Читать книгу La fuente última del acompañamiento - Ángel Barahona Plaza - Страница 12

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2. Para entender la Escritura

La Escritura es palabra de Dios en sus hechos: «El plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente relacionados entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras; y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas».

(Die verbum 2)

1. ESCUCHAR ES EL VERBO CLAVE DE LA ANTIGUA Y NUEVA ALIANZA

Es el verbo más importante de la Torá. Daniele Fortuna26 nos dice que la raíz shm (shemá ‘escuchar’) aparece 1159 veces en el Pentateuco. YHWH puede llegar al corazón solo a través de la escucha. Escuchar es el verbo de la fe, es el antídoto a la idolatría. La fe no es una cuestión de visión. Eidolon, en griego, quiere decir ‘imagen’, ‘visión’. En nuestra cultura posmoderna, plagada de imágenes que nos invaden sin pedirnos permiso, creemos que la intimidad y el conocimiento se da a través de los ojos; nuestra sociedad está basada en la vista. Pero la visión permanece fuera. La percepción visual enmarca la exterioridad y la distancia respecto de lo que se ve, mientras que las palabras llegan al corazón. Escuchar implica la humilde apertura de una oveja que se confía a su pastor cuando este le silba, porque el conocimiento es y se logra mediante la escucha, que en hebreo significa obedecer.27 Ser y escuchar y luego seguir es una unidad, como el Hijo hizo con el Padre: «Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10:27). Ningún ídolo puede arrebatarlas de su mano porque Él es más potente que todos los ídolos de este mundo. Dios nos da su identidad, por esto nadie puede arrancárnosla. ¡Basta escuchar para renacer! En el mundo en que vivimos, escuchar la voz de Dios, que nos habla desde el monte, es la zarza que milagrosamente sigue ardiendo sin consumirse, como la lámpara en Janucá, mientras duró la purificación del Sancta Sanctorum profanado por Antioco. Somos pobres e inconsistentes, débiles y pecadores, pero «tú, en tú misericordia, te pusiste en pie para ellos en su momento de dolor; tú has librado su batalla… Has puesto al fuerte en las manos de los débiles, los muchos en las manos de unos pocos» (oración al hanisim, literalmente ‘por los milagros’, que se recita durante la fiesta de Janucá).

Jesús es el verdadero Mesías, viene y nos llama para llevarnos hacia él, sacarnos de nuestra confortabilidad, es decir, saca de nosotros esta oveja que se ofrece, que fue aplastada por la idolatría cuando el ídolo le ofrecía pastos verdes y la llevó a terreno baldío, puro sequedal. Y lo hace porque es el siervo sufriente, que arde en el sufrimiento como la zarza de Moisés, pero no se consume, se da a sí mismo como el Shamash, pero multiplica el aceite del Espíritu Santo para pasar la luz de la verdad a las otras lámparas que somos cada uno de nosotros de manera que podamos brillar en el candelabro. El milagro que ocurrió con el candelabro de Janucá, y por lo que la lámpara duró ocho días, se repite: Jesús ha resucitado y ha dado a sus ovejas, a toda persona que escucha su voz, vida eterna, que es precisamente lo que simboliza el octavo día. Para que nadie pueda arrebatar ningún hombre/oveja de su mano, ha bajado a los infiernos para liberar a todos, judíos o griegos, que se encontraban allí.

Esto significa que, al que escucha, siendo acompañado por el mediador, el profeta o el Mesías, no se le consumirá el amor en su matrimonio, no se va a quemar la vida de su hijo, ni su ministerio sacerdotal, ni su vocación consagrada, no temblará cuando lleguen los días aciagos. Y para este milagro que cambia a cada instante en nuestras vidas, podemos creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, que es «uno con el Padre» (Jn 10:30). Porque Él ha escuchado al Padre, ha aprendido a obedecer en el sufrimiento, ha aprendido que la historia es un diseño de amor, incluso en la cruz. Dios no lo ha abandonado en el momento definitivo. Esa cita del salmo 22 en el momento de su muerte es el modo por el que el evangelista nos muestra que está recitando el salmo entero, que está preñado de esperanza, que habla de la confianza en que Dios está con él acompañándolo. Si lo escuchamos a Él, como él al Padre, entenderemos lo mismo. Así acaba el salmo que Jesús está rezando en la cruz de memoria, como buen hijo de Israel:

¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!: 24 «Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza, raza toda de Jacob, glorificadle, temedle, raza toda de Israel». 25 Porque no ha despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, mas cuando le invocaba le escuchó. 26 De ti viene mi alabanza en la gran asamblea, mis votos cumpliré ante los que le temen. 27 Los pobres comerán, quedarán hartos, los que buscan a Yahveh le alabarán: «¡Viva por siempre vuestro corazón!» 28 Le recordarán y volverán a Yahveh todos los confines de la tierra, ante él se postrarán todas las familias de las gentes. 29 Que es de Yahveh el imperio, del señor de las naciones. 30 Ante él solo se postrarán todos los poderosos de la tierra, ante él se doblarán cuantos bajan al polvo. Y para aquel que ya no viva, 31 le servirá su descendencia: ella hablará del Señor a la edad 32 venidera, contará su justicia al pueblo por nacer: Esto hizo él (Sal 21: 23-32).

No duda de que YHWH escucha, de que su acción es maravillosa, rescata al hombre de las fauces del león, de las garras de los enemigos. Esta experiencia, monstruosa en principio, suscita la alabanza en la gran asamblea. Ha aprendido a esperar en el sufrimiento para contemplar al final que todo estaba en manos de Dios y que Dios todo lo hace bien, como se anunciaba en el Génesis.

Todo lo que Israel tiene que saber y hacer está contenido en esa prescripción de Deuteronomio 6: «Escucha Israel, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas». La misma que determina la vida de Jesús y la vida de la Iglesia. Es la clave de la Trinidad, de la vida de Jesús, es la prueba de Israel en el desierto, que se replica en Nicodemo, en las tentaciones en el desierto, en la parábola del sembrador, en el padrenuestro, en la cruz, en los Hechos de los Apóstoles, en san Pablo y hasta la revelación definitiva del Cordero apocalíptico.

2. DIOS ES EL QUE ACOMPAÑA A CADA HOMBRE

YHWH va siempre por delante, abriendo camino cada día protegiéndolos del sol ardiente con la nube y en la noche guiándolos con la columna de fuego. Anticipándose a Moisés y previniéndolo respecto a lo que habrá de pasar. Haciendo a los profetas adelantar los acontecimientos que están por venir de manera inminente si Israel no escucha la palabra de Dios que ellos profieren. Dios va delante de Abraham, de Jacob, de José, de Israel, marcando la pauta, en el marco de una promesa. Estos tienen que aprender a dejarse llevar. Si ellos se dejan llevar de la mano, la promesa está garantizada. Cuando ellos toman las riendas y deciden por su cuenta, solo cometen errores. Una vez más, tocamos el punto que diferencia la fe de la religión. El hombre de fe camina detrás de Dios, lo sigue en el camino que Él va marcando. El hombre religioso tiene su propio proyecto y fuerza a Dios a seguirlo a él, a hacer su propia voluntad.

YHWH es el que hace que Moisés asuma su misión y que sea acompañado por Aarón; que Abraham se ponga en camino hacia Canaán con todo su clan; que Isaac se deje acompañar por su padre dócilmente hacia su propio calvario; que Rafael y Tobías se encuentren y que el primero lo acompañe hasta el encuentro con su futura mujer; que Jacob encuentre en su camino a un ser misterioso con el que tiene que luchar para salir fortalecido para encontrarse con su hermano Esaú, herido por el robo de la primogenitura; que José, causalmente, sea rescatado por unos madianitas camino de Egipto para que, tiempo después, se reencuentre con sus hermanos. Caminos a veces tortuosos y difíciles, pero siempre orientados a la reconciliación del hombre con su historia; es decir, con el plan de Dios para cada uno, después de haber explorado caminos propios desde su libertad intocable y haber experimentado el sufrimiento, la soledad, el dolor que causa el pecado en sus múltiples caras.

3. PRIMER PASO EN EL ACOMPAÑAMIENTO: MOSTRAR UN CAMINO DE RETORNO

Todos tienen que aprender a encarnar en ellos esta revelación dejándose amar a lo largo del camino de la vida. El camino de cómo se hace esto lo marca la Escritura. Previamente al cumplimiento del Shemá, que les abriría a los israelitas las puertas de la Tierra Prometida, han de aceptar la corrección por parte del acompañante (Moisés, los profetas, el Mesías) que evite la interpretación maliciosa de la Escritura. En el combate existencial, el Maligno intentará confundir al hombre e impedirle abrirse al don de ser amado, porque le hace sospechar que el amor de Dios no es sincero. Por eso, en el encuentro con Jesús o el mediador de YHWH de turno, siempre hay un diálogo mediado por palabras que, aunque a veces aparezca capciosamente en boca de los fariseos, saduceos o políticos y sacerdotes como un debate intelectual, siempre es un diálogo con los acontecimientos y en la historia.

La vida del hombre se presenta siempre como camino. No hay magia, no hay imposiciones, no hay adoctrinamiento, solo un reclamo a amar con todo el ser, sin doblez. Ante el fallo trágico que inaugura el pecado original, la libertad del ser humano, YHWH ha previsto la teshuvá, la posibilidad de que se dé un retorno, que aparezca el perdón, el amor, el empezar de nuevo. Se restaura la confianza y al pueblo o al hombre concreto se le concede el descanso: disfrutar de los frutos de la Tierra Prometida, descansar en el banquete nupcial, reconciliar la historia (estar en paz con aquellos sucesos o rasgos de la personalidad que no nos gustan). El que sea acompañado en este itinerario aprenderá a esperar siempre que todo lo que hoy nos hace sufrir al final adquiere sentido con paciencia, poniéndose a la escucha de la voz de Dios.

4. LA SANTIDAD ES UNA LLAMADA Y UN PROCESO

Moretti28 hizo un análisis de la escritura de los santos y solo encontró tres con tendencias innatas a la bondad. Los demás eran unos pobres hombres en un combate permanente. Los hagiógrafos nos muestran siempre el producto final del camino, pero no el proceso. San Ignacio era un iracundo y violento; santa Teresa, una lujuriosa y sensual; san Francisco, un vanidoso; santa Teresita de Lisieux decía que nunca rezó un rosario sin distraerse o sin combate.

El santo busca al amado en la noche. En el Cantar de los Cantares (5:8), la amada es tomada por una ramera. En ese proceso de búsqueda, la amada es acompañada solo por el olor del amado, que la impregnó un día. No lo ve desde entonces, ni lo oye. Trata de encontrarlo, pero le huye. Dios se encuentra con el hombre en donde el hombre va a pecar: «Allí donde te concibió tu madre, debajo del manzano…» (Ct 8:5). Eso es la kenosis de Cristo. El amado (novio del Cantar) le hace pasar incluso a la amada por prostituta ante los guardias de las murallas (Ct 5:7). Es la misma historia del santo: un buscador incansable del amado que pasa por todo tipo de pruebas y tentaciones, pero que persiste en su búsqueda.

La santidad no es un resultado mágico que se obtiene después de una serie de pruebas o de contingencias y que, una vez adquirida, adopta una forma estática. YHWH tiene sus tiempos. YHWH habla, pero deja que el pueblo explore sus propios caminos, yerre, pida ayuda, saque conclusiones. La paciencia de Dios es una clave importante. Sabe esperar. Callar no es fácil porque requiere tener paciencia para soportar el sufrimiento del otro que se equivoca o de mí mismo, que, en mi extravío, tengo que sufrir. Esto se entiende muy bien en la dinámica de las relaciones paternofiliales.

El hombre, el pueblo, tiene que despertar, decidir y sostener la decisión29 en el tiempo siendo llevado siempre de la mano de otro puesto en su vida por Dios. Despertar es descubrir que vive en la alienación, confiando en ideas —ídolos— como tabla de salvación; decidir (escuchar y obedecer la voluntad de YHWH es querer seguir sus caminos, sus huellas, pues Él va por delante) es la creatividad de la gracia, del Espíritu; sostener es ponerse siempre a la escucha antes de verse obligado a decidir; es decir, vivir en estado de conversión permanente. Es vital, y nada fácil, captar la enorme y esencial diferencia que existe entre entender la vida de fe así, como un combate permanente, algo dinámico, un ir de estela en estela, de hito en hito, con caídas y victorias —estas últimas de Dios, siempre de Dios—, y no entender la gracia como algo estático que se recibe de una vez para siempre.

5. LA INICIATIVA SIEMPRE PARTE DE YHWH

El hombre, o el pueblo, acompañado tiene tres condiciones en común: ser elegido, convertirse en testigo de la acción de Dios y ser enviado al resto de los hombres y naciones para testificar que Dios es uno, que ama a los hombres, que quiere ser escuchado.

Acompañar es adiestrar para un combate espiritual. Así lo expresa el papa Francisco en su exhortación apostólica Gaudete et exsultate, en el n.º 159, titulado «El combate y la vigilancia»:

No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. Jesús mismo festeja nuestras victorias. Se alegraba cuando sus discípulos lograban avanzar en el anuncio del Evangelio, superando la oposición del Maligno, y celebraba: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10:18).

El combate al que YHWH convoca al hombre tiene tres frentes: entablar un diálogo sincero con él (la oración), iniciar un camino de conversión para abandonar los ídolos (vida de comunidad) y comunicar las experiencias victoriosas y compartirlas (testimonio).

6. LA OFERTA SIEMPRE ES EN LA LIBERTAD

El problema antropoteológico por excelencia es que esta realización del universo solo se lleva a cabo en la libertad. La potencia de la Resurrección de Jesucristo se manifiesta en el sacramento de la conversión: una decisión del hombre de volverse a Dios para dejarse recrear. El sacramento de la conversión está en el centro del acompañamiento.

La inestabilidad de la Creación residía en que la libertad amenazaba el orden establecido, por eso YHWH previó el camino de retorno al paraíso del que nos expulsamos cuando abandonamos el proyecto de Dios: la conversión. Esta posibilidad precreada, que espera al hombre retornando de su exploración del mundo de la libertad, descansa en la previsión por parte de Dios de que el hombre no iba a encontrar satisfacción en sus intentos de realización personal. Después de que el hombre hubiera probado la muerte óntica, la angustia, el no ser, en un acto afirmativo de su libertad, para que pudiera todavía retornar, Dios tenía que preparar un banquete de acogida como en la parábola del hijo pródigo. Este banquete es la celebración del sacramento de la penitencia. Para volver a entrar en la realización del plan que Dios tenía para el hombre, reconocerlo a Él como creador y aceptar caminar por el camino de Dios, hace falta un acto de libertad igual que para pecar; en términos teológicos: el rechazo o la aceptación de la voluntad de Dios es inconculcable. En el acompañamiento, Dios nunca obstaculiza la libertad del hombre. La conversión es decisión libre del ser libre. Y esta es la reentrada en el paraíso, en la comunión. El acompañar requiere aprender a esperar, porque es el otro el que al final tiene que decidir sin ningún tipo de coerción.

La fuente última del acompañamiento

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