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UN MAPA DE LOS CAPÍTULOS DE ESTE LIBRO

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Como ya he mencionado, en este libro distingo entre el populismo como movimiento de opinión o protesta y el populismo como movimiento que aspira a hacerse del poder y lo consigue. Me interesa la última instancia, y la estudio comparándola directamente con la democracia representativa. Planteo que, una vez en el poder, el populismo es, de hecho, un nuevo modelo de gobierno mixto mediante el que una porción de la población adquiere poder preeminente sobre la(s) otra(s). En ese sentido, el populismo compite con (y, de ser posible, modifica) la democracia constitucional al proponer una representación específica y característica del pueblo y su soberanía. Lo hace mediante lo que denomino representación directa: la relación directa entre el líder y el pueblo.118 La presencia directa, aquí, no se refiere a que la gente se gobierne sola —pues el populismo sigue siendo un modelo de gobierno representativo—, sino a una relación sin mediación entre el pueblo y el líder representativo. La “mezcla” populista depende de dos condiciones: la identidad del sujeto colectivo y los rasgos específicos del líder que encarna dicho sujeto y lo visibiliza. Estas dos condiciones refutan el concepto electoral de la representación, entendida como una combinación dinámica y abierta de pluralismo y unificación. Resulta que esta mezcla populista es muy inestable porque debilita las funciones conjuntivas y reguladoras del poder de los actores intermediarios (como los partidos políticos y las instituciones) y los hace depender de la voluntad y la exigencia del líder.

En conjunto, los cuatro capítulos de este libro trazan cómo el populismo en el poder transforma y, en efecto, desfigura la democracia representativa. En el capítulo 1 analizo la categoría de “antisistema” como el “espíritu” de la retórica y el objetivo populistas. Planteo la transformación de una postura antisistema a una antipolítica. Expongo que éste sigue siendo el contenido central del populismo, sin importar si su orientación es de izquierda o de derecha. Recurro a la oportuna terminología de Pierre Rosanvallon para demostrar que el populismo aprovecha los mecanismos de “la política negativa” o “la contrademocracia” que están garantizados por la democracia constitucional.119 Propongo que la retórica y el movimiento populistas se desenvuelven ante todo en la vía negativa. Su contenido incluye diversos “antis”, integrados por la categoría de “anti-sistemismo”, que el populismo representa y emplea de forma distinto a la democracia (aunque la democracia también incluye un impulso antisistema). El populismo acumula estos rasgos negativos no sólo para cuestionar a un gobierno existente o a una élite corrupta y alcanzar una mayoría, sino para un fin más radical: expulsar a la parte “mala” por completo e instaurar a la parte “buena”. Desde esta perspectiva, el populismo en realidad es un capítulo en el problema más amplio de la formación y la sustitución de una élite política.

En el capítulo 2 analizo cómo el populismo en el poder está preparado para transformar los dos fundamentos de la democracia: el pueblo y la mayoría. Para el populismo, el significado del pueblo difiere del significado general, indeterminado, que tiene en la democracia constitucional. El significado democrático incluye a todos los ciudadanos; no se identifica con ningún sector de la sociedad en particular. El significado de mayoría en el populismo también difiere del significado democrático. Para el populismo, la mayoría no es un método para detectar al sector victorioso en una contienda para llegar al gobierno ni para medir a la oposición. En cambio, la usa como una fuerza que afirma ser la expresión del pueblo bueno, que tiene legitimidad para dominar y humillar a la oposición. Esto quiere decir que los cambios en el poder se dificultan, situación que es, de hecho, un objetivo central del populismo en el poder. Argumento que el populismo identifica al pueblo con “un sector” de la sociedad y que la mayoría es la fuerza gobernante de ese sector contra los otros sectores. Sin duda, se trata de una desfiguración radical de la democracia representativa, porque viola la sinécdoque de pars pro toto, enfrenta a una parte (que se asume como la mejor) con otra(s). De hecho, la lógica del populismo es la glorificación de una parte o merelatria (del griego méros, “parte”, y latreía, “culto”) y no aspira a ser universal ni general. Controla las instituciones para promover los intereses de una parte que no actúa “para” ni en nombre del todo, sino que borra el todo y practica una política parcial. En esencia, el populismo es un gobierno faccioso, un gobierno de un sector de la sociedad que sólo ve por su bien, sus necesidades y sus intereses. Por lo tanto, el populismo en el poder se opone por completo al gobierno partidista y al mandato de la representación: es decir, se opone a la democracia representativa en cuanto que democracia partidista. Le atribuye una postura por completo relativista a la política, la cual justifica (mediante el consentimiento de la mayoría) el reductio ad unum del populismo con la política y en última instancia, con la democracia en general. Esta identificación se materializa cuando se celebra el poder creativo total de la retórica (de los “buenos”), a quienes se considera el recurso esencial para construir un sujeto colectivo bajo la bandera de un líder representante que afirma ser el vocero de “la voluntad del pueblo”.

En el capítulo 3, examino cómo el populismo desfigura la concepción procedimental de “el pueblo” y la convierte en una concepción posesiva de dicho pueblo. Analizo cómo se constituye un sistema populista por medio del líder, las elecciones y el partido, categorías que transforma tanto que la “representación” desempeña un papel muy distinto en el populismo que el que tiene en la democracia. En el populismo, la representación une al colectivo bajo la figura del líder. A diferencia del mandato de la representación usual en la democracia electoral, no busca apoyo (de intereses, ideas o preferencias) y no le interesa la rendición de cuentas. Al representar al pueblo en el cuerpo del líder, el populismo busca unificar grupos y múltiples exigencias para llegar a un consenso numeroso, sólido, tanto en el Estado como en la sociedad. No quiere sólo darle voz a diversos grupos y a sus exigencias, sino que más bien quiere que sus problemas sean los que la voz del líder encarna. El populismo es una especie de antipartidismo. Transforma la representación en una estrategia para crear una autoridad centralizada que afirma hablar en nombre de un pueblo holístico, mientras es incluyente con algunos y excluyente (y en ocasiones represivo) con quienes están en los márgenes (ya sea porque no lo aceptan o porque pertenecen a una cultura, clase o grupo étnico que no es parte del que representan el gobierno populista y su mayoría).

El capítulo 4 conjunta los argumentos principales de este estudio para llegar a una conclusión. Define e ilustra la representación directa que el populismo fomenta en sus intentos por trascender las oposiciones partidistas y reafirmar una representación unitaria del pueblo. Este capítulo explora dos casos contemporáneos de movimientos populistas: ambos dicen ser movimientos antipartidistas —nacieron como tales— y ambos dicen existir fuera de la tradicional distinción entre izquierda y derecha: el Movimento 5 Stelle [Movimiento 5 Estrellas] (M5S), de Italia, y Podemos, de España. Se trata de grupos políticos muy distintos, con proyectos y narrativas casi opuestas, así como con trayectorias políticas divergentes. No obstante, me interesa examinar sus momentos fundacionales: cuando ambos se concibieron para existir más allá de la división izquierda-derecha y se imaginaron algo que consideraron democracia pospartidista. Estos casos sirven para demostrar la ambición populista de confirmar y resolver la desilusión de Michel con la democracia partidista. Los movimientos populistas practican una política antagonista para formar un gobierno que promete administrar los verdaderos intereses de la gente, más allá de las divisiones partidistas. El populismo en el poder parece un gobierno pospartidista, que afirma atender los intereses de una mayoría ordinaria y promete nunca producir un sistema de políticos profesionales. Su ambigüedad yace precisamente en esta ambición. Los movimientos populistas se manifiestan en un partidismo intenso durante la carrera electoral contra los partidos existentes, pero su ambición central es captar la mayor cantidad posible de individuos para convertirse en el único partido de la gente y así disminuir las afiliaciones y las oposiciones partidistas. El capítulo 4 explora el hecho de que, a pesar incluso de que debilitan la organización de este modo, la gente no tiene ninguna garantía de que podrá controlar a su líder.

Soy escéptica ante las promesas palingenésicas del populismo, así como lo soy ante las profecías apocalípticas sobre el destino de la democracia. En el epílogo aclaro los motivos políticos de mi investigación y mi escepticismo, los cuales se relacionan con una ola reciente de interés empático en el populismo, por la que el populismo es visto no sólo como una señal de los problemas que enfrentan las democracias, sino como una oportunidad de mejorar la democracia, de regenerarla. Lo analizo como una “trinchera de avanzada” en las batallas de los ciudadanos para reapropiarse de su poder, tener influencia sobre la distribución de la riqueza y corregir la desigualdad. En síntesis, lo estudio como un intento de rediseñar la democracia representativa para detener su caída, más o menos inexorable, hacia la oligarquía electa. Tomo con seriedad estas aspiraciones populistas y examino sus objetivos: priorizar a la mayoría para limitar el poder de los partidos y las minorías económicas. Sin embargo, concluyo que, si entendemos de esta forma la batalla entre los muchos y los pocos, corremos el riesgo de terminar en el punto que Aristóteles señaló a sus contemporáneos: con la creación de un gobierno de facciones que no es más que una expresión arbitraria de la voluntad de poder de la fuerza gobernante (sin importar si esa fuerza la controlan los muchos o los pocos). Resulta paradójico que la ambición populista de trascender la división entre izquierda y derecha es un indicador de este proceso de faccionalismo, no una corrección de éste. Tras analizar el populismo en el poder, concluyo que de ningún modo el populismo es una estrategia neutra. Como tal, no puede ser una herramienta cuyo uso pueda controlarse al antojo, hacia el reformismo o el conservadurismo, la izquierda o la derecha. Tampoco se trata de “un estilo de hacer política”, porque, para tener éxito, el populismo debe transmutar los principios y las reglas democráticas básicas. Al hacerlo, conduce la política y el Estado a resultados que los ciudadanos no pueden controlar. Es inevitable: el camino del populismo es un camino hacia la exaltación y el afianzamiento del líder y su mayoría, por la sencilla razón de que su éxito depende de la autoridad del líder sobre el pueblo y sus partes. Esto podría ocasionar un choque entre el populismo y la democracia constitucional, incluso si sus principios fundamentales permanecen integrados en el universo de significados y en el lenguaje de la democracia.

Yo, el pueblo

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