Читать книгу El castillo de cristal I - Nina Rose - Страница 15
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—¿Hola? ¿Hay alguien aquí? ¿Hola? —la voz de Rylee subía de volumen con cada grito. Sonaba, a propósito, ligeramente asustada e insegura.
Ánuk le golpeó suavemente la cadera con el hocico y la miró significativamente. Rylee comprendió que el aroma a metal y sangre estaba cada vez más cerca. No había tiempo y el sol pronto se ocultaría.
—¡Viene un ataque! —gritó a todo pulmón— ¡Los han encontrado! ¡Han encontrado una forma de romper su protección! ¿Pueden oírme? ¡Ya vienen!
Ánuk comenzó a gruñir, enseñando los dientes y posicionándose frente a Rylee. La muchacha, que ya podía oír sin problemas el sonido inconfundible de cascos y armaduras en rápido movimiento, comenzó a ponerse nerviosa. No parecía que hubiese alguien escuchando su advertencia.
—Si no aparecen —le susurró a la wolfire— tienes mi autorización para transformarte. Pero ten paciencia.
Rápidamente, Rylee sacó su viejo arco y apuntó hacia los árboles desde donde provenía el sonido. Aunque no era experta, al menos podría ganar algo de tiempo.
De entre el follaje emergió una criatura de piel cetrina que parecía un ser humano... golpeado en la cara repetidas veces con un mazo. Miró a la chica que le apuntaba y a la loba que le gruñía y soltó una risotada.
—Menuda caballería, ¿no? Y yo que pensaba que los viudos del rey no podían ser más patéticos —varias figuras se le unieron, todas armadas; Rylee vio humanos (al menos se veían más humanos que el primero) y un par de trolls, si no se equivocaba.
—Ugh, que molestia —habló alguien entre la muchedumbre— matémosla ya, que estorba.
Cuatro de esas cosas se separaron del grupo, apuntando sus espadas hacia la chica; asustada, Rylee soltó la flecha, que impactó entre los ojos de uno de ellos. El efecto fue inmediato: los que caminaban hacia ella comenzaron a correr, furiosos, dispuestos a matarla. Rylee no tenía tiempo de cargar otro disparo; no quería que vieran a Ánuk...
De la nada, un grupo de soldados se ubicó frente a ella, escudándola del ataque. Fue tan sorpresivo que Rylee, tambaleándose, cayó hacia atrás y vio, asombrada, cómo desde algún lugar del bosque, se materializaban al menos una decena de soldados que portaban el emblema del Rey: la estrella coronada de siete puntas de un intenso color plata en cuyo centro se hallaban el sol4 y la luna, símbolos de las Diosas.
El enfrentamiento le parecía tan rápido que la muchacha no tuvo tiempo de darse cuenta de quiénes caían o de quienes seguían luchando; para ella eran como borrones que se movían. Ánuk comenzó a tirarla de una manga para que se levantara y se apartara de la batalla; reaccionando, así hizo Rylee. A trompicones, se alejó unos cuantos metros hasta que alguien le cortó el paso.
El frío era inconfundible. El dolor en su hombro izquierdo también. Y luego todo se fue a negro.
—¿No ha despertado?
—Aún no. Sufrió una fuerte impresión.
—Lleva mucho tiempo desmayada.
—Pronto volverá en sí.
—Ese lobo me asusta, no se aparta de su lado y me da la impresión de que sabe algo que yo no y que me morderá si me acerco.
—Es una hembra, Mehna. Y no es agresiva, solo está cuidando a la muchacha.
—El General está muy interesado en platicar con ella. Cuando despierte y si está lo suficientemente repuesta, mándala a hablar con él. Si no, avísame para hacerle saber al General que tendrá que venir el mismo a verla.
—Claro.
Rylee escuchaba las voces a su lado. Oyó cómo la mujer, Menha, se alejaba de donde estaba y sintió al hombre poniéndole paños fríos en la cabeza y susurrando algo, ¿maggena? Necesitaba ver dónde estaba.
—¡Ah! Bienvenida, muchacha —habló un borrón en cuanto abrió los ojos—, trata de no levantarte, has estado desmayada unas horas.
La chica no podía enfocar la vista; veía todo empañado y difuso. Instintivamente alargó su mano hacia un costado y, tal como esperaba, encontró el pelaje cálido de su amiga que sabía no la había dejado ni por un segundo.
—Tu loba no quería moverse de tu lado. Parece ser una excelente compañera.
Rylee sintió cómo Ánuk se erguía, orgullosa. Sonrió para sus adentros.
—Es la mejor —suspiró—. ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?
—Estás en el campamento que ayudaste a salvar —sus ojos habían comenzado a enfocarse mientras miraba al hombre—, aún no sabemos si alguien te aturdió en medio de la confusión o si te desmayaste simplemente. ¿Recuerdas algo? —dijo mientras le entregaba un cuenco de sopa, que Rylee rápidamente aceptó.
“El frío”.
—No, lo siento. De repente todo se fue a negro.
Su vista ya estaba bien. Observó al hombre a su lado; no parecía demasiado mayor, quizá unos cuarenta años. Era robusto, cabello castaño entrecano y vestía un sencillo traje de campesino. Su único rasgo destacable era una serie de marcas que bajaban por un costado de su rostro
—¿Es un mago?
El hombre rió.
—Bueno, ya no vivo con los de mi Orden, pero sí, soy un mago.
Rylee se enderezó en la cama para ver mejor los símbolos, frunciendo el ceño llena de curiosidad. El mago la miraba, fascinado con su actitud.
—Defensa y Protección, ¿es un Especialista? El grabado de Pociones esta hecho solo a medias —dijo la muchacha, indicando los símbolos.
Eso dejó al mago aún más sorprendido. ¿Cómo sabía una niña leer el maggena?
—¿Cómo supiste eso?
—Lo leí una vez, en unos antiguos manuscritos de magia básica traducidos. Memoricé algunos, para distinguir...
“Para distinguir cuando estaba frente a objetos de magia falsificados”
El hombre esperaba que la muchacha continuara, pero Rylee, después de titubear, calló y bajó la cabeza, un tanto avergonzada.
—Está bien —susurró el hombre—, no tienes que hablar ahora. Pero el general querrá que le cuentes todo, así que te recomiendo que pienses en lo que le dirás. ¿Puedes levantarte?
—Sí, por supuesto —respondió incorporándose con cautela.
—Bien, sujétate de mí, te llevaré.
—No, gracias. Si lo necesito, me sujetaré de mi loba —avanzó hacia la salida de la enorme carpa. Había caído recién en cuenta de dónde estaba y tomó nota de todo: las estanterías con libros, los frascos con líquidos y, supuso, ingredientes para pociones; los pergaminos, la armadura a un costado de las mantas en las que había estado y el báculo que acababa de tomar su cuidador.
—Bien —la actitud de la chica era extremadamente divertida y desconcertante—, entonces vamos.
La luz de una fogata la reconfortó al salir. A su alrededor había decenas de pequeñas tiendas y un montón de personas andando de aquí para allá, puliendo armas, sanando heridas, comiendo, charlando, vigilando. Rylee trató de distinguir a que raza correspondían: había varios humanos, algunos elfos, un grupo de cinco enanos trabajando en una improvisada fragua; también, en la oscuridad, distinguió lo que creyó era un centauro, además de caballos. Frente a ella, una enorme ave pasó volando y se posó en el hombro de una mujer humana, quien desató un papel que traía en la pata y se perdió entre las tiendas.
—¿Qué fue...? —preguntó Rylee sin dejar de mirar el ave. ¿Era lo que pensaba?
—Es un fénix. Son excelentes mensajeros, en el campamento mantenemos unos pocos. Sígueme.
El mago comenzó a guiarla por donde se había ido la mujer.
—Me llamo Gwain, a propósito. Gwain Tellaris.
—Rylee Mackenzie. Y ella —apuntó a la loba— es Ánuk.
Gwain siguió caminando, pendiente de que Rylee no perdiese el equilibrio o se desmayase de nuevo. Pero la muchacha parecía estar bien, lo que lo dejó aún más perplejo; esa niña no era una campesina ordinaria, pero no detectaba magia natural en ella. Se fijó en cómo caminaba entre los soldados, pisando firme y sin bajar la vista cuando la miraban. No era altanería, sin embargo: era confianza. La exudaba, la trasmitía; una muchacha que no dejaba que se metieran con ella.
Rylee intentaba no tropezarse. Aunque se había acostumbrado a las penumbras, no conocía el terreno y esperaba que Gwain no la hiciese pasar por un hoyo o algo por el estilo. Sentía a varias personas mirándola, pero no se intimidó; había recibido miradas mucho más hostiles y, francamente, desde que había visto los fríos ojos verdes del nigromante ya no encontraba nada peor.
Llegaron finalmente a una enorme tienda, el doble de grande de la de Gwain, que era, a su vez, el doble de las tiendas de los soldados; el estandarte del Rey ondeaba afuera, donde dos hombres montaban guardia. Al ver al mago, le cedieron inmediatamente el paso, no sin antes mirar con una mezcla de desconfianza y curiosidad, a la chica y a su amiga.
Al entrar a la carpa, tomó nota una vez más. Había dos montones de mantas, una a cada lado del lugar; una hermosa armadura, con su espada y su escudo, reposaban cerca de una, mientras que el perchero de la otra estaba vacío. Al centro, una mesa redonda de madera con el símbolo del Rey y siete humildes banquillos dispuestos alrededor. Vio mapas y algunos libros; brújulas mágicas, como la que ella tenía, y varios objetos que había visto se usaban para medir distancias en los mapas.
Allí estaba sentada la mujer que había visto; era morena, de ojos chocolate, piel canela y complexión fuerte. Vestía ropas sencillas, de tonos oscuros y terrosos; en el cinto tenía una espada de mango azul. Frente a ella, Rylee vio al dueño de la armadura y quien supo era el que mandaba en el campamento.
El hombre parecía ser más joven de lo que era, como todos los elfos, pero sus ojos azules contaban historias centenarias; sus orejas puntiagudas tenían una ligera curvatura en los extremos y parecían estar atentas al más ligero sonido. Al ver a los recién llegados, se levantó y Rylee vio que era robusto; era alto y su porte trasmitía majestuosidad y un innato talento para liderar.
Rylee se sintió intimidada por él. No era miedo, sino algo mucho peor: inferioridad. Era como si alguien tan poco digno como ella no pudiese estar en presencia de alguien tan solemne.
—Ah, Gwain —habló, con una voz masculina pero sorpresivamente cálida—, gracias por traerla acá. Ya iba a ir yo a verlos.
—Me retiro, señor —habló la mujer morena.
—Claro, gracias Comandante. Pasen, por favor, tomen asiento— cuando la mujer pasó por su lado, Rylee sintió su escrutinio y su desconfianza, pero intentó ignorarla. Se sentó donde le indicaban, en silencio, pensando qué decir, analizando al elfo frente a ella.
—Bien, primero me gustaría saber tu nombre —dijo el general.
—Rylee Mackenzie —contestó con firmeza.
—¿Y de dónde vienes, Rylee?
—Villethund.
—¿Cómo supiste del ataque?
“Bien, Rylee, llegó el momento. Sé convincente”.
—Escuché a un par cuando estaban hablando en el bosque, en las afueras. Pasé cerca de ellos, pero no me vieron. Los oí hablar del campamento de los rebeldes que se encontraba en el bosque y de cómo habían adquirido una poción para quebrar barreras mágicas.
—¿Y tú decidiste avisarnos por...?
—No soy adepta al Yuiddhas. No comparto su visión. Por su causa perdí muchas cosas en el pasado y aunque nunca me había involucrado con nada relacionado a la rebelión, pensé que ya que había escuchado la información, no perdería nada con intentar advertirles.
El general no parecía sospechar, aunque tampoco parecía demasiado convencido. Vio la duda en sus ojos azules.
—¿Y puedo saber qué hacía una muchacha como tú sola en el bosque?
Rylee se dio cuenta entonces de que aquello era lo que consideraban más inusual de todo. Que una joven como ella vagara sola por un tupido bosque, alejada del camino principal, para ellos, era bastante increíble. No había pensado en que dudarían de su presencia en el lugar; más bien, pensó que la interrogarían acerca de cómo fue capaz de oír a los soldados enemigos sin ser detectada. Para esa pregunta tenía respuesta, pero no había preparado nada para contestar la que le acababan de formular. ¿Qué responder?
—Bien, yo... —titubeó. Diosas, ¿qué debía decir?
Tanto el general como Gwain la miraban silenciosos y expectantes. Y entonces Rylee decidió responder con lo menos probable: la verdad. En parte.
—Estaba huyendo.
—¿Huyendo?
—Sí —Rylee puso su mejor cara de afligida—. Verá, hace años, mi padre pidió un enorme préstamo a un hombre en Villethund. Cuando mi padre murió, tuve que tomar en mis manos la deuda y pagarle al prestamista por mi cuenta. He vivido casi once años intentando saldar lo que le debo trabajando como ladrona — ante esto, el general pareció sorprendido y Rylee sintió cómo el desasosiego de Ánuk, a su lado, iba en aumento—. Me harté de esa vida. Sé que me expongo a que me persigan por evasión o algo, pero preferí tomar ese riesgo que seguir trabajando de una forma tan miserable. Huí y, sabiendo que podían seguirme, me interné con Ánuk por el bosque. Ella percibió el campamento del Ejército Gris, donde los oímos hablar de lo que planeaban, y luego me ayudó a detectarlos a ustedes. Claro que no podía verlos, pero confié en que pudiesen oírme.
El general la miraba entre sorprendido y admirado, ¡esta niña acababa de confesarle que era una ladrona! Y se veía tan tranquila, cansada, pero tranquila. Miró a Gwain, quien parecía menos asombrado de lo que esperaba; volvió a mirar a la muchacha y le preguntó:
—¿Qué es lo que quieres hacer ahora?
Rylee se tomó su tiempo para responder. Fingiendo haber tomado una repentina decisión, respondió:
—Me gustaría quedarme, si usted me lo permite. Sé que no soy un soldado, pero puedo aprender, puedo mejorar. Sé usar el arco, peleo muy bien en enfrentamientos cuerpo a cuerpo, soy muy rápida, se me da fácil trepar y soy muy sigilosa cuando me lo propongo. Si es necesario, acarrearé bultos, cargaré armas, limpiaré el estiércol de los caballos —el general rió ante lo último—. No tengo dónde ir, no tengo propósito alguno, no quiero volver a Villethund y aquí podría ser de utilidad. Deme una oportunidad, por favor. Deje que me quede.
El general la miró largo rato. Rylee ocultaba algo más, pero no podía precisar qué era. No le parecía mala, más bien algo perdida y aunque no confiaba plenamente en ella, tampoco le inspiraba recelo. De pronto, un inexplicable sentimiento lo invadió: el sentimiento de que ella traería importantes cambios. Era una sensación desconcertante, que lo golpeó con fuerza en el pecho y que lo hizo mirarla con curiosidad. ¿Quién era esa muchacha?
—Puedes quedarte —dijo finalmente—, siempre es bueno tener más brazos. Estarás bajo el cuidado de Gwain y deberás aprender a defenderte y a luchar. Evitamos los enfrentamientos, porque intentamos mantenernos alejados de la mirada del Yuiddhas, pero si los hay, no puedes ser una molestia para ninguno de mis soldados —y agregó mirando a Gwain—, que Menha le enseñe.
—Sí, señor— Gwain saludó con la cabeza, pero antes de que pudiese guiar a Rylee afuera, la muchacha volvió a hablar:
—Disculpe, general. No quiero sonar impertinente, pero me gustaría conocer su nombre. Yo le di el mío y mi loba se llama Ánuk.
—Cahalos Ellery —sonrió el elfo.
—Mucho gusto, señor —sonrió a su vez Rylee.
—¿Y bien? —Gwain no pudo evitar la pregunta. Tras dejar a la recluta con Menha, su nueva maestra elfa, había regresado pronto a la tienda del general para saber qué le había parecido la chica.
—Definitivamente es especial —respondió Cahalos—, muy especial. No parecía asustada, ni intimidada, pero aun así evitaba mirarme; fue respetuosa, pero firme y decidida. Se veía vulnerable, pero su lenguaje corporal era defensivo; hablaba con franqueza pero con cautela...
—Sí, parece ser un pozo de contradicciones. ¿Y sabes qué más? Sabe leer algo de maggena. Leyó los símbolos en mi rostro casi sin titubear.
—¿Una muchacha de pueblo como ella?
—Técnicamente Villethund es una ciudad, pero desde que la biblioteca cerró, no es el tipo de lugar que cultive sabios y estudiosos. Una chica joven... es raro que se interese por cosas como esas.
—Dijo que era ladrona. Tal vez ese conocimiento le servía.
—Aún así, nunca he sabido de un ladrón que entienda de esas cosas, mucho menos alguien joven.
Ambos se quedaron mirando el fuego, silenciosos.
—Cuando me pidió quedarse tuve una sensación extraña. Como si alguien me estuviese obligando a aceptarla. No fue desagradable, solo extraña.
—Las Diosas trabajan de formas misteriosas, general. Nunca se sabe quién será la ficha que inicie el juego.
El general miró a su amigo, pensando en la muchacha. Rylee, ¿podría ser ella la ficha?
—Tal vez es solo una más.
—Lo veremos —sonrió Gwain.
Su nueva instructora elfa era más humana de lo que se había imaginado serían los elfos en general. Había visto unos cuantos en Villethund, pero éstos se mantenían muy apartados y cautelosos de los extraños y rara vez entablaban conversaciones con los lugareños o con otros viajeros. En cambio Menha, con su voz aguda y sus enormes ojos, parecía no querer parar de hablar.
Rylee la miró, intentando retomar el hilo del monólogo que había perdido hace bastante rato. La elfa era menuda y a Rylee le recordó a un pequeño y juguetón ciervo; si no fuera por su incesante palabrería, hasta pudo haberla considerado adorable.
— ...base, la cual es bastante grande comparada con otros, tenemos suerte de tener a los enanos que nos ayudan con las armas, no hay mejores herreros en los Reinos que los enanos, ¿sabías? Son increíblemente hábiles, uno de los nuestros creó mi arco y mi espada corta, las espadas cortas son fáciles de maniobrar para alguien como yo, pero tú eres más alta, supongo que verán algo apropiado para ti en el futuro, eso sí es que sobrevives porque nunca se sabe que puede salir mal en una batalla, nunca está de más ser precavido...
Rylee no podía creer que la chica no estuviese desmayada por falta de aire; ni siquiera pausaba para respirar. Ánuk, a su lado, había bajado las orejas lo más cerca posible a su cabeza, seguramente porque la vocecita de Menha la tenía mareada.
Ya había conocido a varios miembros del campamento. Su instructora le había presentado a algunos de los soldados y de ellos había recibido variadas bienvenidas: unos la saludaban con entusiasmo, agradecidos de la advertencia que probablemente les había salvado la vida; otros la ignoraban o la miraban desafiantes, desconfiados ante la intrusa que, de la nada, había aparecido portando noticias enemigas.
Las impresiones que le dejaron estos soldados, hombres y mujeres humanos, elfos y medio—elfos, no fueron tan imperecederas como lo fue conocer a los centauros. En el campamento había siete y obedecían casi con exclusividad a la única hembra del grupo, una centáuride que le doblaba en edad al mayor de los machos. Todos eran majestuosos e imponentes; miraban constantemente el cielo, sin prestarle mayor atención a las recién llegadas. Excepto, claro, la hembra, quien atenta vigilaba los pasos de la chica a medida que se acercaba.
—Lenna, ella es Rylee Mackenzie, la chica que advirtió del ataque. El general ha decidido que se quede, entrenará conmigo y estará bajo los cuidados de Gwain. Y ella es su loba.
Los oscuros ojos de Lenna escrutaron a Rylee y a Ánuk. La muchacha notó la fuerza que exudaba; también notó su pelaje negro y lustroso, su piel oscura brillante y su sedoso cabello blanco, que la adornaba como una crin sobre su cabeza. Se veía mayor que los otros y Rylee no supo si fueron las cicatrices de luchas pasadas, su aura sobrenatural o su mirada sobre ella, pero volvió a sentirse inferior.
La centáuride alzó los ojos al cielo y, con una grave voz, dijo:
—Has llegado en época de cambios, niña humana. Las estrellas hablan de transformaciones, muerte y cenizas. Pero también hablan de amor y esperanza... ¿Qué es lo que portas tú, niña humana?
Rylee no supo cómo contestar, ni qué decir.
—Eh, bueno….
La centáuride sonrió y volvió a contemplarla.
—Lo veremos —dio media vuelta y se internó un poco más hacia la espesura del bosque, seguida de los otros centauros. Pero antes de desaparecer se dio media vuelta y agregó—, mis hermanos no las lastimarán. Entrena bien, niña humana, la espada enemiga no esperará a que pongas el escudo para detenerla —y diciendo esto, se perdió entre los árboles.
—Meh, centauros. No son buenos conversadores —dijo Menha con un mohín—. En fin, te llevaré a la fragua, ven.
Rylee, aún un poco atontada por su encuentro con Lenna, siguió a la elfa hasta el lugar donde antes había visto a los enanos, seguida de Ánuk, que parecía tan aturdida como ella. Los vio a lo lejos; eran cinco, todos fornidos, barbudos y sudorosos por el trabajo.
—Bien, Rylee, ellos son los hermanos Granner —señaló a tres— y sus primos, los gemelos Stonner —apuntó a los otros dos. Todos son excelentes herreros y han hecho la mayoría de las armas de nuestros soldados. Si te la ganas, creo que no les molestará hacerte una espada.
Uno de los Granner se acercó a Rylee y la miró con su único ojo bueno; el otro estaba cubierto por un pañuelo bajo el cual notaba una fea cicatriz. Repentinamente, algo enorme voló hacia su cara; en milésimas de segundo Ánuk se posicionó para defenderla, pero el enano no la había golpeado: su mano había quedado a poca distancia de la nariz de la muchacha, quien la contempló sorprendida.
—Greynir —dijo, pronunciando con fuerza la “r”—. Mis hermanos, Gradir y Grerron, mis primos Stroit y Strennar —mencionaba los nombres con un gesto de la cabeza para identificarlos. Su mano seguía cerca de su nariz y Rylee comprendió que esperaba que se la estrechase.
—Ry... Rylee Mackenzie. Y Ánuk, mi loba —se alejó un paso y estrechó con cautela la mano ofrecida; bastó solo ese gesto para que el enano riera con ganas y la apretujara en un abrazo que le cortó la respiración.
—¡Ja, ja, ja! —rió— ¡Bienvenida, bienvenida! —la soltó; Rylee sintió cómo su estómago se reacomodaba en su interior y cómo Ánuk se relajaba a su lado—. Si necesitas ayuda, no dudes en recurrir a nosotros. Te haremos una bonita espada, si es que eres buena —le guiñó el ojo y, entre risas, volvió al trabajo.
—Vamos —le dijo Menha—, debes estar hambrienta. Gwain dijo que te tendría algo de comer en su tienda, te explicará algunas cosas.
Ambas se dirigieron hacia la tienda del mago, pero antes de que pudiesen entrar, una enorme sombra les interrumpió el paso. Por un momento, Rylee pensó que el nigromante la había seguido; sin embargo, el frío que despedía la masa frente a ella no era repulsivo. Al fijarse mejor, vio a un enorme hombre, tan alto que ella apenas le alcanzaba el pecho; en su rostro y en su cuerpo moreno tenía grandes trozos de metal adheridos en algunos sectores, como si éstos fueran parte de su piel, además de marcas que parecían ser maggena pero que Rylee no pudo leer. Era calvo y barbudo, de complexión fuerte, y miraba amenazadoramente a Ánuk, quien una vez más estaba a la defensiva.
—¿Quién eres? —su voz era tan profunda que Rylee pudo sentir un retumbar en su interior.
—Yitinji, ella es la chica nueva, Gwain la está esperando —le dijo Menha al gigante.
—El amo dijo a Yijinji que ella vendría. Pero Yitinji debe ser precavido con los extraños —miró a la muchacha con recelo—. Puedes pasar —se apartó de la entrada.
—Bien, aquí te dejo. El campamento partirá en unas horas, entrenaremos en cuanto hagamos una parada, así que prepárate —Menha la palmeó en un brazo y se alejó.
Rylee volvió a mirar a Yitinji, pero apartó la vista con rapidez, un poco asustada de que en cualquier momento la fuera a golpear. Ingresó a la tienda y se alejó lo más posible de la entrada.
Gwain estaba terminando de servir un vaso de vino, sentado en una pequeña mesa preparada para dos. Al acercarse, Rylee notó que en su puesto había un gran plato extra.
—No sabía cómo suelen comer y no quería ofender poniendo un plato en el suelo para Ánuk —explicó el mago al notar la mirada de la chica. Rylee sonrió, agradecida por el gesto y miró a su amiga, que parecía un tanto conmovida por la consideración.
—A ella le gusta echarse al suelo a comer. Le es más cómodo —puso el enorme plato en el piso al lado de su silla y Ánuk inmediatamente se acomodó a devorarlo, hambrienta.
Comían en silencio. La tienda era cálida y olía extremadamente bien, aunque Rylee no pudo precisar a qué correspondía el aroma. Como a ella nunca se le había dado bien mantenerse callada, soltó el tenedor y, como si se librara de un enorme peso, exclamó:
—Ok, ¿qué o quién era eso que estaba afuera?
Gwain, sorprendido, se atoró con el vino a medio beber y rió ante el inesperado gesto de la muchacha. Le parecía fascinante que ella le hablase de una forma tan natural y libre, como si llevaran años de conocerse en vez de solo unas horas.
Se limpió con parsimonia el vino que había derramado, disfrutando un poco de la cara de ansiedad de la muchacha y, finalmente, con un gesto de fingida solemnidad, contestó:
—Yitinji es mi golem5 —dijo sin agregar mayor detalle.
—Oh, ya veo —Rylee se relajó y siguió comiendo, sin percatarse de la mirada incrédula que atravesó el rostro del mago por una milésima de segundo. Por supuesto, Gwain había esperado sorprender a la chica, dejarla en suspenso con la información. Pero parecía no importarle el tema más allá; entonces cayó en cuenta de que, probablemente, ella ya sabía algo de los golems.
—¿Habías visto a uno antes? —preguntó como quien no quiere la cosa.
—No, pero leí de ellos una vez. Me llamó la atención todo eso de crearlos de barro. Me sorprendió un poco cuando vi que tenía metal en el cuerpo, pero supongo que no debe ser demasiado difícil construir uno de ese tipo si se tiene la magia adecuada.
Hablaba como si fuese lo más natural del mundo manejar información como aquella. Sonriendo, Gwain pensó que se divertiría mucho con ella y se sintió como un niño que acababa de encontrar un mejor amigo.
—Bueno, técnicamente, no creé a Yitinji. Pertenecía a otro mago, un Especialista en la rama de la Creación, pero lo utilizaba para lastimar a personas inocentes y para intimidar a otros magos. Asi que lo confronté y en una pelea bastante sucia por su parte, logré arrebatarle al golem el sello que lo ligaba a él. Con mi sello en su lugar, Yitinji paso a ser de mi propiedad y desde entonces nos hemos cuidado mutuamente. Como imaginarás, los magos rara vez tenemos grandes habilidades para la lucha física, ya que preferimos usar la magia y los conocimientos teóricos.
—Pero usted no parece ser débil físicamente —apuntó Rylee.
—Eso es ahora. He debido aprender a luchar por la fuerza, aunque tengo la fortuna de haberme entrenado tanto mental como físicamente para mi Especialidad de Defensa y Protección. Y no es necesario que me trates de “usted”, me hace sentir viejo —sonrió.
La velada transcurrió tranquila y amena. Rylee descubrió en Gwain a un excelente conversador, con quien podía hablar de las cosas que había leído con los años sin que la mirara como si le estuviese hablando un idioma desconocido; el mago estaba encantado de tener a alguien que parecía fascinarse con cada cosa nueva que le decía.
Al retirarse, Rylee, de forma educada, saludó con la cabeza al golem, quien le devolvió el gesto sin perder la seriedad. Se metió a la pequeña carpa que le habían asignado, justo al lado de la carpa de Gwain, pensando en lo extraordinaria que había sido su noche. Sin embargo, algo amargo y desconocido, un sentimiento que no pudo precisar se coló en su estómago y Rylee recordó la verdadera razón de estar ahí. Apartando todo de su cabeza, se recostó junto a Ánuk y cerró los ojos pensando en dónde podría estar el cristal que necesitaba.