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VIVIR ENTRE LIBROS
ОглавлениеElaborar cánticos de despedida del libro, de los libros, puede resultar tan poco eficaz como empeñarse una y otra vez en defender la necesidad de su existencia. Me temo que en esta ocasión el asunto no va a depender de las firmas de adhesión en favor de su despedida, una suerte de «adiós al libro», o de quienes creyendo salvarlo proclaman «en defensa del libro» aquello que suena a la extremaunción de un epitafio. Por tanto, no se trata esta vez de ponerse en un lugar o en otro porque, entre otras razones, uno ya está donde lleva situándose toda una vida, con independencia de los saltos que aún, siempre, caben darse.
El destino del libro no radica solo en el número de adeptos. Ello sin duda influye, pero serán otras buenas o no tan buenas razones, en definitiva razones, las que dictaminarán su suerte. Es evidente que dependerán de las acciones humanas, pero en ocasiones no es fácil eludir la impresión de que tales acciones ni son las de cada uno de los humanos, ni se reducirán a ellas. La complejidad del asunto es analizada pormenorizadamente por multitud de expertos que, como es lógico, también tienen sus intereses. Espero y supongo que legítimos. Alguien me dijo en una ocasión que todos los intereses, precisamente por eso se llaman así, son legítimos. Tengo mis dudas. En todo caso, diré que sean confesables. No digo confesados.
En esta ocasión, y así desvelo mi posición, no pretendo pronunciarme imparcialmente. Amo el libro, los libros. Y cuando se adopta la forma de una declaración, en cierto modo se está solicitando la comprensión para ser apasionado. Sé que puede vivirse sin ellos. Ha ocurrido y ocurrirá. Pero yo no sé, ni creo que llegue a saberlo. Es más, hablando de legítimos intereses, no me interesa. Es cuestión, por tanto, si no de hacerse comprender, que sería lo mejor, al menos de explicarse sin pretender otro sentimiento que el que otorgamos a alguien cuando decimos que está enamorado.
Pertenecemos al grupo de quienes hemos aprendido y aprendemos con los libros. En cierto modo, hemos llegado a poder soñar e imaginar con ellos, no solo a su lado, sino a su través. Nuestros siempre insuficientes conocimientos nos han alcanzado en gran parte cerca de los libros, a veces con ellos entre manos. Vivimos en casas que precisamente consideramos como tales porque además de otras razones tienen libros, que nos rodean, que nos envuelven, en una suerte de útero fecundo.
Nos los hemos recomendado, intercambiado, regalado, prestado, y en general devuelto, con quienes son nuestros amigos. Y los hemos envuelto con esmero cuando por ser cuidadosamente elegidos son, no solo un regalo, sino casi una ofrenda que nos delata. Nos acompañan en los viajes y forman parte de nuestra propia indumentaria. Sin duda, cabe ser de otros modos y respirar de otra manera, pero las bibliotecas y las librerías continúan siendo para nosotros espacios atractivos, sugerentes, divertidos y emocionalmente decisivos. Está claro que puede vivirse sin los libros, pensar sin ellos, gozar de la existencia sin tenerlos en cuenta, pero no estoy seguro de que nosotros seamos capaces. Nos corresponde, por afecto y por justicia, decirlo y dejarlo en evidencia. Es más, no sé si sin ellos sabríamos ver o pensar. Algo de esto nos ocurre. También aprendemos con otros formatos o soportes, con otras escrituras, con nuevas posibilidades que asimismo reclaman la acción de leer. Ya tenemos otros hábitos y diferentes comportamientos, ya forman parte también de nuestra vida cotidiana distintos lenguajes, técnicas y tecnologías, pero nos reservamos algunos placeres que no son ancestrales, como escribir a mano, tener a mano un buen libro, del mismo modo que precisamos cerca una mano amiga, y entregar de mano en mano lo que solo cara a cara puede decirse. Entregar y recibir.
También, a nuestro modo, hemos contagiado y transmitido este amor, apasionada y serenamente. Y hacerlo, sin prédicas ni consejas, sino con una forma de vivir el libro, los libros, y hasta hemos sentido el placer de una fecundidad. Y comprobamos, sin arrogancia ni conciencia alguna de desempeñar un papel fundamental, que el placer de cada cual se regenera como singular. Se puede compartir, pero cada quien encuentra el suyo. Los libros son ya forma de vida y son determinantes en la creación de espacios de libertad que no reduzcan la existencia a nuestro limitado horizonte ni en el tiempo ni en el espacio. Hay otros modos, pero este es para mí decisivo.
Y una confidencia, de lo más común. El libro nos agrada y nos importa. Su formato, su portada, todo su diseño, su papel, su letra, sus márgenes, y no olvidamos que precisamente el Enquiridión de Epicteto se denomina así porque puede llevarse en la mano y estar a mano. Eso significa manual, cerca y a disposición. Y nos lo acercamos tanto y tan entrañablemente que sabe acompañarnos hasta el lecho y nos importa, y mucho, su olor.