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CAPÍTULO 2
Clínica psicoanalítica de niños.
Sus albores y desarrollos.
ОглавлениеPropongo jugar, aunque más no sea por unos instantes, a la idea de que en una sesión de análisis es posible prescindir de la percepción visual del paciente.
Ricardo Carlino
Sigmund Freud y Sándor Ferenczi descubren e indagan un nuevo territorio ligado a los primeros años de vida y a la vida fetal. Revelan una nueva cosmovisión sobre los albores de lo mental. El material clínico lo aportan los padres de esos niños “pacientes”. S. Freud, con Juanito, devela el mundo infantil; S. Ferenczi, con el niño Arpad (el pequeño hombre gallo), sigue el camino del fundador del psicoanálisis respecto de la importancia del entramado mental de un infante y abre nuevas bifurcaciones dentro de los caminos del psicoanálisis, que conducirán en poco tiempo a la aparición de M. Klein y las contribuciones seguirán hasta nuestros días, con José Valeros, entre otros.
Transcurrido más de un siglo de aquellos descubrimientos, podríamos preguntarnos: ¿Cuál fue el aporte nodal de estos descubrimientos al psicoanálisis y a la comprensión humana? ¿Qué lugar ocupó en este entramado histórico lo interno y lo externo en la investigación del psiquismo humano? ¿Qué factores estaban en juego en el entramado cultural, dentro del psicoanálisis y de la sociedad en que este desarrollaba las investigaciones? ¿Cuál fue la necesidad en la institución psicoanalítica para la comprensión del psiquismo temprano y de qué materia prima se proveyó para sus investigaciones?
Sigmund Freud indagó (una vez alejado lo suficiente de la impronta psiquiátrica de su época) sobre la construcción inconsciente subjetiva de la mente y el papel vital de la psicosexualidad humana, cuyas raíces profundas se encontraban en los primeros años de vida. Formuló los Tres ensayos de teoría sexual (1905) y radicalizó su investigación sobre la importancia de la libido sexuada. Ya contaba en su entorno con un grupo fundacional ligado a sus ideas investigando sobre la sexualidad en los primeros años de vida. Entre los que pertenecían a su círculo íntimo y se analizaban estaban los padres del pequeño Hans o Juanito (S. Freud, 1909). La “linda madre”, según S. Freud, Olga König-Graf,1 su analizada, y el padre, Max Graf, quien participaba del grupo de los miércoles y se nutría de las investigaciones psicoanalíticas que provenían del maestro y su entorno. En la reunión científica del 1 de abril de 1908, S. Freud señala: “Algún día debería investigarse de qué manera las impresiones infantiles influyen no sólo en las enfermedades ulteriores sino también en las grandes realizaciones.”2
El entramado cultural de fines del decimonónico siglo y comienzos del XX era sumamente reacio a pensar el psiquismo de un niño y, en particular, especular que la sexualidad jugara un papel preponderante para su conformación actual y futura. Además, para aquellos pioneros, era sumamente complejo e imposible conseguir que los padres de niños aquejados de patologías psíquicas consultaran a un psicoanalista. Fue necesaria la colaboración de quienes estuvieran consustanciados con “la causa”. En este sentido, cupo al padre de Juanito proveer de material clínico a S. Freud. Se podría decir, desde nuestra actualidad y a la luz de los desarrollos alcanzados por el psicoanálisis, que fue un supervisor más que un analista. Pero un supervisor muy especial, porque fue quien rasgó en las profundidades de la mente del niño y estimuló al padre a escuchar a ese niño y registrar las fantasías que albergaba en su interioridad.
Es imposible abarcar en este escrito el amplio espectro desarrollado sobre Juanito, pero subrayaré lo que a mi entender es una cuestión central: escuchar a un niño y develar lo que se erige en su mundo interno.
Carlos Cullen (2017), desde el campo de la filosofía, distingue “dos horizontes” para pensar la cultura: “el ontológico” y “el anterior al ser”. Inspirado en esta propuesta, podemos formular que S. Freud reproduce la interioridad de las producciones de Juanito (castración, las diferencias sexuales anatómicas y sus consecuencias; el complejo de Edipo y sus vicisitudes, fantasías, el juego y su significación, los sueños, etc.) en el debate dentro del psicoanálisis entre las teorías del mundo interno y del externo en el proceso de las ideas psicoanalíticas y, además, aporta las experiencias del niño con su entorno a las teorías centradas en la predominancia del mundo externo. Hasta no hacía mucho tiempo se había pensado al humano desde la conciencia y la vida adulta, dejando de lado la niñez y adolescencia. Aquí se inserta la importancia de la revolución psicoanalítica: cuando introduce lo inconsciente desde el inicio de la vida.
Sándor Ferenczi centra sus desarrollos teóricos clínicos tanto en la importancia del mundo interno como en lo social. Además, extiende el inicio del psiquismo humano a la vida fetal. Al igual que S. Freud, obtiene material clínico de primera mano por medio del padre de un niño (según sus palabras, “un antiguo paciente”): se trata de Arpad, “el pequeño hombre gallo”.
Arpad3 no ha logrado la trascendencia que tuvo Juanito. Sin embargo, S. Ferenczi, como señalara J. Lacan, renace de “las cenizas”.4 También P. Boschan rescató el pensamiento del gran analista húngaro y destacó que los efectos transferenciales y contratransferenciales entre él y su maestro llevó a “divisorias importantes dentro del movimiento psicoanalítico.”5 N. Abraham y M. Torok han dicho que “Ferenczi nos pone en presencia de aquello que vive oscuramente en nosotros desde la noche de los tiempos…”6 Por mi parte, señalé que “ha sido una contribución nodal en el desarrollo de diferentes corrientes de pensamiento dentro del psicoanálisis.”7
Sigmund Freud y S. Ferenczi, cuando abordaron la gigantesca odisea para esos tiempos iniciáticos, ya habían aportado conceptos centrales para la teoría y la técnica psicoanalítica. Transferencia, contratransferencia, complejo de Edipo, proyección, principios de placer y principio de realidad fueron aportados por Freud. Mientras que debemos a Ferenczi los conceptos de introyección y de omnipotencia, entre otros.
Arpad reclama atención porque fue nodal para el diálogo entre estos dos analistas. El niño tenía cinco años. Durante las vacaciones de 1910, la familia había vacacionado en un balneario austríaco, donde “alquiló una habitación.” Hasta los tres años el niño no había presentado síntomas, pero a partir de este momento, “su interés se centró en una sola cosa: el gallinero” que estaba en la misma finca. Se levantaba al amanecer y se soslayaba contemplando las gallinas y “no hacía más que lanzar kikirikís y cacarear”. Dejó de hablar y cuando se lo interrogaba respondía mediante gritos que imitaban esos animales que lo desvelaban. Cuando regresaron a Budapest, recobró el lenguaje humano. Su conversación rondaba casi todo el tiempo “sobre los gallos, gallinas y los pollos”. Le gustaba sádicamente poner en escena cómo se le cortaba el cuello para luego comerlos. Así lo describe S. Ferenczi: “Mostraba cómo sangraba el gallo e imitaba perfectamente con el gesto y con la voz su agonía. Deseaba claramente asistir a su degüello”. Por otro lado, temía mucho a estos animales. Cuando se le preguntaba, repetía la misma historia: un día que había ingresado al gallinero y orinaba, un gallo le picó el pene y su miembro sangró. Esto había ocurrido durante el primer veraneo, cuando contaba dos años y medio. A los cinco años, cuando jugaba con su pene (al igual que le ocurriera a Juanito), desde su entorno lo sancionaban diciéndole que si seguía con esta conducta se lo iban a cortar. Cuando visitó el consultorio, dirigió su mirada a un pequeño gallo salvaje de bronce: “Me lo trajo y preguntó: ¿Me lo das?”. El analista le ofreció lápiz y papel y lo dibujó. Lo interrogó sobre su relación con los gallos, pero el niño le dijo que estaba cansado y volvió a jugar con otras cosas.
Así el genial húngaro habla del sadismo y el masoquismo en el niño, la puesta en escena del amor y del odio. Interpretó que el gallo era el padre y de ahí el síntoma. Aquí ya está presente parte de lo que devendrá técnica psicoanalítica en el análisis de un niño: jugar, dibujar y animarlo a desplegar su mundo interno en diálogo con el externo. Había presenciado el comercio sexual de los padres en la habitación en la que convivían y lo escenificaba en el gallinero, donde observaba las prácticas sexuales de estos animales.
Unos años más tarde surgirá, en el escenario psicoanalítico, la figura de M. Klein, inspirada y movilizada por el dinamismo que imprimían S. Freud y S. Ferenczi al psicoanálisis de niños. Por esos años había comenzado su formación como analista, se analizaba con el psicoanalista húngaro y había escuchado a S. Freud en una conferencia en la Sociedad Psicoanalítica Húngara. Conocía los trabajos sobre Juanito y el niño gallo, ejemplos inspiradores para desplegar su titánica tarea hasta el final de su vida.
Melanie Klein fue consecuente con las investigaciones psicoanalíticas desarrolladas sobre los primeros años de vida. Además, fue estimulada por S. Ferenczi para analizar niños y más tarde, establecida en Berlín, por K. Abraham, su segundo analista.
Sus primeros trabajos estuvieron dirigidos al análisis de niños pequeños. Fritz habría de ser el primero de una larga lista. Su primer trabajo −Desarrollo de un niño, presentado en la Sociedad Psicoanalítica Húngara en 1919 y publicado en 1921− lo dividió en dos partes. A la primera la llamó La influencia del esclarecimiento sexual y la disminución de la autoridad sobre el desarrollo intelectual de los niños y a la segunda, Análisis temprano.
En la primera parte habla de lo central que es no privar al niño de sus investigaciones sobre su propia sexualidad, que a su entender influye sobre la inhibición intelectual. En estos artículos y algunos que los siguieron estampa a su tarea como analista la importancia de un rol pedagógico, cuestión que luego descartaría. Como una síntesis de su experiencia hasta ese momento, señala:
“Los resultados del psicoanálisis –que siempre en todo caso individual retrotrae a las represiones de la sexualidad infantil como causa de la enfermedad posterior, o a los elementos más o menos mórbidos actuantes o a inhibiciones presentes incluso en cualquier mente normal− indican claramente el camino a seguir.”8
En esta primera parte presenta en análisis de un niño de cinco años, el pequeño Fritz. Acompaña al pequeño investigador sobre una serie de temas que le propone: preguntas sobre el nacimiento, conversación sobre la existencia de Dios, interés por las heces y la orina, el sentido de realidad, preguntas y certidumbres obvias, delimitación de sus derechos (querer, deber, poder), sentimiento de omnipotencia, deseo. En este derrotero observa la lucha del niño entre el principio de realidad y el de placer, que ya había presentado S. Freud en su artículo sobre los estos principios.
En la segunda parte dice: “Esta posibilidad y la necesidad de analizar niños es una deducción irrefutable de los resultados del análisis de adultos neuróticos, que siempre retrotraen a la niñez las causas de la enfermedad.”9 Es decir, en su incipiente práctica clínica encontraba que los síntomas de los niños, como los de los adultos, tenían su razón de ser en los primeros años de vida. Era una deducción irrefutable, como ya lo habían formulado S. Freud, S. Ferenczi y, además, cita a Hermine von Hug-Hellmuth, otra de las pioneras en la investigación sobre el psiquismo temprano.
Melanie Klein permite tomar contacto con los alcances que, de la mano de los pioneros, adquiere la clínica psicoanalítica y la teoría que de ella se desglosa. Comienza a valorar mucho el desarrollo del niño, el papel de la fantasía, la que “se expresa generalmente en los juegos.”10 Observa cómo, a través del juego, surge un pequeño epistemólogo, que quiere conocer, entre otras cosas, el interior del cuerpo materno y paterno, donde detecta “poderes determinantes eróticos-anales y homosexuales.”11
Producto de toda esta investigación se convierte en una adalid de la inclusión de los descubrimientos y alcances del psicoanálisis, como “una crianza con rasgos analíticos.”12 Así, dice que no hay vida sin problemas e inconvenientes y apunta: “Pienso también que un niño psíquicamente fortificado por un análisis temprano puede tolerar con más facilidad y sin perjuicios los problemas inevitables.”13
El análisis de niños provee al psiquismo temprano una mayor integración de sus partes reprimidas, escindidas, para integrarlas al torrente de la vida de ese niño, lo que posibilita una mejor convivencia consigo mismo y con el entorno.
Melanie Klein, promediando los años 20 del pasado siglo, reformula la teoría psicoanalítica sobre cómo conducir un análisis de niños y propone cambios al complejo de Edipo formulado por S. Freud y su segunda tópica, que la lleva a una confrontación con Anna Freud y su padre. Propone el juego como elemento central en un proceso analítico para interpretar la fantasía inconsciente que allí se despliega y lo formula de la siguiente manera:
“yo no permito a los pacientes infantiles ninguna gratificación personal, ya sea en forma de regalos o caricias o encuentros personales fuera del análisis, etcétera. En resumen, mantengo todas las reglas aprobadas en análisis de adultos. Lo que doy al niño es ayuda analítica y alivio…”14
En este sentido destaca la transferencia, la resistencia y los impulsos infantiles; la represión y sus efectos, la amnesia infantil y la compulsión de repetición ligada a la pulsión de muerte y piensa que el analista de niños prestará atención a descubrir cómo se ha configurado en el paciente la escena primaria. Ya había propuesto que el niño en su fantasía inconsciente especula encontrar en el cuerpo de la madre el pene del padre, excrementos y niños. Además, la originalidad de M. Klein se despliega con su conceptualización de la existencia de un Superyó temprano, dado que observaba culpa en niños muy pequeños, como Rita,15: “Los efectos de este superyó infantil sobre el niño son análogos a los del superyó en el adulto, pero pesan mucho más sobre el débil yo infantil.”16 Y es taxativa al decir que “en su juego los niños representan simbólicamente fantasías, deseos y experiencias.”17
Melanie Klein, en su diálogo y controversia con Anna Freud, resalta cómo en esta, del mismo modo que lo concibieron su padre y S. Ferenczi, el dibujo ocupa un lugar importante en el análisis de niños, a lo que aquella adhiere plenamente. En el caso Richard18 presenta una gran cantidad de dibujos a los que la genial analista de niños interpreta. “Durante el curso de su tratamiento, Richard hizo varios dibujos. Es significativa la forma en que los ejecutaba, pues nunca comenzaba su labor con un plan preconcebido, y a veces se veía sorprendido al ver el cuadro terminado.”19
Lo que el niño producía en sesión, le era interpretado. En la sesión número 58, cuando el niño representa una flota naval e intenta ponerse en la boca al buque Nelson y su mástil, interpreta que “el mástil de Nelson representa el pene de papá.”20 El dibujo remite a las fantasías profundas ligadas a su inconsciente y al objeto parcial pene del padre, con el que el niño desarrolla su Edipo temprano, que tendrá su configuración a partir del destete, las higienización de sus heces y las diferencias sexuales anatómicas.
Siguiendo esta línea evolutiva, ecológica y genealógica, podemos prestarle atención a cómo el análisis de niños ha tenido y tiene un encadenamiento de formulaciones teóricas que redundan en una técnica que ha ido dando cuenta de la misma.
José Antonio Valeros, a través de su extensa práctica como analista de niños, ha prestado atención al espacio que ocupa el juego en el setting analítico. Además de formador de analistas de niños y adolescentes, ha formulado interesantes aportes al análisis de infantes desde sus propias conceptualizaciones y ha sostenido, siguiendo a sus predecesores en la teoría de la técnica en el análisis de niños, que “jugar, por parte del analista, no es una cuestión de técnica y mucho menos de artificio de la técnica.”21
Aquí hace un llamado de atención tanto a los analistas noveles como a los experimentados, dado que a veces se pueden aferrar a una técnica que les quita la posibilidad de ser creativos; los primeros por temores propios de la inexperiencia y los segundos por aferrarse a una teoría de la técnica como a un tótem emblemático. Complementa lo anterior afirmando que “lo que el analista hace cuando juega para ser útil debe ser genuino”. Nos dice que el paciente se da cuenta cuando el analista es inauténtico es su tarea. Se pregunta y responde: “¿Cómo se logra el estado mental de juego? (…) A través de la comprensión de la conducta del niño, sea esta de juego u otra.” Propone que el analista debe ser espontáneo y dejarse conducir por el niño que juega. No debe ser superyoico en sus intervenciones y sugiere: “No instruye sobre cómo se juega, sino que intenta facilitar al analista el acceso al estado mental de juego a través de la comprensión de la realidad psicológica que vivimos en relación con nuestros pacientes.”22 Es decir, propone una técnica creativa para cada análisis, sin soslayar cierta teoría de la técnica, pero que no obstruya el proceso analítico. En este sentido, como en algún momento sugiriera J. Bleger, el analista deposita en el encuadre sus propios aspectos psicóticos no analizados que lo conduce a ser un técnico más que un artista que modela su obra como analista, dejándose acompañar por el niño y por lo que vive en su propia interioridad través de la transferencia–contratransferencia. Ser creativo como lo fue M. Klein con su paciente Fritz, que se dejó llevar por lo que le proponía y luego pensó, creó y reformuló su propia teoría y técnica.
José Antonio Valeros dedica un espacio a la perspectiva histórica en que se vino desarrollando el análisis de niños. Sostiene que
“La situación analítica clásica puede ser estudiada como un juego. Con un escenario, que es el consultorio o parte del consultorio, materiales de juego y los siguientes roles asignados al paciente, el de expresarse libremente y el analista el de comprender e interpretar las conductas del paciente.”23
Es decir, en cada análisis de niños, surge algo nuevo y nunca observado, porque nace de la singularidad de ese sujeto humano único e irrepetible. Para llevar a cabo esta tarea como analistas, debemos dejarnos llevar por la propuesta de juego, situarnos en el mundo interno del paciente, sus experiencias emocionales profundas, sus relaciones objetales y, además, prestar atención a cómo funcionan sus instancias psíquicas (Yo, Ello y Superyó) en el vínculo analítico. Todo ello se desarrollará en un setting o escenario, que es el espacio del consultorio, donde el niño pondrá en marcha su teatro mental y corporal, donde habrá de personificar los objetos internos que lo pueblan y que vuelven a surgir a partir de la asociación libre.