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Carla Duarte, Argentina El vaso ¿se está llenando o se está vaciando?: crisis y oportunidades

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Cuando me invitaron a escribir sobre mi experiencia en esta pandemia, surgieron más preguntas que respuestas. Mis interrogantes eran muchas.

¿Cómo sostener el encierro? ¿Cómo estudiará mi hijo? ¿Cómo generar ingresos? ¿Hasta cuándo durará? ¿Quién nos controla? ¿De dónde viene la orden? ¿Por qué nos encierran? ¿Nos cuidan?

Y a medida que pasaban los días, las semanas, los meses; más interrogantes.

Hoy “sin” barbijo, mañana “con” barbijo.

Hoy por la noche, no se sale; mañana, se sale a correr y caminar solo de noche.

¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?

Cómo manejarse entre tanta desorganización y tantas medidas contradictorias.

¡Fácil...! ¿Fácil? Bueno, no sé. Yo tomé la frase de mi gran amiga Miryam Dietrich “Silenciar, Observar y Discernir”. Y te cuento como me fue.

De repente (te debe haber pasado) estaba encerrada, sin ingresos y sin dinero, más que por unos días, ya que pronto viajaba por trabajo durante un mes y volvía con el equivalente a tres sueldos. No tenía previsto otra ocupación ya que esos días estaban colmados de facilitaciones, talleres y seminarios (no te conté que soy fotógrafa y coach ontológico). Mi año venía armándose con actividades presenciales y grupales, las cuales cayeron en un santiamén.

¿Qué hacer ahora? ¿Esperar a que pasara? ¡Son solo 15 días decían mis conocidos!

Y yo usé aquí el silencio para así observar, lo que vi fue alboroto y poca seguridad en fechas límites. Nadie sabía bien con que se lidiaba, los científicos independientes (en los cuales creo ciegamente) diciendo una cosa y la OMS junto con las autoridades gubernamentales otra muy diferente. Así que ese silencio y observación del entorno me ayudó a discernir y “tomar el toro por las astas”, como decía mi abuela. Nadie me iba a dar de comer, había que reinventarse con lo que había.

¿Qué había?

Las herramientas aprendidas en mis carreras, otras extras de los muchos títulos acumulados de seminarios, talleres y posgrados. También estaba lo virtual al alcance de la mano. Así que allí el primer desafío.

¿Cómo trasladar los seminarios y/o cursos al formato virtual? ¿Cuáles eran más atractivos para el público?

De golpe, todo el mundo daba clases “gratis” de yoga por instagram, por ende, la primera idea a la mano descartada (si, también soy instructora de yoga, jaja. Te dije muchos talleres y carreras en mi vida, ¡aprendiz eterna!) Entonces, a escuchar las necesidades y generar costumbre en las personas a las nuevas formas planteadas. A seguir prestando oído; mientras, lápiz y papel en mano reformulaba talleres perdidos en archivos de mi ordenador. ¡Atenta a todo!

Por allá en una charla de esas informales con mi hermana, me pregunta: “Carla, ¿sabes meditar?”, “Si, claro” respondí. “¡Me enseñas?, preciso bajar decibeles y armonizar mi cabeza en este caos”.

Plin! Primera idea disponible, muchas personas estaban pasando por lo mismo y requerían equilibrio en sus vidas. ¿Por dónde comenzar? Resurgí, en mi viejo canal de YouTube abandonado, subí videos de meditaciones guiadas, compartiendo en redes, primer paso sustentar la necesidad y mostrar mis talentos, luego armar un taller determinado y que me represente, y salió “Meditación en Acción”, una propuesta novedosa para activarse y equilibrarse.

Hora de ponerse en acción, activar el zoom premium, para que no se corte en la clase (imaginate en medio de la meditación, se corta y todos vuelven al móvil para poner nuevamente Id de reunión, la contraseña y la mar en coche) ¡impensado!

Entonces pasos a seguir, ya instalado y abonado el zoom, aumenta al TRIPLE (Sí, ¡al triple!). Ponemos publicidad en marcha, flyers para face, instagram, historias, estados, videos invitando y/o explicando, vivo de instagram, etc., etc., etc. Todo esto con mi hija acompañando, lo que significa, ponernos de acuerdo con el color de fondo, la foto a utilizar, si el diseño es minimalista o cargado; si es antiguo (mi versión) o demasiado moderno (su versión). ¡Cuántas decisiones!

Quedaba ahora resolver la música para cada día de meditación y los diferentes chakras, recordar las visualizaciones (tengo miles entre las cuales elegir) y llevarlas a mi Ser.

Pero todavía no llegaba la prueba mayor, estar ahí, fluir con la gente desde una pantalla, sin el contacto físico (soy muy kinestésica) llegas y ¡te abrazo! Así mido la energía del que viene y muchas veces ¡la compenso! Todo eso no iba a estar. Y volvieron las preguntas: ¿Si alguno se me duerme? ¿Si hay alguna incomodidad y no la puedo resolver de lejos? ¿Qué pasa con la emoción? No estoy cerca para contener. La música, ¿estará fuerte? ¿Se me escuchará?

Enseguida resolví esta parte, invité a infiltrados que me iban mandando mensajes y así yo fui afinando el volumen de la música, el micrófono.

Puedo decir que desde que comencé no paré con grupos y más grupos, gente que sigue repitiendo el taller y muchos otros que se suman. ¡Feliz de ese primer logro!

Pero con solo ese proyecto, no se comía, las cosas aumentaban y los servicios online eran más bajos que los presenciales.

Seguí invirtiendo tiempo en escuchar y apareció una amiga (ex alumna de fotografía) pidiendo: “¿Subís algo de fotografía al face para entretenernos y desempolvar las cámaras?” Comenzó tímidamente un programa de ejercicios y juegos en redes sociales. Otra vez generando la costumbre y se convirtió en talleres de fotografía con tres niveles: Inicial, Avanzado y PhotoShop. ¡Seguimos reinventándonos!

Esta vez, los retos eran diferentes, compartir pantallas, que se vea la pizarra. ¿Real o virtual? La parte práctica, ¿cómo la llevaría a cada hogar? Y en el caso de PhotoShop, ¿cómo ayudo a cada alumno si no veo su computadora? Y fueron apareciendo las soluciones, imaginativas en el caso de los ejercicios y técnicas en otros casos. Así me enteré que existen programas y aplicaciones para manejar de forma remota otro ordenador, ¡tan simple como instalarlo, con un usuario y contraseña yo estaba dentro de la PC de cualquiera de las personas que tomaban el curso!

Hubo obviamente que enseñar primero a manejar estas App y luego poner reglas de convivencia virtual, aparecían niños hablando detrás de cámara, músicas diferentes en cada hogar o mascotas atrevidas que se les ocurría aullar o ladrar en plena clase. ¡Hasta un simpático loro compartiendo encuentros!

No me olvido de las reglas familiares, “no entren cuando estoy en zoom” por ejemplo, la gente medita y no debe haber ruidos.

El internet es tan flojo en cierto rango horario, que hubo que implementar una planilla familiar para priorizar los tiempos de uso de cada uno, las clases virtuales de la secundaria, los talleres de mamá, las cargas de trabajo de mi hija, y así iban quedando atrás las series de Netflix y pelis on–line, supeditadas a la noche cuando la familia ya dejaba sus actividades laborales y escolares. Cambiando prioridades, respetando al otro y conviviendo las 24hs.

Una historia que dejó en mí mucho aprendizaje, aunque deseo acabe a la brevedad, para ¡poder abrazar y abrazarnos!

Como solían decirme mis grandes maestros “en toda crisis hay grandes oportunidades” y así es, cada vez que la vida nos tira un baldazo de agua helada, sacamos el toallón y ¡disfrutamos el chapuzón!

El Ser Confinado: Diarios de una Pandemia

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