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Paula Tavarone Pascutto, Escocia Cuando uno está donde tiene que estar, la vida encuentra el camino

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Mi nombre es Paula, tengo 44 años, ahora vivo en Escocia. Tengo una enfermedad crónica rara, incapacitante, camino con bastón, y soy inmunosuprimida, me jubilaron en noviembre del 2019, después de muchos años dando vueltas, sin diagnóstico.

Hace años soñaba vivir en Escocia, pero las cosas no se daban.

Haciendo tratamientos, entre cirugías que salieron mal y muchos dolores, los médicos dicen que ya no tienen nada que hacer, en Argentina.

Me puse a investigar, y existe un tratamiento de células madre en Alemania y Reino Unido, si bien no es una cura, me permitiría seguir caminando y frenar un poco el avance.

La opción entre UK y Alemania era clara, en UK me puedo expresar con los médicos. Además, en UK la salud es pública, en Escocia los medicamentos y tratamientos son gratis.

Consulto con los especialistas y uno me dijo que estamos lejos de esos tratamientos, pero estaba a veinte horas de Escocia. Necesitaba apurarme antes del brexit.

En el camino de esperar la evaluación médica para jubilarme y buscar dónde vivir, conocí un inglés, que vive en Escocia y que escuchó mil veces que su vida conmigo podía convertirse en una pesadilla, y mil y una veces dijo que no le importaba. Un hombre que me repite “te sostengo la mano”.

Para residir legalmente en Escocia necesitaba ciudadanía europea antes del brexit, 31 de diciembre 2020.

Junté toda la documentación de mi abuelo italiano y el 14 de diciembre aterricé en Roma, donde este hombre me esperaba, para no dejarme sola en el proceso.

Conseguir casa para hacer el trámite no fue fácil. Pero todo terminó saliendo sobre ruedas.

El 27 de febrero tenía mi ciudadanía italiana, el 2 de marzo mi documento y el 12 de marzo deberían entregar el pasaporte. Tenía boleto a Argentina para el 10. Lo cambié para el 14.

Volví a buscar mis cosas, vender y terminar el trámite de cobro de la jubilación y una audiencia por un juicio el 18.

Todo redondo. Mi pareja, volvía a Escocia, vendía la casa, alquilaba una más chica, sin escaleras y apta, y con ese dinero ponemos un café literario que yo pudiera atender sentada.

Él pide el retiro voluntario el 18 de enero. Se lo otorgan en febrero. Genial. Alquilaba todo, dejaba el local arreglando y viajaba a Argentina entre abril y mayo a ayudarme con la mudanza.

Empieza la pandemia. Todo pasa muy rápido.

Al principio la subestimamos. La línea aérea le avisa que cancelan los vuelos, que el último será el 10. Le pido que se vaya. No quería. Cambia el boleto y va al supermercado, yo no podía caminar hasta ahí. Es montaña abajo y no podría volver con la compra.

Se va, yo esperaba mi pasaporte. El 11 cierran la oficina. Nadie sabía nada. Me manda mensaje mi hematólogo, que no se me ocurra subirme a un avión a Argentina, que es imposible desinfectar el baño. Que me quede encerrada. Ya estaba, sin salir desde el 27 que tramité. Cancelo el viaje a la Argentina. Mi alquiler temporario vencía el 5 de abril. Si renovaba tenía que pagar tres meses juntos.

Mi pareja vendió la casa, tenía que entregarla el 29 de marzo. Busca alquileres, las inmobiliarias en Escocia no quieren mostrar propiedades. Se complica. Finalmente encuentra una.

Mi pasaporte sin novedades.

Me quedé sin comida. Estaba sola, encerrada y asustada.

Al anochecer pasaba el camión del ejército a cada rato diciendo que todo el mundo estuviera adentro, que no había camas en el hospital.

A las ocho de la mañana el auto de la iglesia, con el rosario. A las doce el canto por los enfermos, a las ocho de la noche el aplauso, y a las diez empezaban los militares, más de vez en cuando, los camiones de ejército con los cajones y la gente salía a aplaudir. Era imposible pensar en otra cosa. La intensidad italiana, el apasionamiento, también en la tragedia.

Me autorizan a dejar a un vecino a cargo de retirar el pasaporte y que me lo mande por correo.

Segundo problema, entrar con documento implica hacer migraciones en UK, implica que alguien no quiera dejarme entrar en medio de una pandemia.

Empiezo a buscar vuelo el 16, no había, todos los días cerraban una frontera, cancelaron vuelos. Me quedaba sin comida. No había trenes hasta Roma, la única opción era tomarme un taxi. Todo era una sangría de dinero.

Me costaba mucho dormir, desde Argentina llegaron más problemas que soluciones. Al principio no querían postergar la audiencia, y si no iba personalmente no podía seguir el trámite para cobrar. –Sigo sin cobrar siete meses después– pese a que informatizaron bastante.

Encuentro un vuelo Roma París Manchester. Mi pareja me va a buscar a Manchester, Inglaterra, el 24 de marzo. El día 22 se empieza a hablar de cerrar la frontera Inglaterra– Escocia. Yo no tenía forma de demostrar qué hacía viajando y explicarle eso en dos minutos a la policía.

Llego en taxi a Roma. Declaro la verdad, para migraciones, que si me voy a mudar tengo que inscribirme en un registro, le digo que el registro está cerrado. Me dicen que si mi DNI italiano dice que vivo en Italia, no puedo salir de Italia para ir a Reino Unido.

En un ataque de desesperación rompo el formulario delante del policía, le pido otro en blanco y le digo que me voy a París, para volver a la Argentina, y que salgo con pasaporte argentino. A regañadientes me dejan pasar después de ir y venir y consultar como cinco veces.

La policía no se ponía de acuerdo si quería controlar atentados o seguridad por la pandemia. Uso bastón, ya dije. Querían que me sacara las botas, el cinturón y la campera, sin tocar nada. Yo además estaba vestida como cebolla, para ir sacando y tirando ropa.

No se conseguían barbijos en el pueblo, usaba seis toallitas de Espadol con un agujero por las orejas.

Casi me caigo en el control, entonces trajeron una silla de ruedas, y le echaron desinfectante hasta mojarla. Me senté en la silla mojada.

Llego a París. Lockdown completo. Si no subía al vuelo, no podía salir del aeropuerto.

No había servicio de sillas de ruedas por la pandemia. Ni ayuda. Casi pierdo el vuelo. Me siento en un asiento no apto para discapacitados, la tripulación me cambia. Pero no se respetaba la distancia con otro pasajero, el otro pasajero, ruso, no se quería cambiar, se saca la máscara y le grita a la azafata a medio metro de la cara, momento que le agrega tensión a la que ya tenía.

Todo el viaje desde que salí de la casa a las 2 am sin ir al baño, por seguridad. Me sentía bastante mareada, empieza la neuralgia de la cara en el vuelo. La neuralgia es por la compresión de las vértebras, los nervios no ayudan, la tensión comprime.

Recibo un mensaje que mi pareja me está esperando.

Migraciones me pregunta qué hago, no puedo ir de turismo. Le respondo la verdad. Me estoy mudando. Mi casa está acá. No tengo dónde vivir. Esto ya estaba planeado antes de la pandemia, qué quiere que haga.

Me dicen que me aislé catorce días. Bienvenida.

Y sentí que cuando uno está donde tiene que estar, la vida encuentra el camino.

Salí y antes de saludar a mi pareja, fui al baño, me saqué la ropa y la puse en una bolsa, donde quedó aislada una semana.

Lo abracé llorando y llamé a mis papás.

Nos tuvimos que ir a una habitación. La casa estaba vacía, y no entregaban la otra porque empezaron a pintar, y no la pudieron terminar por la cuarentena. El 2 de abril los convencimos para que la dejaran sin pintar y nos mudamos.

Desde ese momento vivimos de la plata de la casa.

Solo pudimos ver a su familia dos veces en discusiones de las restricciones.

Aprobaron mi residencia en mayo.

Todavía no pude ver a un médico. Solo me dan calmantes y análisis de sangre.

Los primeros siete meses viviendo juntos han sido hermosos. Con momentos de sostener al otro y momentos de necesitar aire.

En agosto, decidí volver a la repostería. Mi pareja cocina con mi dirección y yo sólo decoro. Habilitamos con mucha dificultad la cocina, por la pandemia. Ya no creo que vuelva este año a Argentina.

Mis cupcakes y tortas se venden, tengo esperanzas que sirva al menos para ayudar con los gastos.

Hasta que pase la pandemia.

Hasta que reinventemos el mundo que viene.

El Ser Confinado: Diarios de una Pandemia

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