Читать книгу 4 grados bajo cero - Nacho García Nas - Страница 8
ОглавлениеCAPÍTULO 1
AUTÓMATAS
Una chica con la que salí un par de veces hace casi diez años afirmaba que al eyacular se escapaba también, como un documento adjunto en un correo electrónico, un pequeño fragmento del alma, como si fuéramos una madeja de hilo que se deshace y se precipita hacia el techo del cielo. De ahí, trataba de explicarme, nuestro repentino estado de efímera felicidad, la sensación de ingravidez, porque bailan y se desprenden hebras de nuestro tejido espiritual. Cierto que aquella chica acostumbraba a fumar marihuana, pero tenía reflexiones acojonantes. No sé qué fue de ella, sinceramente. No llego a comprender por qué, pero cuando estoy en el trabajo y tengo mucho lío, de vez en cuando me vienen flashes de otra época, recuerdos que me hacen reír, como si fueran descansos mentales… Uno de mis hermanos me dijo una vez que soy «nostalgicrónico» y creo que tiene razón.
Esa tarde la redacción del diario está caliente como una tostadora en celo y el ambiente está especialmente enrarecido. Y es que la convulsa y cambiante actualidad política ha provocado que las páginas de cultura, de las que soy responsable, hayan variado de paginación, fecha y contenido en varias ocasiones. Me jode porque la entrevista a Santi Balmes, de Love of Lesbian, había quedado bastante bien y ha estado divertido y ocurrente lanzando, además, alguna interesante primicia. Supongo que la dejarán para el fin de semana. Y es que al final nos han puesto a todos a trabajar en especiales sobre la nueva y la vieja política, reportajes sobre el presidente, encuestas sobre quién es la auténtica izquierda y pajas mentales similares para rellenar más y más páginas. Primeras elecciones, segundas elecciones, pactos, reuniones, postureo político… En fin, mucha pereza. Además, Lidia y yo llevamos varias semanas, tal vez meses, durmiendo poco. Bostezo y miro el reloj. Estoy harto de hacer favores fuera de mi horario laboral, así que en media hora me escapo sea como sea.
Llego a casa hecho un trapo, me duele la espalda, pero sonrío al ver a Lidia y a Marc, que crece a pasos agigantados desde hace más de diez meses. Le doy un beso fugaz a mi novia al tiempo que detecto ese cansancio en la mirada de batería baja de quien ya lleva unas horas con el crío y trato de sacar fuerzas de flaqueza cuando me entrega al pequeño como si de una mercancía peligrosa se tratase. Así que, tras lavarme las manos con rapidez, lo tomo en brazos buscándole el mejor acomodo para la cabeza en mi antebrazo izquierdo mientras lo sostengo con la palma de la mano derecha. Me toca dormirlo. Es mi especialidad. Para la hora que llego a casa, lo cierto es que no había más optativas para conseguir doctorarme en dormir a Marc. Comienzo con el clásico columpio 2.0 para pasar al suave balanceo de barca. Después, un leve traqueteo en el tren de los sueños. Si hay problemas lo volteo y recurro a la técnica del tigre en la rama, aunque últimamente no suele ser necesario porque tras estudiarlo con detenimiento en un tutorial de youtube, he desarrollado el pleno aprendizaje de una versión infantil de la danza de la lluvia que nunca falla. Y ahí estoy, bailando como un idiota cada noche sin necesidad de perder la vergüenza con el alcohol, como cuando salía de juerga con Jota, Mike y Hugo. De repente, mientras bebo un trago de agua en la cocina como puedo, me viene a la cabeza la inquietante imagen de una discoteca repleta de padres sin hijo bailando como si lo durmieran. Y de fondo suena Yo quiero verte danzar, de Franco Battiato:
Yo quiero verte danzar
como los zíngaros del desierto,
con candelabros encima,
o como los balineses en días de fiesta.
Examino el vaso para asegurarme de que es agua lo que estaba bebiendo. Sí, al parecer sí. Me encojo de hombros algo extrañado y hago acopio de fuerzas para el gran momento: dejar a Marc en la cuna sin que se despierte. Sí, ya me lo habían avisado, me dieron cientos de trucos y hasta sé moverme con la silenciosa habilidad de un maestro ninja, pero para dejar a un crío en la cuna hay que tener tanto pulso como un artificiero de los TEDAX, porque en cualquier momento puede explotar a gritar y entonces nadie estará a salvo. Sé que el crío debe de tener algo así como un botón en la espalda desde que nació que se activa al contacto con el colchón y por eso he de ser precavido… Cualquier error puede costarme la vida o, lo que es lo mismo, la pérdida de la vida en cómodos plazos de falta de horas de sueño… Sus ojos están cerrados. Respira con normalidad. A lo lejos, algún ladrido, sonido de motos… pero nada está tan cerca como para romper el silencio. Tomo aire… ni un solo ruido, pero de pronto, una gota de sudor resbala por mi frente y se precipita hacia el suelo…
Mierda, todo está perdido. Afortunadamente, mis reflejos de la época en que fui portero de fútbol sala aún me dan alguna alegría y extiendo el brazo derecho para evitar que esa gota toque el suelo, sea detectada por los sensores y suenen todas las alarmas. Por fin, lentamente, logro dejarlo sano y salvo en la cuna y saco mi mano derecha en modo cuchara inversa con todo cuidado. Entonces, comienzo a dar pasos hacia atrás para escapar… pero tropiezo y enciendo la luz de la habitación con el hombro.
Marc despierta. Game over. Insert coin to join… Creo que ha perfeccionado su GPS de altura y detecta el descenso desde mis brazos al colchón. Habrá que emplearse a fondo, así que vuelvo a echar una moneda y reanudo el juego y esta vez tan solo veinte minutos después, me paso todas las pantallas y logro cumplir la misión. Entonces, miro por la ventana y entorno la vista mientras pienso: «Lo has vuelto a lograr. La ciudad descansa. El mundo está a salvo ahora… Pero ¿por cuánto tiempo?».
Llego a la cama y de pronto, Lidia y yo estamos vivos aún. Ya ha bajado la marea de Marc y aún no nos ha tragado el océano, seguimos firmes, como dos rocas que permanecen a pesar de la erosión diaria. La cama pide más descanso que fantasía últimamente, pero quedan tantas cosas por hablar, transferencias por hacer, decisiones que tomar. Al final, tenemos el tiempo justo para cruzar algunas frases sobre los respectivos trabajos, lamentar todos los virus que ha ido pillando Marc en la guardería, comentar que Apiretal y Dalsy son sus mejores colegas y sugerirle a Lidia que Marc Dalsy se parecería sospechosamente a su querido Colin Firth de Bridget Jones. Ella ríe… y me cuenta algunos de los avances de Marc que me he perdido. Los ojos se me van cerrando. Nos abrazamos levemente y noto que, aunque yo estoy dormido, hay algún músculo que empieza a despertarse con el contacto… pero estamos tan derrotados que el sueño vence el pulso, una grata brisa que me lleva hasta hace poco más de dos años, al recuerdo de un viaje que hice con Lidia a Formentera. Sueño con su piel barnizada por arena, con ese aroma a crema solar, con las cervecitas, la sandía… Con manipular su bikini y hacer el amor en el agua a primera hora de la mañana, con las risas, los desayunos en el hotel con tostadas y tomate, zumo de clementina, una ducha para dos, unas siestas eternas con la banda sonora de cigarras, el dulce vaivén de su piel fotocopiando la mía, imprimiendo píxel a píxel cada recóndito espacio de su conocida geografía, un país para habitar, un corazón para entrar a vivir. Solos. Libres. Con la voracidad y el entusiasmo de los besos que siempre saben a nuevos capitaneados por un deseo dispuesto en todo momento a navegar.
No es la rítmica cadencia de las olas la que me despierta, sino la llantina incesante de Marc, que interrumpe mi fantasía remember con una pesadilla. Me levanto y le calmo mientras chasqueo la lengua con el evidente fastidio de que haya decidido emitir sus anuncios cortando mi maravillosa película erótica con Lidia. Es curioso cómo, a pesar de que hace unos años lo hacemos todo pensando en Marc, aparecen de pronto esos conatos de egoísmo repentino. Sí, ya sé que es humano, pero no deja de sorprenderme estar todo el día en el curro muriéndome de ganas de ver a ese pequeñajo para, una vez en casa, estar deseando que se duerma. Misteriosa paradoja emocional.
Intento conciliar el sueño, pero por mucho que cierro los párpados con ganas, lo cierto es que Formentera no vuelve a visitarme. Me he desvelado. Bebo un trago de agua y miro por la ventana. Estoy deseando que lleguen las vacaciones, sobre todo por el asfixiante calor que encorbata la garganta. Regreso a la cama y decido seleccionar en el iVoox del móvil uno de los últimos programas de radio de La Parroquia. Monaguillo, Arturo y Gemma consiguen que el atajo de la risa me conduzca directo hasta el sueño.
Amanezco con un dolor de cabeza parecido al de las resacas que tenía en otros tiempos. Preparo el desayuno y Lidia se queda con Marc mientras camino versión Walking Dead hasta el baño. Allí, mientras me afeito una barba cada vez más salpicada de canas, me da por recordar que cuando era más joven y conocíamos a algún grupo de chicas había una parte de mí que había logrado desarrollar cierta capacidad hasta estar convencida de que podía gustarle a alguna de ellas. Mike, el gran seductor de la pandilla y uno de mis mejores amigos de entonces, junto a Jota y Hugo, lo hubiese definido en nueve palabras que hubiesen ensombrecido hasta las técnicas del propio Valmont: «Autoconfianza y sentido del humor, esas son las claves». Yo nunca llegué a ser Mike, pero durante una época sentí esa magia de quien sabe que gusta, de quien detecta que al otro lado de la línea hay una voz que desea que tiren del cable y encontrar una brújula para sus llamadas perdidas. En eso estoy pensando mientras me siento en la taza del váter con el móvil en la mano y examino unas fotos que está enviando un amigo del colegio al grupo de Whatsapp. Alguien está comentando que estamos casi iguales, pero la verdad es que la maleza de los años me impide encontrarme en esas imágenes. Supongo que al resto le pasa igual, que considera que todos están prácticamente idénticos salvo ellos, pero es que trato de seguir el rastro hasta encontrarme y nada. Nunca me he sentido gran cosa físicamente, pero la verdad es que el espejo me devuelve un «yo» cansado y echo de menos ciertas cosas: perder unos kilos, ponerme en forma, caminar despreocupado sin mirar con lupa cada movimiento de la cuenta para llegar a fin de mes, ordenar los papeles de asuntos prioritarios, urgentes e importantes en el archivador del cerebro y poder respirar dentro de esta rutina que nos dispara del trabajo a casa y viceversa y nos deja convertidos en casquillos vacíos, sin más pólvora que la felicidad de pequeños instantes que idealizamos para que nos sirvan de motor para afrontar cada jornada. Y los fines de semana vuelan… Nunca hay tiempo para nada…
La ciudad está repleta de coches. Leí que el Ayuntamiento iba a fomentar el carril bici por temas de contaminación y que, además, iba a convertir muchas de las vías principales en peatonales, iniciativa que te encanta cuando eres peatón y lamentas en un día como el de hoy, donde todos acabamos pareciendo un perdido banco de peces que acabará devorado por cualquier ballena azul, en concreto la zona azul de la O.R.A. Nos acostumbramos a pagar por todo, nos dejamos asaetear de comisiones hasta por respirar. Nunca comprenderé por qué hemos de pagar por estacionar en la calle enviando a la basura la esencia de expresiones tan populares como «la calle es de todos». Finalmente, claudico y pago mientras reflexiono acerca de cuándo nos cobrarán un porcentaje por gastar la vía pública con nuestras suelas o una tasa de permanencia por estar parados en la calle durante un período que estimen desde el Gobierno que excede lo reglamentario. No me extrañaría, en tiempos de crisis acostumbran a recortarnos las piernas mientras nos exigen grandes pasos en la carrera hacia la recuperación.
Saludo a Leo, mi colega de curro, un compañero que en estos tiempos, sin duda, hace que el día a día sea más llevadero. Necesito conversaciones diarias sobre series, música, películas, televisión, libros, anécdotas y Leo tiene un punto de ironía y una vis cómica que siempre me hacen reír. En cierto modo, tiene rasgos que me recuerdan a mis tres amigos: es buena gente, como Hugo; un poco friki, como Jota, y es algo así como la versión gay de Mike, bueno, casi, en realidad jamás he conocido a nadie que triunfe más que Mike.
La verdad es que ahora que lo pienso echo de menos a Mike, Hugo y Jota, amigos desde la infancia. A Mike hace más de dos años que le tengo perdida la pista. Lo último que sé es que sedujo a una concejala del PP y que solo con eso ya parece que pasó el casting para ser colocado como experto en marketing, consultoría y comunicación política del partido. Jota había sido desde que éramos pequeños el más especial de los cuatro y a pesar de su particular universo, él y yo siempre nos habíamos entendido bien, tal vez por su cinefilia, quizá por ser objetivamente gracioso, diferente, único, y ofrecerme siempre una visión realista de la vida… Jota había triunfado a raíz de unos cortometrajes de éxito con miles de visitas en Youtube y finalmente había dado el salto a la gran pantalla con un par de películas tan extrañas como aplaudidas por la crítica y seguidas por sus fieles en taquilla. Tras la comedia sobre un travesti en la movida madrileña, que bautizó con extraña osadía como Transformers, leí que ahora estaba metido de lleno en la preproducción de otro arriesgado proyecto, Disneyland Hachís, una comedia musical de animación ambientada en la Corea del Norte de Kim Jong—Il sobre un ratón drogadicto que hacía demasiadas preguntas. Por lo que respecta al bueno de Hugo, mi fiel escudero, el único con el que siempre estaba en contacto, con quien había hecho viajes de parejas, quedadas de piscina con los niños, cumpleaños y demás… la verdad es que estaba algo desaparecido.
Sí, los echaba de menos muchas veces y nuestra única vía de comunicación en los últimos tiempos había sido un grupo de Whatsapp que, bajo el título El Equipo A, se había convertido en el último año en una descafeinada sucesión de envíos de tías en pelotas, memes repetidos hasta la saciedad en grupos, chistes y demás, con lo que esa despersonalización nos había llevado a que nuestra relación se hubiera enfriado bastante. Sí, estábamos más congelados que el viejo Walt y hacía ya muchos meses que ni siquiera llegaban mensajitos de ese estilo.
En otro tiempo sí habíamos sido inseparables, portadores de grandes banderas de amistad a la conquista de las madrugadas, compañeros infatigables en viajes repletos de risas y diversión, necesarias muletas anímicas para los arañazos sentimentales de la vida. En mi caso, por ejemplo, jamás hubiera superado mis encuentros y desencuentros con Sara, esa chica que fue mi primer amor, por cursi y pueril que suene la expresión, esa por la que luché, que alguna vez tuve y que quizá no supe retener. Jota siempre me dijo que era dañina, pero la verdad es que estuve bastante pillado en aquellos años de adolescencia y juventud. Sara, dulce Sara, como aquella vieja canción de Como la cabeza al sombrero de El último de la fila, una relación que, como ese disco, había acabado con un «Llanto de pasión, no recuerdo quién fue a la que tanto amé, ahora mejor es olvidar...».
De unas cosas y otras estoy hablando con Leo, que me está recomendando encarecidamente Stranger things, una serie ochentera que está convencido de que me va a flipar. Le digo que me toca verla en breve porque tengo que escribir sobre ella para el suplemento de tendencias de dentro de dos fines de semana, pero que cada vez tengo menos tiempo en casa.
—Deberías apuntarte a una juerga con la peña del diario algún día, tío, aunque sea para desengrasar. Tengo entendido que antes no te perdías una…
—¿Tengo entendido? Ja, ja… Joder, macho, si pareces del FBI. Imagino que no puedes revelar tu fuente, que es información clasificada.
—Por supuesto, trabajo para un gran grupo y hay muchos intereses en juego… Pero, en serio, ¿por qué no te das un respiro y nos vamos todos a tomar algo al Barton’s?
—No, por favor, ahí nos torturan siempre con reggaeton.
—¿Y a ti no te mola perrear?
—Solo en la intimidad... y con Lidia, claro... Pero, vamos, que no creo que toque ahora hablar de nuestras posturas contigo.
—¡Qué capullo! Ya volveremos sobre eso más tarde. Disfruta un poco y relájate, las letras del reggaeton son muy divertidas, ¿no?
—Bueno, que se hable de sexo constantemente como una agresiva batalla y que las mujeres sean pedazos de carne que piden guerra y a las que hay que dar lo suyo, pues resulta algo ofensivo, ¿no te parece?
—Vaya, pero qué correcto te has vuelto, ¿no? Te recuerdo que me leí tu novela y en ella apareces como un experto en películas porno… y tus tres colegas tampoco parecían ángeles...
—Nos ha jodido, teníamos 15 años, éramos puro agosto todo el año, es lo normal, pero no compares las películas porno con canciones que denigran a la mujer y que…
—Ah, claro, es verdad, que el negocio del porno es todo pureza, perdona, no hay redes ni mujeres sometidas… De hecho, creo que es un género subvencionado por unicornios en el que los actores cobran con piruletas y hay un largo camino de baldosas amarillas y golosinas que…
—Ja, ja, vale, ya lo pillo, de acuerdo… Ya sabía yo que publicar esa novela acabaría volviéndose contra mí, pero no vas a convencerme, esas letras me siguen pareciendo veneno para el cerebro...
—¡Te pillan unas manías! De todos modos, tienes varios estilos: la cumbia, el vallenato, la salsa…
—A ver, ¿qué está pasando aquí? Algo no cuadra. ¿Y tú cómo flipas tanto con esa música? Pensaba que eras más de música alternativa…
—A mí me la trae al pairo, pero quiero entrar como pretendiente en Mujeres, Hombres y Viceversa y ya sabes que esa música es la BSO de todo Tele 5 y que…
—¿Qué estás diciendo?
—Sí, he de familiarizarme con esa música porque la ponen en...
—No, Leo, en serio, ¿de verdad vas a ir a pretender a un pavo de esos del programa?
—Bueno, sí, no sé, a mí todo lo que sea ligotear, ya sabes… A ver, es que tengo un amigo íntimo de los directivos del programa y ya me están preparando el guión y todo…
—Me has dejado flipado… Pero tú ahí vas a parecer académico de la lengua…
—Hombre, no se me da mal, ja, ja, ja… Es que me dejas los chistes a huevo, tío.
—Ja, ja… No, joder, me refiero a que a poco que te sepas el abecedario ya eres el puto amo ahí, ¿no?
—Qué va, es un programa donde se aprende más que en Saber y ganar, es la escuela de la calle y de hecho, le dan no sé qué becas del Ministerio de Educación…
—Ja, ja, ja... Claro, claro, Leo, tienes toda la razón, serán becas para mandarlos al extranjero, ¿no? Lo que se dice una fuga de cereb...
—Bueno, es pasta gansa y pienso dar la campanada…
—¿Darás las campanadas en Tele 5?
—No, aunque tiempo al tiempo… Y sí, tranquilo, que voy a interpretar bien, en el montaje que me están escribiendo tengo que hacer de exnovio tonto de uno de los que más avanzado está con el tronista de ahora.
—¿Pero de verdad te mola esa peña ciclada que está más tatuada que el protagonista de Prision Break?
—Bueno, yo voy a divertirme y ya está, es una atracción de feria más a la que montarse y así quizá acaben fichándome en Tele 5…
—Desde luego das el perfil…
—¿Y eso por qué?
—Pues porque eres unas de las personas con más agilidad mental para discutir que conozco, serías perfecto para enfrentarte a toda una jauría y vencer a todos tus enemigos sin despeinarte.
—La verdad es que nunca se está del todo preparado para eso.
—Venga, Leo, hace años estuviste cubriendo la guerra de Afganistán, después de aquello seguro que puedes con todo.
—Bueno, era más joven, no tenía nada que perder. Pero los tiempos de reportero de guerra ya pasaron, por eso me fui especializando en cultura.
—Y yo encantado, en principio ahora llevas una vida menos peligrosa, pero cuidado, en esos programas atacan a la yugular.
—Vaya, agradezco que te preocupes tanto por mí, ¿seguro que no me amas en secreto?
—Solo cuando me llevas al cine, ja, ja… Y ya no me sacas nada, has cambiado, ja, ja; además, no quisiera interponerme entre tú y mi novia porque a Lidia sí la tienes enamorada.
—Adoro a Lidia. No puedo creerme que la conocieras en una de las aburridas fiestas que monta el diario.
—Ya ves, en ese tiempo era un joven atractivo, irresistible… Ahora estoy asomándome al abismo de los 40.
—Bueno, me voy a cubrir el preestreno de la nueva de Leonardo Sbaraglia… Y, oye, que si se dejase cubrir él, tampoco me importaría.
—Ja, ja... Joder, ¿es que esa mente no descansa? Y, por cierto, a tu propuesta de ayer, no, no nos dejarán hacer media página sobre el ranking de culos de actores españoles que propusiste en la reunión.
—¿Pero de qué van? Es que nos cortan todos los temas interesantes. Coño, un reportaje de culos en la contraportada de un suplemento es lo suyo, es su lugar… Para poner grandes delanteras en las revistas siempre hay sitio, ¿verdad?
—Pero es que no somos Interviú, somos un diario que…
—Sí, ¿pero a ti te apetecería ver a los políticos en portada mintiéndonos o una noticia con cierta gracia?
—Mi voto ya sabes que lo tienes, Leo, acepto sugerencias…
—Encuestas demoscópicas sobre intenciones para el fin de semana, hombres con bañadores turbo o no, la nueva política es de Tinder o de Grindr...
—Estás muy colgado, en serio, sueles tener grandes ideas pero algo raro te pasa hoy, te veo desatadísimo.
—Es verdad, hoy se me va la chola, ya te contaré. He quedado para cenar con un amigo después del cine. Un tío muy interesante.
—Qué cabrón, no paras, tío, qué envidia, ya me cuentas, ya, disfruta.
—Por cierto, mañana es la cena con el director, no te olvides.
—Joder, no me acordaba, hablaré con Lidia a ver cómo está la cosa…
Tras la dura semana, lo que menos me apetece es una cena con el resto de colegas del diario, así que la aguanto como puedo intentando superar las barreras del cansancio y el sueño, riendo los mismos chistes de siempre y poco más. Finalmente, la cena acaba y pasamos al pub que está a unos metros de allí. Me temo lo peor y me han pillado dos veces quedándome rezagado del grupo para escaquearme. Le dije a Lidia que intentaría escabullirme en cuanto pudiera, pero no hay manera. Aprovecho el jaleo del pub—karaoke en el que estamos mientras van pidiendo cubatas y me colocan uno de tubo cutre en la mano, como si yo fuera un click de Playmobil.
Ahora están distraídos, así que doy un par de tragos y decido que es el momento justo de irme hacia casa. Me dispongo a hacerlo cuando, de pronto, me atropella una serpenteante conga de compañeros de trabajo, conducida por mi jefe, que no deja de reír como un pirata que se baña en doblones tras encontrar un tesoro... Y la conga fluye hasta desembocar a los pies del karaoke. «Tengo que salir de aquí», me escucho balbucear... pero mi jefe clava su etílica mirada en mí y, muy orgulloso, me rodea con su brazo por los hombros:
—¿He oído bien? ¿Ha dicho «Tengo que salir ahí»? Celebro su entusiasmo, a todos nos cuesta un poco arrancarnos con el karaoke, pero alabo su valentía, será usted el primero en cantar...
Tras la frase del jefe me rompe una ola de aplausos en plena cara, vítores de los empleados más pelotas y una mirada sonriente de alguien que me graba con su móvil para colgarlo en Facebook. Me deshago en disculpas e intentos de driblar al personal, pero mis fintas sirven de poco, porque de pronto estoy sobre la cutre tarima que hace de escenario intentando que mi voz sea del mismo número que la que aparece en pantalla... Pero creo que hay un desfase de tallas entre el bailable éxito de Enrique Iglesias y mi estatismo de ahí arriba, bajo el foco, moviendo torpemente la boca al repetir esa letra que parece escrita por preescolares... Tengo mucho sueño y la cabeza me da vueltas... no quiero pasar contigo una noche loca y besar tu boca... solo quiero dormir... así que dejo el micrófono apoyado sobre el taburete y salgo de allí tan rápido como puedo, intentando despedirme entre aspavientos...
Allá afuera, en la calle, tomo aire y dejo de sudar. Me pongo a caminar como un autómata. No es que haya bebido gran cosa, pero he hecho bien en no venir en mi coche. Con lo que viajo últimamente la verdad es que no me conviene nada que me descosan punto a punto el carnet. Así que tomo un taxi y me esfumo de allí... Le digo al conductor la dirección de mi casa y evito darle conversación. En la radio hablan de no sé qué fichajes estrella del Real Madrid y del Barcelona. No me puede interesar menos, así que bostezo y mis párpados se cierran. Estoy pensando en la vida que he llevado desde la adolescencia, en ese ser feliz de otra manera que me invadió al enamorarme de Lidia e iniciar una vida juntos. Ahora sonrío y pienso en Marc. Ellos son mi nueva felicidad, los hilos que me sostienen, solamente que a veces me encuentro tan, tan cansado… De repente, unas interferencias en la emisora hacen que el taxista cambie de dial y me subo de un salto al lomo del estribillo de Copenhage, una de mis canciones favoritas de Vetusta Morla, :
Dejarse llevar
suena demasiado bien.
Jugar al azar,
nunca saber
dónde puedes terminar...
o empezar.