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Tatiana Corino, Argentina La verdadera vocación

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Crecí en un campo en la ciudad de Necochea, entre cosecha, laguna, caballos, quinta, juegos y casitas en los árboles. Amaba pintar, me sentaba frente a los árboles y los dibujaba, eso me llevó a tomar ramas caídas y modelar gnomos en parces, ese fue mi primer trabajo. Quería estudiar diseño gráfico cuando terminara el secundario, pero para ello tenía que irme a otra ciudad. Mis padres no quisieron, entonces estudié maestra jardinera porque entiendo que lo primero que sembrás en los niños, en los primeros años de su vida, son las bases del resto de sus vidas. Nunca fui tecnológica, creo que es lo contrario a la naturaleza, no tiene esencia ni alma, durante años desde que comenzó la telefonía celular nunca me compré un teléfono, mi mejor amiga comenzó a trabajar en una compañía de celulares y me regaló un celular Nokia, porque estaba cansada de llamarme al “zapatómetro”, una especie de teléfono que había hace unos años y que no funcionara, y así llegué hasta la actualidad, con 43 años, con teléfonos que los demás descartan y caen en mis manos, hoy entiendo que la tecnología es necesaria para la comunicación y nos permite mantenernos conectados con todo el mundo, pero sigo pensando que nada suplanta el calor de un abrazo.

Me llamo Tatiana Vanesa Corino y soy docente en un Jardín Maternal Comunitario, salita de dos años. El 6 de marzo me encontraba de licencia por infidelidad y maltrato de mi ex pareja, en medio del dolor, juzgados, mis hijos, desalojo, mi familia de origen en Necochea, comenzó la cuarentena. Un teléfono celular que no grababa videos, sin computadora, las tareas de mis hijos y mi rol docente se vieron colapsadas, utilizaba la Tablet de mis hijos para grabarme y mandarle los videos a mis alumnos, en un momento mi ex se quedó la Tablet porque cambié mi estado de WhatsApp a soltera. Conecté la máquina con pantalla rota a un monitor viejo y ahí armaba los proyectos. También me la pidió mi ex. Comencé a preparar tres o cuatro videos y la directora me traía el teléfono del jardín, me esperaba afuera y me grababa para poder seguir presente y mantener mi fuente laboral. La coordinadora de Maria Auxiliadora se enteró de mi situación y me mandó a ver a una chica que me dio una notebook de inclusión, cuando la prendí tenía agotadas las pilas y no podía hacerlas funcionar, entonces una amiga me pasó el teléfono de un técnico en computación que podía salir porque hace mantenimientos de rapi pagos, él pasó, se la llevó, me cambió las pilas y me la trajo.

Ahora tenía una computadora para trabajar, en ese momento comprendí que no estaba sola, una cadena de favores comenzó a sucederse, la directora me prestó un teléfono personal de ella y pude conectarme por zoom, tanto para las tareas de mis hijos, como con el equipo docente, y de un día a otro monté un sistema de educación a distancia como todas mis colegas, donde el espacio es la sala de mi casa, los derechos de autor están cedidos: muchas investigaciones, imágenes, manualidades, textos, tareas, un esfuerzo repentino en donde se multiplican las horas de trabajo, había que pensar en actividades en casa donde los niños podrían aprender. Cabe aclarar que trabajo en un jardín comunitario. Gratificaciones muchas. Ver videos de tus alumnitos hablándote como si te tuvieran enfrente, video llamadas donde hablan todos a la vez y quieren contarte todo lo que hicieron, videos haciendo las actividades o circuitos dedicados con tu nombre y mandándome besos, darme cuenta que la esencia está en lo presencial, la tecnología no puede suplantar los abrazos, los mocos, la merienda compartida, el dormirse en tus brazos, siempre pensando en cada uno de ellos y en las posibilidades que tiene su familia.

El Ser Confinado: Diarios de una Pandemia

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