Читать книгу El castillo de cristal I - Nina Rose - Страница 12
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Rylee estaba segura de que lo había oído correctamente.
—¿Una tropa rebelde? —lo repitió en voz alta para asegurarse de todas formas. Los rebeldes estaban contra el Yuiddhas. Los llamaban “los viudos del Rey”; muchos habían sido soldados fieles antes de que el Traidor tomara el poder. Estaban desparramados por todo Rhive y se decía que quedaban cada vez menos.
—Exacto. Uno de los miembros de la tropa me arrebató la reliquia. Por fin he dado con su paradero, pero es muy difícil llegar a ellos sin ser cuestionado o lidiar con la desconfianza. Por eso tú eres perfecta para el trabajo —la miró de arriba a abajo—, con la historia perfecta puedes hacerles creer lo que quieras con esa bella cara de inocente.
—Cree que confiarán en mí —no era una pregunta.
—Lo creo, si. Si eres lo suficientemente convincente, me atrevo a pensar que te admitirán entre ellos. Una vez en esa posición, serás capaz de moverte con libertad dentro del campamento. Gánate su confianza y su respeto y compartirán contigo los secretos que guardan.
—Entre ellos la localización de su reliquia.
—Veo que sigues mi idea.
—Es una misión peligrosa. Si me descubren, quién sabe lo que me harán. No le saldrá barato, lo sabe, ¿verdad?
—Lo sé —contestó—, estoy al tanto de los riesgos. Por ello te ofrezco pagar lo que te queda de la deuda con Ábbaro Stinge.
Esas palabras la llenaron de esperanza y de temor, entremezclándose y confundiéndola. ¿Pagar su deuda? ¿Toda? ¿Cómo sabía él...?
—¿Cómo sabe sobre eso? —preguntó Rylee intentando sonar lo más fría y distante posible. A su lado, pudo sentir el cuerpo de Ánuk aumentando de temperatura y, discretamente, puso su mano en el lomo de su amiga para tranquilizarla. No quería que ese hombre viera las marcas de la wolfire.
—Tengo mis fuentes —se reacomodó en su silla, parecía relajado—, buenas fuentes. Fuentes que me hablaron de ti y tu deuda, de tu agilidad, rapidez y discreción. Esa es mi oferta, ¿la tomas o la dejas?
Temía, pero el prospecto de una vida libre de Stinge, libre de ser la Chica Sombra, era demasiado tentador. El trabajo lo podía hacer; era el tipo de cosas que ejecutaba a ojos cerrados. Sonrió, para darse valor y para que su interlocutor viera que no tenía miedo de nada.
—Cincuenta por ciento del total por adelantado, en efectivo —dijo firme—. El resto cuando le entregue su reliquia, de forma inmediata y también en efectivo. Nada de certificados de pago, ni depósitos, mucho menos entregarle el dinero directamente a Stinge. Quiero ser yo quien salde la deuda.
—Me parece razonable. Por mi parte, te daré solo sesenta días para cumplir lo que te pido. Pasado ese tiempo el trato está roto. ¿Estás de acuerdo?
—De acuerdo.
—Entonces —se levantó y estiró la mano izquierda hacia Rylee—, me parece que tenemos un trato, hermosa señorita.
—Un trato— Rylee también se levantó, estrechándole la mano.
Se encontró con un agarre firme, una mano que parecía apresarla. Una ráfaga de frío le atravesó el cuerpo; quiso soltarse pero era imposible. Una sombra comenzó a formarse tras el hombre; crecía y crecía... parecía salir de él, lo estaba cambiando . El rostro atractivo que había visto tenía algo aterrador y sombrío ahora, una malignidad en sus ojos verdes...
Ánuk gruñía, pero no atacaba y entonces Rylee notó que ambas estaban congeladas, inmóviles, atrapadas en algún tipo de hechizo.
—Una cosa más —habló, su voz parecía venir de todos lados—, tengo una pequeña cláusula que me asegurará la entrega. Si el cristal no me lo traes antes de los sesenta días —un dolor agudo atravesó a Rylee, abrasándole el pecho, instalándose justo sobre su corazón—, morirás.
El hombre la soltó, pero seguía incapaz de moverse.
—Has de saber que una maldición lanzada por un nigromante como yo es imposible de romper excepto por el que dicta la sentencia, por lo que si fallas o no llegas a tiempo, las espinas te matarán. Recuérdalo: solo yo puedo romper la maldición que te he dado. La reliquia que debes recuperar es un cristal: el Fadh u Taegjhang conocida comúnmente como la Piedra del Guerrero o la Primera Pieza. Encuéntralo, tráemelo y te liberaré de la muerte y de tu esclavitud. Cuando estés lista, sabrás que hacer para llamarme.
La sombra se hacía cada vez más grande. Rylee pudo ver, con horror, que había figuras humanas, espectros, moviéndose dentro.
—En dos días —siguió— deberás ir hasta este punto del Bosque de Marfil
—un mapa se materializó con las coordenadas que señalaba el lugar— según mis cálculos, allí es donde deberían estar entonces. Búscalos, pídeles ayuda, diles que quieres advertirles de un ataque inminente, que los persigue un ejército, pon de tu cosecha para que suene más convincente. Crearé entonces la instancia para infiltrarte, pero tu estadía dependerá de cuán inteligente seas. Buena suerte, pequeña Rylee.
La sombra rodeó el nigromante, engulléndolo y desapareciendo en la nada. La movilidad retornó al cuerpo de Rylee, pero ella se sentía incapaz de moverse. Entonces, consternada y sin poder sostenerse más, cayó desmayada.
Lo primero que vio al despertar fueron los ojos preocupados de Nan Pezzi. A medida que su visión fue ampliándose, notó que varios Pezzis estaban a su alrededor, todos luciendo inquietos pero aliviados de verla despertar. Sintió el hocico de Ánuk en su mano y comprendió que su amiga estaba echada a su lado.
Al intentar incorporarse, la mano firme y cálida de Nan la sostuvo impidiéndole cualquier intento de alzarse de la cama.
—Aún no, niña.
—Estoy bien, Nan.
Ánuk bufó.
—Al menos espera que llegue Ruby. Mandé a uno de los chicos a buscarla para que te lleve a casa.
A Rylee le fastidió que se tomaran esa atribución. No quería preocupar a Ruby más de lo que ya estaba luego de contarle de las pesadillas, pero sabía que tarde o temprano la mujer se enteraría y entonces sería mucho peor. Las noticias viajaban rápido en Villethund, aún más rápido si tenían relación con Ábbaro y el triple de rápido si sucedían en un lugar tan concurrido como la posada de Nan. Además, medio mundo sabía que Rylee era la protegida de Ruby y la favorita de su jefe.
—Ten —Lianna llegaba con un cuenco de algo humeante y que olía exquisito— es la sopa de mamá, te ayudará con el mareo.
—¿Cuánto tiempo...? —preguntó mientras soplaba la sopa.
—Unos quince minutos. Los gemelos oyeron a Ánuk ladrar y fueron a ver, te encontraron desmayada y ni señales del forastero raro ese. Al menos pagó por adelantado.
Rylee rememoró. “Un nigromante. Él era un nigromante“.
Los nigromantes tenían una denominación especial: “mo d’ahksue ent d’ahksue”, que en maggena significaba algo como “los más oscuros entre los oscuros”. Tras ellos había una historia retorcida, llena de muerte y maldad, que comenzaba con el primer nigromante, Adhabeish, un Alto Mago que anhelaba sobrepasar los poderes de las diosas Nea y Néctiri, las Hermanas de la Vida y la Muerte. Sin poder conseguir su propósito, le ofreció su alma a los Espíritus Grises a cambio de otorgarle el poder que deseaba2.
Si el hombre que la había atacado era de hecho un descendiente de Adhabeish, estaba más que perdida. Y no dudaba que lo fuese; estaba segura que lo que había visto tras él eran espectros y el dolor y el frío tampoco los había imaginado.
—Ugh —se quejó Rylee. No podía decirle a Ruby lo que verdaderamente había pasado; su protectora se moriría de preocupación y de angustia por ella y ya le bastaba con haber tenido a Ánuk de testigo.
—¿Sabe mal la sopa? —preguntó Lianna.
—No, no, lo siento. La sopa esta exquisita. Solo me dolió un poco la cabeza es todo.
Unos veinte minutos más tarde Merina, la hija mayor de Netti, se asomó por la puerta anunciando:
—Ruby está aquí.
Merina no alcanzó a dar un paso hacia la habitación, cuando un súbito empujón la mandó a un costado y la hermosa figura de Ruby la reemplazó en el umbral.
—¿Qué pasó? —inquirió con esa mezcla tan característica de emociones.
—No lo sabemos, la encontramos desmayada en la azotea —respondió Nan—, será mejor que te la lleves y hables con ella. En cuanto a mí, le prohibiré la entrada a ese extranjero, si es que alguna vez regresa a mi posada. Nadie viene de la nada a alborotar mi negocio de esta forma —ayudó a Rylee a incorporarse, mientras ésta daba el último sorbo a la sopa.
Ruby no pronunció palabra en el trayecto al burdel. Se veía furiosa, pero preocupada mientras guiaba el carro por las oscuras calles de Villethund. Rylee, por su parte, miraba a Ánuk con insistencia, trasmitiéndole con los ojos un único mensaje: “NO LE DIGAS LO QUE PASÓ”.
Por Nea, en qué embrollo se había metido.