Читать книгу Tabú. El juego prohibido - Nicolás Horacio Manzur - Страница 7
CAPÍTULO 3
ОглавлениеLeandro
—O sea, lo que querés es humillarlo —dijo Julián.
—Claro.
—Y planeás hacerlo… ¿Cómo?
—Exponiéndolo por lo que verdaderamente es, Juli.
—Y eso es…
—Un gay reprimido.
—¿Estás seguro? ¿No será imaginación tuya?
—Sabés que mi radar nunca falla.
—Hay una primera vez para todo.
Bajábamos las escaleras del gimnasio hacia la pileta. Julián había decidido empezar a tomar clases de natación porque quería aprender a nadar y ponerse a la altura de su nueva conquista.
—¿Alguna vez te falló el tuyo? —pregunté.
—Jamás.
—¿Ves? El mío tampoco, Juli, y no va a empezar a hacerlo ahora.
—Pero, tiene novia.
—¿Y? Hoy en día eso no asegura nada.
Julián se detuvo en el borde de la pileta, se puso gorra y antiparras, pero se quedó mirando al frente.
—¿Y?, ¿no te vas a tirar?
—Tengo miedo. Vos sabés que el agua y yo no nos llevamos tan bien.
—No va a pasar nada —dije poniendo una mano en su espalda—. Tranquilo. No tenés que nadar, solo quedarte en lo playo.
Julián se quedó observando la pileta. Cuando era chico casi se ahogó en una pileta de un amigo. Aquel evento generó una fobia que lo mantuvo alejado del agua.
Comenzó a tambalearse un poco y me asustó. Lo tomé del brazo para alejarlo del borde.
—Podemos venir más tarde.
Más tranquilos y sentados en el bar del club, el color volvió al rostro de Julián.
—¿Cómo estás?
—Mejor, gracias. —Asentí y le apreté la mano—. Bueno, ¿tenés pensado cómo conseguir más información del profe?
—Sé su nombre y apellido. No sé. Tal vez LinkedIn, Instagram, Facebook, todas las redes sociales.
—No lo veo con un perfil en Instagram —dijo—. Debe ser una persona que mantiene su vida en privado.
—Tenés razón, pero por ahí una página, o un blog. En algún lugar debe volcar ideas. Es un profesor de literatura, no puede no haber escrito nada en toda su vida.
—¿Cómo vas a encontrar el blog?
—Soy como el FBI.
Julián apoyó su espalda en el respaldo de la silla, dirigió su mirada hacia arriba y comenzó a silbar.
—Necesito una cerveza.
—Calmate… No podés tomar todo el tiempo. No ayuda en nada.
—Sí, sí, lo sé. Pero me calma y me distrae de… mi viejo y en la situación en que nos dejó…
—No podés pensar todo el tiempo en él
—Fácil para vos que estás bañado en guita —respondió.
Tenía razón, pero no quería verlo afligido. Intenté cambiar de tema.
—¿Hablaste con tu mamá?
Julián tensó la mandíbula. No tendría que haber escogido ese tema.
—No me animé.
—Te entiendo. Es difícil.
—Tengo miedo de que me deje en la calle si le confieso que soy gay. O peor, que me mande a una de esas convenciones para volverme hétero.
—Es tu mamá, boludo. Te quiere. No va a hacer eso. Nunca la consideré como una persona con mente cerrada.
Gastón entró al club cargando un bolso y subió corriendo las escaleras en dirección a los vestuarios.
—Eh… ya vengo —le dije a Julián.
Le di una palmada en la espalda y corrí por las escaleras.
Gastón le entregó el bolso a Ricardo, el encargado de los lockers en el vestuario y salió hacia la pileta.
—Ricardito —le dije mientras me acercaba—. ¿Podría ver algo?
—¿Qué cosa, campeón?
—El bolso amarillo, el que te entregó ese hombre.
Ricardo rio.
—Sabés que no puedo.
—Por favor, quiero sacarme una duda. Te pago.
—No, Lean. No hay cosa más digna que un trabajo y no me gustaría perderlo. Ahora salí que se está formando una fila detrás tuyo.
—Dame una toalla.
Cuando bajé a la pileta, Gastón se encontraba nadando el estilo mariposa. Me quedé un momento observándolo. Tenía que admitirlo: se deslizaba bastante bien en el agua; mejor que yo. Otra cosa más por la que irritarme.
Luego de nadar durante unos veinte minutos, se detuvo y apoyó la espalda en el borde.
—Así que también nada —le dije.
Gastón giró y se sorprendió al verme.
—Señor Méndez, ¿qué hace aquí?
—Entrenando.
—¿Y va a quedarse ahí parado sin hacer nada como hizo en el gimnasio?
Abrí la boca, pero no me salió nada.
—Lo suponía —dijo sonriendo—. ¿Reflexionó sobre lo que hablamos hoy?
—¿El amor?
Asintió.
—No tuve tiempo. Tengo cosas más importantes en mi mente ahora.
—¿Puedo saber qué?
—No.
—Espero que la próxima clase su participación sea más… ¿cómo le puedo decir? Sí, activa.
Cuando iba a responderle, se puso las antiparras y se alejó nadando. Lograba exasperarme. Siempre terminaba teniendo la última palabra y dejándome mal parado.
Enojado me zambullí en el agua y esperé a que volviera.
—Veamos qué tal se mueve en una competencia —le desafié.
Gastón me sonrió y cruzó los brazos sobre su pecho. No pude evitar ver su cuerpo trabajado. Era evidente que entrenaba seguido. Sus pectorales elevados y bíceps flexionados delataban mucho trabajo. Un poco más abajo, podía ver unos abdominales marcados, su vello corporal mojado…
Moví la cabeza hacia ambos lados para concentrarme.
—¿Estilo? —preguntó.
—Elija. Le doy esa ventaja.
—Entiendo —rio—. Comencemos con crol, después espalda y terminemos con mariposa. Cien metros cada uno.
Julián bajaba las escaleras. Lo llamé para pedirle que fuera el referí de la competencia.
—A la cuenta de tres.
Tenía que vencerlo. No podía quedar mal, no en algo más.
—Uno… Dos… —Me incliné—… ¡Tres!
Salimos disparados. A medida que avanzaba, noté que el profesor nadaba más rápido que yo. Cuando alancé los cincuenta metros, él ya había terminado el primer estilo.
Empecé a apresurar el nado, mis hombros parecían prenderse fuego del esfuerzo.
No lograba alcanzarlo. Me llevaba la delantera y, aunque en un momento hice trampa, no logré reducir la diferencia.
Completé los doscientos metros cuando comenzó con el estilo mariposa. No, no iba a dejar que me humillara una vez más.
Volví a hacer trampa retomando crol, el estilo en el que me movía a más velocidad.
Todo parecía mejorar hasta que al dar una brazada tragué agua y se me acalambró una de las piernas. Estaba en lo profundo. No pude agarrarme del borde. Estiré la pierna hasta que el calambre cedió.
Cuando el dolor cedió, retomé la competencia. Nadé más rápido que nunca. Gastón casi terminaba, iba a ganar. Me lo refregaría en la cara, esta vez y en clases las veces que tuviera oportunidad. Entonces, comencé a sentirme pesado, sin aire. Me costaba respirar y veía borroso. No avanzaba con las brazadas. Moví mis brazos, pero estaban flácidos.
Me hundía.
El calambre volvió.
Me olvidé de nadar y de contener la respiración. El agua me entró por la nariz.
El dolor se hacía más intenso y se extendió hacia la otra pierna.
Entré en pánico.
Mis pulmones se llenaban de agua. Agité los brazos, intenté volver a la superficie, pero solo logré hundirme más.
Todo sucedió demasiado rápido: un zambullido, unas manos que tomaron mis brazos y me llevaron hacia la superficie.
Me desmayé.
Sentí unos labios sobre los míos, entregándome aire. Como una cañería, percibí el agua de mis pulmones elevándose por mi garganta hasta mi boca. Tosí y largué todo. Una mano en la espalda me ayudó a incorporarme. Todo me daba vueltas, pero al menos estaba vivo.
—¿Va a estar bien? —Julián sonaba preocupado.
—Sí, menos mal que llegué a tiempo —respondió Gastón.
—¿Qué carajo hacía el guardavida? —preguntó mi amigo, irritado.
—No estaba en su puesto. Lo voy a denunciar.
—Somos dos.
Abrí los ojos y miré a mi alrededor.
—Lean, Lean… —dijo Julián—. ¿Cómo te sentís?, ¿te duele algo?
Todavía seguía mareado y veía doble.
—No lo sofoques —aconsejó Gastón.
El profesor apartó a Julián.
—¿Estás bien?
No dejaba de mirarme, eso me gustaba, pero no podía disfrutarlo. No me sentía para nada bien.
Asentí.
—Respirá profundo.
Junto a mí fue tomando aire. Puso una mano en mi espalda y otra en mi pecho. En otra situación eso hubiera sido suficiente para que me le tirara encima.
Me puse de pie cuando estuve un poco mejor. Julián y el profesor me acompañaron hasta el vestuario.
—Quiero irme —le dije a Julián.
—Tus órdenes, mis deseos.
Julián buscó mi bolso y le pidió una toalla a Ricardo para secarme. Me puse la ropa y salimos.
Necesitaba tomar aire. Tenía que olvidarme de todo.