Читать книгу 4 grados bajo cero - Nacho García Nas - Страница 6

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PRÓLOGO

Andas desde la explanada mayor del FIB hasta las afueras de Benicàssim hasta arriba de speed. No puedes controlar el impulso de tus piernas. Actúas, simplemente, movido por un motor que acostumbra a rugir, independientemente de si vas más dopado que Amstrong o más puro que un tema de Enya. Soy energía convulsa y anárquicamente gestionada; en definitiva, una república bananera. Mi hormona por sí sola puede ser la única anabolizante, capaz, al ver un par de culos, de dar positivo en cualquier control, no como deportista sino como corredor vital. A los treinta, uno no se da cuenta de que va corriendo en una pista de atletismo con forma de espiral.

A la mañana siguiente desayuno en un bar elegido por la desesperación nutritiva. Todo queda impune antes de los hijos. Crecer, desarrollarse (tachar por ahora el «reproducirse»), por lo que, año tras año, centrifugas alrededor de ti como único astro rey, en un limbo en el que careces de un reflejo donde comprobar que envejeces. Llegas a estas conclusiones cuando, desde la terraza del bar, observas a un par de niños de 4 años revolotear como un minienjambre alrededor de la mesa de sus padres. Piensas que, a pesar de tener la misma edad, os separan un par de décadas interiores. Encima de sus cabezas revolotea un ramillete de flores, y en sus espaldas puedes visualizar una losa. A diferencia de ti, no ha habido prórroga en el partido de esta tierna pareja humana. No los abandonaron justo un minuto antes de plantearse concebir, por lo que todo siguió la lógica de los tiempos de sus padres. Han escapado del viaje circular de muchos en la treintena. Faltan dos años para ser padre, pero aún lo ignoro. Ni siquiera la decisión está tomada. Vuelvo a observar a los infantes. Me pregunto por qué diablos la naturaleza nos otorga semejante caudal de energía en nuestra infancia (total, para dar toques a un balón hasta caer exhausto o para follar con alguien que no valía la pena muchas veces al día) en vez de prorratear semejante voltaje y distribuirlo con mesura durante toda la vida. Ser niños moderados, jóvenes pausados, adultos activos y ancianos con un remanente de fuego.

Treintena, eterno bucle, espiral. Desperdicio de tiempo, década de los autoengaños por excelencia. Todo el mundo anhelando lo que no dispone. Monogamia, poliamor, multiorgasmia, desazón, crescendos nocturnos como los últimos minutos de Instant Street de Deus. Última década de prueba—error, postreros retoques a nuestra personalidad antes de acabar de moldear el monstruo.

Explosions in the sky, el reinado del fuego fatuo, esnobismo, intentos estúpidos de separarte de la turba mediante todo lo que huela a alternativo, y el aprendizaje a base de empanadas y tortas que te inmunizan, tanto del dulce como del salado, y así ponerlo todo en un dulce pero deprimente stand by mediante los glóbulos blancos del escepticismo y el saber de qué va «la cosa» esta de crecer, vivir, amar.

Al menos, dichos cambios no afectan mucho a la capacidad de reírse de uno mismo, ni a... leer.

Así que no tenéis excusa. Para ambas cosas.

Santi Balmes

4 grados bajo cero

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