Читать книгу Darren y Pat - Ángel Morancho Saumench - Страница 14
6. El viaje, 1 de agosto
ОглавлениеYa en el año 1968, tras el gran estampido del mayo parisino, la onda hippie había llegado a la isla de Wight y otros lugares. La vida de sus miembros con su desafío social, su desaliño con sus largos pelos, sus vestimentas muy floridas con sus túnicas, con frecuencia hasta los pies, minifaldas, pantalones vaqueros y sus apariencias de felicidad, era muy sugestiva. Así lo pensaba Pat, pero no lo decía.
El 1 de agosto de 1970, los Donnelly iniciaron sus vacaciones anuales. Siempre iban en su coche, que era de gran tamaño. Costó acarrearlo. En su interior iban los seis miembros de la familia entre multitud de bolsas. El calor era asfixiante; todos se quejaron y creó un incómodo ambiente poco agradable. Ya en marcha Erin recordó a su padre:
—Padre, el año pasado, en 1969, no pudimos asistir al festival de la isla Wight de corte hippie. Se realizó en Newport, en el Seaclose Park, a final de agosto y primero de septiembre, justo cuando era necesario tu regreso al trabajo. Fue una gran desilusión para mamá y… también para mí.
Darren siguió conduciendo muy callado y absorto. Sabía que parte del viaje, necesariamente, lo tenían que hacer en un ferri para poder llegar a la isla y había que llegar pronto pues los horarios son estrictos y las colas que se forman son impresionantes. Estaba deseando llegar para bajarse del coche y huir de su familia…
Erin comentó en el coche:
—Padre, vamos a unos modestos apartamentos patrocinados por los anglicanos, metodistas y católicos, quienes meten demasiado las narices en nuestros comportamientos. Son unos bungalós decentes y económicos. Pero ¿no crees que es hora de que cambiemos a alguno de los chalés? Los hay muy sugestivos, como tiene la familia de Conan, mi amigo de siempre; parecemos unos pobretones.
—Sí hija, somos unos pobretones —intervino Pat—, vuestro padre no ha sabido ganar más dinero. Nunca ha aspirado a ser millonario, pero lo que no pensé jamás es que para él fuera suficiente con lo que tenemos. —Desdeñosa se rio.
Esta vez sí que Darren contestó:
—Lo siento hija, lo siento Pat. Os suplico que recordéis que, según me define vuestra madre, soy un patoso culpable de nuestra economía. Hija, tu comentario refleja la realidad; por suerte sabemos quiénes somos y no nos confundimos con otros con mayor poder adquisitivo; nosotros no gastamos más de lo que podemos para igualarnos con otros con mejor nivel de vida. Os pregunto a las dos: Ya que no soy un padre millonario que no pasa de la clase media, ¿no será mejor que me abandonéis tal cual se hace con los despojos tirándolos a la basura? Por cierto, Erin, recuerdo que hace pocos años estabas encantada, según me dijiste, con lo que se consiguió cuando a tu padre le hicieron jefe auxiliar.
—Ya sé que mi padre es un esclavo de los capitalistas y que jamás querrá cambiar de bando. Pues yo sí, padre; en el fondo te odio. Soy fruto de una casualidad. No tendrías que haberte aprovechado de mamá.
—¿Debo hablar? —dijo un entristecido Darren—, ¿ir a un chalé? ¿No es eso capitalista…?, o… mejor me callo. Pero antes: ¿debo sumergirme ya en la basura?
—Mejor te callas de verdad; conozco todos tus argumentos padre —comentó con sarcasmo Erin.
Pat, bastante disgustada e incitada por el tenso ambiente, por primera vez en su matrimonio, increpó a su marido con firmeza y dureza en su tono. Empezó criticando lo sucedido el año pasado y siguió:
—Tenías que haber previsto aquel fin de mes, así podríamos haber visto a tres componentes de los Beattles, uno de los Rolling Stones, y ¡sobre todo a Bob Dylan, con el acompañamiento de grandes figuras como Elton John o Jane Fonda! Lo cual ya no podremos disfrutar en toda nuestra vida. Y tú hiciste honor al término patoso no haciendo nada.
Él se quedó impresionado. Ella jamás le había comentado que tuviese tanta afición a esos mediáticos ídolos, y menos al mundo hippie. Él solo había pensado que, para ella, no eran más que una interesante distracción. Más le sorprendió que emplease tan subida entonación con una voz tan recriminatoria.
—Parece que quisieras que no nos divirtamos en ese nuevo mundo —remató ella en igual tono—. Te estás convirtiendo en un apolillado trabajador defensor del capitalismo que nos ahoga, como dice nuestra tan avispada hija. Tendrías que recordar que, porque tú me embarazaste, yo no he tenido juventud y no pude ni perseguir ni conseguir alguno de mis sueños de cuando tenía diecisiete años. Por tu culpa, eras un macho recalentado.
—¿De verdad lo dices, Pat? ¡Tendré que parar, necesito vomitar! —respondió Darren.
—¡Pues hazlo, padre, pero tiene mérito lo dicho por mamá; y si tu vomitera te la ha provocado ella será fenomenal en nuestra historia familiar! ¡Muy bien dicho mamá! —aplaudió como testigo del rapapolvo a su padre—. Ya habéis visto lo felices que se ven a esos numerosos grupos de hippies que hemos visto en la ciudad, en el ferri, en la carretera…, aquí, sin embargo, todos estamos enfadados.
Darren se paró en un área de servicio; lo hizo frente a un banco de madera al lado derecho del coche; se sentó en él tras apearse; nerviosamente encendió un cigarrillo. Pat se había animado a seguir la conversación; bajó la ventanilla del coche:
—Perdona Darren, pero se nota que estás anclado en el pasado. —Iba a seguir pero se contuvo en seguida; la figura de su marido sentado en el banco tan serio y pensativo no era nada habitual. Se percató de que la estupefacción y la desolación reflejada en los ojos de su marido era muy superior a lo que ella hubiese podido desear tras el diálogo que habían mantenido ayer y hoy. Estaba enfadada pero no era solución martirizarle. Contemporizando le preguntó si se había sentido molesto; le dijo—: Me callo y te pido excusas por si te has sentido enojado por algo. —Darren apagó su cigarrillo y se dirigió al coche; ya al volante, perdonó, pero no olvidó y contestó ya harto:
—¿Molesto? ¿Molesto yo? No hay ni una frase amable que me hayáis dedicado tu hija o tú en este viaje. Estoy pensando que mejor regresamos el 31 en vez del día 6 de septiembre; así disminuirá vuestro tiempo de sentiros unas pobretonas. Y Pat, me desconciertas: ¿Tengo que pensar que casarte conmigo no fue un sueño… ¡que solo fue un remedio!?
—Eres un memo padre. —Interrumpió Erin en mal momento—. En Bath también somos pobretones. Solo se cambia vacaciones por trabajo o colegio, que es otra forma de trabajo. Y me estás dando la razón de que fui una indeseada.
—Hija, espero que algún día me pidas perdón por maltratarme tanto como haces con tu viperina lengua y… deja hablar a tu madre.
—Mejor te callas otra vez —persistió Erin— ya te recordé que conozco todos tus argumentos padre —comentó irónica Erin—. Pat se quedó silenciosa pensando: No lo fue, pero pudo serlo.
Divisaron el bungaló, desde lejos ya se apreciaba que era mejor que el del año anterior. Estaba lindando con los chalés y cerca del río. A unos trescientos metros de su destino Erin exclamó:
—¿Ves padre? ¡Deberíamos ir a este chalé que está tan cerca de nuestro bungaló! —Taciturnos llegaron a su destino.
Cuando ya habían descargado el equipaje y colocado en su lugar lo más perentorio, Darren se fue paseando y alejándose de su familia. Estaba muy preocupado, nadie se dio cuenta de su ausencia. Realmente estaba muy cansado y harto. Tanto trabajo con tantas horas extra para conseguir unas libras suficientes para mejorar las vacacione familiares y… no ha conseguido más que recibir palos dialécticos de su hija; los de Pat parecían ser menos agresivos, pero, siendo ella su mujer, ¡le daba más importancia a su contenido! Su cerebro le decía que el porvenir familiar se estaba descomponiendo sin adivinar el porqué; su corazón no se lo quería creer.
Apenas había andado unos doscientos metros cuando desde la megafonía de la conserjería de la urbanización le comunicaron que acudiera a una cabina telefónica; tenía una llamada urgente.
¡Inoportuna llamada: Darren debía volver inmediatamente al trabajo! Un gran temporal en Bath había dejado sin luz a una parte de la población… A Darren, enfadado y compungido por tan mala suerte, se le unía su idea de que Pat era una desconocida. No era la de siempre… y su evolución no iba a mejor, sino todo lo contrario. Él lo percibía con desasosiego.
La encontró sola sentada en un banco de la calle paralelo al bungaló; Pat recibió la noticia con enojo.
—¡Maldito seas! Siempre el trabajo y la universidad antes que nosotros —se quejó una vehemente Pat—. Esperaba este fin de semana para rehacer nuestra relación y hacer el amor contigo, que parece que te has olvidado de que yo también lo necesito y… ¡te escapas! —Él, irónicamente dijo— Gracias por tú estímulo Pat.
Cuando Erin se enteró se rio y dijo:
—No te preocupes padre; sin ti estaremos mejor. No es agradable estar al lado de un esclavo. —Darren prefirió seguir mudo, recogió un maletín con lo más elemental para el aseo y mudas, se subió al coche y se marchó diciendo un adiós que no fue correspondido más que por Erin con un beligerante—: Padre, ¡que te zurzan!
Casi ya no se veía el coche cuando Pat le dijo a Erin:
—No te pases hija.
—¿Por qué no, mamá? Al fin y al cabo, él es el responsable de tus males y de mi nacimiento tras violarte —dijo furiosa Erin.
Pat le dio una bofetada y le dijo:
—No se te ocurra volver a decir semejante barbaridad. Naciste porque lo quisimos los dos. Cansas hija reiterando una falsedad.
Pat se levantó para comprobar que en el bungaló funcionaba todo; agua, electricidad, agua caliente… Después se volvió a sentar en el mismo banco; quería descansar. Erin se apuntó y se sentó al lado de su madre, tras la bofetada ahora quiso mimarla. A poco de estar juntas, Erin le dijo:
—Mamá, después de tanto tiempo estando tan apretujados en el coche durante el viaje, creo que ahora deberíamos pasear.
—¿Por qué no vamos a ver ese chalé que parece tan formidable?
—Me parece bien, seamos curiosas. Vamos hija.
Se levantaron y se fueron andando hacia ese chalé. Ya a corta distancia, a través de una puerta enrejada de forja, vieron a un joven con pantalones cortos deportivos; y torso desnudo. Se apreciaba que era un muchacho muy joven y muy atractivo, alto y escultural, de cabello rubio, rizado y aire apolíneo… Estaba haciendo gimnasia. Destacaba su atlético cuerpo y su aire conquistador. «Debe ser un ligón» pensó Pat.
El muchacho percibió que lo estaban observando. Dejó sus ejercicios y se acercó a la puerta. Como ellas ya estaban muy próximas les preguntó:
—¿Desean ustedes algo?
—No. Solo estábamos contemplando esta fascinante vivienda. No parece que sea un chalé veraniego —contestó Pat.
—Acierta señora. Es de mi tío Pól Kelly, que es socio del Royal Yatch Squadron Club. Aunque pasa muchas temporadas alejado, viaja mucho. Ahora, por ejemplo, yo estoy solo. Si les gusta, como han dicho, ¿quieren ver el jardín?
—Sí, si no le importa —dijo Pat mientras seguía admirando al joven.
—Al contrario, señora, me encanta enseñarlo a las escasas personas que nos visitan. No hacemos mucha vida social y, generalmente, en verano es cuando menos se habita. Este año ha cambiado pues mi tío se ha hecho cargo del contrato de los equipamientos de esta urbanización y a mí me ha asignado dar clases de tenis en las nuevas pistas para que trabaje algo. Me tiene por un vago, ja, ja, ja. Al lado de las pistas y de la piscina hay tres roulotte, una de ellas es también propiedad de mi tío; es un magnate. —¿No participa en las regatas de este mes? —curioseó Pat. —Este año ha renunciado. Quiere hacerme regatista para ayudarle a él, pero, de momento, no me ilusiona mucho. Soy huérfano, mis padres murieron en un accidente hace unos años por eso él es mi tutor, y se lo tomó muy en serio, ja, ja, ja, —volvió a reírse. Pat y Erin se dieron cuenta de que el chaval era muy alegre, con labios muy sonriente y propenso a la risa.
Entraron con él y fueron merodeando por un jardín bien cuidado, un pequeño quiosco entoldado con muebles al lado de una piscina de unos quince metros. Un sofá-columpio, un par de tumbonas y varias sillas de jardín.
—Ahí es donde nos juntamos cuando nos bañamos o simplemente nuestro lugar de reunión en un atardecer, por ejemplo —comentó el joven.
—Gracias por mostrárnoslo. Por cierto, ¿cómo se llama usted? —preguntó Pat mientras Erin estaba tan admirada que soltó un entusiástico «¡es formidable!».
—Me llamo Ryan.
—Y, ¿no se aburre usted aquí sin vida social y solo en esta casa por magnífica que sean sus dos plantas?
—¡Oh, no! Tengo mis compañeros en pista, y la enseñanza como profesor de tenis me entretiene mucho —respondió Ryan y preguntó—: Y, ¿cuáles son sus nombres?
—Mi madre se llama Pat y yo Erin; mi padre es Darren Donnelly. Ocupamos el bungaló casi vecino de usted.
—¿Y dónde está su padre ahora? ¿Es que no ha querido acompañarlas? —preguntó Ryan.
—¡Oh no! Ha tenido que volver a Bath, que es de dónde venimos. Hay un caos eléctrico en la ciudad y le han llamado con urgencia. Él es un experto.
—¡Qué mala suerte! Hoy es cuando se celebra en el pabellón de la urbanización la bienvenida a los nuevos veraneantes y además de los espectáculos, al final hay baile. Yo no voy, me siento incómodo ante tanta vulgaridad. Lo siento, nosotros tenemos la residencia habitual en Bath, como ustedes, con nuestras oficinas de trabajo y… prefiero sus locales de diversión; además con frecuencia vamos a Londres —dijo Ryan.
—¿Nos considera vulgares? Sí es así, tuteémonos. ¿Y a que se dedican allí? ¿A algo que pueda ser vulgar? —contestó irónicamente Pat.
—Ja, ja, por favor señora, no he querido molestar.
—Hemos dicho que nos tutearíamos —interrumpió Pat.
—Sí, es cierto Pat, ahora me corrijo. Aclaro que lo que me ocurre es que estoy acostumbrado a otros lugares y el de aquí ya lo conozco de julio del año pasado. —Se produjo un incómodo silencio—. Aprecio que sois curiosas. Mañana voy a ir a Shanklin, es un lugar formidable, para mí lo más bonito de la isla; está un poco lejos, pero en esta isla todo es cercano comparado con Inglaterra. Iba a ir solo, pero agradeceré vuestra compañía si os apetece. Y seguramente que tendréis curiosidad por ver uno de los pocos reductos playeros en los que se admite el nudismo.
—No creo que sea adecuado para mi hija.
—¡Jo, mamá! Ya soy adulta. Tengo ya dieciséis años desde marzo.
—Erin, eres una adolescente que se cree adulta. Pero no es así.
Ryan pensó que no había estado muy afortunado con sus expresiones. Contemplaba a Pat casi con impudicia, algo que ella ya había percibido. Intentando mantener la conversación, les invitó a ver el interior:
—Mi tío lo ha amueblado demasiado bien. ¡Hasta tenemos teléfono y televisión! Algo que en este lugar es infrecuente. ¿No queréis verlo? —ofreció Ryan.
—Pues claro que nos encantaría, pero estamos recién llegadas y tenemos que deshacer las maletas y preparar la cena pronto para poder acudir al festival. Gracias, tenemos nuestras obligaciones. Gracias de nuevo, Ryan, nos ha gustado mucho —aclaró Pat.
—Sí que lo siento Pat, sois una compañía agradable, espero que nos veamos con frecuencia, no es fácil encontrarse aquí con mujeres tan hermosas.
—¡Claro que sí, es fácil! Ocupamos el bungaló de ahí abajo, el primero según se baja. Estamos muy cerca. Pero un bungaló no tiene nada que ver con este chalé —contestó Erin, a quien también le estaba gustando Ryan, aunque se sentía medio novia de Coven y fiel a él, otro joven de su edad con el que ya salía el año pasado y se conocían desde hace años
Ya se habían alejado del chalé cuando Pat le dijo a su hija:
—Me has sorprendido con tu entusiasmo, hija. ¿Dónde se quedó tu continua protesta contra el capitalismo?
—Mamá, tú no sabes si el señor Kelly es de izquierdas. —Ja, ja, ja —se rio Pat.
*****
La familia Donnelly cenó pronto. Cuando se disponían a marcharse, Pat dijo:
—Estoy muy cansada y sin Darren no me agradan este tipo de festivales. Hijos, ¿alguno os queréis quedar con mamá?
—Es mejor que vayamos todos juntos, Pat —contestó la abuela—. En el primer cajón del mueble de la cocina hay medicinas, tómate un analgésico.
Tras irse su familia se quedó sola, ya había empezado y ahora seguía recordando a Ryan, ¡vaya mozarrón! No podía quitárselo de su cabeza evocando su libidinosa mirada. Él estaría solo ahora, pues comentó que no iría. Se dijo: «Quiero cambiar, pero Darren no me ayuda, y este joven puede ser un excelente compañero para ese cambio».
Pat era consciente de que estaba muy excitada, notaba sus glándulas hormonales. Darren le había fallado en un potencial fin de semana que ambos habían deseado estar juntos para solucionar sus últimos encontronazos. Al final decidió llevar a la práctica lo que había pensado durante la cena. Se duchó, se puso su mejor atuendo con lencería limpia…, la más sexy.
Ya bien vestida salió a la calle, había un silencio absoluto. Se veía la calle completamente despejada, casi todo el mundo había acudido al festival. Se dirigió no muy resuelta, pero con paso firme, a la casa de Ryan. La puerta del jardín no estaba cerrada, la abrió y se dirigió a la puerta de entrada al chalé. Llamó al timbre y en seguida la abrió Ryan, que exclamó:
—Hola Pat, ¿necesitas algo?
Pat, ahora sí, decidida, le dijo:
—¿Podemos seguir juntos el festival en la tele? Yo no he ido, pero sí toda mi familia. Me gustará verlos en alguna de esas tomas que hacen del público; además podrás enseñarme la casa…
Ryan entendió en seguida. Vivía solo, su tío estaba fuera y él seguía solo, algo que esa mujer sabía. Era suficiente para intentar seducirla.
El ambiente era tenso. Ella sabía a qué había ido y a él no hacía falta decirle que se le presentaba una perita en dulce. Pat entró y se encontró con un gran salón en el que estaba la televisión. Ryan la encendió y sintonizó el canal local. Estaba claro que la señal no era buena, apenas se distinguían algo más que rayas horizontales, Ryan dejó un canal deportivo que sí se veía relativamente bien.
—No he venido a ver deportes, mejor me enseñas la casa —dijo Pat.
Recorrieron la planta baja y subieron a la segunda, entrando en todas las habitaciones y baños, cuando lo hicieron en la de él, Ryan dijo:
—Este es mi dormitorio, Pat. Ya ves que es muy confortable.
Ella se volvió, le tenía detrás. Atrevidamente él la enlazó por la cintura y la besó en las mejillas sin resistencia de Pat.
—Si te molesta, no sigo.
—No tiene importancia… hoy no está mi marido… —Unos puntos suspensivos orales que significaban mucho.
Ni siquiera la referencia a su marido la hizo pensar. Se inició la ceremonia previa al apareamiento. Pat se dejó llevar, solo expresó su sorpresa cuando ya le besó sus labios abriendo la boca, y así siguieron tumbándose en la cama donde poco a poco él la fue desvistiendo. Tras retirarle su ropa interior inferior, la excitó lo indecible cuando le practicó un cunnilingus. ¡Darren jamás le hizo eso y seguramente que ni querría hacerlo! Mientras, iba sintiendo el inicio de un gran y pletórico orgasmo. Acabaron enlazándose, para ella fue un clímax desconocido y peculiar por lo impresionante, se sintió genial. Para él la sorpresa había sido encontrarse con una preciosa mujer a la que no hizo falta conquistar, y menos pagar…
Llevaban unidos bastante tiempo cuando Pat recordó que debía volver a casa antes de que lo hiciera su familia. Se desembarazó de Ryan y se vistió. Él quiso retenerla, pero ella insistió en que se tenía que marchar. Ryan se resignó, pero se ofreció para acompañarla.
—No hay nadie por la calle y está muy oscuro, te acompaño para protegerte por si acaso. —Gracias —dijo Pat.
Ya a la puerta del bungaló ella le abrazó, le besó y dijo:
—Ha sido formidable Ryan, pero ni podemos ni debemos seguir, adiós. —Él siguió el beso abrazándola con pasión, así estuvieron unos instantes nada breves.