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Reseña de una práctica clínica

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Hace muchos años me fue derivado Jaimito, un niño de 10 años. Según sus padres tenía evidentes problemas graves de conducta, que ellos observaban bien y, además, desde el colegio primario donde concurría, les habían pedido que iniciara un análisis, dado que estaba a punto de ser expulsado. Sus padres estaban separados desde hacía un tiempo y había una marcada violencia entre ellos, la que ponían en escena delante del niño y de sus hermanitos. Pude acompañarlo y dejarme impresionar por sus juegos, dibujos y conducido por el lenguaje corporal y mental. En una de las sesiones, luego de haber hablado durante un cierto tiempo sobre el odio profundo hacia su madre, tomó de la caja de juegos el muñeco–mamá y con la tijera comenzó a cortarle en pedacitos la cabeza, los oídos, los pechos y decía: “Tomá, hija de puta, te voy a destrozar, te odio.”

Mi modo de intervención fue apuntar a cómo él necesitaba que lo acompañara a desarrollar su profundo odio, el que a veces era escuchado y muchas otras, escenificaba conmigo ese odio diciéndome: “Callate, hijo de puta.” Me trasmitía contratransferencialmente lo que originariamente vivía con su madre en su interioridad.

En otra sesión pidió una hoja y me dijo: “Quiero pintar”. Tomó las acuarelas y comenzó a llenar la hoja con color rojo. A medida que avanzaba en su tarea, se fue apoderando de un ansia asesina y me decía: “Traeme más agua.” Coronó su obra cubriendo la mesa de juego de color rojo, la que luego se dispersó sobre el piso, instalando en mi mente una película del director Tarantino, donde yacía sobre el piso un herido de bala que se desangraba mortalmente. Interpreté que quería ponerme a prueba y si yo lo iba a expulsar por tanto odio que tenía o si se lo iba a mostrar, para que él tomara contacto con esos sentimientos asesinos que portaba. Esta vez permaneció en silencio por un momento y no desacreditó mi actividad interpretativa.

Otras veces jugábamos al fútbol–tenis. Le costaba equivocarse y además solía patear muy fuerte, dirigiendo la pelota a mis genitales. Cuando le interpretaba su Edipo temprano y el ataque al pene del padre, volvía a decirme “Callate, hijo de puta.” Con el transcurso del análisis pude acercarme muy cautelosamente a interpretarle que él pensaba que la madre era una puta porque tenía relaciones sexuales con el padre. Se reía con una mueca de dolor y decía: “¡No me importa!”. A veces recibía comentarios de él mismo y/o de los padres, que resaltaban la disminución de su agresividad, que tenía una mejor convivencia con ellos, con los hermanos y en el colegio. Recurro una vez más a lo que José Antonio Valeros nos dice sobre la semiología de los efectos transferenciales en el análisis de un niño y que se puso en escena en el análisis de Juanito: “a. El niño está aislado del analista y tampoco juega solo. b. El niño juega solo fuera del contacto con el analista. c. El niño juega solo pero está en contacto con el analista. d. El niño coerciona al analista. e. El niño juega con el analista.”24

Pienso que es importante dejarnos sorprender por el juego de los pacientes, que nos muestren sus constelaciones inconscientes, donde aparecen algunas mónadas de violencia corporal, pensamientos profundos de un niño que no cuenta con un lenguaje articulado. Cuando esto se imbricaba con palabras (“Callate, hijo de puta”) o con la escenificación de su vínculo temprano con sus padres, Jaimito podía poner en escena ese mundo que había permanecido silenciado y, además, necesitaba que alguien lo acompañara sin actuar el miedo que sus conductas asesinas producían para que pudiera pensarlas, digerirlas e interpretarlas. Por eso coincido, una vez más, con lo que dice nuestro autor: “El juego consiste en buscar sistemáticamente el sentido inconsciente de las conductas del paciente. El juego incluye toda una serie de fenómenos relacionados con las dificultades para juzgarlo y sus desviaciones.”25

Como expresa R. Carlino en la cita elegida como epígrafe, en una sesión de análisis se puede prescindir de la percepción visual. Tanto S. Freud como S. Ferenczi, al escuchar el relato de los padres de aquellos niños, trajeron a la luz este nuevo mundo mental infantil. Luego llegarían, a la rivera del aquel incipiente análisis de niños, analistas que investigarían profundamente las manifiestas raíces inconscientes, que se comunican a veces con lenguaje corporal o articulado a través del juego y sus producciones desplegadas en el escenario de un análisis. Ya no prescindimos de la percepción visual, porque ahora los niños concurren a un análisis psicoanalítico, gracias al denodado trabajo de aquellos pioneros y sus discípulos.

Clínica psicoanalítica

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