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COMPLEMENTARIEDAD EN LA DIFERENCIA E IGUALDAD DE DERECHOS FUNDAMENTALES

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Concluyo el análisis con una reflexión sobre la igualdad de derechos de las personas. Las diferencias entre varón y mujer no tocan solamente la dimensión biológica, sino también la psíquica y cultural. Esta diversidad, sin embargo, se da en una igualdad de dignidad y derechos derivados de la misma naturaleza humana. Las personas, cualquiera sea la condición, orientación y situación, somos iguales y dignas de respeto absoluto. Entre los sexos se da interdependencia, correspondencia, corresponsabilidad y complementariedad.

Sobre la base de la unidad psicofísica de la persona se puede afirmar que masculinidad y feminidad son el resultado de la naturaleza humana, que no es sólo biológica, sino también psíquica y espiritual. El hombre no es únicamente un ser natural, sino también cultural. Hoy, la mayor parte de los estudiosos considera que la interacción entre naturaleza y cultura, entre factores biológicos y psico-sociales, contribuye a la estructuración de la identidad, incluso cuando no se conoce bien cuál es el equilibrio entre los unos y los otros. La identidad sexual es, por lo tanto, un hecho de naturaleza y de cultura juntamente. Angelo Serra, genetista, en un estudio sobre el tema afirma:

En realidad, en un análisis completo de la naturaleza e intensidad de esta fuerza en el hombre —análisis que no puede prescindir de una lógica meta-biológica que considera la totalidad de la persona— incluso admitiendo que el origen y la orientación están inscritos en ella en el nivel biológico, se debe reconocer que su naturaleza no es sólo de orden biológico, y su intensidad no es cuantificable teniendo presente sólo este nivel. En efecto, puede bien demostrarse que, al constituirse en su totalidad, al caracterizarse y al expresarse, intervienen simultáneamente, durante todo el desarrollo, otros componentes de orden psicológico y mental, derivados de las relaciones que se establecen entre el sujeto singular humano y el ambiente familiar y sociocultural, en el que es concebido, nace y crece, y por el ejercicio de la propia capacidad racional y volitiva, que se desarrolla a través del aprendizaje y la educación.45

Se puede sostener que la afirmación: “la mujer es igual al hombre” no es del todo precisa, pues, después de lo dicho, es patente que la mujer no es igual al hombre. Otra cosa es decir que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre. Esto es verdad, porque los derechos siguen a la naturaleza; el hombre y la mujer tienen la misma naturaleza. En el Génesis se narra que cuando Dios creó al hombre dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza […] varón y mujer los creó” (Gn 1, 26-27). Ambos tienen la misma naturaleza humana, la misma dignidad, los mismos valores. Por eso tienen los mismos derechos, porque éstos se derivan de la naturaleza ontológica. Pero puesto que tienen diversa personalidad (varón y mujer), tienen el derecho de que se observe y respete su personalidad diversa. La dualidad hombre-mujer es una completa paridad, si se trata de la dignidad humana y una maravillosa complementariedad si se trata de los atributos, de las propiedades y de los deberes, unidos a la masculinidad y a la feminidad del ser humano. Se podría afirmar que: “la humanidad está realizada en el nivel del individuo. Pero está completa en nivel de la reciprocidad sexual. La masculinidad realiza una versión esencial de lo humano. Como la feminidad es una modulación fundamental suya”.46

La dualidad y diferenciación sexual masculina y femenina es importante, pero no indica una diferencia de valor entre el uno y el otro sexo. Influyen en el desarrollo de la personalidad, sellan las peculiaridades propias de las actividades masculinas y femeninas, pero no son el uno superior al otro. Hombre y mujer están proyectados como seres correspondientes el uno al otro, en el mismo plano; se confrontan en el diálogo, en las actividades, en el sufrimiento y en la alegría, en el conocimiento y en el amor. En el mito que narra Aristófanes, en El Banquete de Platón, es precisamente el amor lo que recrea la antigua unidad.

[Si Hefesto] les preguntara: “¿qué es, realmente, lo que queréis, hombres, conseguir uno del otro?”, y si al verlos perplejos volviera a preguntarles: “¿Acaso lo que deseáis es estar juntos lo más posible el uno del otro, de modo que ni de noche ni de día os separéis el uno del otro? Si realmente deseáis esto, quiero fundiros y soldaros en uno solo, de suerte que siendo dos lleguéis a ser uno, y mientras viváis, como si fuerais uno solo, viváis los dos en común y, cuando muráis, también allí en el Hades seáis uno en lugar de dos, muertos ambos a la vez. Mirad, pues, si deseáis esto y estaréis contentos si lo conseguís”. Al oír estas palabras, sabemos que ninguno se negaría ni daría a entender que desea otra cosa, sino que simplemente creería haber escuchado lo que, en realidad, anhelaba desde hacía tiempo: llegar a ser uno solo de dos, juntándose y fundiéndose con el amado. Pues la razón de esto es que nuestra antigua naturaleza era como se ha descrito y nosotros estábamos íntegros. Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de esta integridad. […] digo que nuestra raza sólo podría llegar a ser plenamente feliz si lleváramos el amor a su culminación y cada uno encontrara el amado que le pertenece retornando a su antigua naturaleza.47

La dualidad hombre y mujer es una uni-dualidad-complementaria. La partícula copulativa y que se pone entre los dos componentes de lo humano “hombre y mujer; varón y fémina”, tiene valor ciertamente “disyuntivo” en cuanto que indica la existencia de dos distintos seres humanos, poseedor cada uno de su propia personalidad aunque con una misma naturaleza, pero también y sobre todo tiene un valor de “conjunción”, en cuanto que las dos modalidades de lo humano están hechas para ponerse en íntima e irremovible relación dual, conyugal, con el fin de realizar, a través de la íntima unión e integración de las dos personalidades sexuadas, la totalidad y plenitud de lo humano.48

Esta uni-dualidad y complementariedad se manifiesta en la “conyugalidad”, es decir, en la unión física, psíquica y espiritual con la identidad opuesta. La unión interesa a la totalidad de la persona y no solamente a una parte suya. En el acto de amor conyugal, cuando es plenamente humano, está implicado el cuerpo, la psique y el espíritu de la persona. Reducirlo a una de estas dimensiones significa empobrecerlo, hacerlo incompleto y objetivamente falso, porque el cuerpo humano no tiene sentido sino como dimensión integrante de la totalidad de la persona. Porque el hombre no es la mujer, porque el uno no es igual al otro, en cuanto que no tiene las características correlativas del otro, cada uno debe ponerse frente al otro como un “tú”. Ahora bien, el “tú” dice siempre relación al “Yo” y viceversa. En la unión conyugal, cada uno se pone en el otro, se dona a sí mismo al otro y, por esta donación recíproca, el uno hace ser al otro, da valor al otro, realiza y perfecciona al otro. Por este recíproco ser en el otro cada uno en sí, los elementos de la realización conyugal, es decir, las dos personas sexuadas, llegan a ser una sola cosa, el unum de lo humano, realizando el “hagamos al hombre” del Génesis, entendido como unidad totalidad del “varón y mujer los creó”.

En este contexto, la dualidad sexual adquiere un significado diverso:

La distinción sexual, que aparece como una determinación del ser humano, supone diferencia, pero en igualdad de naturaleza y dignidad. La persona humana, por su íntima naturaleza, exige una relación de alteridad que implica una reciprocidad de amor. Los sexos son complementarios: iguales y distintos al mismo tiempo; no idénticos, pero sí iguales en dignidad personal, son semejantes para entenderse, diferentes para completarse recíprocamente.49

La estructura propia del ser humano es la dualidad para la unidad. Nacidos diversos como hombre y como mujer, han nacido para la unidad, y es precisamente a través de la propia identidad masculina o femenina que esta unidad se realiza.

La feminidad realiza lo “humano” tanto como la masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria. […] Feminidad y masculinidad son entre sí complementarias, no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo “masculino” y de lo “femenino” lo “humano” se realiza plenamente.50

De la deconstrucción a la confección de lo humano

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