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Familia del Caribe colombiano

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Ahondar en las características de la familia del Caribe colombiano hace necesario comprender el conjunto de rasgos sociales y culturales que conforman su identidad y la destacan frente a otros núcleos de las demás regiones del país.

Tradicionalmente el hombre caribe se ha caracterizado por su espíritu abierto, influenciado quizás por el paisaje de enormes planicies y pocas montañas. Los modos de producción de poca industria y mucho mar, con una economía afianzada en el turismo, contribuyen a forjar su carácter solidario y festivo.

El costeño habla duro, es amiguero y machista, colaborador, atento, hospitalario y de puertas abiertas para quienes lo visitan. Siente profundo respeto y admiración por la figura materna, quien se convierte en su modelo al momento de buscar esposa. Tal vez por esto es la mujer el centro de cohesión de la familia (cinep, 1998).

En esta región las personas también se caracterizan por sentarse en la puerta de la casa a tomar tinto y conversar con algún vecino o amigo, con el que también en algún momento se puede compartir un poco de comida sin previa invitación, de ahí que “la naturaleza del costeño es antisolemne, alegre, franca, directa y ruidosa” (Fals Borda, citado en De Andreis, 2016).

Otro elemento que incide en el espíritu caribe es la religiosidad marcada por una gran variedad de cultos, entre los cuales se destaca la religión católica con una presencia mayoritaria, y la protestante o evangélica con una presencia fuerte, especialmente en los sectores populares. Al respecto, investigaciones realizadas por Álvarez-Santaló, Buxó Rey y Rodríguez Becerra (2003) refieren que, si bien muchos fieles acudían a la iglesia para santificar “uniones escandalosas” o amancebamientos, curiosamente el matrimonio católico no fue tan importante en sectores populares a la hora de crear una familia.

Según el historiador cordobés Víctor Negrete (2012), a diferencia del resto de Colombia, en la Costa Atlántica se presentan altos niveles de ilegitimidad en las uniones de pareja, por lo que en buena parte de la región el matrimonio católico es más bien la excepción y no la regla.

De manera similar a lo mencionado en otras regiones del país, este territorio es lugar de confluencia geopolítica: tierra cosmopolita en la que lo raizal se mezcla con lo afro y con los inmigrantes que han llegado de otros países, especialmente de Siria y el Líbano desde comienzos del siglo xx. A esto se suma la recepción de una gran diáspora antioqueña, que tiene una presencia notable en los sectores populares y en el negocio de los víveres, al punto de que el paisaje de los barrios de estratos bajos presenta la constante de una tienda paisa en cada esquina o de un “cachaco”, como suele llamárseles.

El aporte al crecimiento económico del Caribe colombiano se debe también a la llegada de familias sirio-libanesas cuyos primeros inmigrantes llegaron hacia 1880 entrando por los puertos del Caribe, y se distribuyeron inicialmente por las diferentes poblaciones de la costa colombiana. Tiempo después remontaron el río Magdalena para intercambiar mercancías en las provincias y valles andinos, estableciéndose finalmente en departamentos como el Huila, Cundinamarca y Santander (Viloria, 2006).

En esta trayectoria histórica la mujer tiene una gran importancia, a pesar de que el machismo es evidente y reforzado dentro de la cotidianidad del hogar. Muchas de las mujeres del Caribe continúan con la tradición de servir el plato de comida más grande para el hombre, inculcando a las hijas que los oficios son para ellas y poco para los varones. Mientras ellos salen a la calle sin decir hacia dónde van, ellas son quienes preocupadamente los esperan, característica que instala a la mujer como miembro de la familia que está para atender al hombre en todos los sentidos.

En general lo predominante en la mentalidad costeña ha sido que las mujeres son para el hogar, mientras los hombres tienen libertad sin restricciones; el padre se encarga de hacer de su hijo “un macho completo” siendo su guía y su ejemplo, y la madre transmitirá los valores femeninos a sus hijas (Morales-Manchego, 2009).

La mujer costeña se caracteriza por tener una cuota significativa en la crianza y educación de los hijos, aunque su rol de doméstica ha cambiado por las transformaciones sociales que ha tenido la familia. Es normal observar en los nuevos núcleos familiares de la costa, mujeres que salen adelante con sus hijos sin la presencia del hombre como proveedor, es decir, visualizándose de manera diferente en sus funciones tradicionales de esposa y madre, trabajadora, líder y vecina (Negrete, 2012).

De otra parte, en las familias del Caribe se suele ver que los hijos permanecen en la casa materna hasta edad avanzada, muchos de ellos continúan viviendo con sus padres incluso después de que se han casado o conviven en unión libre con una pareja. Muchas madres no experimentan el síndrome del nido vacío o de añoranza, el cual considera que la ley de la vida es que los hijos crezcan, organicen su futuro y se vayan tanto de la subsistencia de la madre como del padre (López y Lozano, 2003). Se hace notorio, entonces, que los padres sostengan a sus hijos a pesar de que conformen una pareja o que vivan fuera del núcleo familiar central.

En algunos hogares el padre mantiene la tendencia a procrear hijos fuera del matrimonio (Negrete, 2012), aspecto que en variadas ocasiones resulta inaceptable para el núcleo formalmente constituido y sin duda evidencia el machismo e inequidad de género existente en la región. En cuanto a la cultura del ahorro (elemento marcado en la región del interior del país, especialmente en la antioqueña) se puede decir que es carente y se vive para el hoy. Este hecho se evidencia en la compra de víveres día a día en las tiendas, especialmente en los sectores populares.

A nivel de valores, la familia caribe se destaca por su solidaridad, unión y fuerte conexión transgeneracional. Los abuelos juegan un papel primordial en la formación de los nietos, son de gran importancia en las decisiones y afectos familiares. La familia sigue manteniendo tradiciones, costumbres y el marcado machismo de épocas anteriores; continúa siendo el espacio propicio para la constitución de la sociedad pese a que muchos de estos núcleos se han visto fragmentados por los cambios de la modernidad.

Las anteriores circunstancias aportaron elementos para configurar un perfil del hombre y mujer de la costa, que se ve reflejado en la dinámica familiar. Tal como lo afirma De la Cruz (2014), ser costeño no es un asunto de exteriores: gritar, bailar o ponerse ropa colorida, sino que es algo que se lleva por dentro. La familia costeña entonces es el cúmulo de todas esas experiencias descritas, que permiten sin duda alguna estructurar la identidad de un núcleo familiar diferente a las demás regiones del país.

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