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Introducción

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Un nuevo tipo de gobierno representativo

Para un sistema democrático, estar en transformación es el estado natural

NORBERTO BOBBIO, El futuro de la democracia1

El populismo no es nuevo. Surgió en el siglo XIX junto con el proceso de democratización y desde entonces sus prácticas han imitado las prácticas de los gobiernos representativos que ha desafiado. La novedad hoy es la intensidad y la omnipresencia de sus manifestaciones: los movimientos populistas se han hecho presentes en casi todas las democracias. De Caracas a Budapest, de Washington a Roma. Cualquier análisis político contemporáneo que pretenda ser tomado en serio debe lidiar con el populismo. No obstante, nuestra capacidad para estudiarlo es limitada porque, hasta hace poco, el fenómeno se analizaba a partir de cualquiera de los siguientes enfoques, muy específicos. Ya fuera que se conceptualizara como una subespecie de fascismo o que se estudiara como un sistema de gobierno que se creía exclusivo de los países en la periferia de Occidente, en especial los países latinoamericanos.2 Se cree que éstos son cuna del populismo porque han sido el origen de las generalizaciones que asignamos a los estilos políticos, los procesos emergentes, las condiciones socioeconómicas de éxito o fracaso, y las innovaciones de las instituciones estatales populistas.3

El interés reciente que han mostrado académicos y ciudadanos por el populismo también es nuevo. Hasta finales del siglo XX, los únicos que estudiaban el populismo eran aquellos pensadores que lo vinculaban con los procesos de construcción de la nación en países antes colonizados, como una nueva forma de movilización y de respuesta en contra de la democracia liberal, o bien como señal del renacimiento de los partidos de derecha en Europa.4 Pocos académicos sugerían que el populismo pudiera tener un papel positivo en la democracia contemporánea. Quienes sí lo hacían, veían sus virtudes desde el plano moral. Aseguraban que implicaba un deseo de “regeneración moral” y las aspiraciones “redentoras” de la democracia, que situaba la “política del pueblo” por encima de la “política institucionalizada” o que privilegiaba las experiencias que se vivían en las comunidades por encima de un estado abstracto y distante, y que podía ser el medio para alcanzar la soberanía popular, sobre las instituciones y las reglas constitucionales.5

Eso quedó en el pasado. Ahora, en el siglo XXI, los académicos y los ciudadanos atraídos por el populismo son más numerosos y su interés es ante todo político. Conciben el populismo no sólo como síntoma de fatiga ante el “sistema” y ante los partidos del sistema, sino también como exigencia legítima de la gente en general de hacerse con el poder, gente que durante años ha visto que sus ingresos y su influencia política son cada vez menores. En él ven la oportunidad de lograr que la democracia rejuvenezca, así como un arma que la izquierda debería emplear para derrotar a la derecha (que por tradición funge como custodio de la retórica y la estrategia populistas).6 Aún más importante, afirman que los movimientos populistas se han alejado de su primera patria, Latinoamérica, y se han asentado en el gobierno de lugares poderosos, como Estados Unidos y algunos Estados miembros de la Unión Europea.

Pese a la cifra cada vez mayor de académicos adeptos al populismo, y pese al éxito electoral de candidatos populistas, el término populismo se sigue empleando con frecuencia como herramienta polémica y no analítica. Se utiliza como nom de bataille para etiquetar y estigmatizar ciertos movimientos y líderes políticos, o como grito de guerra para quienes aspiran a arrebatar el modelo democrático-liberal de las manos de las élites, firmes creyentes de que ese modelo es la única forma válida de democracia que tenemos.7

Por último, sobre todo tras el referendo del Brexit en 2016, políticos y politólogos han acuñado el término para referirse a cualquier movimiento de oposición: para calificar a nacionalistas xenófobos o críticos de las políticas neoliberales por igual. Con este uso, el sustantivo populismo se convierte en un término que incluye a todo aquel que no gobierna, sino que critica a los gobernantes. Los principios que sustentan su crítica se vuelven irrelevantes. Un predecible efecto secundario de este enfoque polémico es que reduce la política a un concurso entre el populismo y la gobernanza, de modo que populismo nombra a cualquier movimiento de oposición y gobernanza equivale a política democrática o sencillamente a un asunto de gestión institucional.8 Pero cuando los movimientos populistas llegan al poder, el enfoque polémico se queda mudo. Le resulta imposible explicar la asimilación del populismo en las democracias constitucionales, que se han vuelto el punto de referencia y el objetivo de las mayorías populistas. Esto quiere decir que ese enfoque no puede idear una estrategia exitosa para contrarrestarlo.

Mi objetivo en este libro es enmendar esta debilidad conceptual. Propongo desterrar la actitud polémica y abordar el populismo como proyecto de gobierno. Propongo también considerarlo una transformación de los tres pilares de la democracia moderna: el pueblo, el principio de mayoría y la representación. No soy partidaria de la perspectiva generalizada según la cual los populistas son, ante todo, opositores y que son incapaces de gobernar. En cambio, subrayo la capacidad de los movimientos populistas para construir un régimen particular dentro de la democracia constitucional. Reitero que el populismo en el poder es un nuevo modelo de gobierno representativo, si bien desfigurado, situado en la categoría de “desfiguración” que planteé en mi libro anterior.9

Esta introducción consta de cuatro partes que conforman el entorno conceptual para la teoría que desarrollaré en el resto del libro. Primero, propongo un resumen del contexto constitucional y representativo en el que en la actualidad el populismo se está desarrollando, pues debe juzgarse en relación con ello. Segundo, planteo que el populismo se puede entender como una tendencia global, con un patrón fenomenológico claro, si bien toda instancia particular de populismo tiene rasgos específicos por su contexto. Tercero, ofrezco un resumen sintético y crítico de las principales interpretaciones contemporáneas del populismo, en relación con las cuales desarrollo mi teoría. Por último, trazo un breve mapa de los capítulos subsecuentes.

Yo, el pueblo

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