Читать книгу Darse a la lectura - Ángel Gabilondo - Страница 7

HACERNOS COMPAÑÍA

Оглавление

No siempre es fácil relacionarse. Ni siquiera con uno mismo. La lectura es un modo privilegiado de hacerlo. Por eso no es infrecuente que hallemos alivio a nuestra soledad con un libro en las manos. No porque con él dejemos de estar solos, es que nos encontramos, con independencia de cómo estemos. Y, en efecto, no es infrecuente que en este supuesto modo de huir demos con nosotros mismos. Nos fugamos pero no solamente de cómo estamos, sino de quiénes somos, y esto suele ser menos llevadero. Huida o fuga, lo que sí es cierto es que el libro nos saca de nuestros adentros para aproximarnos a nuestra interioridad, e incluso intimidad, que acostumbra a ser más literal y que, en ese sentido, no pocas veces se nos ofrece al pie de la letra.

Es hermoso ver a alguien que lee para varios, o a dos que leen juntos, tal vez el mismo libro o libros diferentes. Es misterioso y atractivo lo que enlaza a quienes han leído o leen una misma obra, el libro que nos vincula a quienes durante quizá siglos han pasado por las mismas páginas siendo para cada quien distintas. En definitiva, el vínculo de escuchar juntos es tanto como el de tener que ver con alguien. Mientras compartamos libros habrá comunidad, algo común que nos abrace o que abracemos, y será posible la comunicación. Nos regalamos libros también para procurarnos ciertas complicidades. Y no es infrecuente que deseemos compartir el placer de algunas lecturas con otros a quienes apreciamos. Porque, en definitiva, el aislamiento que nos procura leer no es necesariamente el de un ensimismamiento. Al leer nos brota lo vivido con una nueva realidad, la de la memoria, y en ella irrumpen tantos con quienes componerla y narrarla. Todo se puebla del juego, que es también el de la vida, entre las personas y los personajes, que recreamos y a nuestro modo amamos. O quizá no, pero que en todo caso no siempre nos resultan indiferentes. Los afectos, las emociones y los sentimientos tejen la escritura como texto y pueden producirnos excitación, convulsión, sin que valga consolarnos con la consideración de que se trata «solo de un libro».

Los libros nos entrelazan incluso con quienes quizá no llegaremos a compartir sino lo que esos textos nos ofrecen. Basta mirarlos para que se ponga en acción toda una cohorte de lectores que en definitiva forman parte del texto mismo. Tomarlos entre las manos es saberse ya miembro activo, partícipe de algo que se viene diciendo. Sentirse así convocado, llamado, implica una suerte de pertenencia que no es necesario saborear en cada ocasión, como tampoco es imprescindible recordarlo a cada momento. Somos lectores entre lectores, lecturas con lecturas, porque, quizás en última instancia, en cada uno de nosotros anida una necesidad, la de afecto, la de compañía. Y no es simplemente una carencia sentimental. Se trata de una cuestión vertebral del pensar, que no se reduce a una acumulación de ideas o a la posesión de determinados conocimientos.

Por eso, incluso llegar a estar solo, a sentirse solo, implica toda una tarea, una relación. No es un mero estado de ánimo inmediato, aunque en ocasiones lo reducimos a eso. Y acceder a esa soledad, no precisamente infecunda, exige todo un proceso, un procedimiento. Y no faltan textos que producen ese fruto, el de aproximarnos tanto a nosotros mismos que seamos capaces de establecer relaciones inauditas con alguien a quien no siempre tratamos bien: aquel en quien consistimos, quienes somos. Es extraordinario que un libro pueda llegar a ser la distancia más corta de uno consigo mismo. Tanto que, en cierto modo, quien no esté dispuesto a que esto le suceda debería saber el riesgo que comporta leer, el de encontrarse. Desde luego, con los otros y, si se persiste, consigo.

Ahora bien, ni esto sucede siempre en grado extremo ni sería aconsejable que así ocurriera, pero no deja de pasar en cada lectura, por una sencilla razón, porque la palabra siempre dice, y hace lo que dice. Y ningún libro, ni siquiera el menos desafortunado, nos deja en el mismo lugar que antes de su lectura, ni en el mismísimo momento. Todo es ya otro. Y, más o menos, hemos estado con alguien. Tal vez con nosotros mismos.

Darse a la lectura

Подняться наверх