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CANTO I

SUMARIO

— Preludio, vv. 1-44: invocación a las Musas y a los Mimalones; contenido de la obra.

— El rapto de Europa, vv. 45-136: búsqueda de Cadmo de su hermana Europa; Europa por la playa; ella es raptada por el toro y llevada al mar.

— La rebelión de Tifón, vv. 137-162: Cadmo en Cilicia; alzamiento de Tifón; unión de Zeus y Pluto; Tifón roba el rayo de Zeus y lo esconde en su guarida.

— Ataque de Tifón, vv. 163-320: Tifón ataca el cielo; estragos de Tifón sobre la tierra y sobre el cielo; vano intento de Tifón por blandir el rayo.

— Teogamia de Zeus y Europa, vv. 321-361: el toro Zeus arriba a Creta; sarcasmos de Hera; unión de Zeus y Europa; descendencia de Europa; catasterismo del toro.

— La estratagema de Zeus, vv. 362-409: metamorfosis de Cadmo en pastor; Zeus expone su plan a Cadmo y a Eros.

— Encuentro de Tifón y Cadmo, vv. 410-534: promesa de Tifón; discurso de Cadmo; Tifón regala a Cadmo los nervios de Zeus.

EL PRIMERO MUESTRA AL CRÓNIDA, LUCÍFERO RAPTOR DE UNA NOVIA, Y A LA BÓVEDA ASTRAL, SACUDIDA POR LAS MANOS DE TIFÓN

Cuéntame, diosa, la historia de la asistencia del brillante lecho del Crónida, del jadeo del rayo que ejecutó el parto con centelleo nupcial, y del relámpago ayudante de la cámara de Sémele 1 .

Relátame el nacimiento de Baco, el dos veces nacido 2 . [5] Zeus lo extrajo, húmedo, del fuego, como un embrión a medio formar; lo sacó del seno de su madre, no asistida por partera. Tras cortarse el muslo con trémulas manos, acogió al niño en un vientre macho, padre y madre veneranda a la par 3 . Bien sabía él de otro alumbramiento, pues antes había disparado de su fecundo cráneo a Atenea, que brilla con las armas, cuando tuvo su sien encinta de una masa increíble 4 . [10]

¡Alcanzadme la férula, Musas! ¡Sacudid los címbalos! ¡Y en la palma sostened el tirso de Dioniso 5 , para celebrarlo! ¡Vamos! Cuando alcance a vuestro coro, en la vecina isla de Faros, mostradme al multiforme Proteo: ¡Que aparezca con su colorida imagen, pues colorido es el canto que emprendo 6 ! [15]

Por cierto, si Proteo se insinúa en la forma de un reptil 7 , enroscado en su cola, cantaré la divina lucha en que el tirso de hiedra despedazó a las espantosas tribus de los Gigantes 8 , de cabelleras de dragón. Y si se estremece como un león [20] sacudiendo ufano su melena, clamaré el evohé 9 de Baco. Pues él pudo chupar subrepticiamente, en brazos de la terrible Rea, el pecho de la diosa criadora de leones 10 . Pero, si cambia su múltiple forma y se lanza como una pantera en tempestuoso salto, con las patas por el aire, mi himno cantará cómo el hijo de Zeus, montado en carros tirados por elefantes con pieles de leopardo, destrozó la estirpe de los Indios 11 . Y si su cuerpo asume la forma de un cerdo, celebraré [25] al hijo de Tíone, que ardía en deseos por Aura, asesina de jabalíes, que fue la madre Cibélide del tercer Baco, el último en nacer 12 . De otra manera, en el caso de que se vuelva una réplica del agua, mi canto recordará a Dioniso, que se hundió en el seno marino, cuando Licurgo se alzó en su contra 13 . Y si se torna una hoja que suelta un falso susurro, [30] traeré a la memoria a Icario, que reventó con diestro pie el fruto de la vid, en una enloquecida cuba 14 .

¡Dadme la férula, Mimalones 15 ! Estrechad mi pecho, que en lugar de la túnica habitual viste la moteada piel de ciervo, colgada del hombro. Ella está repleta del nectáreo [35] perfume de Marón 16 . Y que junto a la profunda Idótea y junto a Homero, sea reservada a Menelao la pesada piel de foca 17 .

¡Dadme los evios 18 tambores y la piel de cabra! Mas [40] entregad a otro la flauta doble de dulce melodía, no sea cosa que por eso ofenda a mi querido Febo. Él detesta el sonido del soplo de cañas, desde el día en que sometió a la flauta teómaca de Marsias; tras despojar por entero a sus miembros de su envoltura, colgó su piel de un árbol, inflada por los vientos 19 . ¡Vamos, diosa! ¡Comienza tu relato por la búsqueda [45] errabunda de Cadmo 20 !

Un día, en la costa Sidonia, Zeus, convertido en un toro de altos cuernos, lanzó, de su impostor garguero, un anhelante mugido. Un dulce aguijón lo había pinchado: el pequeño Eros cargaba a una mujer; la llevaba, rodeando su vientre [50] con el doble enlace de sus manos. Y cerca de allí se hallaba el toro, viajero de aguas. Él se posternó y bajó la encorvada cerviz, para que lo monte la muchacha. Y después de ofrecer su relajado lomo, levantó a Europa 21 . Entonces el toro se hizo a la mar; con su pezuña nadadora, rasgaba el agua silenciosa con paso moderado. Ya sobre el ponto, la joven, aunque presa del pánico, navegaba sin moverse ni mojarse. [55] Al verla, uno creería que es Tetis, o Galatea, o la compañera del que sacude la tierra 22 ; o bien supondría que está viendo a Afrodita, sentada sobre la columna de un Tritón. Entretanto, el dios de oscura cabellera 23 admiraba perplejo la navegación de rodantes pasos. Y un Tritón, al oír el [60] mugido engañoso de Zeus, respondió al Crónida, con el melodioso mugido de un caracol, cantor de himeneos. Nereo mostró a Dóride la mujer transportada 24 ; y miraron al extraño navegante comífero con una mezcla de miedo y asombro. [65]

El toro apenas mojaba sus extremidades, mientras la joven, montada sobre él, seguía la travesía. Como temía saltar por el aire, en su húmedo viaje, tomó las astas por timón; aunque el verdadero piloto era el Deseo. Mientras tanto, el engañoso Bóreas hinchó por completo las velas, [70] pues estaba agitado por la brisa nupcial; y perturbado por el deseo, cuyo ardor ocultaba, echó un soplo sobre los dos verdes frutos de los senos de la joven. Por momentos, alguna de las Nereidas, montada sobre un delfín, se asomaba sobre el mar, cortando su extendida bonanza, mientras agitaba su [75] húmeda mano, como si nadara.

El húmedo viajero llevaba a la muchacha, sin que el agua la toque. Era visto a medias, pues curvaba su lomo para transportarla. En su curso, su cola de pescado dibujaba a [80] ambos lados la superficie del ponto. Así la iba llevando él. Mientras el toro apuraba el paso, el boyero Eros le dio con el cinto en el cuello servil; levantó el arco sobre su hombro, como un bastón pastoril; y por el húmedo campo de Posidón guió al esposo de Hera con el cayado de Cipris 25 . Entonces las mejillas de Palas, la sin madre 26 , enrojecieron de pudor, [85] al ver que una mujer era jinete del Crónida. Pero Zeus continuaba su marcha de acuáticas huellas, sin que el ponto calme su ansia, porque fue el agua la que parió a la abismal Afrodita, por estar encinta de un surco celeste 27 .

Como gobernaba al buey a través de la silenciosa travesía, [90] la joven era carga y piloto a la vez. Entonces, un errante marino aqueo, al ver por el mar a esta suerte de nave animada con ágiles rodillas, exclamó estas palabras:

«¡Ojos míos! ¿Qué maravilla es ésta? ¿Desde cuándo un buey campesino anda cortando las olas con sus patas y nada [95] por el agua incosechable? ¿Acaso el Crónida hace navegable ahora la tierra? ¿Cómo puede un carro, mojado por olas, dejar escrito en el ponto su húmedo rastro?

Presencio entre olas una espuria nave. ¿Será Selene, cansada del cielo, la que atraviesa el mar con un toro sin yugo? ¿O es más bien Tetis, de las profundidades, quien [100] conduce las riendas de esta carrera acuática?

Por cierto que el buey marino no obtuvo en suerte un tipo semejante al terrestre —pues tiene cola de pescado— y esta Nereida se muestra distinta: en lugar de andar desnuda, lleva peplo, y conduce entre aguas a un viajero terrestre, sin freno… ¡en verdad, un insólito toro!

Y si de Deméter se trata, la que hace crecer las espigas; si es ella quien rasguña la brillante superficie marina con la [105] pata de un buey que atraviesa aguas, entonces emigra también tú, Posidón. Abandona el pliegue de la profundidad del mar, para andar por las secas superficies terrestres, cual pedestre labrador. Corta los surcos de Deméter con marina nave 28 ; y procura en tierra una navegación pedestre de secos vientos.

¡Toro, erraste hasta un lugar ajeno! Pues no es Nereo un [110] boyero, ni Proteo un labrador, ni Glauco un campesino 29 . Pues no hay entre las olas praderas ni pantanos, sino que en el mar incosechable las naves cortan las aguas incultivables con su timón y echan ancla. No lo surcan con acero. Pues los servidores del que sacude la tierra no siembran surcos. Las algas son el único brote del mar; y el marino, su agricultor [115]. En lugar de surcos, existen travesías; en vez de carros,naves.

¿Cómo andas llevando a una virgen? ¿Será que los toros, con mal de amores, raptan mujeres? ¿O quizá Posidón, [120] engañoso, atrapó a una muchacha, bajo el aspecto de un cornudo buey de río? ¿Acaso, después de sus amores con Tiro 30 , urdió una nueva treta? Pues ya lo hizo antes: en la forma de un falso Enipeo 31 , un acuático esposo fluyó como un líquido, imitando las corrientes fluviales.»

[125] Tales palabras profirió el marino griego, estupefacto, mientras continuaba su navegación.

Entretanto, la joven había adivinado que le aguardaban unas bodas bovinas. Y entonces, a la vez que se arrancaba los cabellos, rompió a llorar a gritos:

«Sordas aguas, mudas rompientes, decid a este toro —si le es dado escuchar a los bueyes—: “Despiadado, perdona a la muchacha”.

Rompientes, decidle de parte mía a mi padre, amante de [130] su hija, que Europa dejó su patria, que anda sobre un toro raptor y navegante, y —según creo— también compañero de lecho.

Brisas circulares, llevad a mi padre estos bucles. Ay, te lo suplico, Bóreas. Así como raptaste a esa ninfa Ática, llévame [135] en tus alas por los aires 32 … Pero mejor detente, voz mía, no sea cosa, que después del toro, vea a Bóreas en trance de amores.»

Así hablaba la joven, transportada sobre el espinazo del buey. Desde ese momento Cadmo 33 comenzó su vagabundeo, para ir de tierra en tierra, tras las huellas del toro pretendiente [140] de la ninfa. Llegó hasta la sangrienta cueva de los Arimos 34 .

En ese tiempo colinas frenéticas abrumaban las puertas del Olimpo infranqueable; y los dioses, sobre el Nilo intempestuoso, imitaban el inasible vuelo de los pájaros, remando entre aéreos soplos en una huella extraña 35 ; entre tanto la bóveda celeste era azotada en sus siete zonas 36 . Pues por [145] cierto, cuando el Crónida llegó hasta el lecho de Pluto, para engendrar a Tántalo 37 , el insensato ladrón de las copas celestes, había guardado las armas del éter en el interior de una roca, para ocultar su esplendor. Pero los rayos, al estar [150] bajo cubierto, exhalaron un humo que ennegreció la blanca cima de la montaña; y las fuentes hirvieron a causa del oculto resplandor de puntas de fuego; y también el espumeante barranco de Migdonia 38 , con sus torrentes montañosos, zumbó con vapor.

Así fue como, merced a una seña de su madre la Tierra, el Cilíceo Tifón 39 no tuvo más que estirar sus brazos para [155] robar las tempestuosas armas de Zeus, armas de fuego. Entonces, abrió sus rugientes fauces dejando al descubierto sus hileras de dientes; y cantó victoria con el grito de sus múltiples fieras, que unieron su voz: sus connaturales serpientes se agitaron sobre sus rostros de leopardo, y chuparon [160] las terribles melenas de los leones. Enlazaron de un lado y otro los cuernos de buey con sus curvas colas. Luego mezclaron a la espuma de los jabalíes el veneno que salía despedido de sus mandíbulas, con extendidas lenguas.

Tifón, después de poner las armas del Crónida en su pétrea madriguera, estiró sus brazos en dirección al cielo, alargados como espigas de trigo. Y dirigió la falange de sus [165] manos en torno de los postreros confines del Olimpo; con una palma estrechaba la Cola del Perro, mientras que con otra aferraba la nuca de la Osa Parrasia 40 , inclinada en dirección al eje de la bóveda celeste; y la mantenía en su lugar, como si la tomara de una rienda. Con otra, contenía al Boyero 41 , deteniendo su marcha. Y a la vez, con otra más arrastraba a la Estrella de la Mañana 42 . Y en vano silbó, en el principio de su curso circular, el eco matinal del látigo del [170] éter; pues también detuvo al Día 43 . El Toro 44 también fue sujetado; y el carro de Hora 45 se quedó quieto antes de tiempo, antes de terminar su recorrido. Así, a causa de la sombra de los cabellos de sus cabezas de serpiente, la luz se mezclaba con la oscuridad, mientras Selene brillaba de día, porque se había levantado con el Sol. [175]

Pero el Gigante no se detuvo allí, sino que volvió sus pasos del Bóreas al Noto 46 , pasando de un polo al otro. Con alargado brazo, tomó a Acuario 47 , y castigó la espalda del invernal Capricornio 48 . Al doble Piscis 49 arrojó del cielo al mar. E hizo retroceder a Aries, el astro mesumbílico del Olímpico 50 , sobre el punto primaveral del círculo llameante, [180] en el que el día y la noche se equilibran, en idéntica duración 51 .

Gracias a sus rampantes pies, Tifón se colgó de las nubes. Al desplegar el enjambre desparramado de sus manos, cubrió la resplandeciente brillantez del cielo, agitando el tortuoso ejército de sus serpientes: una de ellas pasó, en [185] línea recta, por la órbita del círculo axial, y brincó sobre la columna del Dragón Celeste 52 , mientras silbaba marcialmente. [190] Y otra, al lado de la hija de Cefeo, describiendo en su entorno un círculo perfecto con manos astrales, y ató con otro lazo a la encadenada Andrómeda 53 , con oblicuo tejido. Mientras tanto, otra serpiente con cuernos se enredó en las astas del Toro, semejante a ella; y una vez subida sobre la frente [195] del buey, disparó sobre las Híades 54 con abiertas fauces. Pues ellas también se le parecen, como la cornuda Selene 55 . Las ponzoñosas cintas de los ofidios, entretejidas, ciñeron al Boyero 56 . Y una víbora audaz, al ver a la Serpiente del Olimpo, pegó un salto sobre la extremidad del Serpentario 57 [200]. Y así urdió otra corona sobre la Corona de Ariadna 58 , mientras curvaba su cuello y enrollaba los anillos de su vientre.

Entre tanto Tifón, de múltiples brazos, agitó, de un punto cardinal al otro, el cinto del Céfiro y el ala del Euro 59 , en el lado opuesto. Después de la Estrella de la Mañana, arrastró al Héspero 60 y también al monte Atlas 61 . En una [205] bahía repleta de algas, tras usurpar el marino carro de Posidón, lo llevó de las profundidades hasta la tierra. Luego tomó de sus saladas crines a un caballo que descansaba en una cuadra submarina; y lo arrojó contra la bóveda celeste. [210] El desterrado potro fue lanzado como un proyectil hacia el Olimpo. Al ser fustigado el carro de Helio 62 , los caballos relinchaban en círculo bajo el yugo. A su vez, tomó un toro, detenido en un silvestre carro; y, mientras éste mugía, lo disparó con brazo airado contra Selene, de taurino aspecto; y así detuvo su curso. Entonces hizo retroceder con la brida [215] los blancos tiros de los toros, mientras sus víboras ponzoñosas echaban sobre la diosa un funesto silbido. Pero la Titánida 63 Selene no cedió ante su atacante. Se enfrentó contra las cabezas del Gigante, cornudas como la suya, trazando lucíferas [220] formas de cuartocreciente, de taurinas astas. Pero sus toros resplandecientes mugieron, perplejos, ante el hueco de las mandíbulas Tifoneas.

Entonces, las intrépidas Estaciones 64 armaron las falanges [225] astrales; las filas de las órbitas celestes brillaron con grito de guerra en el eje rector. Y el ejército de los astros lanzó un silbido de fuego, festejando una bacanal celestial; todos participaban, tanto los de la zona Boreal, como los de las Vésperas regiones del Libe 65 , y también los de las órbitas del Euro, y los de los confines del Noto 66 .

[230] Así, con parejo fragor, el inconmovible coro de las estrellas fijas se echó a andar; se alió a los errantes planetas, de marcha inversa a la suya 67 . Y el eje medio del cielo 68 resonó por semejante clamor.

Al ver tales huestes de fieras, Orión, el Perrero 69 desenvainó [235] su espada Tanagrea, cuya superficie centelleó 70 . Y el Perro 71 , sediento, avivó la luz de su fauce, llameante por el fuego; y su estrellada garganta hirvió, soltando calientes ladridos. En lugar de la acostumbrada Liebre 72 vomitó el vapor de sus dientes sobre las fieras Tifoneas.

Entonces retumbó el polo. Y, en respuesta a las siete [240] zonas del cielo, el eco septíboco de las Pléyades lanzó el grito de alalá 73 desde sus gargantas de igual número, en tanto que los planetas resonaron con un estrépito de idéntica cantidad 74 .

Cuando observó el horrendo aspecto viperino del Gigante, [245] el brillante Serpentario sacudió con sus manos salvadoras los glaucos dorsos de los dragones fueguívoros, disparando sus jaspeados cuerpos. En su alrededor, chillaban huracanes de antorchas; y los arcos disparaban torvas flechas de serpientes en una bacanal aérea.

Sagitario, compañero de Capricornio de cola de pez 75 , [250] disparó con celo sus saetas; y en el círculo del Carro 76 , el Dragón que brilla en el centro, entre ambas Osas 77 , hizo temblar la luminosa cola de su espina etérea.

Al lado de Erígone 78 , el Boyero, conductor del Carro 79 [255] blandió su cayado con resplandeciente brazo. Entre tanto, junto a la rodilla del Ídolo, al lado del vecino Cisne, la Lira Astral 80 vaticinó la victoria de Zeus.

Tifón, por su parte, tras tomar las cimas del monte Coricio, las estremeció, mientras oprimía el afluente del río Cilicio; y con una sola mano tomó a Tarso y a Cidno a la [260] vez 81 . Y marchó hacia los escollos, con la intención de disparar pedregosos dardos a las líneas del agua marina. Pues, después del éter, se disponía a azotar el ponto. El Gigante se puso en marcha, pero el agua del mar sólo tocaba sus pies; se podía ver su cadera, seca y desnuda; y el líquido [265] resonante zumbaba en sus muslos. Mientras nadaban, sus ofidios de tonantes fauces lanzaban silbidos de guerra, y contra el mar se alzaban escupiendo veneno. Entre tanto, en medio del ponto rico en peces, los pies del erguido Tifón se [270] plantaron sobre las algas, que habitan en las profundidades. Y su vientre, apretado por las nubes, se entremezclaba con el aire. Y el Gigante lanzó un horrible mugido, réplica de los leones de agitada melena, al punto que el león marino, al escucharlo, se escondió en la profunda entraña de arena.

Y entonces todo el ejército de monstruos marinos, que habita el ponto, quedó desterrado, porque el Hijo de la [275] Tierra ocupó toda la mar, que es de mayor extensión que el suelo firme, con flancos no barridos por olas. Las focas mugían, y los delfines se escondían en las profundidades acuáticas. El pulpo previsor urdió con oblicuos tentáculos una rienda entrelazada para atarse en una roca, su habitual morada; y la apariencia de sus miembros tomó la forma de un barranco. Ninguno se libró del temblor. Hasta la misma [280] Mirena 82 , loca de deseo por unirse a un ofidio, se llenó de terror, y trastabilló ante el jadeo, agresor de los dioses, de esos reptiles que andaban por el mar. El mar se convirtió en una montaña y llegó hasta el Olimpo con escarpado piélago. [285] Por el afluente marino, que alcanzó los cielos, hasta el aéreo pájaro, no tocado por aguas, se bañó en el ponto, su nuevo vecino.

Entonces Tifón, mediante una réplica del Tridente de las profundidades, cortó una franja del suelo, gracias a la inconmensurable palma de su mano, que hace temblar la tierra 83 . Y, tras hacerla girar por completo, de un lado a otro, la arrojó como una isla, arrancada de la costa marina. [290] Las manos del Gigante, en lucha por el aire, se acorazaron contra el Olimpo; sus miembros, vecinos de los astros, al Sol mismo oscurecieron, lanzando proyectiles de escarpada roca.

Y más allá del abismal fondo marino, más allá del fértil asiento de la tierra, este Zeus impostor armó sus manos con el rayo, de puntas de fuego. Pero, a pesar de sus doscientos [295] brazos invencibles, el mostruo Tifón sintió esfuerzo y agobio, al levantar las armas del Crónida, que éste levantaba con una sola mano. En los miembros resecos del Gigante, no [300] ayudado por nubes, el trueno no sacó más que una sorda nota de apagado sonido, que retumbó quedamente. A causa de la sequedad del aire, aunque él se esforzaba, era poco el [305] rocío que vertía la seca lluvia, no decidida a volcarse. Se oscureció el relámpago; y semejante a un oscuro humo, un fuego tenue brillaba con tristes destellos. Los rayos, portadores del fuego macho, al ver que unos brazos inexpertos los llevaban, se afeminaron; y al punto se deslizaban sin interrupción de las manos inconmensurables, con saltos espontáneos. Sus llamas se desparramaron, anhelando la mano [310] familiar de su portador celeste. Y así como un hombre extraño a la monta, domador inexperto, se sube a un potro arisco, que rehuye la rienda, y en vano se esfuerza; pues el bravío animal reconoce, por su inteligente instinto, la falsa mano de un jinete inhabitual; y se para en dos patas al ser [315] azotado; y apoyado en los cascos traseros, inconmovibles, levanta los miembros delanteros, sacudiendo el cuello, mientras la agitada crin de su nuca se mueve entre su lomo. Así sufría Tifón, al intentar tomar con una mano y otra el [320] fugitivo destello del rayo vagabundo.

Mientras tanto, el vagabundo Cadmo proseguía con su viaje entre los Arimos 84 ; a la vez que el toro, de aguas traviesas, hizo bajar de su lomo a la joven, no tocada por aguas, sobre la costa Dictea 85 .

Entonces, al ver al Crónida agitado por el deseo, Hera, loca de celos, gritó con una voz llena de sarcástica cólera: [325]

«Febo, asiste a tu progenitor, para que un labrador no lo aprese y lo ate a su arado para remover la tierra. Pero no, mejor que lo tome y lo ate, para que yo pueda gritarle a Zeus:

“Soporta el doble aguijón de agricultores y de Amores”.

Como Pastor que eres, Glorioso Arquero 86 , apacenta a tu padre. Así Selene, conductora de bueyes, no uncirá al [330] Crónida a su yugo. No sea cosa que, por ansias de sentir el lecho del pastor Endimión 87 , marque el lomo de Zeus, con descuidado látigo.

Soberano Zeus, contigo falló Io 88 , la cornuda ternera, pues nunca pudo verte así antes, cuando eras su novio; se [335] hubiese unido a un toro de su misma naturaleza, un amante igualmente cornudo.

Pero cuídate de Hermes, el ladrón de bueyes, y de sus acostumbradas artimañas. Que no te tome por un toro, y robe a su padre; y no ofrezca una cítara a tu hijo Apolo, en recompensa de un ladrón robado 89 . Pero ¿qué puedo hacer? [340] Ojalá Argo todavía viviera 90 , cuyo cuerpo brillaba con ojos sin sueño; pues él, el boyero de Hera, hubiese arrastrado a Zeus a un campo inaccesible golpeando sus rodillas con el cayado.»

Así habló ella. Y el Crónida, tras abandonar su forma [345] taurina, comenzó a correr, bajo el aspecto de un joven muchacho en torno de la joven, aún no sometida. Y acarició sus miembros. En primer lugar soltó la cinta que la rodeaba, para desnudar el pecho de la joven. Y, como sin querer, apretó el inflado contorno de su firme seno, besando el [350] pezón con sus labios. Luego rompió, en silencio, el casto lazo que guarda la virginidad, para recoger el verde fruto de los Amores Ciprídeos 91 . Y lleno del jugo de un doble engendramiento, su vientre se hinchó. Entonces, Zeus amante, dejó a su novia, encinta de divina progenie, en manos del muy [355] poderoso Asterión 92 , que iba a ser su marido de ahora en adelante.

Así fue como se irguió, al borde del Auriga 93 , el Toro del Olimpo, esposo astral 94 . El primaveral Faetonte 95 vigilaba sus espaldas, llenas de rocío. El Toro se levantaba inclinado hacia adelante, genuflexo. Así apareció semiinmerso en el mar, extendiendo su pata derecha trasera a Orión 96 ; y caminó, [360] con agitado paso, sobre la órbita vespertina, para adelantarse al Auriga, su compañero en el Levante 97 . De este modo el Toro se convirtió en un astro en el cielo.

Pero Tifón no iba ya a detentar las armas de Zeus, pues el Crónida había dejado la redondeada órbita celeste, en compañía del arquero Eros. Iban al encuentro de Cadmo, [365] errante entre montañas, para trazar juntos un astuto plan. Zeus estaba urdiendo los hilos de un destino funesto para Tifón. Y el cabrero Pan, su camarada, dio a Zeus, que todo gobierna, bueyes y ovejas, y manadas de cornudas cabras. Y [370] él, después de hacer una choza de caña, trenzada con una espiralada soga, la colocó sobre el suelo. De inmediato, vistió el cuerpo de Cadmo con ropas pastoriles, para volverlo irreconocible; así, con engañosos trajes, lo convirtió en un falso pastor. Y al sabio Cadmo dio una flauta impostora, para que sea la rectora de la muerte de Tifón; entonces [375] llamó Zeus al falso pastor y al alado jinete de la procreación, para unirlos en común designio:

«Amigo Cadmo, sopla tu flauta y el cielo estará sereno. Pero si te retrasas, el Olimpo será azotado; pues Tifón se ha [380] apoderado de nuestras celestiales armas, y sólo me queda la Égida 98 . ¿Mas qué podrá hacer ella cuando el rayo de Tifón se irrite? Temo que el viejo Crono se burle; y tengo miedo del soberbio cuello de mi enemigo, el irrespetuoso Jápeto 99 .

[385] Pero más temo a la Hélade, creadora de mitos; no quiero que un Aqueo llame Lluvioso a Tifón, o Altirregente o Altísimo 100 , manchando mi nombre.

Vuélvete boyero por una mañana, y haz sonar tu instrumento pastoral, que extravía la razón, para salvar al Pastor del Cosmos. Que no escuche el eco de Tifón, que reúne las [390] nubes 101 , ni el trueno surgido de otro Zeus espurio. Antes bien, yo haré que él cese de luchar con relámpagos y batallar con el rayo. Si te ha tocado en suerte la sangre de Zeus y la [395] estirpe de Ío, hija de Ínaco 102 , hechiza la mente de Tifón con la música, que protege del mal, de tu provechosa flauta. Yo te daré dos regalos, dignos de tus fatigas, pues te haré salvador de la armonía cósmica y esposo de Harmonía 103 .

Y tú, Eros, principio y simiente de la unión progenitora, [400] tiende tu arco y el cosmos no perderá su rumbo. Puesto que todo procede de ti, pastor de la vida amorosa, tira otra flecha, una sola, para salvar todas las cosas. Combate a Tifón, como el ser fogoso que eres; y los rayos fueguíferos volverán a mi mano, gracias a ti. Tú, que todo lo subyugas, golpea con tu ardor a ese ser, para que tu dardo encantado [405] cace al que no pudo vencer el Crónida.

Y que el aguijón del canto de Cadmo sea tan poderoso, como el deseo que tengo por los himeneos de Europa.»

Tras hablar así, se marchó con la forma de un cornudo toro, de donde la montaña tomó el nombre de Tauro 104 .

Mientras tanto, Cadmo desplegaba el agudo sonido, engañoso, [410] de las cañas de parejo eco. Se hallaba recostado en una encina, cerca del frondoso bosque. Vestido con el rústico atuendo de un auténtico pastor, enviaba a los oídos de Tifón su canto, urdidor de astucias. Sus hinchadas mejillas largaban un soplo sutil.

Entonces, al oír la engañosa melodía, el Gigante, gustoso [415] de la música, pegó un salto con la extremidad serpentina de su pie. Y dentro de una caverna, junto a su madre Tierra, dejó las refulgientes armas de Zeus. Comenzó a buscar de dónde venía la cercana melodía de la flauta, que encantaba su corazón. Pero Cadmo, al verlo cerca de la maleza, sintió [420] temor, y se escondió en el hueco de unas piedras. Mas Tifón lo advirtió, portentoso Gigante de alta cabeza. Vio que él huía y lo llamó con gestos silenciosos. No se dio cuenta del engaño escondido en la aguda melodía. Y al impostor pastor tendió una de sus manos derechas, sin sospechar una trampa mortal. De su cabeza central, de ensangrentado rostro humano, [425] surgió una voz soberbia, que reía:

«Pastor de cabras. ¿Por qué me temes? ¿Por qué escondes tu mano en el manto? Piensas que sería digno de mí perseguir a un varón mortal, después del Crónida? ¿O llevarme una siringa junto a los relámpagos? ¿Qué tienen en común unas [430] cañas con el rayo llameante? Guarda para ti tu flauta, que ya Tifón ha obtenido un instrumento Olímpico, que suena por sí solo.

Es Zeus quien está necesitado de vuestra flauta, pues se encuentra sentado, con sus manos que ya no resuenan; está privado de su habitual estruendo; y las nubes ya no lo [435] asisten. Que él obtenga el sonido de tus pobres juncos; yo no necesito trenzar en fila estúpidas cañas, atadas con juncos. Yo reúno a las giratorias nubes, y lanzo un sonido semejante al estrépito celeste.

Te propondré, si deseas, una amistosa contienda: tú harás sonar la melodía de tus cañas; y yo tocaré la música del trueno. Mantén inflada con aire la hinchada mejilla; y [440] que tu boca sople sin cesar. Mientras tanto, mis rayos sonarán estrepitosamente, gracias al jadeante aire de Bóreas.

Y te ofreceré un pago por tu flauta, boyero: cuando yo, [445] en lugar de Zeus, detente el cetro celeste y las riendas del trono, te llevaré junto a mí, de la tierra al cielo, con tu flauta y tu manada, si así lo quieres. Ni siquiera necesitas apartarte de tu tropel, pues pondré a todas tu cabras sobre el lomo de [450] Capricornio 105 , que se les parece; o bien, junto al Auriga, quien tira con centelleante brazo Olímpico de la cabra lucífera de Oleno 106 . Colocará al lado del ancho cuello del lluvioso Tauro a tus bueyes astrales; o pastarán en su límite, lleno de rocío, donde los bueyes de Selene lanzan su ventoso mugido, de garguero caliente. Y no te será menester tu humilde caña, porque tu manada, en lugar de andar por los pastorales, podrá brillar junto a los Chivos del Éter 107 . Y fabricaré otro nuevo pesebre que reluzca como el Pesebre de los Asnos, sus vecinos 108 .

Y tú abandonarás tu aspecto pastoril para convertirte en [460] un astro, en el mismo lugar en que el Boyero aparece; y tendrás en tu mano un cayado celestial, pues serás el conductor del Carro Liconio de la Osa 109 , como invitado del Tifón celeste. Dichoso eres, pastor. Hoy cantas en la tierra y mañana en el Olimpo. Como digno pago por tu música, [465] colocaré a tu flauta Olímpica, de dulce son, junto al círculo iluminado de estrellas; y la uniré con la Lira Celeste 110 .

Te obsequiaré, si quieres, el santo tálamo de Atenea; pero si la diosa de ojos brillantes no te agrada 111 , toma a Leto o a Caris, o a Citerea, o a Ártemis, o a Hebe como esposa 112 . [470] Tan sólo, no ansíes el lecho de Hera, pues ella será mía. Y si consigues un jinete fraternal, diestro para el carro, que el llamífero carro cuadríyugo de Helio sea tuyo. Y si, como pastor que eres, deseas blandir la Égida de Zeus, yo la haré tuya. [475]

Por mi parte, yo me encaminaré hacia el Olimpo, sin pensar en el Crónida, ya sin armas. Pues ¿qué podrá hacerme Atenea, una mujer armada? Vamos, boyero, entona la victoria de Tifón con un himno digno de mí, el nuevo portador del [480] cetro del Olimpo, que detenta los bastones de Zeus y su luminoso manto.»

Así habló; y Adrastea tomó nota de una actitud semejante 113 . Y, cuando Cadmo advirtió que el Hijo de la Tierra era arrastrado gustoso al lazo que lo iba a cazar, y que las tramas del destino hicieron que sea tocado por el dulce aguijón de las cañas, hechiceras del corazón, entonces lanzó, [485] sin reír, un prudente discurso:

«Quedaste estupefacto al oír el humilde sonido de mi flauta. ¿Qué harás, entonces, cuando toque por ti una sesión de himnos triunfales, tañendo la cítara de siete tonos? Pues yo también puedo competir con los plectros celestes; al [490] mismo Febo superé con mi lira. Pero el Crónida hizo cenizas mis melodiosas cuerdas con su rayo, como un favor para su hijo vencido 114 . Si alguna vez vuelvo a encontrar unas cuerdas tan vigorosas, hechizaré con mis plectros a todos los árboles [495] y los montes, y a los sentimientos de las fieras. Y al Océano, compañero de Gea, tan antigua como él, cuando tome la espiralada forma de una corona, le impediré, aunque se esfuerce, retomar su surco hacia la fuente. También detendré el coro de estrellas fijas, y a los planetas retrógrados, y a [500] Faetonte, y al timón de los bueyes de Selene. Pero, cuando ensartes a los dioses y al mismo Zeus con proyectil llameante, deja libre al Famoso Arquero 115 , para que Febo y yo disputemos, junto a la mesa del banquete, que celebrará Tifón; veremos quién vence a quién, en cantar al gran Tifón. Tampoco mates al coro de las Piérides 116 , para que también ellas, [505] en el festín que Febo y vuestro pastor te harán, entrelacen su melodía femenina con nuestro canto macho.»

Así habló. Y Tifón hizo un guiño con sus terribles cejas y sacudió sus cabellos, al punto que los montes fueron bañados por la ponzoña viperina, que su melena vomitaba. [510] Y corrió raudamente a su antro. Allí, tras tomar los nervios de Zeus, los entregó al embaucador Cadmo como obsequio. Los mismo nervios que antaño cayeron en tierra en el combate contra Tifón 117 . Y el falso pastor le agradeció este don inmortal. Tras palparlos, los escondió cuidadosamente en un agujero de piedra, como futuro encordado de su lira. [515] Pero, en verdad, estaban reservados a Zeus, el asesino de Gigantes. Al fin, con labios semicerrados lanzó, muy moderadamente, un suave soplo. Apretó las cañas para bajar el tono de su sonido, y entonó una melodía muy queda; Tifón [520] aprestó sus muchos oídos, para escuchar la armonía, mas no comprendió. Pues, junto al hechizado Gigante, el falso pastor tocó su música, como si cantara con su flauta la retirada de los dioses, cuando en verdad celebraba la futura victoria de Zeus, muy cercana. A Tifón, sentado a su lado, le cantaba su muerte. Y despertó en él el aguijón del deseo. Y así como [525] cuando un tierno joven es tocado por el dulce dardo del amor loco, queda hechizado por una doncella de su edad; y mira, por un lado, los brillantes círculos de su gracioso rostro, por otro, el vagabundo bucle de su espesa cabellera; y contempla a veces la piel de sus manos, a veces la forma de su rosado pecho, encerrado en el manto, mientras examina [530] su desnudo cuello; y encantado por sus formas pasea una y otra vez su incansable vista, y no desea abandonar nunca a la muchacha. Así Tifón entregaba a Cadmo su corazón entero, hechizado por la melodía.

Dionisíacas. Cantos I-XII

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