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EL SUR SE TRANSFORMA EN NORTE

“Existe el destino, la fatalidad y el azar; lo imprevisible y, por otro lado, lo que ya está determinado. Entonces como hay azar y como hay destino, filosofemos”

Séneca

Mientras realizaba tareas en el área de Turismo Submarino, tuve oportunidad de conocer gente con actividades muy variadas, entre ellos Jorge Depasquali, guardafauna de la Reserva Punta Norte, Península Valdés. Este lugar–que siempre atrapó mi atención por su salvaje belleza natural, su geografía y su fauna tan especial– es el único apostadero continental del elefante marino del sur (Mirounga leonina), una especie que sorprende por su aspecto, su tamaño y sus características sociales. Pero la conversación y la amistad de Jorge fueron también importantes estímulos para mis visitas a la reserva.

Jorge conocía mi afición por los animales y mi deseo de ser guardafauna. A principio de octubre de 1974 me visitó en el local de buceo donde yo trabajaba y me hizo una propuesta que dio un giro de 180 grados a mi vida. Me dijo que iba a renunciar a su cargo y, como el actual auxiliar de guardafauna quedaría al frente de la reserva, era necesario un nuevo ayudante. Yo tenía que decidir –en lo posible, ese mismo día– si quería intentar obtener ese puesto. Horas más tarde, Jorge me presentaba ante José Gaspar Pepitoni, responsable del Departamento Conservación, como aspirante al cargo.

Por su parte, Pino Nicoletti me reunió con Antonio Torrejón, entonces Subsecretario de Información Pública y Turismo, quien había creado y administraba las Reservas de Fauna. Torrejón estuvo de acuerdo con mi nombramiento, pero sugirió que, para mayor seguridad de mi hija de un año y medio, Jéssica Valeria, se me enviara a la Isla de los Pájaros, más cercana que Punta Norte a poblaciones con un centro asistencial (Puerto Madryn y Puerto Pirámide). Cualquier enfermedad, inclusive las habituales en los niños, multiplicaban sus riesgos cuando la distancia es grande y la comunicación difícil.

En ese entonces las reservas no contaban con transmisores de radio y los vehículos afectados estaban en pésimas condiciones; a eso se sumaba el estado de los caminos de tierra, que quedaban intransitables cuando llovía. Los guardafaunas solían quedar incomunicados por varios días o semanas, con un agravante: la falta de agua potable, que llegaba desde Madryn o Trelew en camiones cisterna de ocho mil litros. Por último, la luz provenía de un grupo generador, que no siempre funcionaba o contaba con el combustible suficiente para el mes.

A pesar de esas adversidades, insistí en mi pedido: Punta Norte. Los riesgos podían reducirse con precauciones. Además, si se crían niños felices y sanos en los campos alejados de poblaciones, ¿por qué Diana y yo no seríamos capaces de hacer lo mismo con Jessica? Admitía que ambos veníamos de la comodidad urbana, donde cualquier problema se soluciona con un llamado o la visita a un especialista, ya sea para reparar algún desperfecto mecánico o problemas de salud. Pero la oportunidad estaba frente a mí y decidí que defendería mi candidatura en el lugar elegido.

El 11 de octubre de 1974 firmé mi contrato como auxiliar de guardafauna de Punta Norte, feliz de trabajar en una reserva de exclusiva jerarquía dentro del área de conservación. Me quedé allí trece años, once de ellos como guardafauna titular.

Desde muy pequeño la Península Valdés atrajo mi atención de una forma casi mágica. Con mis cinco años de edad, su sobresaliente contorno me parecía la panza de una mujer embarazada. Y tenía razón: hoy sé que en ella se está gestando el necesario concepto del respeto a la vida en todas sus formas y manifestaciones. Por eso mi trabajo en Punta Norte significó tanto para mí; por eso, también, dejé tanto de mí en esa reserva.

La Península Valdés tiene 97 kilómetros de largo por 63 de ancho y se ubica hacia el ángulo nororiental de la Provincia de Chubut y está comprendida entre los 42º y 43º de latitud Sur. Se extiende de Norte a Sur desde el paralelo 42º 04’ 56’’ hasta el paralelo 42º 53’ 55’’, y de Este a Oeste desde el meridiano 63º 33’ Oeste de Greenwich hasta el meridiano 64º 23’ del mismo origen. Por el Norte linda con el Golfo San Matías; por el Sur y Este, con el Océano Atlántico; por el Oeste, con los Golfos Nuevo y San José y el istmo que la une al continente. Su punto más saliente es Punta Norte (latitud 42º 05’ S, longitud 63º 47’ O); allí, un faro de 21,1 millas de alcance determina la entrada al Golfo San Matías.

La forma del territorio justifica su denominación: península proviene del latín paene (casi) e insula (isla). El istmo (de 35 kilómetros de largo por veintinuo en su parte más ancha y sólo cinco en la más angosta) permite el ingreso a esta casi isla y a los 3.625 kilómetros cuadrados de territorio que conforman su interior. Su superficie semiplana, que se inclina suavemente hacia el nordeste, forma parte del típico terreno mesetiforme que caracteriza a la plataforma extrandina. Su litoral presenta contornos irregulares de singular belleza, constituidos en gran parte por abruptos relieves que se originan en barrancas cuyas alturas oscilan entre veinticinco y 110 metros. Las bases de estos terrenos ingresan al mar a modo de extensas plataformas horizontales, las restingas; el oleaje las tallas y les da el aspecto de canales y piletones irregulares.

Estas barrancas que forman los acantilados de la Península están constituidas principalmente por la intercalación de rocas sedimentarias y piroclásticas. Las primeras resultan del endurecimiento por compactación y cementación (debido a reacciones químicas) de arena con granos de diversos tamaños depositadas por el mar. Las piroclásticas, si bien se formaron también por el endurecimiento de sedimento, tienen otra materia por base: las cenizas volcánicas depositadas directamente o transportadas hacia el mar.

En las rocas sedimentarias son muy comunes las grandes concentraciones de conchillas petrificadas. Estos fósiles, pertenecientes a organismos que vivieron en el mar, atrajeron la atención de Charles Darwin, el primer científico que llegó a esta parte de la costa patagónica. En 1833, al recorrer las barrancas de la Península Valdés (en ese entonces conocida como San José), Darwin descubrió fósiles de organismos invertebrados que habían habitado regiones marinas durante el Terciario y estableció que esas rocas debían haberse formado en ese período. Darwin fue el primero en postular que la Península se habría originado en ese momento geológico y que antes sólo habría formado parte de un fondo marino.

Estudios posteriores indicaron que los niveles sedimentarios se formaron bajo las aguas hace unos quince millones de años, durante la última parte del Terciario, conocida como Mioceno. Entonces el mar cubría extensas regiones y la Península Valdés integraba el fondo a no más de cincuenta metros de profundidad. Las regresiones marinas que siguieron dieron origen a la actual posición: los sedimentos depositados se hicieron cada vez más consistentes y los lentos movimientos ascendentes que afectaron a la Patagonia los elevaron y expusieron. La acción de las aguas continuó, una vez emergido el continente, en la embestida constante que erosionó las barrancas hasta sus niveles rocosos más firmes, que resistieron el desgaste y se ven hoy en restingas que cubren las altas mareas.

Se estima que el mar que cubría la Península Valdés era cálido, a juzgar por las características y variedad de los fósiles presentes: bivalvos (entre los que se destacan las ostreas de más de treinta centímetros de longitud y quince de alto), esqueletos de ballenas, dientes de tiburones, paladares de rayas y cangrejos. Los restos de madera silicificada que se encuentran en los acantilados y bajo el agua son una muestra de la flora que se habría desarrollado cerca de la orilla de ese antiguo mar.

La Península Valdés es un muestrario geológico de gran importancia que no ha sido estudiado profundamente. Peor aún, parte de ese Patrimonio Natural de la Humanidad se pierde. A veces el motivo es la ignorancia; en otras ocasiones, en cambio, hay un completo conocimiento de causa y de beneficios. Demasiadas veces tuve que ver ostreas de millones de años de antigüedad convertidas en lustrosos ceniceros barnizados.

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