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CAPÍTULO 1
Edificar una teoría, una técnica y una genealogía psicoanalítica como un proceso “ecológico”1

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Yo moriré pronto, y espero que los demás tarden mucho en seguirme, pero nuestra obra, comparada a la cual somos todos insignificantes, debe continuar.

Sigmund Freud

No tuve yo razones para arrepentirme de esas breves especulaciones, que habían de conducirme a hechos muy concretos.

Wilhem Reich

Nuestra hoja de ruta se inaugura con la obra de S. Freud y las transformaciones que provocó desde su iniciático momento en la última década del siglo XIX hasta el fin de la cuarta década del siglo XX. Tendremos en cuenta temas tales como encuadre, proceso psicoanalítico, transferencia y contratransferencia; interpretación, resistencia y relaciones objetales, insoslayables para pensar una técnica y sus vicisitudes clínicas.

Sigmund Freud, en todo ese devenir teórico-clínico, pensó cómo un sujeto humano se construye desde lo corporal (que porta en parte una energía libidinal sexuada, la inexistencia de un Yo en el comienzo de la vida), pasando por la construcción de una nueva dimensión de la mente signada por lo inconsciente, por esa primera vivencia de satisfacción y sus avatares y la formulación objetal del narcisismo; la égida de los principios de placer y realidad, el lugar de la pulsión y el giro de 1920, con su propuesta de las pulsiones de vida y de muerte, la nueva forma de pensar a la subjetividad en tres instancias (el Yo, el Ello y el Superyó) y su teoría sobre la conformación de un Yo clivado, escindido, “una desgarradura”.

Este sujeto humano legado por S. Freud está ligado al conflicto, al desconocimiento en parte de sí mismo y a la introyección de objetos edípicos (madre y padre), con los que construye su subjetividad, la que se encuentra en permanente remodelación.

Para algunos autores, como Sándor Ferenczi, existe un psiquismo desde antes del nacimiento que se manifestará desde una omnipotencia incondicional (psiquismo fetal) hasta la necesidad de hallar un objeto.2

Melanie Klein permite pensar su obra en tres períodos.3 El primero, más ligado a la obra de S. Freud, aunque sugiere algunas modificaciones, como el complejo de Edipo temprano. En un segundo momento formula la existencia de un Yo incipiente desde el nacimiento, que mantiene relaciones de objeto parciales, signado por las pulsiones de vida y de muerte, que luego se traducirán en envidia (pulsión de muerte) y gratitud (pulsión de vida). Plantea la conformación de la mente desde dos posiciones (esquizo-paranoide y depresiva) y define a una posición como un conjunto de ansiedades, mecanismos de defensa y relaciones de objeto. Los mecanismos que propone como centrales para la posición esquizo-paranoide son la identificación proyectiva, además de la negación, la escisión, la voracidad y la envidia. La identificación proyectiva es un mecanismo omnipotente, guiado por la ansiedad temprana del niño, para salvar al Yo de la pulsión de muerte y dar un lugar vital a la pulsión de vida. Por esa actividad inconsciente, transformará al objeto primario (primero el pecho y luego el objeto total) en bueno (pulsión de vida) y malo (pulsión de muerte). Luego advendrá la integración del objeto en la posición depresiva, el mecanismo central de defensa en la identificación introyectiva, la que integra al objeto en bueno, predominante sobre la maldad y destructividad.

Melanie Klein presenta, desde su teoría basada en la clínica con niños, la existencia de un Yo rudimentario desde el inicio de la vida, adhiere a la segunda tópica freudiana, piensa en la actividad del Ello y la existencia de un Superyó temprano, al que define primero como de máximo sadismo y luego le adjudica la posibilidad de una predominancia benévola para el niño. Además, establece la tríada Ello, Yo y Superyó como personajes en el interior del sujeto humano. La fantasía es central y cada una de las instancias representa personajes que mutan en un permanente caleidoscopio. Puede predominar el Ello sobre las otras dos instancias y repentinamente pasar a comandar la mente el Yo o el Superyó.

En un tercer momento de su obra otorgará un espacio importante a la envidia, a la que define como constitutiva del sujeto humano. Esta es una postura tanática, donde el sujeto de la experiencia trata de destruir al objeto, pero lo central de este sentimiento es que se revierte y ataca al propio sujeto y a sus producciones. Se observa en neuróticos que no toleran sus propias buenas producciones y las atacan. Como contrapartida, propone el sentimiento de gratitud, donde predomina la pulsión de vida sobre la de muerte. Aquí se valora al objeto y las producciones del propio Self. Son un antídoto contra la destructividad de la envidia.

Wilfred Bion −con su formulación sobre la experiencia en grupos, al abrigo de diferentes líderes que gobiernan la vida grupal y su revolucionaria concepción de pensar la mente en un intercambio permanente entre la escisión y la integración−4 enriqueció la obra de M. Klein al proponer el intercambio permanente, en forma de caleidoscopio, entre la escisión y la integración en la vida diaria. Cuestión que se observa indefectiblemente en la clínica.5

Donald Winnicott desarrollará sus propias ideas, pero hará una integración entre las obras de S. Freud y M. Klein. Seguirá al primero en cuanto a la no existencia de una instancia yoica desde el nacimiento: esta habrá de advenir. Por eso no hablará de psiquismo profundo sino de maduración. El bebé que propone está más ligado a lo biológico, pero en los primeros meses de vida surgirá la instancia yoica. Por eso dice: “Profundo no es sinónimo de ‘temprano’, ya que a la criatura le hace falta cierto grado de madurez para poder ser profunda.”6 Para él es muy importante el entorno familiar y la función materna gracias al sostenimiento afectivo (holding). Concede, entonces, al medio ambiente una central importancia y demuestra que cuando falla, el bebé se encapsula en un Falso Self para preservar al Verdadero Self. Una catástrofe para ese ser humano, que sólo podrá ser rescatado por un análisis y una regresión difícil para liberar a ese Verdadero Self, donde un analista de más de 10 años de experiencia (según sus indicaciones) lo acompañará a reencontrar la más recóndita y verdadera subjetividad a través de la regresión. Para ello tendrá en cuenta cómo se constituyó la integración del sujeto en su proceso de personalización y maduración, la que entrará en contacto con la apreciación del tiempo y espacio, desde sus variables subjetivas.

Por su parte, la enseñanza de J. Lacan señala cómo el infant se precipita en la construcción de su Yo (un nuevo acto psíquico), producto de la identificación con la imagen especular desde la mirada del otro. Momento en que se aliena en el poder de la imagen de un otro, lo que nos permitiría, en palabras de Arthur Rimbaud, señalar que “Yo es otro”.7 Se identifica con una imagen que no es la suya. Además, el lenguaje adquiere su lugar nodal según cómo es hablado por ese gran Otro. Esa alienación-fantasma es lo que deberá atravesar el sujeto humano, en el mejor de los casos, para recuperar su propio devenir histórico no alienado.

Heinz Hartmann, fundador de la escuela de “la psicología del yo”, propone un área libre de conflicto que permita al sujeto humano adaptarse mejor al medio ambiente, sin soslayar la importancia tanto de este como del cuerpo y las patologías ligadas al narcisismo. El área libre de conflicto permite al sujeto humano adaptarse bien al medio (intrasistémica). También, siguiendo a S. Freud, explicita un área ligada al conflicto (intersistémica) y a las manifestaciones de las tres instancias (Yo, Ello y Superyó) con el área libre de conflicto.

Este derrotero llega a dos analistas argentinos −Janine Puget e Isidoro Berenstein− que han construido una teoría vincular, tanto para pensar las patologías individuales como las de pareja y las de familia, donde el desconocimiento del otro y de uno mismo es central. En este sentido proponen pensar la subjetividad desde tres dimensiones: la intrasubjetiva, la intersubjetiva y la transubjetiva. Integran al individuo en la conformación psíquica individual, pero agregan la conflictiva del vínculo con el otro y con el medio social.

Por último, abrevamos en las ideas de René Kaës, quien propuso pensar la institución desde las categorías del psicoanálisis. Sostiene que aquella nos sitúa frente a “una cuarta herida narcisista”, dado que debemos renunciar a una parte de nuestro propio narcisismo para integrarnos a la dimensión institucional, la que nos precede y nos trasmite su propia cultura desde lo instituido.8

Clínica psicoanalítica

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