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IDENTIDADES Y PREHISTORIA

“Precisamos tener un concepto de los animales nuevo, más sabio y, quizá, también más místico...No son nuestros hermanos, ni nuestros criados; son otra raza, atrapada junto a nosotros en la red de la vida”

Henry Beston

A diferencia de la mayor parte de los delfines, las orcas tienen un cuerpo muy robusto. Los grandes machos pueden medir más de 9,5 metros y pesar más de ocho toneladas, mientras que las hembras superan los seis metros y pesan más de cinco toneladas. Los cachorros nacen con aproximadamente 1,80 a 2,50 metros de longitud y unos 180 kilos.

Las hembras alcanzan la madurez sexual a partir de los catorce años, cuando llegan a una longitud de aproximadamente 4,6 a 5,4 metros; los machos, a los quince años, cuando tienen una longitud aproximada de 5,2 a 6,2 metros, si bien alcanzarían la madurez social entre los veintiuno y veinticinco años de edad. Los ciclos reproductivos varían entre poblaciones: en el Atlántico Noreste ocurre desde fines del otoño hasta mediados del invierno; en Patagonia se observaron crías entre los meses de febrero y abril y en noviembre y diciembre.

La gestación dura entre doce y dieciséis meses. Como tiene un cachorro cada cinco a diez años, la hembra llega a cuatro o cinco pariciones a lo largo de sus veinticinco años de vida reproductiva. Parece que nace la misma cantidad de machos que de hembras; la mortalidad neonatal se ubica en un 43 por ciento.

La cría es amamantada durante un año y puede depender de la lactancia durante al menos dos años. El destete se produce cuando el cachorro mide unos 4,3 metros de longitud. Durante el amamantamiento el cachorro no chupa el pezón de la madre: la leche sale expulsada en forma de chorro a su boca. Solo debe envolver el pezón con la lengua en forma de tubo, para evitar que la leche se desperdicie en el mar.

Las hembras en libertad viven unos cincuenta años, con una longevidad máxima de ochenta; la expectativa de vida de los machos es de aproximadamente veintinueve años, con una longevidad máxima de sesenta años. En cautiverio, salvo raras excepciones, el promedio desciende a cinco o diez años.

Los machos adultos se distinguen por la aleta dorsal triangular –alta y recta, sin soporte óseo– ubicada ligeramente antes de la mitad del dorso. El animal la utiliza para su estabilidad cuando desarrolla grandes velocidades; también en su balance corporal cuando ataca. Llega a medir hasta dos metros de altura (entre el 10 y el 15 por ciento de su largo corporal) y la mitad en las hembras, que la tienen curvada hacia atrás. Los cachorros y los machos jóvenes también tienen la aleta dorsal levemente curvada hacia atrás, lo cual genera confusión para identificar el sexo. Con la edad, aumenta en tamaño absoluto y relativo: más alta que ancha en machos viejos, esta aleta crece de modo notable a partir de los diez años. En algunos ejemplares viejos la punta se enrolla; también pueden aparecer inclinaciones hacia delante o desviaciones en toda su longitud.

Las aletas pectorales –ubicadas a ambos lados del cuerpo, más cerca del hocico que de la aleta caudal– son muy largas, anchas y redondeadas. Conservan los huesos de los miembros anteriores (igual que una mano) y en los machos adultos llegan a medir hasta dos metros de longitud por 90 centímetros de ancho; las de las hembras son hasta dos veces más pequeñas.

La fibrosa aleta caudal (generalmente llamada cola) se halla en posición horizontal, carece de soporte óseo y puede superar los 2,70 metros de ancho. Junto con los fuertes músculos del pedúnculo caudal, le permite a la orca impulsarse a velocidades de más de cincuenta kilómetros por hora. Esta aleta tiene una pronunciada hendidura central en su borde exterior; en orcas maduras, los extremos se curvan hacia abajo.

Las aletas de los cetáceos no cumplen únicamente la función de desplazar, estabilizar y dirigir la natación y buceo del animal. Constituyen un importante órgano táctil durante la socialización entre individuos: en la relación madre cría, en los juegos y en las relaciones sexuales. También son útiles para la intimidación: golpean con ellas la superficie del agua o las presas, que pueden terminar a varios metros.

El contraste del color negro y blanco de su cuerpo es muy marcado, incluso en los individuos cuyas partes claras tienden en realidad a un tono amarillento. El dorso es negro uniforme, con una pigmentación grisácea a blanca ubicada detrás de la aleta dorsal que cae hacia ambos flancos del dorso del animal y termina en punta hacia delante: la montura. En animales muy pequeños esta montura está casi ausente; su forma varía entre individuos y difiere entre el lado derecho y el izquierdo.

La zona ventral es blanca, desde la garganta hasta el área genital; el color abraza en forma de onda convergente los flancos del animal y toma la forma de un tridente. La aleta caudal también es blanca en su parte ventral, con un marcado borde de color negro; las pectorales son negras en ambos lados. Encima y hacia atrás de los ojos hay más blanco: un óvalo llamado mancha post-ocular, que varía de forma y tamaño entre individuos (y, a veces, en un mismo ejemplar).

Los colores del cuerpo de un animal desempeñan un importante papel en relación a su conducta, ya se trate de una presa como de un predador. Es muy común que los animales presenten su dorso oscuro y su vientre claro para contrarrestar el efecto de las sombras, que de otra manera serían muy fuertes y lo harían destacable. Por ejemplo, cuando una orca se desplaza cerca de la superficie del mar, puede pasar desapercibida para cualquier animal que observe desde el fondo: su silueta, por efecto de su vientre blanco, se confunde con los reflejos plateados que produce la reflexión solar. Y si se desplazara por el fondo marino, desde arriba es difícil diferenciar su dorso negro de la oscura profundidad.

¿Qué pasa cuando se la observa lateralmente y casi a un mismo nivel? En mi experiencia de buceo con orcas, el contorno de sus cuerpos (a unos siete metros de distancia y unos veinte de profundidad) se distorsiona inclusive en aguas de gran visibilidad como las patagónicas: se debe al efecto óptico que producen sus manchas post-oculares, su montura y su tridente. Uno logra observar una cosa oscura, con contornos curvados, confusos reflejos y huecos. Para saber que se trata de una orca, hay que estar cerca; si el observador es una presa, la visión es demasiado riesgosa: posiblemente, la última de su vida.

La cabeza de la orca es redondeada y se diferencia de otras especies de delfines porque su maxilar superior sobresale del inferior. Tiene entre 40 a 48 dientes cónicos de 10 a 12 centímetros de alto y unos 3,5 centímetros de diámetro curvados levemente hacia dentro y hacia atrás. Al cerrar su poderosa mandíbula los dientes inferiores encajan entre los espacios que quedan entre diente y diente en un encastre perfecto facilitando la retención de la presa: si quiere escapar, sólo puede moverse hacia la garganta de la orca: una mordida fatal.

Tan poderosa dentadura le permite una dieta variada, que incluye tanto una gaviota como una gran ballena azul: ochenta y cuatro especies documentadas (treinta y cuatro de peces, veintidós especies de cetáceos, catorce de pinnípedos, diez de aves, dos de cefalópodos, una de reptiles y una de mustélidos) componen la alimentación de las orcas, pero sin dudas es más amplia. Sin embargo, no se trata de un animal que come todo lo que encuentra a su paso: según estableció E. Mitchell, su alimentación diaria estimada es de un 4 por ciento de su peso corporal. Una orca de tres mil kilos debería ingerir 120 kilos en un día y no parece difícil que semejante individuo pueda cazar tres salmones de cuarenta kilos.

La fama de insaciables que tienen las orcas proviene en parte de una mala comprensión de los estudios del naturalista danés Daniel F. Eschricht, quien en 1866 encontró en el estómago de una hembra de 7,5 metros de longitud restos aún indigestos de trece marsopas y catorce focas. El equívoco consistió en creer que la orca tenía en su estomago los veintisiete animales enteros, cuando en realidad contenía restos ingeridos a lo largo de un período desconocido.

Según pude registrar, en nuestras aguas se alimentan de numerosas especies: lobos marinos de un pelo (Otaria flavescens), lobos marinos de dos pelos (Arctocephalus australis), elefantes marinos (Mirounga leonina), delfín oscuro (Lagenorhynchus obscurus), ballena franca ( Eubalaena australis), pingüinos de Magallanes (Spheniscus magellanicus), macá grande (Podiceps major), petrel gigante (Macronectes giganteus), cormoranes (Phalacrocórax sp), pato vapor (Tachyeres leucocephalus), tiburones (desconozco la especie, ya que sólo observé restos en sus bocas), salmón de mar (Pseudopercis semisfasciata), entre otras.

Los ojos de la orca –medianos y cubiertos con una sustancia gelatinosa que los protege del agua salada– tienen movimientos coordinados con visión lateral de 125 grados. El oído es el sentido más desarrollado, igual que en el resto de los cetáceos. Sólo las crías poseen bulbos olfativos; en el odontoceto adulto, los reemplazan los quimiorreceptores que se ubican en la base de la lengua y le permiten detectar cambios químicos en el agua. Esa información le facilita la detección de presas, el contacto con el grupo (a través de los desechos fisiológicos), la ubicación de hembras en celo y la determinación de preferencias en su alimentación.

Entre muchas adaptaciones a la vida acuática, los cetáceos redujeron su anatomía externa para evitar la fricción con el agua. Por ejemplo, el pene del macho se esconde en el abdomen, en forma de S, con su punta dentro de la cobertura prepucial, y sólo es visible cuando está erecto; también las glándulas mamarias de las hembras están ocultas y se revelan únicamente cuando están amamantando.

Es difícil distinguir a simple vista el sexo de una cría o un ejemplar juvenil de orca: en esas edades, la forma de la aleta dorsal es igual en ambos sexos. La identificación sería más fácil si se pudiera observar la zona central del vientre, donde se ubican los surcos genitales: en las hembras se observa un largo surco longitudinal (el ano está junto a los genitales), flanqueado por un surco más pequeño a ambos lados (que esconden las glándulas mamarias); los machos presentan claramente dos surcos consecutivos (el ano está separado de los genitales).

Poco sabemos con certeza acerca del origen de los cetáceos. Todavía se lo investiga y nuevos descubrimientos aportan fundamentos o dudas que cambian las teorías. Se estima que se originaron en el período Paleoceno, unos 63 millones de años atrás. Sin embargo las evidencias más antiguas los ubican hace 54 millones de años: Maureen A. O’Leary y Mark D. Uhen ubican entonces a un mamífero terrestre, con pezuñas y parecido a un perro, que por causas desconocidas comenzó a alimentarse con peces. Este inicio probable para la evolución de los cetáceos los considera parientes de los actuales ungulados artiodáctilos: ovejas, vacas y otros mamíferos con pezuñas.

Tuvieron que pasar dieciocho millones de años para que ballenas barbadas y dentadas habitaran los mares, en la época Oligocena. Y aún hubo que esperar otros veinticuatro millones de años (tiempo impensable para nosotros pero corto para los valores evolutivos para que aparecieran los delfines verdaderos, a cuya familia pertenecen las orcas.

Al cruzar la línea costera e invadir el territorio ecológico del mar, debieron sustituir su pelaje ancestral por una gruesa capa de grasa gelatinosa, que los protegería de las bajas temperaturas y reduciría la resistencia al agua que produce el pelo. Así adquirió un cuerpo hidrodinámico con una piel lisa cubierta por un flujo laminar (pequeñas gotas de lípidos) que facilita el desplazamiento. Durante su estado fetal los cetáceos poseen pelo; una vez nacidos, sólo mantienen mínimos vestigios de pelo en algunas partes del cuerpo. Sus extremidades posteriores se fueron perdiendo mientras se desarrollaba una poderosa cola horizontal y las extremidades anteriores se modificaban (aunque sin perder su estructura ósea) en aletas nadadoras; únicamente en su estado fetal los cetáceos mantienen cuatro patas, la pelvis y una cola. Por último, la mayoría de las especies desarrolló una aleta dorsal como ayuda para la estabilidad y navegación.

El oído de los cetáceos también debió adaptarse a la vida bajo el agua. El Pakicetus inachus, hasta el momento el más primitivo antecesor de este orden, vivió hace 54 millones de años en las costas de lo que es hoy Pakistán y se presume que podría haber llevado una vida anfibia: tenía una ampolla timpánica probablemente adecuada para la audición subacuática; sin embargo, un estudio que Zhexi Luo realizó en 1998 muestra que esa estructura no podía recibir sonidos subacuáticos, sino solo aéreos. También se discute si la ecolocalización (función auditiva que permite evitar obstáculos y capturar presas) es otra adaptación exclusiva de los odontoceti o si también los mysticeti cuentan con esa capacidad.

Los cetáceos con dientes son más diversos que los mysticeti: en los cráneos fósiles, los dientes son lisos o serrados, robustos o pequeños, e inclusive inexistentes. Los delfines con dientes similares a los de tiburón (escualodóntidos), que vivieron entre quince y 35 millones de años atrás, tenían características de los actuales odontoceti: por ejemplo, los espiráculos, orificios respiratorios retraídos hacia la región posterior del cráneo. Sus dientes triangulares afilados, con bordes serrados y superficie arrugada, indicarían un tipo de vida de carnívoro activo; es decir, costumbres de alimentación parecidas a las de la orca. Estos delfines desaparecieron hace unos diez millones de años.

Del Plioceno de Italia se descubrieron dientes que habrían pertenecido a orcas o a especies muy emparentadas. Entre los hallazgos se destaca gran parte del esqueleto post-craneal de Orcinus citoniensis (Capellini, 1983), de menor tamaño que el de Orcinus orca (un largo de cuatro metros) y dos hileras dobles de catorce dientes proporcionalmente menores que los de la actual especie.

En el Museo Paleontológico Egidio Feruglio de la ciudad de Trelew, Chubut, se expone el cráneo de un Prosqualodon australis, cetáceo del Mioceno de Patagonia cuya antigüedad se estima en unos veintitrés millones de años y sus hábitos alimenticios se suponen parecidos a los de las actuales orcas.

(Agradezco la revisión de este capítulo al Dr. Mario A. Cozzuol)

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