Читать книгу Tabú. El juego prohibido - Nicolás Horacio Manzur - Страница 5
CAPÍTULO 1
ОглавлениеLeandro
Viernes, mi día favorito de la semana. Las personas se liberan de sus obligaciones semanales, cumplidas o no, y salen al acecho de una nueva presa para pasar la noche: una conquista fresca y sensual.
Me gusta ir a Brujas, un bar ubicado frente a la Plaza Serrano, sentarme en mi banqueta habitual y observar a los hombres realizar sus pobres intentos. Algunos prueban tácticas tan ridículas como tirar grotescos piropos o alardear con el modelo de su auto. Las expresiones de las mujeres, frente a personas tan descerebradas, me hacen la noche. Puedo reír por horas con el recuerdo de esos machos desconcertados frente al rechazo.
Yo no voy para conquistar a alguien. Bueno, en realidad sí, pero mi motivo es otro. Mi misión semanal es hacer una obra de bien.
Me siento bien conmigo mismo. De hecho, creo que debería obtener algún reconocimiento por todo lo que hago: busco a algún chico que todavía no haya salido del armario y lo ayudo a ir por el camino correcto. En ese bar plagado de heterosexuales siempre hay alguno.
—¿Y?, ¿ya lo identificaste?
Julián estaba parado al lado mío con una cerveza en la mano. La cuarta que se tomaba y eso que habíamos llegado hacía menos de una hora.
—¿Por qué no te relajás un poco con el alcohol?
—Algunos necesitamos un empuje para creérnosla como vos.
No siempre fue así. En un pasado, bien enterrado por suerte, yo era el chico al que todos rechazaban, hasta que una persona se puso en mi camino y todo cambió. Gracias a él es que soy como soy ahora; y estoy muy contento con el resultado. No puedo evitar pensar en la canción de Sandra Mihanovich, Soy lo que soy. Pero tranquilos, no voy a ponerme a cantar; arruinaría mi acting.
Julián no necesitaba la cerveza para que las personas supieran lo grandioso que era. Tenía pinta: era alto, con pelo castaño lleno de rulos, piel blanca, aunque no pálida, ojos color avellana y algunas pecas que le rodeaban la nariz. Su cuerpo no era atlético como el mío, pero tampoco era raquítico.
Sin embargo, carecía de autoestima, algo que a mí no me faltaba. ¿Cómo podría? Cada mañana me levantaba, me observaba al espejo durante un minuto, me sonreía y me daba algún que otro besito. Porque la verdad es que estaba muy fuerte.
¿Vanidoso? Sí, a veces tenía que ser así para llevarme el mundo por delante y lograr lo que quería.
—No te menosprecies, Juli, todos tenemos nuestro encanto.
—Habló el modelo de revista… Ojalá estuviera tan bueno como vos. —Giró y me examinó de arriba hacia abajo—. Y tuviera el dinero para comprarme ropa de marca cuando quisiera.
—¿Esta cosa vieja?
—Sí. Por favor, no me hagas hablar.
La verdad es que ahí tenía un punto. Julián solo contaba con el dinero que su madre le daba cada semana. A sus veinticuatro años no podía conseguir trabajo y tampoco estudiaba. Ayudaba con los quehaceres de la casa cuando ella trabajaba. Su padre se había escapado hacía cinco años con una prostituta y los había dejado con muy poco dinero.
Mi suerte fue diferente. Mi padre era arquitecto y mamá era directora de un colegio privado. Nunca me obligaron a trabajar. Por mes me depositaban algún dinero en el banco. Bueno… mucho en realidad, para que lo administrara a mi antojo. Solo debía seguir tres reglas: cuidarme, estudiar y regresar entero a casa.
—¿A dónde vas después? —me preguntó.
—¿A qué te referís?
—Digo, por la pilcha que llevás puesta, pareciera que vas a una reunión importante.
—Quiero impresionar.
Julián lanzó un resoplido molesto.
—Bueno, me voy a otro lado. —Tomó un último trago del pico y dejó la botella en la barra con un golpe duro—. Me aburro.
Antes de que diera un primer paso, lo tomé del brazo y le puse unos billetes en la mano.
—Tomate un taxi, ¿sí?
Julián sonrió y asintió.
Seguí escaneando el lugar, hasta que decidí que no iba a tener ningún resultado si me quedaba sentado.
—Ramiro —dije palmeando la barra—. ¿Me cuidas el lugar?
El barman se acercó y sonrió.
—Sí, claro.
A medida que caminaba, observaba a una pareja que estaba a punto de romper.
—No, mi amorcito. Es que… —decía mi próxima conquista.
—¡A mí no me vengas con «mi amorcito»! ¡Ya mismo me explicás qué está pasando!
Ella lloraba y su futuro ex moría de vergüenza. Me causaban gracia. La chica sufría mientras él tomaba una cerveza de lo más tranquilo. Noté que, además, me miraba.
—Mirá, es que… —siguió—. No sé cómo explicarlo, pero quiero estar solo por un tiempo.
—Dejame decirte una cosa —dijo ella al ponerse de pie—, nunca vas a volver a encontrar a alguien como yo. —Me impresionaba la actitud de la mujer. La aplaudiría si no fuera porque deseaba que se fuera para poder concentrarme en su novio—. No me llames y ni pienses enviarme ningún mensaje por Instagram o por WhatsApp. ¡Esto se terminó!
Ella le dirigió una mirada cargada de odio y salió del bar. Decidí que era mi momento de actuar.
—Vas a estar mejor sin ella —me atreví a decirle.
Esbocé una de mis sonrisas ganadoras.
—Soy Leandro, vos te llamás…
—Damián —alcanzó a balbucear. Me gusta generar ese efecto en los nuevillos, como me gustaba llamarlos.
—Lindo nombre. ¿Puedo? —pregunté señalando la silla vacía.
Damián levantó los hombros.
—Tengo que decirte la verdad. No la necesitás. No sos su tipo y ella no es el tuyo.
—No sé… La verdad es que ya no sé lo que siento. La amaba.
—Nah, el amor está sobreevaluado. ¿Cuántos años tenés?
—Veintitrés.
—¡Toda una vida por delante! —exclamé levantando los brazos—. Creeme, vas a pasarla mejor sin ella. Yo te voy a ayudar.
—A ver, ¿cómo?
Me levanté. Señalé con la cabeza la pista de baile.
—Bailemos un rato —dije guiñándole un ojo.
Titubeó y concentró su mirada en la botella de cerveza.
—Creo que voy a ir a casa.
—¿Para qué? ¿Te vas a tirar en la cama?, ¿a ponerte a llorar? Ay, dale chabón. No tenés que darle el gusto. —Tomé aire y moví la cabeza, logrando que las ondas de mi pelo cayeran sobre mi frente, otra de mis armas—. Mirá, me gustás. Aparte, me dedico a esto. Todas las noches vengo a buscar un corazón roto para sacarlo de un fondo depresivo. Es un acto de beneficencia…
Lo veía un poco asustado. Probablemente sentía cosas que reprimía. No iba a darme por vencido. Lo sacaría del armario y, de paso, me lo llevaría a la cama.
—Solo un rato —respondió al fin.
Al igual que Julián, tomó de un sorbo de lo que quedaba en la botella y se levantó. De fondo sonaba una versión remixada de Call me maybe de Carly Rae Jepsen, o como me gustaba llamarla: Carly Call me maybe. Porque, ¿quién se acuerda de un apellido tan raro?
Lo arrastré de la mano hasta la pista. ¡Pobrecito! Su mano transpiraba, así que le acaricie la palma con un dedo para hacerlo sentir un poco mejor.
Bailamos durante horas. Poco a poco fue liberando su verdadero yo, aunque las cervezas que pagué también ayudaron a desinhibirlo. Yo no tomé demasiado, quería estar lúcido cuando llegara el gran momento.
Damián alzó las manos y dio pequeños saltos. Sonreía y mantenía los ojos cerrados. Rodeé su cintura con mis brazos. Lo acerqué. Se sorprendió un poco y puso resistencia por pocos segundos, pero bajó las barreras y se dejó arrastrar por mis deseos.
Lo miré profundo, esbocé una sonrisa para transmitirle que estaba bien lo que hacía. Acaricié su pelo rubio bajando mi mano hacia su rostro hasta terminar rozando sus labios con el dedo índice.
Luego, lo besé.
Damián tenía los labios tensos, aunque fue cediendo hasta colocar sus manos sobre mi espalda. La acarició a medida que yo mordía su boca. Cada beso que le daba trataba de que fuera único. Me gustaba concentrarme mucho en la persona que tenía al frente de mí. Quería ser recordado como el primer hombre de su vida.
—Guau…
—Lo sé —contesté riendo.
Terminamos en su departamento. Un monoambiente simple pero bien decorado en negro, blanco y rojo. Damián, apoyado en la puerta, nervioso y un poco somnoliento.
—¿Estás seguro de que querés esto? No me ofendo si…
—No, no —me interrumpió—. Estoy seguro.
—Pero, recién saliste del armario. Tal vez deberíamos esperar a que tengas más experiencia.
Damián me tomó de la cintura, me llevó hacia la pared y me besó con pasión, comiendo mi boca como un salvaje, mordiendo mi labio inferior. No tardó en desabotonar mi camisa y sacármela.
—Se ve que entrenás. —Recorría mi cuerpo con las yemas de los dedos —. Mejor apago la luz.
Yo le demostraría que no importaba nada. Le devolvería la confianza perdida.
Lo tomé del centro de la camisa y lo atraje hacia mí. Lentamente fui desabotonándola hasta abrirla por completo.
—Me gusta.
Damián sonrió. Nos volvimos a besar y caminamos hacia la cama.
El celular me despertó. Era Julián.
—¿Qué pasa? —pregunté refunfuñando, con la voz ronca.
—¿Noche exitosa?
—Sí. —Damián dormía como un bebé.
—Bueno, decime dónde estás que paso a buscarte.
Le pasé mi ubicación por WhatsApp mientras me vestía. Cuando corté, Damián se despertó.
—Fue una hermosa noche —dijo.
Me limité a sonreír. Me puse la camisa y busqué mis zapatos.
—¿Nos vamos a ver de nuevo?
—Si el destino lo quiere…
No era la respuesta que él esperaba, pero tenía que cortar esto de raíz.
Me senté en la cama y le acaricié la mano.
—Escuchame. Sos nuevo en esto así que no espero que lo entiendas. Nuestro mundo está plagado de hombres como yo. La única diferencia es que yo ayudo, en vez de gozar a costa de los sentimientos de otro, ¿entendés? —Damián asintió—. Necesitabas dejar que la mariposa en tu interior explote, ser vos mismo. Yo solo te ayudé. Ahora vas a tener que seguir el camino solo.
—Pero, no sé qué hacer.
—Entrá a Google. Ahí vas a encontrar todas las respuestas. —Damián se rio y miró el piso. Puse el dedo en su mentón, para obligarlo a devolverme la mirada—. Buscá boliches gais y explorá.
—Sos muy lindo. Ojalá consiga a alguien como vos.
—No creo —contesté riendo—, soy único. Pero a alguien remotamente parecido puede ser que encuentres. Ese hombre va a tener suerte de tenerte a su lado.
—¿En serio lo decís?
—Claro.
Sonreímos y nos besamos por última vez.
Salí del edificio. Amanecía. Me agradaba ver el sol asomarse, escuchar los pájaros cantar. Era cursi, lo sabía, pero me gustaba y no me daba vergüenza admitirlo.
Un auto frenó de forma abrupta. La puerta del acompañante se abrió.
—Vamos a desayunar algo, estrellita de Hollywood.
Me subí y abrí la ventana. Quería disfrutar del viento veraniego con los ojos cerrados. Me sentía muy bien.