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Los aportes de Heinrich Racker, José Bleger y
Horacio R. Etchegoyen

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La figura de H. Racker aparecerá tempranamente en el desarrollo del psicoanálisis institucionalizado en nuestro país, con la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) en 1942. Fue de los primeros formados con las normas de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), integradas por el trípode propuesto por Max Eitingon: el análisis personal con un analista didáctico, la formación en seminarios y dos supervisiones didácticas a lo largo de la formación.

Prontamente se descubrió impulsado a desarrollar ideas sobre la técnica en psicoanálisis. Para ello escribió su libro señero sobre el tema −Estudios sobre técnica psicoanalítica− con el que se formaron y forman muchos analistas.

Heinrich Racker desarrolla en su obra lo que entiende como importante en la técnica psicoanalítica y brinda una serie de aportes a los eventuales usuarios. Señala que “el principio básico de toda la técnica analítica es el antiguo ‘conócete a ti mismo’ socrático (…). El verdadero conocimiento es equivalente a la unión consigo mismo (…) la técnica analítica es (…) devolver al ser lo que es suyo.”14 Esto remite a lo que ya hemos rescatado de S. Freud (1905) sobre la contribución de la psicoterapia a un sujeto humano, cuando se la conduce por via di levare: surge algo que estaba en potencia y el analizado toma conocimiento sobre lo ignorado, clivado de sí mismo. Dice que, durante el proceso analítico, como ya lo señalara S. Freud, el analista, en el entramado tejido por el par transferencia–contratransferencia, se tropezará con la resistencia: “el eje alrededor del cual gira todo el tratamiento es efectivamente la resistencia.”15

En todo análisis el paciente revive sus objetos internos centrales, ligados fundamentalmente a la figura de sus padres. El amor, el odio hacia ellos, los sentimientos de ser deseados, amados, los que prohíben o permiten, los que gratifican y frustran, la envidia y la gratitud se reviven en el aquí y ahora del vínculo analítico por medio de la transferencia y la contratransferencia.

Además, da una importancia central a la interpretación: destaca las reacciones del paciente ante esta actividad del analista, si es aceptada, asimilada o rechazada. Aquí se juegan, a su entender, los vínculos profundos del analizando, desde donde surgirá el amor, ligado a la gratitud y el odio, en armonía con la envidia. Para ello, otorga un lugar centrado en la contratransferencia del analista y propone dos aportes centrales e innovadores a la teoría de la técnica sobre este tópico. Distinguirá dos modalidades contratransferenciales, las que poseerán un vínculo estrecho con las identificaciones del analista y del analizado: en la urdimbre y el caldeo del intercambio en sesión surgirán la identificación concordante del analista (que tendrá su origen y se ubicará desde el vértice del Yo y el Ello del analizante) y la identificación complementaria, que “resulta de la identificación del analista con los objetos internos del analizado.”16 Si el analista incorpora a su pensamiento estas dos modalidades contratransferenciales podrá hacer un insight más profundo de cómo y porqué intervino de esa manera y podrá integrar a su torrente de pensamiento el origen de tales formulaciones.

Heinrich Racker enriquece la teoría y la técnica psicoanalítica, como asimismo a sus usuarios, quienes obtienen de su enseñanza otra mirada sobre la tarea que implica recibir las radiaciones transferenciales de los pacientes, los que se precipitan sobre la figura del analista, quien reacciona desde su contratransferencia con todo este bagaje técnico y lo conduce a la interpretación. Todo este entramado de operaciones mentales se pone en escena en el escenario de la situación analítica.

Por su parte, José Bleger introduce nuevas consideraciones sobre el encuadre y hace aportes interesantes al estudio dentro del campo psicoanalítico. Sus ideas abrevan en S. Freud, M. Klein y E. Pichon Rivière; W. y M. Baranger, D. Winnicott y D. Liberman; L. Wender, E. Jacques, D. Lagache, M. Little, entre otros. Concibe al sujeto humano como portador de una simbiosis originaria con el objeto, diferenciándose de S. Freud y M. Klein. Por eso postula que “el fenómeno mental es una modalidad de conducta, inclusive de aparición posterior a las otras” y que “las primeras estructuras indiferenciadas, sincréticas, son relaciones fundamentalmente corporales.”17 Esto se pone en funcionamiento en todo proceso analítico desde el inicio y durante su desarrollo. Madura una diferencia con M. Klein: para ella hay relación objetal desde el comienzo de la vida y el mecanismo central es la identificación proyectiva; para él no hay diferenciación al inicio de la vida. Por eso propone una relación simbiótica a la que denomina posición Glischrocárica: constituida por una ansiedad confusional, se relaciona con un objeto aglutinado, ambiguo y los mecanismos centrales de defensa son el clivaje, la fragmentación y la inmovilización. Su fijación conduce a la persona que la padece a estados confusionales. La confusión

“se produce por una regresión de los niveles neuróticos de la personalidad a los niveles psicóticos (regresión a la posición Glischrocárica), por una pérdida de la discriminación de la posición esquizo-paranoide, es decir, por un restablecimiento de la primitiva fusión, que es la existencia normal de los primeros estadios del desarrollo.”18

Esta propuesta será central para pensar el encuadre y sus vicisitudes, sobre todo respecto a la fusión, la que, a su entender, remite a los primeros momentos de vida de todo sujeto humano. No la ve como patológica en sí sino como producto de la evolución; sin embargo, cuando se fija, sí es patológica.

Para desarrollar el tema del encuadre, J. Bleger propone el concepto de situación. Pensar sobre situación es un argumento que lo convoca tempranamente, cuando hace un estudio exhaustivo sobre la conducta. Allí afirma que remite a un “conjunto de elementos, hechos, relaciones y condiciones, constituye lo que se denomina una situación, que cubre siempre una fase o un cierto período, un tiempo.”19

Tiene una postura materialista y dialéctica del concepto. Lo toma del filósofo J. Dewey, quien daba importancia a lo contextual. Ningún problema puede plantearse o siquiera adquirir sentido si no es en forma situacional. Entonces, pensar sobre el encuadre remite a situación y J. Bleger la denomina psicoanalítica, es decir que, con las categorías epistémicas desarrolladas en el psicoanálisis, se ocupa del tema que nos interesa desarrollar: una situación psicoanalítica incluye un proceso y un encuadre.

José Bleger define como situación psicoanalítica “a las constantes de un fenómeno, un método, una técnica y el proceso al conjunto de variables.”20 Para él podrá ser investigada cuando se mantienen las mismas constantes. El proceso analítico incluye el rol del analista, el conjunto de factores que son parte del espacio temporal y ambiental. Tiene que ver con una técnica, que remite al contrato analítico formulado oportunamente por el analista y aceptado por el analizando: establecer y mantener horarios, honorarios, interrupciones por vacaciones, enfermedades graves, etcétera. A su vez, como analista, estudia porqué le resulta sumamente interesante el psicoanálisis del encuadre psicoanalítico. Esto conduce a posibles rupturas y distorsiones que el paciente provoca y que es pasible de ser observado en cualquier análisis. Tal como se haya cimentado la estructura patológica del paciente, se podrán observar diferentes rupturas y distorsiones (un brote psicótico, un exagerado cumplimiento desde una neurosis obsesiva, un acting out o una represión). Además, analiza “el mantenimiento idealmente normal de un encuadre”, que puede adquirir formas permanentes o esporádicas, pero debería ser pasible de integrar a la corriente interpretativa del analista. Señala que el encuadre “se convierte en fondo de una Gestalt de figuras”, lo que nos transporta a la idea de temporalidad, necesaria para que se desarrolle el proceso. Presta atención al ideal de encuadre, su manteamiento sin ningún tipo de cambios, donde todo lo pautado oportunamente en el contrato analítico se cumpla a rajatabla. Por eso alerta: cuando algo no ocurre y nada cambia, el encuadre adquiere condiciones de ideal. Debemos prestarle atención, dado que, para él, una institución tiene aspectos profundos ligados a la identidad (total o parcial), de ahí que realiza un parámetro con una institución, porque brinda, al sujeto que la compone, la pertenencia a un grupo, a una ideología, podríamos decir una corriente psicoanalítica, una forma de pensar el psicoanálisis institucionalizado; es decir, una identidad.

En este sentido sostiene que las instituciones funcionan siempre en grado variable como los límites del esquema corporal y el núcleo fundamental de la identidad.” Prosigue pensando el encuadre desde este último modelo como una invariable, ligado a la simbiosis, dado que es muda y pertenece a la organización más primitiva e indiferenciada del sujeto humano. Esto alcanza a la instancia psíquica y ejecutiva del sujeto humano que es el Yo, que se sustenta por las relaciones objetales estables con objetos e instituciones, integrando las experiencias ligadas a frustraciones y gratificaciones ulteriores con los mismos. Por eso, si durante el proceso analítico el encuadre permanece ilusoriamente sin modificaciones, inmovilizado, pasa a ser como una prótesis y si algo no lo rompe, porque no hay una buena percepción de lo que está ocurriendo, el proceso analítico se detiene. Se cumple con el contrato, pero no produce cambios. Sí ocurre cuando algo falla (cuando “llora”, como dice Bleger) y da lugar al no-Yo y se rompe la simbiosis. En este momento el analista, si lo ha detectado, acompaña al paciente a prestar atención a esta parte fusionada, indiscriminada de su personalidad y que, sin darse cuenta, repite la fase de fusión con el objeto del comienzo de su vida.

Para J. Bleger esta parte del encuadre, indiscriminada por naturaleza, es producto de una metaconducta que el paciente trae al análisis sin darse cuenta y puede confundir al analista; si lo ha detectado, deberá ocuparse de ella por la actividad interpretativa −como sugería S. Freud, per via di levare. Rescatar aquello que estaba ahí e integrarlo a la corriente del pensamiento. Su aparición en el proceso analítico conduce al surgimiento de una grieta, atravesada por su mundo fantasmático, por donde se introduce la realidad que descompensa al paciente.21

José Bleger sostiene que, cuando no nos damos cuenta de esta actividad inconsciente de la mente, se produce una reacción terapéutica negativa, originándose un impasse en el análisis. Una vez detectado por el analista y trabajado interpretativamente se produce la catástrofe por la aparición de lo real, producida por la emergencia de este mundo fantasmático, clivado, indiferenciado. Se debe, entonces, prestar suma atención y trabajar interpretativamente, de un modo continente con las emociones primitivas del paciente, dado que es un momento regresivo de profunda desintegración yoica del analizando: emerge el no-Yo, la parte psicótica de la personalidad.

Analizar este mundo confuso y clivado conlleva al crecimiento mental del paciente, dado que, entre otras variables, fue lo que lo condujo (sin darse cuenta) al análisis, fue el anhelo inconsciente de integrar esta fracción de su vida para modificar esa simbiosis original que no le permitía crecer y vivir en una pura repetición, es decir, en un intenso cultivo de la pulsión de muerte. Su visibilidad permitirá reencausar el proceso psicoanalítico y romper con la simbiosis originaria.

Horacio R. Etchegoyen −uno de los analizados y discípulos más distinguidos de H. Racker− sigue sus pasos y escribe el perdurable libro Los fundamentos de la técnica psicoanalítica e interviene debatiendo con lo que propone J. Bleger sobre el encuadre. Muestra su diferencia cuando piensa −desde los postulados de M. Klein (para quien la relación de objeto se produce desde el inicio de la vida a través de la identificación proyectiva, mecanismo de defensa prínceps, que lleva a establecer un vínculo temprano clivado, producto de la fantasía ligada a las pulsiones de vida y de muerte)− que no existe un espacio signado por la simbiosis. Además, la fantasía ocupa un lugar central en su forma de percibir al psiquismo temprano. Para M. Klein y H. Etchegoyen son las fantasías innatas las que se establecen en el vínculo con el objeto desde el comienzo de la vida, mientras que para Bleger no ocupan el mismo lugar central pero sí la indiferenciación ligada a la simbiosis.

Horacio R. Etchegoyen sostiene que “todo encuadre influye en el desarrollo del proceso al que pertenece y, viceversa, ningún proceso puede darse si no es dentro de un encuadre.”22 Además indica que todo tratamiento psicoanalítico “se propone reconstruir el pasado borrando las lagunas del recuerdo de la primera infancia, que son producto de la represión”. Otorga un lugar central al desarrollo temprano, a la etapa preverbal de los primeros tiempos del bebé, cuestión que se actualiza en el vínculo con el analista en la transferencia y que testeará en las respuestas del analizando a su actividad interpretativa. Hasta aquí coincide en líneas generales con H. Racker y J. Bleger.

Horacio R. Etchegoyen, cuando piensa el encuadre psicoanalítico, parte de los postulados de J. Zac, David Liberman y José Bleger y dice que todos tienden a pensar la situación analítica como el “conjunto de relaciones que incluyen el proceso y el encuadre.”23 Pero plantea diferencias: sostiene que Bleger parte de una serie de preconcepciones. La primera, que “la situación analítica configura un proceso y un no-proceso, que se llama encuadre.”24 La segunda está referida a las propuestas originales de J. Zac, quien sostiene que en todo proceso y situación analítica participan factores que son variables y otros constantes. La tercera postulación blegeriana, que no justifica de ninguna manera modificar el encuadre, con el modelo de la técnica activa para producir un cambio en el discurso del paciente, es la inmovilidad del encuadre, que permite el depósito de las ansiedades psicóticas, la que cede la reproducción de la simbiosis original.

Horacio R. Etchegoyen señala que el mutismo del encuadre merece ser debatido en el campo de las teorías psicoanalíticas, en sus alcances y consecuencias. Propone pensar en los diferentes desarrollos teóricos que producen un “ecosistema”, sobre cómo intervenir en psicoanálisis. Todo este debate tiene su origen en la genealogía de cada autor. Se detiene en lo que dice J. Bleger con la parte muda y detenida del paciente, depositada en el encuadre, esa parte indiscriminada y simbiótica, y señala:

“Bleger piensa que al comienzo hay un sinticio, conjunto de Yo y no-Yo, formado por un organismo social que es la díada madre-hijo. El Yo se va formando a partir de un proceso de diferenciación. El requisito fundamente del desarrollo es que el Yo esté incluido en un no-Yo del cual se pueda ir diferenciando. Este no-Yo, que funciona como un continente para que el Yo se discrimine, es precisamente el que se transfiere al encuadre.”25

El autor piensa en unos cuantos temas (la posición Glischrocárica propuesta por Bleger, lugar de simbiosis e indiferenciación inicial). Resalta cómo este otorga un lugar importante al medio social, sin desconocer el mundo interno del sujeto y cómo el Yo se irá diferenciando lentamente en un proceso evolutivo que lo llevará dentro de la teoría kleiniana a la posición esquizo-paranoide, a la que él adhiere, pero a partir de un segundo momento evolutivo.

Además, rescata la coherencia de la teoría de J. Bleger, pero, a su entender, su originalidad estaría dada en el campo de la psicosis, cuestión que concuerda para que se despliegue la transferencia psicótica, pero critica el postulado que conduce a la inmovilidad originaria, porque en su forma de concebir la teoría psicoanalítica “no existe un encuadre básicamente mudo, el encuadre es siempre un significante. (…) Cuando se entiende el lenguaje no verbal de la psicosis el encuadre deja de estar mudo y aparece con su valor significante.”26

Aquí resalta el valor del lenguaje no verbal, como un significante con el modelo de una comunicación primitiva, cuando aún no se ha formado el lenguaje articulado por palabras. Por eso afirma que “el encuadre es, pues, un hecho objetivo que el analista propone [en el contrato] y que el analizando irá recubriendo con sus fantasías”27 y, en cuanto a la parte psicótica de la personalidad dice que “si somos capaces de escucharla, menos podrá la psicosis acomodarse en el silencio del encuadre para pasar inadvertida.”28

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