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LOS SIETE DUELOS O PÉRDIDAS DEL PROCESO MIGRATORIO

Según Joseba Achotegui existen siete pérdidas a las que nos enfrentamos al emigrar. Por supuesto, yo misma viví mi estrés aculturativo con sus pérdidas y ganancias en Alemania:

1 Separación de la familia. El hecho de salir del nido de mis padres, directamente a la independencia en el Viejo Continente, fue un destete muy brusco y lo resentí. Al llegar a Alemania los primeros años fueron difíciles, en el 2002 los social media y las nuevas tecnologías no estaban tan desarrolladas, por lo tanto, estar en contacto con mi familia era costoso para ambos. Las llamadas telefónicas se reducían a los fines de semana y las cartas de correo postal tardaban dos semanas en llegar. Hoy puedes aprovechar los medios tecnológicos, para mantener el contacto con los tuyos, sin embargo, no corras el riesgo de vivir sólo de lo que pasa en tu país y te olvides de vivir en tu nuevo hogar en el extranjero. Busca el equilibrio, mantente en contacto con tu familia del país de origen, pero disfruta todas las experiencias positivas y negativas que estás teniendo, ¡convive con gente de tu país anfitrión!

2 Lengua materna. Compaginar mi lengua materna con el aprender alemán no fue fácil, sobre todo los dos primeros años en los que estaba bloqueada diciendo que era un idioma muy difícil. Era muy cómodo para mí seguir hablando español, pues mi esposo dominaba mi idioma, así mantenía mi lengua y me sentía “a salvo” en casa. Pero pasó algo motivador, amo el origen de las palabras y descubrí en el preciso momento que el alemán tenía mucho por contarme, ¡me enamoré del idioma! Además, con el paso del tiempo era desesperante no poder redactar sola y depender de alguien para expresarme, por no soltarme de lleno a hablar con o sin errores. En consecuencia, no te resistas a una nueva lengua, ¡ese es mi consejo! Sin embargo, yo honro y preservo mi idioma materno el castellano al transmitírselo a mi hija, con ella hablo en mi idioma, ella está creciendo de forma bilingüe. No pierdas tus orígenes, es decir, debes mantener tu lengua, pero es esencial aprender el idioma de tu nuevo hogar.

3 Tierra. Al emigrar a Alemania tuve que interesarme por el tema de la navegación, los barcos, los ríos, los mares, mi esposo practica la vela desde pequeño y ahora es parte de su trabajo también. Yo, proveniente de una ciudad del altiplano mexicano a 2,700 metros de altura, pasé de golpe de las montañas al mar, o mejor dicho al río. Bajar a mi nueva realidad, a una ciudad portuaria como Hamburgo, a ocho metros sobre nivel del mar, fue como cambiar del español al alemán y los tacos por las salchichas. “Entre dos tierras estoy”, así me decía los primeros años de estancia en Alemania, aunque debía entender mi proceso y aceptar que ya no estaba en el mismo sitio. Mientras, viví con un pie aquí y otro en México, sufrí mucho, extrañaba ver por la ventana mi volcán Xinantécatl copado de nieve en el invierno y gozar de los múltiples cerros de la Cordillera Neovolcánica. Ahora, estaba en una ciudad plana como Hamburgo, pero por concentrarme en mis pérdidas dejaba de ver sus lagos, ríos, extensas áreas verdes y todas las alternativas que me ofrecía. Mi fórmula fue decirme a mí misma: “Disfruta tu tiempo al máximo donde te encuentres, aprovecha lo bueno de cada lugar”.

4 Cultura. Mis códigos sociales y costumbres de pronto ya no eran practicados, por el contrario, yo debía aprender otros: el quitarme los zapatos a la entrada de mi nuevo hogar para usar unas sandalias o pantuflas (hay una marca alemana de sandalias muy popular, Birkenstock), era algo raro para mí y aún más porque en algunas casas de conocidos me pedían hacer lo mismo, mientras en otras me decían que no era necesario quitármelos. Estaba confundida. La curiosidad mató al gato y me puse a indagar los motivos de esta costumbre: los niños en el jardín de infantes llevan sus zapatitos para cambiarse, en los siguientes años de primaria también. En casa lo hacen por diferentes razones:para no ensuciar el piso en la época de invierno con las botas llenas de nieve;porque muchas casas tienen alfombra o tapetes;para mantener limpia la casa por más tiempo; por higiene cuando tienen niños pequeños que gatean (por lo regular no usan andadera).Hoy sé que depende de la persona, de la confianza existente con cada familia. Es lógico es que en el trabajo, una fiesta o reunión formal, no te debes descalzar.

5 Contacto con el grupo de pertenencia. En definitiva, te identificas con tu tribu, tu grupito, ya sea de amigos, colegas, familiares, y si eso se pierde de golpe es doloroso. Empecé de cero para aprender a crear mis propios círculos y no depender de los amigos de mi esposo. Eso ha sido muy enriquecedor, pude conocer personas interesantes y valiosas de todos los rincones del mundo.

6 Estatus. Mi mayor choque fue cuando decidí casarme, me enteré que por tradición en Alemania, como en muchos países europeos, la mujer cambia su apellido de soltera, deja el suyo para ponerse el de su esposo. Toda tu documentación la debes renovar al momento de casarte. Para mí fue una contradicción en ese instante, pues la mujer alemana me parecía muy liberada y que decidiera cambiarse el nombre era bastante fuerte. Miraba mi realidad y la valoraba desde mi perspectiva mexicana, en México no nos cambiamos el nombre y no me parecía buena idea hacerlo. Además, estaba en mi proceso de cambio y para mí ese preciso hecho de “soltar” mi nombre, significaba una gran “pérdida de identidad”, de algo tenía que agarrarme, ya estaba perdiendo mucho, al menos quería mantener mi nombre intacto. Me informé y descubrí que en Alemania por ley desde el 1o de abril de 1994 entró en vigor la “Ley derecho del apellido familiar” (Familiennamensrechtgesetz) y son posibles varias opciones:Tu futura pareja puede tomar tu apellido.Tú tomas el apellido de tu pareja.Forman un apellido compuesto o sea doble.Cada quien se queda con su nombre.Yo opté por ésta última alternativa

7 Integridad física. Nunca sentí en peligro mi integridad física como tal. Al contrario, podría comentar que en Alemania me sentí más segura al salir sola a la calle por las noches, o en el día como mujer, no me sentí atentada ni verbalmente con piropos agresivos, ni tampoco enfrenté algún riesgo.

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