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El rey cornudo

Salió de lado, sin tener muy claro cuándo había empezado a gritar con todas sus fuerzas.

Un hombre se giró al oírlo, y Clay vislumbró cómo abría los ojos como platos antes de practicar en la cara de ese pobre tipo lo que podría llegar a ser una patada voladora.

Su víctima accidental y él cayeron juntos al suelo. Clay estuvo a punto de empezar a disculparse, pero el hombre volteó hacia él con mirada iracunda y un rostro sanguinolento, tenía en la mano un cuchillo curvo con la punta retorcida.

Clay intentó apartarse con torpeza, pero sus piernas estaban atrapadas debajo de su agresor. Esperaba que la primera puñalada no le matase, o que el hombre entendiera en medio segundo que él no había querido hacerle daño, algo que no parecía muy probable.

Gabriel atravesó el espejo dando una voltereta, como si alguien lo hubiese empujado, y aterrizó sobre Clay, lo que sin duda no mejoró sus probabilidades de que no lo apuñalaran. Luego Moog se lanzó entre gritos, como un niño que cae por el tobogán en un parque. El hombre del cuchillo recibió otra patada accidental, en la mandíbula esta vez, y se desmayó con la facilidad con la que se apagaría una vela en un huracán.

—¡Por los dioses! —El mago se incorporó y se puso de rodillas—. Discúlpeme, señor...

—Ni te molestes, Moog. Está inconsciente —dijo Clay y señaló el cuchillo que el otro seguía aferrando con su mano flácida—. Y también intentó matarme.

—Oh. Qué maleducado.

—Pues sí —dijo Clay. “Aunque fui yo quien lo atacó primero”.

Gabriel se volvió para ponerse boca arriba y se apartó el pelo de la cara.

—¿Dónde estamos?

Echaron un vistazo a su alrededor: era una habitación enorme y adornada con muebles caros. De las paredes colgaban cuadros y tapices lujosos, y el techo lucía una pintura que representaba una escena de la Guerra de la Restitución, cuando la humanidad había conseguido hacer retroceder a las Hordas del Corazón de la Tierra Salvaje que habían empezado a darse un banquete con los restos del Antiguo Dominio. Junto a una de las paredes había una enorme cama cubierta por unas diáfanas cortinas blancas.

—Estamos en el castillo de Brycliffe —dijo Moog—. Es la misma habitación que la última vez: la alcoba real.

—Eso quiere decir que... —empezó a decir Clay.

—Matrick está aquí —terminó Gabriel.

Clay frunció el ceño.

—¿Cómo? ¿Por qué lo dices?

Gabe se encogió de hombros.

—Porque es el rey de Agria y porque está ahí mismo. —Señaló la cama.

No cabía duda de que la persona que estaba en ella era Matrick. El rey, que había subido mucho de peso desde la última vez que Clay lo había visto, estaba despatarrado sobre una maraña de sábanas de seda, dormido y roncando.

—¿Matty? —Moog corrió hacia la cama, cruzó el hueco entre las cortinas y empezó a agitar a su antiguo compañero de banda, como un niño empeñado en despertar a sus padres la mañana del día de su cumpleaños—. ¡Matty, despierta!

El ladrón malhumorado, fanfarrón, borracho y deshonesto que ahora se había convertido en el gobernante de uno de los cinco grandes reinos de Grandual se despertó sobresaltado.

—¿Qué? ¿Quién? —Se apartó del mago agitando los brazos, y salió a toda prisa de la cama hasta caer al suelo. Luego gritó—: ¡Asesinos!

Las puertas dobles de la habitación se abrieron de golpe y entró un par de guardias con las espadas desenfundadas. Al mismo tiempo, un desconocido salió del espejo, estaba envuelto en volutas de humo naranja. Era uno de los matones de Kallorek: la mole armada con la maza que había hecho añicos el rostro de Steve.

Clay miró con desesperación tanto a los guardias como al descomunal recién llegado. Su primera reacción fue mirarlo de arriba abajo, pero se detuvo cuando llegó a la entrepierna.

—Eh... ¿quieres que te dejemos solo? —le preguntó.

La mole frunció el ceño y luego siguió la mirada de Clay para comprobar el bulto incuestionable que le inflaba los pantalones. Se giró un poco, avergonzado, aunque verlo de perfil tampoco ayudaba demasiado.

Clay solo pudo empezar a abrir la boca antes de que Moog lo interrumpiera.

—Es la filacteria —explicó—, ¿recuerdas? La explosión, el humo... —rio entre dientes y les dedicó una sonrisa llena de vergüenza y arrogancia a la vez—. “De cero a héroe”, como dice la publicidad.

—Eso lo explica todo —dijo Gabe, mientras señalaba también sus pantalones.

—Ah, y yo también —dijo Moog—. ¡Miren!

Clay no miró. No necesitaba hacerlo. Tenía muy claro a qué se refería el mago.

Se hizo otro silencio, infinitamente más incómodo que el anterior. Uno de los guardias terminó por romperlo:

—Alteza, ¿qué deberíamos...? ¿Alteza?

El rey estaba encorvado y se agarraba la panza, como si acabaran de atacarlo. Clay oyó un bufido, y luego Matrick echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír a carcajadas. El matón de Kallorek gruñó como un perro amenazado. Los nudillos de la mano con la que sostenía la maza se pusieron muy blancos.

Era la única señal que necesitaba Clay. Con un solo movimiento, se quitó Corazón Oscuro del hombro y lo sujetó con fuerza. Avanzó hacia la mole, quien ya había levantado la pesada maza de metal y se dirigía hacia Gabriel, que aún intentaba reincorporarse. La maza estalló contra el escudo con un retumbar sordo antes de desviarse. La fuerza sacudió los antebrazos de Clay, que sintió latigazos de dolor que se le extendieron hasta los hombros. Había pasado meses sin meterse en una pelea de ningún tipo y años desde que se había enfrentado a algo que tuviera alguna posibilidad de matarlo.

“Más te vale que te sacudas el polvo rápido, Mano Lenta”, pensó. Vio que la maza volvía a elevarse y, en esta ocasión, detuvo el golpe con antelación y consiguió desviarla bien. El siguiente paso era darle un puñetazo al tipo, pero mientras pensaba en hacerlo recibió una patada en mitad del pecho. Trastabilló hacia atrás y se dio un buen golpe contra uno de los gruesos postes de la cama.

Los guardias del rey no se habían movido, porque no tenían muy claro a quién tenían que atacar —un dilema con el que Clay también podía llegar a identificarse. La mole se había recuperado y empezaba a levantar la maza, como un leñador que se prepara para volver a golpear un tronco. No tuvo tiempo de buscar algo le sirviera de arma —como un candelabro o un libro grueso—, y tampoco podía apartarse porque habría dejado a Gabriel demasiado expuesto, por lo que decidió abalanzarse sobre su enemigo.

El golpe de la maza vino por la izquierda. Clay se colocó Corazón Oscuro en el hombro y se inclinó hacia ese lado para que el golpe no lo tirase al suelo. Luego esquivó un torpe revés y se lanzó al aire para golpear el rostro de su oponente con la cara retorcida de madera que había en su escudo. La mole dio un paso atrás, y luego otro. Clay aprovechó la ventaja para presionar y le dio un puntapié, lo que obligó a su enemigo a volver a entrar por el espejo, que se hundió como una piedra que cae al agua. Después, Clay volteó hacia la cama.

—Moog, ¿qué puedo hacer para que no vuelva a entrar?

El mago extendió los brazos:

—¿Y si pruebas meter la cabeza y pedírselo por favor?

—Moog... —Clay sintió que empezaba a acabársele la paciencia. Su hija de nueve años era más fácil de tratar que este hechicero anciano y senil.

Por suerte, Gabriel era más listo que ambos. Dio un paso al frente y colocó el espejo boca abajo en el suelo.

—Gracias —dijo Clay.

Gabriel le dedicó una sonrisa con los labios apretados y apartó la mirada al instante.

El torrente de alegría que había emanado de Matrick terminó por convertirse en poco más que un goteo. Soltó una risilla nerviosa, mientras se colocaba junto a los guardias y les daba unos golpecitos en la espalda para que envainaran las espadas.

—Por los dioses de Grandual, ¿qué hacen aquí? —Se acercó a ellos con cautela, como si fuesen un trío de ciervos a los que hubiera encontrado bebiendo de un estanque en el bosque y cualquier movimiento brusco fuera a espantarlos.

Clay se apartó el pelo de la frente sudorosa. El enfrentamiento había sido breve, pero lo había dejado agotado.

—Es complicado —respondió.

Moog se sentó en la cama y colocó las manos sobre las rodillas:

—La hija de Gabe está atrapada en Castia. Vamos a ir a rescatarla y nos gustaría que nos acompañaras.

—Es un buen resumen —dijo Clay, encogiéndose de hombros.

Matrick se puso pálido.

—¿Castia? ¿Qué hacía Rosa en Castia?

—Bueno, eso ya es más difícil de explicar... —empezó a decir Clay.

—Está en una banda —respondió Gabriel. Había comenzado a retorcerse las manos otra vez, como un indigente frente a las puertas de una capilla—. Marchó hacia allí cuando la República pidió ayuda para combatir a la Horda.

—Bien, sí —convino Clay—. Se podía resumir así sin problema.

—¡Estamos reuniendo a la banda! —exclamó Moog—. ¡Piénsalo, Matty! ¡Como en los viejos tiempos! ¡Los cinco reunidos y de camino al Corazón de la Tierra Salvaje!

Matrick gruñó y se frotó los ojos con la palma de las manos. A pesar de todos los años que había pasado rodeado de lujos, el tiempo no había sido benévolo con el rey de Agria. Su pelo negro tenía mechones blancos y empezaba a ralear, y las canas de su bigote adornaban un rostro rechoncho. Parecía cansado, pero Clay supuso que se debía a que se encontraba dormido cuando cuatro hombres aparecieron de repente en su dormitorio a través de un espejo mágico y comenzaron a golpearse con escudos, mazas y unas erecciones absurdamente incoherentes.

—¿Matty? ¿Qué te parece el plan, amigo? —Moog parecía muy desconcertado por la falta de entusiasmo del rey.

—No... no puedo hacerlo, Moog. No puedo. Lo siento.

El mago parecía completamente abatido. Clay pensó que Matrick era el único de los antiguos integrantes de Saga que había demostrado algo de sentido común, pero luego empezó a sentir una fría punzada que se extendía por sus entrañas: decepción.

Se dio cuenta de que esperaba que Matrick dijera que sí. Una parte de él había creído (sin tener mucha razón para afirmarlo) que si Gabriel lo había convencido a él para acompañarlo en aquella misión suicida a Castia, entre los dos sin duda podían convencer al resto de la banda. Tenía sus dudas sobre Ganelon, claro, pero no sobre Matrick, que quería a Gabe como a un hermano y en el pasado había sido el más audaz de todos.

El rey se dirigió a Gabriel:

—Lo siento mucho, Gabe, pero estoy ocupadísimo. Tengo que preocuparme de Lilith y de los niños, ya sabes. Eso sin tener en cuenta el reino que tengo que gobernar, una guerra en la frontera que parece inevitable y un maldito concilio que tendrá lugar mañana. Si no fuera así...

—¿El Concilio de los Reinos es mañana? —preguntó Gabe, que de pronto se había puesto alerta.

Matrick se pasó la mano por el pelo ralo.

—Sí, mañana. En Lindmoor. Y ese desgraciado de Obolon Han estará presente. Estuvimos a punto de llegar a las manos la última vez que nos vimos, y las tensiones con Cartea no han dejado de aumentar desde entonces. Miren, ese “Duque de los Confines” ha elegido un momento terrible para... para lo que sea que pretenda con este maldito concilio.

Gabriel lo escuchaba sin dejar de mordisquearse un nudillo con inquietud y con la mirada perdida. Cuando el rey terminó de hablar, preguntó:

—¿Podemos ir? Me gustaría ver a ese duque con mis propios ojos. Quizá pueda convencerlo de que deje escapar de Castia a los mercenarios de Grandual.

—Pues... sí, claro —respondió Matrick—. No veo por qué no. Bueno, primero tengo que comentárselo a Lilith, eso sí.

En ese momento entró en la habitación la reina de Agria, como un espíritu malévolo que hubiese acudido al oír su nombre. Solo llevaba puesto un camisón y, aunque había envejecido varios años y dado a luz a muchos hijos desde la última vez que Clay la había visto, nada había sido capaz de arrebatarle su imponente (y severa) belleza. Ni siquiera el hecho de que la situación con la que acababa de encontrarse estaba muy lejos de parecerle agradable. La seguía un hombre muy musculoso que, por alguna extraña razón, no llevaba camisa, aunque sí traía consigo un gesto protector en el rostro y una espada muy grande en la mano.

—En el nombre de Vail, ¿qué pasa aquí? —exclamó Lilith.

—¡Lilith! —Matrick dio un paso hacia su esposa, pero se detuvo cuando el guardia sin camisa se interpuso entre ellos—. Había un asesino, pero los chicos... Recuerdas a los chicos, ¿no?

Dedicó una mirada fría a los tres hombres que habían arriesgado sus vidas para rescatarla hacía ya unos veinticinco años.

—¿Qué hacen aquí?

El rey se retorció las manos de la misma manera que Gabe lo había hecho hacía unos instantes.

—Bueno, pues lo cierto es que llegaron a través de ese espejo de ahí. —Su voz era una mezcla de súplica y calma. Clay se imaginó que era el mismo que usaría un perro parlante para explicarle a su amo por qué había cagado en la alfombra.

—No te pregunté cómo han llegado, cariño —dijo Lilith, con voz dulce como la miel envenenada—. Te pregunté qué hacen aquí.

—Claro, sí. Bueno, han pasado porque están de camino a Castia.

—¿Castia? —articuló la palabra como si le diera asco—. ¿Por qué?

—Pues... porque... —El rey miró a Clay con nerviosismo.

—Es complicado —respondió Clay.

***

En el bar de Coverdale había un plato llamado Desayuno del Rey. Consistía en unos huevos semicrudos pegados al fondo de una sartén de hierro fundido, aderezados con mucha pimienta negra y una salsa roja y espesa que Shep llamaba sangre de tomate. Lo servían con una hogaza de pan bien tostada y, si uno tenía suerte, unas pocas rodajas de pera más estropeadas que el ego de un bardo mediocre.

No les sorprendió nada comprobar que el verdadero desayuno de un rey quedaba muy lejos de lo que creía Shep. Entre los platos más destacados que había en la mesa de Matrick a la mañana siguiente figuraban varias columnas tambaleantes de esponjosos y doraditos hot cakes empapados de diversos jarabes, unas hogazas humeantes de un pan que hacía la boca agua, todo acompañado de unos platos de porcelana fina llenos de mantequilla con sal, unas tostadas perfectas servidas con todo tipo de mermeladas: de arándanos, fresas, frambuesas, moras, albaricoques, uvas, higos y algo más, que Moog no era capaz de pronunciar sin que le asomase una risita entre los labios. También había trozos de panceta, salchichas jugosas y huevos tan grandes y frescos que Clay creía haber oído a las gallinas que acababan de ponerlos detrás de la puerta de la cocina.

De beber habían servido jugo recién exprimido —de manzana, naranja o arándano rojo— y también un vino blanco seco, té de aromas florales, agua fresca con sabor a lima y hasta un café fantrano que Matrick bebía como si fuese el antídoto de un veneno que le ardiera en las venas.

Clay lo consideraba uno de los mejores desayunos de su vida, al menos hasta que Lilith, que se había sentado frente al rey en el otro extremo de la mesa, anunció que estaba embarazada.

La noticia tomó al rey por sorpresa mientras tenía la boca llena, y Clay se preguntó si la reina había elegido a propósito ese momento para anunciarlo. Por toda la mesa, las bebidas se quedaron a medio camino de los labios a los que se dirigían y el ruido de los cubiertos se apagó, excepto por los cinco hijos de Matrick, que siguieron comiendo y hablando entre ellos, como hacen los niños cuando los adultos hablan.

En el salón había más personas además de Clay y sus compañeros de banda. Los sirvientes no dejaban de entrar y salir por una puerta, mientras retiraban platos y volvían a traerlos llenos a medida que el rey y sus invitados daban buena cuenta de ellos. También había varios soldados apostados junto a los ventanales a un lado del salón, y el guardia personal de la reina, que estaba unos metros detrás y cuya enorme figura se elevaba varias cabezas por encima de ella. Tenía aspecto de norteño y era el mismo que había entrado en la alcoba real la noche anterior. Era más joven de lo que Clay había percibido antes, pero parecía alguien muy capaz en su oficio, y además era demasiado guapo. Tenía la nariz como muchos de los kaskareños que Clay había conocido: ganchuda como el pico de un halcón, y no había apartado la mirada de Lilith en ningún momento durante toda la mañana.

Clay estaba seguro de que se estaba acostando con la reina, lo que hacía que la noticia que acababa de dar ella fuera aún más interesante.

Moog rompió el silencio con un aplauso lento que dejó a su paso un silencio mucho más incómodo.

El rey, al menos, tuvo tiempo de tragarse su orgullo y la comida.

—Es... una noticia estupenda, amor.

—¿Sí? —La sonrisa de Lilith estaba cargada de rencor—. Los augurios afirman que será un niño. Van a tener un hermanito —dijo en dirección al quinteto de niños que estaban sentados a un lado de la mesa.

Clay los vio reaccionar uno a uno. Los gemelos eran los más jóvenes, y se limitaron a reír entre dientes antes de seguir comiendo. Lillian, cuya piel morena como una cáscara de nuez contrastaba con el intenso azul de sus ojos, no se mostró sorprendida, seguramente porque sabía el fastidio que la esperaba por tener otro hermano varón. Kerrick, el más gordo, puso cara de sorpresa. Abrió mucho la boca, y Clay vio toda la comida que quedaba en el interior. Danigan, el mayor de todos y pelirrojo con pecas, asintió sin alzar la cabeza.

—Pero yo no quiero otro hermano —dijo Kerrick.

—Yo tampoco —aseguró Lillian, que se sumó a la protesta.

Su madre los miró con frialdad:

—Bueno, yo tampoco quería dar a luz a una monstruosidad de cinco kilos y medio ni a una chica, pero así son las cosas. La vida no es justa, ¿verdad? Kerrick, comparte ese plato con tu hermana. Diría que ya has comido más que suficiente y tu hermana está flaca como una mendiga.

Clay no pudo evitar abrir la boca de par en par. Como era de esperar, tanto Kerrick como Lillian empezaron a llorar, momento que los gemelos también aprovecharon para hacer lo propio pero con más fuerza. El único que se quedó en silencio fue el hijo mayor, que no dejaba de llevarse cucharadas de huevo a la boca con un notorio desinterés.

Matrick se atusó el pelo ralo.

—Bueno, niños, su madre no quiso decir eso. Solo quería... —dedicó una mirada cargada de desesperación al otro extremo de la mesa—. Es por el bebé —explicó—. La pone de mal humor. Eso es todo. ¿Verdad, amor?

—Será eso, sí —dijo Lilith—. Y también me deja terriblemente cansada. Creo que voy a echarme una breve… siesta antes de que partamos al concilio. Lokan, ¿serías tan amable de escoltarme a mis aposentos?

—Será un placer —dijo el guardia, con un tono que no hizo sino confirmar las sospechas de Clay.

Los dos abandonaron el salón tomados del brazo, pero Matrick no parecía nada afectado y se centró en tratar de tranquilizar a los niños.

—Vamos, Kerrick, termina tu comida. Lil, ¿podrías pasarle el jugo a tu hermano pequeño antes de que lo derrame? Bien, buena chica.

Consiguió convencer a los niños para que lavaran los platos, y Clay contempló con total fascinación cómo se desenvolvía con ellos. El Matrick que él conocía era una persona malhablada y ladina que solía pasar más tiempo borracha que sobria. Era alguien que se acostaba con una mujer diferente todas las noches… o con varias cuando lo desbordaba la ambición. Un ladrón magistral y también un asesino despiadado, que empuñaba Roxy y Grace (nombres que les había puesto a sus dagas en honor a las prostitutas con las que había perdido la virginidad) como si fueran un par de colmillos sedientos de sangre y el resto del mundo fuera su presa.

¿Quién iba a pensar que iba a convertirse en tan buen padre? ¿O en un rey competente incluso? Se decía que Agria era un reino próspero, y Matrick parecía estar criando a unos buenos niños incluso sin la ayuda de Lilith. Le fueron pidiendo permiso para marcharse y dándole un beso en la mejilla uno por uno antes de ir con sus tutores.

Matrick pidió a los guardias que también se retiraran y, después de que los sirvientes les ofrecieran un café a todos, también los invitó a estos a salir. Clay contempló horrorizado cómo Moog volcaba en la taza medio cuenco de azúcar.

—¡Me gusta dulce! —dijo el mago.

Matrick tomó un frasco de alguna parte y vertió unas gotas de bebida. Luego lo removió distraído y con la mirada perdida. Moog terminó la taza y colocó su dedo lleno de saliva en el cuenco de azúcar para luego llevárselo a la boca.

—Bueno, Matty —empezó a decir—. Te deseamos...

—¡Shhh! —lo interrumpió el rey con un dedo levantado. Luego miró de reojo hacia la puerta de la cocina, se inclinó sobre la mesa y susurró—: Sáquenme de aquí.

—¿Qué? —exclamó Gabriel.

El rey articuló las palabras con una lentitud exagerada.

—Que. Me. Saquen. De. Aquí.

—¿Por qué? ¡Eres el rey, Matrick! —exclamó Moog con desconcierto—. Dijiste que estabas ocupadísimo. Los niños...

—¡No son míos! —lo interrumpió—. ¿Es que no los has visto bien? Amo a esos pequeños bastardos tanto como una barra libre, pero ¡estoy seguro de que yo no he tenido nada que ver en su concepción!

—O sea, que... —empezó a decir Clay, y luego bajó la voz—. O sea...

—O sea que cuando la reina se quedó embarazada de los gemelos —continuó Matrick—, yo estaba pescando en Fantra. O sea que Lillian tiene los ojos de su padre… ¡y los míos no son azules, maldición! Y Kerrick es más alto con diez años que yo cuando tenía veinte, y Danigan, bueno... —Hizo un ademán frenético con el que abarcó toda su cabeza—. ¿Ven que sea pelirrojo acaso? Tardé cuatro hijos más en darme cuenta de que todos tenían algo de Lilith y algo del bibliotecario del castillo, del embajador de Narmeer o del puto jardinero, que pensaba que era gay, por cierto. No te ofendas, Moog.

El mago se sacó un dedo de la boca.

—¿Por qué me iba a...?

—Y ahora está embarazada otra vez —Matrick soltó una carcajada amarga—. ¡Apuesto todo mi reino a que el hijo que espera es alto como un árbol y le gustan las tetas de su madre tanto como a sir Lokan, ese bastardo despreciable de Kaskar!

Matrick había empezado a gritar, sin preocuparse de que alguien pudiera oírlo desde la cocina.

—¿Y por qué no te marchas? —preguntó Gabriel.

—¡Lo he intentado! —gimoteó—. Los guardias no me dejan. Son muy leales a Lilith. No tengo ni idea de por qué.

Clay sí tenía cierta idea.

—¿Y de qué le sirve tenerte aquí? —preguntó.

—Le preocupa que me marche y tenga un hijo que pueda reclamar el trono. Me dijo que me mataría si conseguía escapar, pero creo que ahora está tramando acabar conmigo. ¿Recuerdan el hombre que entró en la alcoba anoche, ese al que le diste la patada cuando salieron por el espejo? Pues era uno de sus asesinos. No es el primero que envía para matarme, y no será el último si me quedó aquí. Tengo que escapar y necesito que me ayuden. No creo que Lilith encuentre a alguien tan imbécil como para seguirme al Corazón de la Tierra Salvaje.

Moog se lo quedó mirando:

—Un momento, ¿eso significa que vendrás con nosotros a Castia?

—Claro que voy —dijo Matrick—. Son la única familia que tengo, amigos.

“Ahí está”, pensó Clay, “esa cálida y acogedora sensación en el pecho otra vez...”.

—El problema va a ser salir de aquí. Tendrá que ser después del concilio, claro.

—Podríamos usar el espejo —sugirió Gabriel, pero el rey negó con la cabeza.

—Lilith lo confiscó. Dice que es una amenaza para la seguridad del castillo. Y creo que tiene razón. Por los Muertos Impíos, yo mismo me había olvidado de que era un portal, si no lo habría cruzado hace mucho tiempo.

—Por la puerta principal tampoco podemos salir —repuso Moog—. Y está claro que la reina tendrá muy vigiladas el resto de las salidas.

—Clarísimo —apuntilló el rey.

—¿Y esa bolsa que tienes, Moog? —preguntó Gabriel—. Cabe de todo, ¿no? Matrick podría esconderse en el interior y nosotros podríamos sacarlo del castillo.

El mago negó con la cabeza.

—Es un vacío.

—¿Un qué? —Gabe frunció el ceño.

—Un vacío. No hay aire. No podría respirar dentro. Créeme. Tuve un gato que... —se quedó en silencio—. No... imposible.

—Podrían secuestrarme —sugirió Matrick—. Ustedes se disfrazan, me dejan inconsciente, derriban a los guardias y me sacan del castillo. Podríamos dejar una nota para pedir un rescate…

—Lilith descubriría que fuimos nosotros —dijo Clay—. Además, no me gustaría matar a nadie, a menos que sea estrictamente necesario.

Las tazas tintinearon cuando Moog golpeó la mesa con la mano:

—¡Lo tengo! —gritó. Todos se giraron hacia él. El mago sonrió y le guiñó el ojo con compasión a Clay—. Pero es un poco arriesgado.

Reyes de la tierra salvaje (versión latinoamericana)

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