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CADA PÁGINA

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Hablamos con frecuencia de la página en blanco, de lo que supone esa posibilidad algo inaugural para el escritor, del temor que provoca, de la oportunidad que implica, de lo que nos dice y silencia antes de todas las palabras, de la palabra que en ella brilla por su ausencia. Pero no siempre somos capaces de tomarla en consideración una vez que somos convocados por su lectura. Ya está escrita. Tal parecería que entonces es cuestión de leer lo que en ella se dice, aunque no siempre atendemos lo que, a su modo, ella nos dice. Página proviene del latín pango y así tenemos presente que hace referencia a un acuerdo, a un pacto, al establecimiento de una paz que permite la reconciliación en un mismo espacio de lo que en primera instancia parecería simplemente diferente. Pero asimismo tiene que ver con pagus, que alude a aldea, a lugar de reunión y de comunicación, donde convivir conjuntamente en un ámbito compartido. En todo caso, da cuenta de algo plantado, no simplemente establecido. Y en esta consideración, que es ya también una lectura, encontramos razones para proseguir.

En efecto, sustantivos, adverbios, adjetivos, conjunciones, artículos, verbos... y otras especies fructifican en este lugar, que es ya el del lenguaje, y que en esa misma medida tiene algo de singular. Las oraciones se fraguan al calor de la sintaxis y son capaces de decirse, y no solo entre sí. De este modo, la página, cada página, nos ofrece el mapa de la diversidad en armonía, de la unión y la división en la que brota el discurso, de la paciencia de lo que se va abriendo paso en lo escrito. Es imprescindible acercarse con tal actitud para poder leer. Hemos de estar dispuestos a participar, con esta voluntad de acuerdo, y comprender que la incisión en que consiste la escritura, su inscripción, rasga la presunta pureza de lo que por no haberse dicho en absoluto parece más inocente, sin serlo.

Un espacio que entorna lo escrito se preserva en blanco. Se ve, sin embargo, afectado por lo que en su seno se dice y espera ser alumbrado. Tal vez por esta razón Gracián insiste en la necesidad de «dejar las márgenes desembarazadas», precisamente para poder proseguir, mediante la acción de leer, en la reescritura de lo dicho. Así podremos glosarlo hasta, en su caso, iluminarlo. Nos agradan los textos de margen amplio, en los que en todo caso anida la libertad del lector, nuestra libertad. No amuralla la aldea, la abre, la predispone a la venida del otro, de los otros. En cierto modo, los convoca. Es la expresión de la hospitalidad que el acuerdo ha de suponer, la que permite el acceso, la entrada, la irrupción, la participación. Hasta tal punto que el blanco de los márgenes se entrevera con el texto, se entrelaza entre líneas y ofrece silencios y libertades para nuestra intervención. En principio, podría llevarse a mayores extremos, como en numerosas ocasiones ocurre con los poemas. Entonces la lectura reclamaría tal participación que casi se requeriría la recitación o el canto, que no dejan de ser modos de leer.

Quizá por ello en el paso de una página a otra hemos de tomarnos un respiro, hacer un movimiento, desplazar la vista, con la sensación de tener que empezar de nuevo, y una vez más los márgenes oxigenan el ritmo de nuestro leer, al compás de la libertad. Esta ha de ser entendida como atención y consideración, como escucha que no se limita a suponer, como cuidado que no arrasa con lo que se nos ofrece, como necesaria comprensión de lo que por ser escrito y escritura nos permite, nos reclama y hasta nos exige leer. Esta exigente libertad, la que interioriza la necesidad de hacer presente lo que se nos brinda, nos permite encontrarnos con otros modos de decir, de pensar y de vivir y conjugarnos con ellos y acordar los caminos que nos permitan proseguir con la página siguiente. A su modo, en cada página ya late todo el libro, tal vez toda la escritura, quizá la palabra, aquella que siempre perseguimos y que tanto nos acompaña. Tan diferentes, somos entonces capaces de encontrarnos en esa posibilidad de acuerdo que siempre nos ofrece la lectura, la de nuestro quehacer y decir singulares e insustituibles.

Darse a la lectura

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