviwonder», «nastideplasti», «lollevasclarinete»...
—Sin olvidar «quétalandamios», «yavestruz», «digamelón» o «notenrollescharlesboyer» y, eh, eh, chico, tranquilo, soy la madre de tu amigo Marc, no me vengas con mierdas de MILF de esas…
—Ja, ja… madre mía, es verdad, seguro que te echaban los trastos, los chavales de hoy en día dan miedo, Lidia.
—¡Pues como lo dábamos nosotros entonces!
—¡Qué va! Los niños de hoy en día son tan cabrones como los de nuestra época, pero cuentan con tecnología avanzada para el mal. Pueden joder a tu hijo con todo tipo de bullying. Grabaciones de móvil, redes sociales, montaje y manipulación de fotos… una lista interminable.
—¡Qué mal rollo! Bueno, tendremos que encontrar el modo de comunicarnos con nuestro hijo sin agobiarle… y hablando de agobiarnos… Marc tiene un año, ¿no crees que ya tenemos bastante como para plantearnos lo que hará con diez?
—Es verdad, perdona… Oye, ¿nos vamos ya hacia los apartamentos?
—Claro, porque yo al abuelhotel con la parejita paso, je, je.
—Y el polígrafo dice que… has dicho la verdad, ja, ja.
La semana de vacaciones en Dénia ha sido como el resto de vacaciones: breves. En realidad, disfrutes del número de días que disfrutes, siempre lo son. Siempre es poco el tiempo que dedicas íntegramente a los tuyos en comparación con el que entregas a tu trabajo. Se puede realizar un cómputo sencillo y la mandíbula se desencaja con el agravio comparativo de cifras, por lo que para seguir viviendo y no explotar ante la cruel realidad, es casi mejor no hacerlo y sobrevivir a orillas de la feliz ignorancia.
Agosto se escapa. Las televisiones vuelven a la programación actual y nosotros regresamos a nuestras rutinas: Lidia, a dar clases de Historia del Arte en la universidad; yo, a seguir en el diario, en el que cada vez me toca aprender a hacer más cosas y realizar funciones que antes hacían otros: maquetación, diseño… Algunos compañeros han desaparecido víctimas de la crisis y otros todavía seguimos en pie en la sección, como Leo y yo, quién sabe por cuánto tiempo.
Desde que han terminado las vacaciones no dejo de darle vueltas a muchos aspectos relacionados con cómo tendría que educar a mi hijo, con mi relación con Lidia, con la pérdida cada vez más clara de mis mejores amigos y, finalmente, harto de lamentarme sin más sobre esto último, esa mañana de mediados de septiembre, aprovechando que tengo que salir a cubrir una rueda de prensa, me escapo a tomar un café y llamo a Hugo. Y nada, da tono, pero no coge el teléfono. Ni responde la llamada, lo que me preocupa más, porque él suele ser muy correcto y recuerdo que él siempre solía mandar un mensaje con alguna indicación de que estaba ocupado, pero que devolvería la llamada en otro momento. Lo intento un par de días más tarde, pero con idéntico resultado, así que desisto confiando en que sea él quien haga algún movimiento a largo de esa semana.
Esa tarde Leo propone un reportaje interesante sobre aplicaciones sorprendentes e innovadoras, como Periscope, una herramienta para la transmisión de video por streaming, que es propiedad de Twitter; Star Walk, una guía interactiva con información sobre estrellas, satélites, etc, en la que basta con apuntar con el móvil hacia el cielo y algunas otras más. A mí, que ya me parecía increíble que existieran aplicaciones para encender luces, poner en marcha el coche o cambiar de canal, cada nuevo avance me hace pensar en películas de ciencia ficción, aunque aquellas casas mágicas de las series eran hoy en día simple domótica. Y hablando de todo esto, recuerdo que el pasado 21 de octubre de 2015 fue una jornada que se celebró con alegría por parte de los fans de Regreso al futuro II, ya que era la fecha en la que Marty McFly viajaba desde 1985 al futuro. En la cinta ya se avanzaban las videoconferencias, unas gafas similares a las Google Glass, los microondas, el cine en 3D y hasta se habla desde finales de 2014 de que los míticos aerodeslizadores podrían ser ya una realidad. Aquel futuro se nos quedaba cada vez más atrás.
El mes de septiembre parece empeñado en colgar sus botas hasta que, de repente, llega el viernes, 30, y recibo un mensaje que va a hacer que comprenda mucho algunas cosas que han sucedido y lamente profundamente otras. Es un whatsapp de Hugo quien, de un modo tan breve como sospechosamente duro, me pide:
«Tío, tiens 1 rato xa kdar hoy? ncsito hablr».
Aquel mensaje parece una herida y no, no tiene buena pinta. Hablo con Lidia y me escapo en cuanto puedo dormir a Marc. Por supuesto que tengo que ayudarle. Quedamos en un bar del centro y en el viaje en coche la cabeza me devuelve a mi pasado. Visualizo la cara de «Hugo el niño», de la primera vez que lo conocí en el colegio. Hugo, mi eterno amigo de clase, la piedra angular de un grupo que después se hizo fuerte en tantos y tantos veranos. Ese tipo correcto, honesto, el amigo con quien siempre podías contar. Yo estaba comiéndome un bocadillo sentado en uno de los bancos del patio y, de pronto, se dirigió hacia mí y me dijo:
— Hola, me llamo Hugo, nos falta uno en el equipo, ¿te apuntas?
Y no nos hizo falta mucho más. Algunas grandes amistades nacen de la manera más sencilla. Esas palabras se clavan ahora en mi cerebro. Es como si volviera a faltarle alguien en el equipo y, precisamente por ello, me está pidiendo ayuda. Aprieto la mandíbula y acelero. Espero que no le haya sucedido nada malo ni a su mujer ni a su hija…
Tengo suerte al aparcar, así que cierro el coche y camino deprisa hacia el bar. Una vez entro, doy un rápido vistazo y allá, en una pequeña mesa con dos sillas que están ubicadas en una esquina del local, se encuentra Hugo.
Respiro y me dirijo hacia la mesa.