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Jorge de la Rosa

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Anteriormente se habían dado movimientos de maestros, médicos, electricistas, ferrocarrileros, campesinos, todos ellos con demandas justas: el gobierno estaba traicionando el movimiento popular revolucionario agrícola campesino, obrero y magisterial del que había emanado.

En agosto del 68, Leobardo López Arretche me dijo:

—Jorge, ¡mataron a estudiantes en el Zócalo, hubo un pleito, hay muertos, heridos, y además los quemaron en el Campo Militar número 1!

A lo que le contesté:

—Ustedes los comunistas siempre le dicen mentiras a la gente, no puede haber un gobierno tan criminal que haga eso.

Al mismo tiempo que empezaba el movimiento del 68, los alumnos del CUEC tomamos el control de la escuela, sacamos cámaras, película y comenzamos a hacer brigadas para filmar. El maestro González Casanova estaba cerca de nosotros. Aparentemente, para muchos, en realidad nos espiaba, quizá estaba en contacto permanente con el Departamento Jurídico de la UNAM, por si pasaba algo en contra nuestra, pero en realidad nos cuidaba, lo demostró al proteger a los estudiantes del CUEC ante la invasión de la Universidad por el ejército.

Una de las manifestaciones que más recuerdo es la de las antorchas.6 Llegué al Zócalo con Jaime Ponce, me parece que iba también Ramón Placencia, entre otros. La primera barrera que encontramos fue plantearnos desde qué lugar íbamos a hacer la escena, a dónde nos subiríamos. No hallábamos un sitio al que pudiéramos acceder, lo único que mirábamos era el Palacio Nacional, la Catedral y el Departamento del Distrito Federal, y resultaba prácticamente imposible poder entrar a cualquiera de esos lugares. Ante esa sensación de impotencia, me di vuelta y observé un edificio en la calle de Moneda.

Penetramos en la azotea, y mi primera sorpresa fue avistar a familias que rentaban pequeñas casas de madera. Era un México que no conocía; pero esa fue la menor impresión. De repente, entre la oscuridad salió una señora gorda, dio unos cuantos pasos hacia una reja de palos, que nosotros podíamos abrir y meternos, pero no lo hicimos y nos preguntó:

—¿Qué quieren?

—Bueno, queremos filmar a las antorchas que se van a prender allá abajo.

—No se puede.

Un señor que me llamó mucho la atención porque traía tirantes, sin saco, con sombrero, se acercó y nos dijo:

—A ver, muchachos, ¿qué quieren?

La señora empezó a decir cosas, mas el hombre de tirantes y sombrero continuó:

—¿Quiénes son ustedes?

—Somos estudiantes.

—A ver sus credenciales.

Yo no la llevaba; los demás sacaron sus credenciales del CUEC.

—Está bien, los voy a dejar que filmen un minuto. ¿Ven esas almenas que están en el Palacio Nacional? Atrás de cada una de ellas hay un soldado y estamos amenazados, por favor escóndanse.

—Sí señor, tardaré únicamente 45 segundos.

Entonces, preparé la cámara, fui inclinándome, medio me escondí, esperé un instante y disparé la cámara haciendo un pequeño paneo. Después pensé que debí haber hecho dos tomas.

Regresé con los muchachos y les dije: «¡vámonos!» Me entró la paranoia, porque el material que teníamos en nuestras manos era muy valioso.

Mientras que bajábamos las escaleras, me comentaban:

—Nos contó el señor que vio desde aquí el momento en el que hirieron y mataron a estudiantes y cómo desde el balcón, Alfonso Corona del Rosal7 dirigió la maniobra cuando llegaron las julias y se llevaron a heridos y a muertos.

Entonces recordé lo que me había dicho Leobardo acerca de que mataron estudiantes en el Zócalo.

En realidad no lo podía creer, pero eran ya dos personas que manifestaban el mismo hecho. Después se dieron los sucesos del 2 de octubre que provocaron que mis ideas de la cinematografía se vieran alteradas. Cambió radicalmente el sueño de realizar cine teniendo como ideal la imagen de mi tío, que vivía muy bien, que ganaba mucho dinero, que había dirigido a Tin Tan. Yo quería ser como Gilberto Martínez Solares, tener lana y que Ana Bertha Lepe me besara la mejilla, yo deseaba ser como él, pero después de los acontecimientos del 68 a muchos se nos transformó la visión del país y por lo tanto del cine.

Poco tiempo después del 2 de octubre, fui a revelar una película a Filmo Laboratorio, en Avenida Coyoacán, y uno de los empleados me comentó:

—Acaba de irse un tipo que filmó toda la matanza, llegó nerviosísimo por la mañana y me dijo: «Me urge que me revelen esta película, ¿cuánto me cobra?, ¿a qué hora estará lista?» Advirtió que era un material muy delicado y al día siguiente llegó dos horas antes del tiempo programado. Yo esperaba sacar otra copia, porque me asombré al ver la matanza de Tlatelolco, pero no se pudo.

De esta información deduje que existía más de un testimonio filmográfico, los cuales podrían demostrar el porqué de la barbarie. Pero El grito se convertiría en el documental más importante de la historia de este movimiento estudiantil, ya que era el único material que no provenía de las manos gubernamentales.

Es de resaltar que el maestro González Casanova nos dio la escuela, la dejó abierta, tomamos el control; él estaba a diario en el plantel. Él promovió que hiciéramos la película El grito, la apoyó, la financió y luego pues no la podía exhibir.

En el CUEC había un comité de estudiantes que estaba pendiente de mandar el material al laboratorio, pagaba las facturas del revelado. El grito es una producción de la UNAM, pero propiciada, protegida y amparada por González Casanova. El CUEC nació ahí; es la película emblemática de la escuela de cine. No cualquier casa de estudios tiene una película como ésta, que nos hizo ver la realidad con otra visión; nacimos con el movimiento y con la escuela, ellos nos dieron otro tipo de mente para realizar cine. El CUEC tenía cinco años de fundado, teníamos profesores de primer orden; ninguno de ellos había hecho películas, pero fueron los mejores maestros que he tenido, estaba Rosario Castellanos, Salvador Elizondo, José de la Colina. Las clases eran en el turno vespertino, porque los estudiantes trabajábamos.8

Una vez terminado El grito, conseguí una sala cinematográfica, que Leobardo me pidió discretamente, con el propósito de exhibir la película únicamente a un grupo de amigos. Yo mandé a hacer seis copias de la película y la prestábamos para todos los cine clubs; así empezó. De la proyección se enteraron hasta en Rectoría y acudió tanta gente, que de pronto Leobardo me dijo:

—Oye ¿quién invitó a ese cuate?

—¿Cuál? (Me lo describió, pero ya se había ido.)

—No lo conozco.

—Ese tipo fue uno de los que me torturaron. Me acuerdo de él. ¿Cómo llegó?

—No lo sé.

Nunca más supe de ese tipo.

Pasados los años, en Canal 11 se transmitió un programa de la Filmoteca de la UNAM que contenía algunas películas, como Explotados y explotadores, realizada por el grupo octubre, El día que las mulas volaron y El grito. Yo colaboraba en este proyecto.

Cuando se transmitió la primera película, se armó un escándalo, me hablaron de Gobernación para que la interrumpiera, y les dije: «En este momento se encuentra al aire la Universidad y no puede tener censura». Les hice toda una explicación acerca de la autonomía universitaria y les dejé en claro que las ondas hercianas dejaban de ser de la Secretaría de Comunicaciones y pasaban a ser de la máxima casa de estudios. Total, me dijeron que ocasionaba una revolución, y la única película que no se pudo pasar fue El grito. Para ese entonces ya se había exhibido en diversos cine clubes de la Universidad, en instituciones educativas y en sindicatos.

El grito es un testimonio fiel de lo que sucedió en el 68, la escuela de Cine (CUEC-UNAM) nació con esa película. Existe también un comprometido documentalista, como lo es Óscar Menéndez, que filmó el movimiento estudiantil. Fue una lástima que la industria cinematográfica se mantuviera al margen de los sucesos.

Por otro lado, se sabe que Servando González, quien trabajaba para la presidencia de la República, filmó todo el acontecimiento del 2 de octubre. Hay un documental del año 2012, llamado Los rollos perdidos del director Gibrán Bazán, que hablan precisamente de este acontecimiento, en donde se menciona que los rollos fueron resguardados en la Cineteca Nacional con otro nombre y que el 24 de marzo de 1982 se quemaron durante el incendio de esta institución, aunque yo tengo la sospecha de que existe al menos otra copia.

A través de pequeños datos nos damos cuenta de que sí hubo filmaciones que desconocemos, como los materiales de los japoneses, que exhibieron en ese país. Nunca se presentaron en México, para que Japón no tuviese problemas con nuestro gobierno. Creo que hace falta saber qué fue lo que pasó; yo todavía no lo sé, me han dado veinte mil teorías y no creo en ninguna.

Es importante que siga retomándose el tema del 68; fue un parteaguas para la vida política y cultural de nuestro país, es parte de nuestra memoria histórica, la cual puede ser representada a través de diversas historias en el cine, desde las historias amor en el 68 hasta la teoría del boicot de las Olimpiadas con el movimiento. El 68 es de jóvenes rebeldes, no satisfechos con la injusticia que se ve. El movimiento del 68 no floreció, lo callaron, hubo cambios sociales, culturales y políticos, pero no suficientes, de tal manera que seguimos observando a gente muy rica y al pobre no se le aleja de la ignorancia, el vicio y la rapiña. Ese no era el espíritu de la Constitución de 1917, que tenía como principio que se moderara la opulencia y la indigencia; eso no sea conseguido en nuestro país.

El 68 en el cine mexicano

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