Читать книгу El beso de la finitud - Oscar Sanchez - Страница 14
ОглавлениеEl malentendido del “Realismo Especulativo” o “Nuevo Realismo”
Las cosas son las maestras del hombre.
José Ortega y Gasset, Origen y epílogo de la Filosofía
Uno de los rasgos principales por los que se reconoce a un profesor de Filosofía, sobre todo en España –ignoro si se debe a la formación tomista de los más mayores de ellos–, es por su inveterada afición a explicar las grandes doctrinas del pasado mediante ejemplos tomados de las “cosas” humildes encontradas más a mano en un aula docente. Así, las filosofías de la antigüedad se tornan perfectamente evidentes cuando son aplicadas a mesas, tizas o pizarras (¿o no será al revés, y “mesa”, “tiza”, y “pizarra” son los genuinos paradigmas ideales en los que se inspiró Platón, que también daba clases? ¿sería capaz Aristóteles de argumentar su teoría de las formas substanciales cuando paseaba con sus pupilos por los alrededores del Liceo, o éstos debían transportar consigo para auxiliar al maestro una pizarra, una tiza y, naturalmente, una mesa?) Y cuando se trata de Marx o Hegel –la Geistphilosophie–, nada mejor que referirse al atuendo de la concurrencia, o a la relación dialéctica amo/esclavo que representa la gran tarima del profesor frente a los pobres pupitres del alumnado. ¿Y qué hacer si nuestra escuela favorita es, un suponer, el pragmatismo? Entonces se convierte en protagonista el hecho mismo de que estemos todos en este aula concreta, las razones individuales y sociales que nos han movido a congregarnos y los sacrificios de posibilidad que ha hecho cada uno para tomar esta determinada decisión, etc. Ortega y Gasset, por lo menos, y para variar, exponía su (“su” es un decir: la había leído en Nietzsche, y éste en Leibniz) doctrina del perspectivismo con una célebre manzana que se tomaba la molestia de traerse al aula o al teatro desde casa –o, cuando menos, de un árbol del jardín del campus: los árboles dan también para mucho…
Pues bien, hay un puñado de señores muy serios, franceses y de otras nacionalidades, que parecen haberse tomado esa costumbre didáctica más bien facilista en su literalidad y elevarla a corriente o movimiento filosófico desde 2007. Afirman que la posmodernidad del último cuarto del siglo XX ha consistido en el triunfo del textualismo y el constructivismo, es decir, de aquellas filosofías que entendían que no hay realidad, sino tan sólo un tejido de significados puestos por el puro signo –Derrida– o por actos sociales de poder/saber –Foucault, etc. Como esto es manifiestamente una locura, estos nuevos pensadores, en vez de preguntarse a sí mismos si no estarán equivocados en la exégesis de su inmediato pasado, pasan a dar por buena esa evaluación y diagnóstico para mejor criticarlo y fundar una nueva escuela de pensamiento. Se hacen llamar, entonces, “realistas especulativos” porque interpretan que las pobres mesas, tizas y pizarras han sido transformadas en polvo de irrealidad por los sucios y perversos posmodernos y que lo que hay que hacer ahora es rescatarlas de una especie de Wáter de Nulidad y devolverles su estatus ontológico. En esa batalla, surcada de mil pequeñas polémicas, llevan desde entonces hasta ahora, y mi opinión, que es lo que quisiera dar aquí en unas pocas líneas, es que resulta fácil refutar al maniqueo tonto, pero a costa de que lo que te salga después sea tonto también. Porque... cómo diablos va a dudar realmente nadie de la presencia de la realidad más allá de la conciencia humana, subjetiva o trascendental (volveré muy poco sobre eso), quién puede ser tan necio que piense de verdad que si abandono la manzana de Ortega en la mesa del típico profesor de Filosofía ataviado de pana no me la voy a encontrar dos semanas después maravillosamente putrefacta, sin que en ello haya tenido que ver nada la presencia de mi conciencia ante el objeto? ¿O quién puede ser tan iluso, tan distorsionadamente oriental, que dude de que cuando un árbol cae –ya digo que lo de los árboles es también muy socorrido; los árboles, esos venerables abuelos de la Tierra…– y nadie esté cerca, ni una pequeña ardilla, ni una miserable lombriz, ni un ratón, para oír la caída, el sonido se produce de todos modos, manifiestamente?
Bueno, pues sí, ha habido filósofos muy ilustres que han sido tan necios, ilusos y orientaloides como para instilar memeces así en sus lectores, pero no muchos ni los mejores. George Berkeley sobre todo, pero con fines beatamente religiosos. Arthur Schopenhauer, después, llevando a Kant allí donde el prusiano jamás hubiera querido ir (Kant había escrito contra Berkeley explícitamente en CRP, y contra Fichte en su correspondencia personal). Y, tal vez, Ernst Mach entrando ya en el s. XX, y creyendo con ello recuperar el espíritu de David Hume. Fuera de estos tres, máximos exponentes de hacer de la filosofía una pieza de ocultismo de opereta21, aunque sin duda con gran genialidad conceptual, no se me ocurre nadie realmente relevante que nos diese gato por liebre y Representación por Realidad. Platón no, Platón se daba perfecta cuenta, a mi parecer, de que el mundo del devenir no sería tan ilusorio si pudiera ser reglamentado por las disciplina de las Ideas, y Aristóteles no digamos, Aristóteles dio forma a la concepción filosófica de la sustancia que estos filósofos actuales reivindican, aunque él de una manera mucho más matizada (puesto que, de nuevo a mi modo de ver, Aristóteles sabía perfectamente que ousía es una categoría del lenguaje, es decir, algo que está entre la realidad y el pensamiento y por tanto que es en cierto modo Trascendental en el sentido de Kant). Pero en la escolástica cristiana, e incluso antes, en la Alta Edad Media, esas aportaciones de Aristóteles se reificaron, de modo que ya teníamos “cosas” en el sentido que las entendemos hoy, como cuerpos físicos receptores de propiedades y enunciables mediante atributos. A eso se agarran la escuela del Realismo Especulativo, queriendo convencernos de algo tan normal como de que las tales cosas están ahí antes de que ninguna conciencia las perciba, más aún: que la propia conciencia humana es una cosa entre las cosas, asuntos todos ellos de los que nadie en su sano juicio dudaría. A Descartes se le acusa a menudo de no haber sido capaz de romper amarras con el tomismo de su juventud, pero lo cierto es que cuando dice “res cogitans” está corroborándonos que no está tan chalado como para creer en el solipsismo metódico propuesto previamente por él mismo...
De modo que creo que el problema está en otra parte, en concreto en el malentendido acerca de la interpretación del Idealismo Alemán. Me explico. Como la filosofía desde Kant hasta Heidegger se dice en alemán y además se escribe en un estilo difícil y oscuro, la mitad de la población filosofante mundial se ha quedado con la versión fácil de que “idealismo” significa que el pensamiento crea la realidad, y por tanto que Hegel es el extravagante que habría dicho que todo es Espíritu en Movimiento regido por la Lógica Absoluta, y por consiguiente que no hay cosas, sino únicamente operaciones del Yo enredado consigo mismo. Ortega, por ejemplo, lo ve así, atribuyéndoselo a Descartes. Y, claro, es tal el desatino que se puede fundar un movimiento filosófico en el s. XXI que se difunda por Internet para cargarse minuciosamente semejante locura. De hecho, Hegel había escrito claramente que la pura percepción sin categoría es la nada, así que ya está, sin intelecto no hay cosa, Hegel fue el filósofo que intentó acabar con las mesas, las tizas y las pizarras de nuestros ejemplos docentes, el muy engreído. No parece importar nada que Kant hubiese hablado mil veces del noúmeno22, que el mismo Hegel se refiriese al noúmeno kantiano como algo que debe ser fenomenizado, que Marx, en sus Manuscritos económico-filosóficos, aclarase más gráficamente lo que Hegel quiso decir, o que Heidegger dedicase medio Ser y tiempo al trato semiótico y utilitario del Dasein con las cosas, sin las cuales no es nada (Graham Harman, uno de los conjurados del Nuevo Realismo, se pasó diez años leyendo a Heidegger, hizo una tesis doctoral y todavía sigue hecho un lío). Pues no es tan complicado, si se me permite la inmodestia. Hegel jamás pensó que la realidad no existe, que la manzana no está ahí cuando no la miro, lo que dice es que la percepción desnuda de la manzana no es posible, que siempre está mediada por la proyección del sujeto. El ser humano, aunque es del todo cierto que es un animal y hasta una “cosa” más, consiste en aquella función de conocimiento que “pone” sobre las percepciones confusas juicios, valores, apreciaciones y funcionalidades sociales. No es lo mismo un jamón de bellota en la cultura musulmana que en la española, pese a los siglos de Al-Ándalus, eso lo sabe cualquiera. Lo que pasa es que luego Hegel añade a esta obviedad que el sujeto al conocer la manzana o el jamón se conoce también a sí mismo en un largo proceso en el que concurre la negatividad, pero eso ya es otra historia, nunca mejor dicho. Pero del Idealismo Absoluto de Berkeley, o del mundo reducido a representación totalizante y sin resquicio de la Voluntad de Schopenhauer, que daba clase en el aula de al lado de Hegel pero ayuno de alumnos –haberlos “representado”…– niente di niente.
O sea, que es el significado eventual de las cosas lo que la Filosofía ha indagado, no la existencia o no de las “cosas mismas”, como las llamaba Husserl, que otro que tal bailaba (también últimamente se está intentando hacer de Husserl un realista, con el partido que le sacó y aún le saca la Iglesia Católica…) Los alegres muchachos del Realismo Especulativo creo que no han captado esto, y que van convirtiendo en problema algo que jamás lo fue. Ellos hablan de la “crítica de la correlación”, que es la relación sujeto– objeto, y se preguntan si eran o no reales los dinosaurios antes de que hubiera humanos para olerlos, tocarlos, verlos o servirles de cena. A esto lo denominan, con una pedantería de la que luego acusan a sus predecesores posmodernos, el archi-fósil. El Idealismo Alemán no consiste, como dice Sartre –El ser y la nada–, que no existe el Egipto antiguo, sino la Egiptología. El Idealismo Alemán, tan incomprendido hoy como seguido en su momento, consiste en señalar que hubo Egipto de los faraones, sin duda, pero su inteligibilidad no reside en las ruinas que nos pueda haber legado, sino que esa inteligibilidad es puesta por los egiptólogos en un proceso gradual de investigación. Y eso es todo, señores: la “correlación” no es en absoluto necesaria si no aspiras a obtener el sentido, el significado verdadero de algo que claro que estaba ya ahí antes de que posases tu interés en ello. Un glaciar es un archifósil prehumano, pero si quieres saber cómo funciona un glaciar, qué es un glaciar, en qué condiciones se produce el glaciar, etc., no te va a servir de nada hacer un viaje al Perito Moreno a pasar frío. O sí te va a servir, pero si extraes muestras, realizas mediciones, preguntas a los lugareños y finalmente piensas sobre todo ello. Hegel es mucho más complejo que todo eso, pero no es ningún estúpido “acosmista”. Si no haces nada de lo dicho, si el sujeto científico no asume al glaciar como objeto (en alemán Gegenstand, lo que “está en frente de”l sujeto o conciencia) de conocimiento y se pelea por tornar ese noúmeno fenómeno, es lo mismo que los defensores de las “cosas” lo llamen archifósil o Juana la Loca, ya que no sabrán nada cierto sobre él. Por eso la mejor divisa del Idealismo Alemán la aportó el Fausto de Goethe: Al principio fue la acción…
Como se ve, no es para tanto. Y, sin embargo, los del Realismo Especulativo se han pasado años enzarzados unos con otros por dictaminar si la “cosa en sí”, Die Frage nach dem Ding, por decirlo con Heidegger, es pasiva o activa, hipercosa o agregado, opaca o abierta, muerta o animista, oscura o matematizable, etc… Todo ello para derrotar a una posmodernidad que jamás existió –eso sí que no existió–, en la que los teóricos habrían sustituido las mesas por textos de mesas, las tizas por la construcción social de las tizas o las pizarras por la Teoría de Género de las pizarras… Derrotada esa posmodernidad fantasmagórica y de lo fantasmagórico, se veían dispuestos y preparados para fundar una post-post-modernidad flamante en la que la consideración por el ser estaría antes que la antropología, y la conciencia de la contingencia antes que los discursos legaliformes. Es decir: exactamente el programa de la posmodernidad real tal como lo entendía, por ejemplo, Gianni Vattimo leyendo a Nietzsche23 y Heidegger. Tiene guasa la cosa, por seguir hablando de cosas. Todo un sutil y poliédrico delirio a partir de una burda exégesis del pasado filosófico. También Bertrand Russell tiene un famoso artículo en el que se pregunta si una mesa es un conjunto de átomos perforados por enormes abismos de vacío o es un enser doméstico de almuerzo o estudio, como indican el Lebenswelt e Ikea a su manera. Pues es las dos cosas, señor, y muchas más, porque de lo que hablamos es del significado de una mesa de acuerdo con un determinado proyecto humano. De ahí que el que más medallas se haya colocado en la pechera de todo el Nuevo Realismo sea Markus Gabriel, al hablar de la pluralidad de los “campos de sentido”. Es tan mal lector del pasado como los demás, pero bueno... En sí, una mesa es un trozo de materia moldeado en una fábrica conforme con un esquema ingenieril realizado seguramente en una computadora que si la dejas ahí mil años retornará a la cruda naturaleza y le saldrán ramas, como aseguraría Aristóteles hace 2500 años. Con las tizas y las pizarras no me meto, que nos las han cambiado por rotuladores y punteros y velledas y superficies electrónicas de esas; así ya no tiene gracia, habrá que poner mejores ejemplos…
No obstante, uno siempre se puede poner místico de lo que le apetezca. Creo haber leído algo de Walter Benjamin en donde decía que las cosas se comunicaban entre ellas, y me gusta la idea. Voy más allá, incluso, y me parece que el sonido que continuamente hacen las sustancias es para expresarse a ellas mismas en su esencia. Un sonido metálico es el metal mismo, y connota su dureza y su lisura, por ejemplo. Pero no voy a meterme en esos jardines, que no deseo ser un Neo-nuevo-realista-especulativo, o no aquí y ahora, al menos. El pluralismo ontológico es una gran opción, en efecto, y es también cierto que el planteamiento moderno de la filosofía ha sido ya hace mucho superado por las circunstancias, pero esa no es una alternativa pos-pos-moderna, lo cual es ridículo e ignorante, sino precisamente posmoderna sin más. Puesto que esta pléyade de autores aciertan en su diagnóstico de la modernidad, aunque de un modo algo simplista, sería absurdo sostener que la posmodernidad no es –nada de fue: es– nada más que la decadencia y deshilachamiento de la modernidad. El devenir de ese deshilachamiento es ya el marco mismo, la condición del pluralismo, y, como Markus Gabriel dice, de la multiculturalidad, de manera que difícilmente esta última podría ser una objeción contra la posmodernidad a favor de un nuevo paradigma. Insisten mucho, estos señores, en que configuran un nuevo “paradigma”: me temo que tampoco tienen claro el concepto. Y, desde luego, orquestan la ceremonia de la confusión también, a mi juicio, pidiendo para la actualidad una “ciencia unificada”, que para colmo es la suya cuando esa suya es intrínsecamente diversa. Pero, hombres de Dios –Quentin Mellaissoux lo es– ¡cómo diablos va a ser precisamente “unificada” si estamos hablando de pluralismo!... Está mejor pensado, en cambio, y a mi juicio, cuando pretenden constituir la koiné filosófica de nuestro tiempo, imitando lo que Vattimo decía en los ochenta de la Hermenéutica, porque la koiné es un espacio de diálogo y confrontación, una especie de nueva lengua común, y no un resultado preestablecido o devenido de tal confrontación como se entiende que es precisamente un paradigma. Por eso no tendría Markus Gabriel que hablar de multiculturalidad, sino de interculturalidad –a no ser que por pluralismo entienda multiplicidad: ese hombre tiene un gran lío en la cabeza, y sin embargo es prepotente… En fin, creo, en plan prepontente yo también, que estos filósofos han exhumado algo importante, pero con medios pobres y confundiendo bastante los términos. Que los dioses, ya que no los libros, y en su calidad de seres interobjetivos, les sean propicios...
21 Los favoritos de Borges, y en general de todo aquel esteta empeñado en que todo es ficción, y, si no lo es, debería serlo, ese tipo de personajes que está por todas partes hoy hablándonos de la necesidad humana de narrar y escuchar narraciones, porque eso nos hace mejores, más ilusionados, más ricos, en un mundo de inhumanidad económica y tecnocientífica. Nunca les preguntes si lo que realmente están defendiendo es, como hiciera Oscar Wilde sin disimulo alguno, la forzosidad de la mentira en nuestras pobres vidas de miembros de superestados megapoblados e hiperatomizados. (Markus Gabriel, en cambio, asume a Borges como suyo propio, mostrando que no se entera, o es que el que no se entera soy yo…).
22 Con toda seguridad Kant había leído esta frase con la que Leibniz atacaba a Locke: “nada hay en el intelecto que no haya estado en la experiencia, salvo el intelecto mismo….” Todo un arranque espectacular para la filosofía crítica, aquella que entiende por existencia “posición absoluta del objeto”, y de ahí la refutación kantiana de San Anselmo y de Descartes.
23 De nuevo en mi modesta opinión, Nietzsche no tenía que haber escrito eso de “no hay hechos, sino interpretaciones”, lo que tenía que haber escrito es “no hay hechos puros, sino hechos interpretados y hechos de interpretación”…