Читать книгу El castillo de cristal I - Nina Rose - Страница 14

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La petición de Rylee había tomado por sorpresa a Sahra. La mujer miró fijamente a la muchacha, preguntándose dónde y por qué había escuchado ese concepto.

La Piedra no era del conocimiento público, al menos no del nivel en el que se movía Rylee; pero, por otro lado, la niña era más inteligente, atenta y perspicaz que muchos de los habitantes de esa ciudad. Viendo la urgencia en sus ojos pardos, Sahra, encantada como siempre de la curiosidad de la muchacha, comenzó:

—La Piedra del Guerrero, en el maggena llamada fadh u taegjhang, es un cristal mágico, la primera de tres piezas que forman un poderoso brazalete, el buhra taegjhang. Fue otorgado al más leal de los guerreros del Rey, para luchar contra la acometida de la oscuridad que portaban los Espíritus Grises en su alianza con los que deseaban tomar el control de los Reinos durante la Segunda Guerra.

»Cuando la guerra culminó, largos años de paz bendijeron Rhive y los otros Reinos. Cuando el General murió, decretó que el brazalete fuese dividido y escondido para que ningún enemigo pudiese nunca obtenerlo. Solo el verdadero Guerrero sería capaz encontrar y reunir las piezas. Así, quien obtenga el brazalete, será el poseedor de su gran poder y será declarado el nuevo General de los Reinos, al cual obedecerán todos aquellos que sean fieles a su causa.

—Y ¿cómo se sabrá quién es el nuevo guerrero? Porque cualquiera con los recursos podría averiguar donde están las piezas, ¿no? ¿Cómo saber si es el “elegido”? —pensó en el nigromante y un escalofrío le atravesó la espalda.

—Veras, antes de morir, el General redactó una carta, una profecía. En ella describía al próximo guerrero y las circunstancias de su llegada. Tengo por acá una transcripción —se levantó y sacó de un estante una enorme caja de cristal empolvada, desde donde extrajo un sencillo y viejo pergamino— ajá, este. La carta original se encuentra en el Castillo, pero se hicieron algunas copias para ser repartidas a las Cinco Salas del Saber y a un par de islas. —Tomó aire y comenzó a leer:

“Días de sombra arrecian al reino,

muerte y caos porta el traidor,

dos le bastarán para multiplicar su poder,

antes de quebrar la corona.

Más en la desesperanza nacerá quien traiga luz.

Del fuego brotará el General de los Reinos

Forjado por el amor y la muerte

A su llamado responderá la bestia

Y será con él para siempre como uno

Dos traiciones sellarán su destino:

La codicia marcará,

Mas los celos atravesarán su pecho

Su sacrificio llenará el cielo de ceniza

Y su regreso traerá el cierre”.

Rylee meditó. ¿Por qué nadie podía hablar claro en las profecías? Nadie decía “se llamará tanto, nacerá tal día, tiene un lunar en la nariz y un ojo medio tuerto“ preferían inventar esos versos sin sentido y complicarle la vida al mundo. ¿No se había estado muriendo ese pobre hombre? ¿Había preparado con antelación lo que había escrito? ¿Lo había hecho por el drama?

—¿Rylee?

—¿Sí? Sí. La escucho.

—En fin —guardó el pergamino—, como ves, solo el general puede unir las piezas y usarlas.

—Y digamos que, hipotéticamente, alguien averigua dónde está ese cristal... piedra... cristal. En fin, si lo tiene, ¿qué pasa entonces?

—Bueno, en esencia, el poder está guardado en el cristal. Desconozco el alcance de esa magia, pero supongo que alguien versado podría sacar provecho de ella, aunque es difícil, extremadamente difícil. Podría salir muy mal herido, ya que la magia del brazalete solo responde a su dueño y él es el único a quien no puede nunca lastimar.

—Ya veo. ¿Y cómo es exactamente ese cristal?

—Estas haciendo muchas preguntas, niña. ¿Acaso planeas robarlo? Sé en lo que trabajas —su tono era acusador, pero juguetón.

“Me atrapaste”.

—Qué cosas dice, Sahra. ¿Cómo podría yo robar algo cuya localización es desconocida y cuyo poder excede su propio saber? Tendría que estar loca —“O muriendo”, agregó para sí—. Solo tengo curiosidad, usted sabe que soy así, me conoce.

La chica tenía un punto: desde niña que había sido muy preguntona. Por eso le gustaba tanto que Rylee la visitara; siempre estaba ávida de conocimiento y Sahra estaba más que dispuesta a enseñar todo lo que pudiese. Después del cierre de la biblioteca, sentía que el saber que tantos años había cultivado se estaba perdiendo.

—Nadie sabe cómo se ve. Mucho se ha perdido con los años, pero, según las historias, la piedra fue tomada de la corona del Rey por lo que imagino que debe lucir como un trozo pulido de cryssal traslúcido.

El cryssal era un mineral extremadamente raro y valioso que solo los enanos con conocimientos de magia podían trabajar. Podía ser usado al natural, así como también podía ser procesado y fundido para crear una especie de metal; en ambos casos era extremadamente resistente, durable y prácticamente indestructible. Tanto el trono como la corona estaban hechos de ese material y, de hecho, Rylee había leído una vez que la residencia del Rey no se llamaba “Castillo de Cristal”, como se le conocía comúnmente, sino “Castillo de Cryssal” pero que se había degradado debido a que el mineral era prácticamente desconocido.

—Otras versiones dicen que es una piedra o un cristal cualquiera, otras dicen que es un diamante. En fin, puedo contarte más acerca de la guerra si quieres, hay...

—¡No! —saltó Rylee— Quiero decir, no muchas gracias. Debo irme, tengo un compromiso urgente— Si se quedaba, Sahra le hablaría horas y horas de todo lo habido y por haber relacionado con el brazalete. Se levantó y, a su lado, Ánuk, quien había estado echada en el suelo, se estiró—. Muchas gracias otra vez, volveré un día y hablaremos con más calma sobre la historia, ¿sí?

—De acuerdo. Buscaré más cosas y así habrá mucha información para cuando vuelvas.

—Claro, adiós, Sahra.

—Hasta pronto, señorita Mackenzie.

Al ver salir a Rylee, a Sahra se le hizo un nudo en el estómago. “Hasta pronto”, susurró.


Rylee y Ánuk se adentraron en el bosque con un plan listo para ejecutar. La chica seguiría la indicación del nigromante y pretendería avisar a la tropa —si alguna vez la hallaba— de un ataque sorpresa. Según su cliente, él crearía una “instancia” para que se infiltrase; esperaba que cumpliera con esa parte porque Nea sabía cómo justificaría un ataque invisible. Por su parte, Ánuk mantendría su postura de “no me tomen en cuenta, soy una simple loba, no hablo ni tengo superpoderes”.

—Hemos caminado horas, no hay nada aquí.

—Shh, no sabemos eso. Muchas tropas usan hechizos para ocultarse. No hables porque no sabemos si hay oídos atentos por aquí.

Como única protesta, su amiga ladró.

—Estas son las coordenadas aproximadas —anunció Rylee revisando su brújula.

Se detuvieron mirando hacia todos lados, pero lo único que veían eran árboles, árboles y más árboles.

—Ánuk, olfatea —dijo de repente.

Ánuk la miró con cara de “debes estar bromeando, no soy un maldito perro”

—Olfatea —insistió—, tal vez tú puedas detectar algo. Busca, olfatea cualquier cosa que no huela a bosque.

Gruñendo por lo bajo, la wolfire alzó la cabeza, cerró los ojos y olfateó. Volteó. Volvió a olfatear. Olió el suelo y luego, nuevamente, arriba. Caminó un poco y otra vez. Cuando Rylee pensó que ya era un caso perdido, Ánuk fijó la cabeza en un punto y comenzó a olisquear con más ahínco. Se acercó a la muchacha, acuclillada ahora, y con el susurro más discreto, le dijo:

—Hay un olor extraño, como algo que se quema, pero no hay fogatas por aquí. El olor es tenue, pero está. Por allí —señaló—. Y hay otro aroma, como a sangre seca y metal, es más fuerte y se acerca.

“Debe haber alguna protección en el campamento, pero... ¿sangre seca y metal acercándose? ¿Qué...?”

—La “instancia” —murmuró.

Ánuk la miró, comprendiendo.

El castillo de cristal I

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