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Teoría y técnica en S. Freud

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Sigmund Freud fue “edificando” (1905) una técnica en permanente cambio, la que comenzó a desarrollar en su intervención durante la conferencia que dictó al colectivo de médicos vieneses. Allí dijo que correspondería “edificar” una técnica, la que diera cuenta de una práctica. Esta metáfora “edificar”, que proviene de la arquitectura, es un hallazgo con la que continúa a lo largo de una década, finalizando con la “sedimentación” de sus propuestas técnicas.

Esta edificación había comenzado con su propuesta donde lo psíquico y lo corporal se entramaban en un todo. Por eso proponía a sus colegas médicos que no sólo debían tratar a los pacientes desde la vertiente corporal sino también de la psíquica.9 Continuó su trabajo con J. Breuer (1895) sobre el tratamiento con pacientes histéricas y cómo la paciente Anna O. expresó a aquel que una psicoterapia psicoanalítica es una cura por la palabra (talking cure). Allí se reveló la transferencia como un falso enlace, donde la paciente ubicaba en el analista una figura importante de su pasado. En ese momento la teoría traumática era central. También intervenían como modelo técnico la hipnosis y el modelo catártico. Más tarde se dio cuenta de que las pacientes construían relatos que, en parte, no tenían que ver con situaciones vividas en su entorno sino que eran construcciones psíquicas ligadas a la fantasía inconsciente, de allí que dijera “ya no creo más en mis neuróticas.”10

Cuando dicta la referida conferencia a los médicos vieneses ya había desarrollado artículos centrales sobre el soñar y psicopatología de la vida cotidiana, los lapsus y olvidos y fallidos, que contenían una urdimbre psíquica inconsciente. Recordará allí que la psicoterapia es una de las prácticas más antiguas y que los médicos la practican desde el inicio de la noche de los tiempos: “Es la terapia más antigua de que se ha servido la medicina”11 y, por lo tanto, no se la puede soslayar. Por eso indica que “los médicos no podemos renunciar a la psicoterapia” y que “las psiconeurosis son mucho más accesibles a influencias anímicas que a cualquier otra medicación.”

En el vínculo con el analista, a través de la regresión transferencial, se habrán de situar los sucesos del pasado de ese sujeto humano. Esto es central, dado que arranca las neurosis del campo de lo biológico para reconocerlas como un conflicto plenamente psíquico.

Poco tiempo después deja de lado en esta edificación la hipnosis y el método catártico, para invitar al paciente a asociar libremente, a que desarrolle en sesión lo que aparezca en su mente. Por eso, señala que abandona la técnica sugestiva por la analítica, dado que esta última se diferencia de la primera en que aquella funciona por via di porre, donde sobre un fondo blanco como en una tela de pintor es saturada por la mente que deposita las acumulaciones de su pasado, mientras que la segunda dará lugar a la via di levare, es decir, extrae de ese sujeto humano lo que ha permanecido desconocido para sí. Así dará preeminencia a la resistencia, la que detecta cuando observa cómo los enfermos se aferran a la enfermedad. Su tarea será avistarla a través de la interpretación para que se produzca un cambio o, en el mejor de los casos, que el paciente sepa de su sufrimiento ligado a estos hechos patológicos. No es fácil ni obvia la remoción de estos viejos funcionamientos patológicos ligados a la actividad inconsciente. En este sentido expresa: “La terapia psicoanalítica se creó sobre la base de enfermos aquejados de una duradera incapacidad para la existencia; y estándoles destinada, su triunfo consiste en que pudo devolverle a un número significativo de ellos, duraderamente, esa capacidad”.12

Dará lugar a los alcances y contraindicaciones de ese momento, que lo llamará “mi alegato”. La terapia psicoanalítica estaba destinada a pacientes neuróticos, con una edad no mayor de 40 años, con un cierto grado de cultura. Esta es una preconcepción saturada (al decir de W. Bion), dado que todo sujeto y colectivo humano posee un saber. Sugería que las patologías del carácter no eran pasibles de análisis, como asimismo la psicosis y las anorexias histéricas. Sin embargo, sabemos que luego el psicoanálisis, a través de sus diferentes escuelas, ha trabajado con este tipo de pacientes.

Sigmund Freud (1912) continuará su derrotero sobre la técnica psicoanalítica. Siguiendo con la metáfora iniciática sobre la edificación de una técnica, dice que “he decantado las reglas técnicas”, por eso se cree lo suficientemente maduro para aportar una serie de “consejos al médico”, es decir, al psicoanalista. Establecerá, entonces, claras reglas técnicas, las que debe tener en cuenta todo psicoanalista: atención parejamente flotante mientras escucha el discurso del paciente, no redactar protocolos extensos durante la sesión, abstraerse y no escribir hasta luego de transcurrida la misma; además de investigar sin publicar y poner en práctica la disociación instrumental, que surge del discurso del paciente y que se enlaza con lo que repercute en el analista. En este sentido señala que todo analista posee puntos oscuros, de ahí que tanto su propio análisis como la supervisión sean nodales. Para eso es central registrar la actividad inconsciente como órgano receptor de lo que trasmite al paciente. No ser transparente pero sí ofrecerse como pantalla de las irradiaciones producidas por la proyección del paciente sobre la figura del analista, quien debe evitar toda actividad pedagógica, estimular con sus intervenciones al paciente para que desarrolle su propia y original forma de vivir su vida y perseverar en la regla fundamental: la asociación libre por parte del paciente.

Sigmund Freud luego producirá un nuevo artículo ligado a la técnica psicoanalítica: Sobre la iniciación del tratamiento. Aquí tomará el modelo del juego de ajedrez: se sabe cómo comienza y termina, lo que no se sabe es cómo se desplegará sobre el tablero. Otro tanto ocurre con el inicio de un tratamiento o de una sesión psicoanalítica: se registra la apertura, pero durante el desarrollo ninguno de los dos actores (analista–analizando) saben lo que vendrá. Por eso da lugar a “la extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos y la riqueza de los factores determinantes se oponen, por cierto, a una mecanización de la técnica…”.13

Deseo subrayar “las constelaciones psíquicas” y “la extraordinaria diversidad”. Gracias a las investigaciones de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI sobre las constelaciones del espacio sideral por dentro y fuera del sistema solar, podemos modelizarlas en cada sujeto humano, quien posee sus propias “constelaciones” a partir de su gestación o nacimiento. Allí habremos de ser partícipes necesarios, como integrantes de la díada analítica, del desarrollo y puesta en marcha a través de los relatos en palabras, síntomas corporales o gestos de lo que los pacientes aportarán al proceso analítico. En este artículo surge con mayor peso específico el contrato analítico, que tendrá en cuenta: un período de prueba, fijado en algunas semanas y que contiene una “motivación diagnóstica”. Sugiere que las entrevistas de inicio no sean muy prolongadas, por los efectos que la transferencia ejerce sobre el paciente. Allí se deben prefigurar “estipulaciones sobre tiempo y dinero”, o sea, la cantidad de sesiones y el valor pecuniario que el analista solicita por su tarea. Señala cómo ligado al dinero se expresan y “participan poderosos factores sexuales”. Aquí brinda, sobre este inicio, una joya que conlleva toda la actividad inconsciente que el paciente desconoce de sí mismo, por eso le pide: “Cuénteme, por favor, lo que sepa de usted mismo”. Es decir, usted tiene un relato consciente sobre su vida, aquí trabajaremos con él y habremos de darle preponderancia a lo soslayado, que se hallará en la narración inconsciente. La transferencia y la resistencia habrán de ponerse en juego en todo ese proceso analítico.

En su artículo Recuerdo, repetición y elaboración (1914) suministrará la escucha a la forma de rememorar que tienen los pacientes, ya que algunos de sus recuerdos son encubridores y están ligados a la resistencia por la repetición. La resistencia ahora ocupará un lugar central, a través de la labor interpretativa del analista a partir de los dichos del paciente. Esto puede conducir, si hay un auténtico insight, a introyectar nuevas formas de pensar su interioridad, a una reelaboración de los viejos conflictos que lo aquejan. Aún trabaja con la teoría traumática, pero a partir de 1920 introducirá en su teoría la pulsión de muerte, la que tiende al principio de Nirvana, a la destructividad y muerte bajo el ropaje de la reiteración de síntomas por la resistencia tanática. La elaboración, con ayuda de la pulsión de vida, podrá rescatar al sujeto de esta actividad destructiva contra sí y su entorno.

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