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Diferencias psíquicas: el sexo psicológico-cultural

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Las diferencias biológicas profundamente ligadas a la constitución masculina o femenina, no pueden sino incidir en la vida psíquica del hombre y de la mujer.28 Cualquier parte del cuerpo de la mujer, incluso la menos diferenciada del hombre, manifiesta la feminidad. Porque:

No son las formas corporales que luego vamos a calificar de peculiarmente femeninas las que nos señalan un extraño modo de ser humano profundamente distinto del masculino y que llamamos feminidad, sino más bien al contrario: todas y cada una de las proporciones del cuerpo nos co-presentan, nos hacen entrever la intimidad de aquel ser que desde luego, nos es la Mujer, y esta feminidad interna, una vez advertida, rezuma sobre su cuerpo y lo feminiza. La advertencia es paradójica, pero me parece innegable: no es el cuerpo femenino quien nos revela el alma femenina, sino el alma femenina quien nos hace ver femenino su cuerpo.29

Este texto de Ortega y Gasset define bien el concepto de sexo psíquico como dimensión constitutiva de la sexualidad humana. Si por sexo biológico se entiende el formado por los caracteres cromosómicos, gonádicos, ductales y fenotípicos; el sexo psicológico es la conciencia o percepción de pertenecer a un determinado sexo (masculino o femenino); ocurre en los primeros años de la infancia. Se forma en base al desarrollo infantil, educación, medioambiente. Suele coincidir con el sexo biológico. Es muy importante que el niño o niña encuentre su identidad sexual y se identifique con ella en los primeros años de la infancia. Como todo lo psicológico, esta dimensión de la sexualidad humana se aprende. Como los niños, en los primeros años de desarrollo, aprenden las cosas fundamentalmente por imitación, el niñito aprende que es varón y la niñita que es mujer; por eso la figura paradigmática para ellos es importante.

Esta identidad sexual psíquica impregna la vida de la persona y tiene un específico modo de expresarse. De todos es conocido el diferente modo de ser y manifestarse del hombre y de la mujer. La raíz no es sólo la diversa constitución biológica, sino también la psíquica y espiritual. En el campo biológico hay elementos que uno posee y otro no (útero, testículos, etc.); otros que ambos poseen en diversa medida o proporción. En el campo psíquico y espiritual no se trata de presencia o ausencia de varias dotes, sino de variaciones de intensidad y de tonalidad en cada uno de los dos sexos. No hay que olvidar que las diferencias entre los individuos son importantes, y lo que en general se dice del varón o de la mujer, puede ser contradicho por individuos concretos en los que se encuentra una realización diversa. Desde el punto de vista psíquico se puede decir que en la masculinidad está presente la feminidad, pero predomina la masculinidad, y por eso una persona es masculina. Del mismo modo, en la feminidad está presente la masculinidad, pero predomina la feminidad, y por eso una persona es femenina. Varón y mujer tienen un modo típico y diferente de vivir las características psíquicas comunes. Dicho esto, hay algunos aspectos más acentuados en uno u otro sexo.

La mujer es, en general, más sensible, atenta a los detalles pequeños, advierte más cosas que para el hombre pueden parecer insignificantes. Ortega y Gasset describe esta diferencia en algunas páginas que pueden ser criticables.30 Aunque Ortega no está en la estela filosófica de Tomás de Aquino, al contrario, es muy crítico y distante de él, me parece que la idea de fondo es la misma que la tomista de la unidad sustancial entre cuerpo y espíritu, por la que hay una influencia recíproca de las dos dimensiones en la unidad de la persona. La mujer tiene una relación más intensa con el propio cuerpo que trasciende las sensaciones orgánicas y toca la dimensión psíquica:

[…] el cuerpo de la mujer está dotado de una sensibilidad interna más viva que el del hombre, esto es, que nuestras sensaciones orgánicas intracorporales son vagas y como sordas comparadas con las de la mujer. […] La relativa hiperestesia de las sensaciones orgánicas de la mujer trae consigo que su cuerpo exista para ella más que para el hombre el suyo. […] Las consecuencias son claras: toda la vida psíquica de la mujer está más fundida con su cuerpo que en el hombre.31

Nada más natural entonces, dice Ortega, que la tendencia femenina al cuidado, ornato y embellecimiento del propio cuerpo.32

La mujer es más afectiva y emotiva. Todos tenemos emociones y experimentamos cada día su influencia en nuestro comportamiento. La emotividad no es exclusiva de la mujer, sino que está fuertemente presente en todas las personas y se manifiesta según su carácter y temperamento. Sin embargo, en general se puede decir que la mujer se conmueve con más facilidad que el hombre. Expresiones típicas de la emotividad, como la sonrisa, el llanto, el cambio del estado de ánimo, son más dominantes en las mujeres. La afectividad emotiva tiene la gran ventaja de la empatía, lo que lleva a la mujer a ser más compasiva, más tierna que el hombre. A causa de la afectividad, existe en la mujer la inclinación a dar prioridad a las razones del corazón más que a las de la razón.33

Pero como es bien sabido y probado por estudios reconocidos por su seriedad, la sensibilidad y la emotividad influyen en las facultades intelectivas34 y la inteligencia de la mujer se explica generalmente de modo diverso de la del hombre.

La inteligencia de la mujer es más intuitiva, la del hombre más discursiva. En correlación con el punto precedente, se encuentra también éste de la inteligencia intuitiva. La capacidad de comprender las cosas se puede explicar de dos modos: por intuición y por razonamiento discursivo. El razonamiento discursivo necesita a menudo de una elaboración larga y atenta. La intuición es una especie de relámpago y fulguración intelectiva, por la que se capta con un solo acto y en un instante la causa en el efecto. Hombre y mujer gozan de ambos modos de aprehender; pero la mujer parece más rica de intuición. La inteligencia, ayudada por el amor, quema etapas y llega enseguida a donde la inteligencia discursiva llega mucho más tarde.

Toda la vida de Miguel de Unamuno es una lucha entre la razón y la emotividad; él había puesto en evidencia la importancia de la inteligencia emotiva en el inicio de su obra Del sentimiento trágico de la vida: “El hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental”.35 Se puede definir la inteligencia emotiva como la capacidad de comprender la realidad a través de la gestión de nuestra emotividad. No hay duda de que en esto la mujer tiene capacidades mucho más desarrolladas que el hombre.

La mujer es alocéntrica, el hombre es egocéntrico. Esta característica parecería a primera vista en contraste con la “hiperestesia de las sensaciones orgánicas” femeninas de la que hablaba antes. Lo que intento decir está bien descrito en el libro de Gina Lombroso, El alma de la mujer,36 y que se puede resumir así: la mujer tiene un centro de interés fuera de sí, en una persona distinta de sí, a la que puede comunicar y manifestar su afectividad. Quien ha tenido un poco de experiencia con matrimonios sabe que el amor en la mujer sobrepasa generalmente el problema del placer, para entrar por completo en el dominio psíquico; y la unión moral, sentimental y espiritual con aquel a quien ama, quita fácilmente el puesto principal en su ánimo y supera el placer físico sexual. La misma estructura biológica femenina evidencia esta estructura psicológica de recepción y acogida.

Esto me permite concluir que la identidad sexuada de la persona no puede reducirse a su estructura biológica; al mismo tiempo, hay que afirmar que no puede prescindir, separarse, o peor, contraponerse a ella. La identidad sexuada no depende sólo de la “soberanía de la voluntad”, sino de la naturaleza de la persona humana, que es biología, psique, espíritu. Ya lo decía bien claro Cicerón:

Si los derechos se fundaran en la voluntad de los pueblos, en las decisiones de los príncipes y las sentencias de los jueces, sería jurídico el robo, jurídico el adulterio, jurídica la suplantación de testamentos, siempre que tuvieran a su favor los votos, o los plácemes, de una masa popular […]. Y es que para distinguir la ley buena de la mala no tenemos más norma que la naturaleza, con la que se discierne lo justo de lo injusto […]. Pensar que esto depende de la opinión de cada uno y no de la naturaleza, es cosa de locos.37

De la deconstrucción a la confección de lo humano

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