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La secularización/naturalización de la ciencia

La vulgaridad es un hogar. Lo cotidiano es materno. Después de una incursión larga en la gran poesía, por los montes de la inspiración sublime, por los peñascos de lo trascendente y de lo oculto, sabe mejor que bien, sabe a todo cuanto es cálido en la vida, regresar a la posada donde ríen los tontos felices, beber con ellos, tonto también, como Dios nos hizo, contento del universo que nos fue dado y dejando lo demás a los que trepan montañas para no hacer nada allá en lo alto.

Fernando Pessoa

Propongo un experimento mental fácil y casi tontorrón, a ver si con él consigo mostrar por qué los filósofos no están del todo locos ni se inventan los problemas como piensan, muchas veces sin decirlo expresamente, los legos. Imaginemos un mundo en el que, en efecto, los hechos existan y hablen por sí mismos, de modo que no puedan ser puestos en cuestión por charlatanes, sectas o ideologías políticas. No existirían los tribunales de justicia, para empezar, porque lo que el sospechoso haya cometido o no colgaría de su simple percepción inmediata como el color de su piel o su altura. Llevaría, como dicen en las películas noir, “el crimen pintado en la cara”, y a Bárcenas le pertenecería la propiedad “caja b” tan manifiestamente como su elegante pelo platino. No existiría la ciencia, tampoco, porque bastaría con dirigir tu interés a Venus en un atardecer cualquiera para conocer en el acto, como por una intuición perfecta, que Venus posee el día más largo del sistema solar –243 días terrestres–, que su movimiento es dextrógiro y que en un día venusiano el Sol sale por el oeste y se oculta por el este. No existirían tampoco, por tanto, las escuelas, ni la educación, ni esfuerzo mental alguno. ¿Para qué, si los hechos se manifiestan a sí mismos de modo nítido, inequívoco? Me siento en una silla sabiendo al detalle el número de electrones y protones que la componen, quién se ha sentado en ella antes y en qué vertedero terminará cuando yo ya haya muerto, o quizá mucho antes, a causa de la obsolescencia programada. El futuro... ya no habrá futuro. A la porra también los seguros, la lotería, el fútbol, Aramis Fuster y las ganas de vivir. No existiría el lenguaje, tampoco, haríamos todos como ese personaje de Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, que llevaba en una mochila a su espalda todo lo que necesitaba comunicar a los demás, de manera que sólo tenía que señalarlo con el dedo –pero a ver cómo se señala objeto físico alguno que muestre un “oye, viniendo aquí casi me atropella un coche...” Nada estaría, pues, oculto, y si mi muerte es, como todo, un hecho, es ya, está manifestándose ahora, no habría que esperar, viviría yo en la constancia de su cómo y de su cuándo, igual que en La llegada de Villeneuve. Lo que quiero decir, en fin, por reducción al absurdo, es que resulta evidente que no vivimos en un mundo que consista en una colección de “hechos”, ni hay que entender por “mundo” el conjunto interelacionado de los hechos (“todo lo que es el caso”, decía la proposición del Tractatus), puesto que eso que he descrito muy rápidamente no se parece lo más mínimo al mundo tal y como lo conocemos, por fortuna, y lo que es aún más significativo: de ser así, expulsaría de su seno completamente al ser humano tal y como lo conocemos –vivir de ese modo requeriría la serenidad y la visión de un coro de ángeles…

Es por ello que Martín Heidegger insistió tanto en Ser y tiempo sobre el punto de que Occidente ha tenido la peculiaridad de entender el ser como presencia. Un hecho es algo presente, eso significa precisamente “hecho”: lo dado en este mismo instante –pero en el propio uso del participio ya se adivina que es cosa del pasado, o no podría estar determinado… Y, bueno, quizá haya un Dios para el que todo es dado, como pensaba la Patrística cristiana, o animales que viven como en un “eterno presente”, como decía Borges, pero está claro que nosotros no. Los seres humanos, los mortales, son cosas muy raras: viven en y de la ausencia, en y de lo que no-es, de lo que no está presente ni se ve, y por eso existen los tribunales, la ciencia, las escuelas, la matemática probabilística, el lenguaje, los seguros y el fútbol, porque estamos forzados, no nos queda más remedio, que interpretar la realidad. Es una condición horrible, incierta, angustiosa, si eres un poseur como Jean Paul Sartre, el comunista de salón, pero un extraño privilegio, una revelación del abismo real que subyace bajo toda determinación, un “don” del ser, si lo miras como Heidegger, el odioso nazi. Porque sólo el animal que interpreta su entorno y también a sí mismo erige mundos a base de sus desciframientos, siempre precarios, pero siempre nuevos y fascinantes. Dile tú a un canguro que levante un mundo sobre su pobre base de hechos elementales. Ese mundo estaría compuesto de “salto”, “hembra”, “llueve”, “alimento”, y poco más. En cambio, el Dasein, nosotros, fabrica un coche, fabrica leyes de circulación, y es capaz de comunicarle a un amigo en la calle un no– hecho mediante palabras no-reales, esas que el enfermo de alogía de Swift es incapaz de concebir ni transmitir: “oye, viniendo aquí casi me atropella un coche...” (Heidegger, en su curso de 1929, Conceptos fundamentales de la metafísica, llamaba a las cosas welt-loss, sin mundo, a los animales, welt-arm, pobres de mundo, y al Dasein, welt-bilder, constructor de mundos…).

La filosofía, por tanto, no consiste en buscar “hechos verdaderos”, como si todos los demás fueran falsos o aparentes, o no desde Kant. Consiste más bien en averiguar si a nuestra capacidad de hacer mundos corresponde alguna lógica igual para todo ser pensante. Y, la verdad, no veo por qué tendríamos que renunciar a nuestra sagrada capacidad de levantar mundos porque el tovarisch Lysenko2 fuera un fanático o un vendido del sistema comunista, o porque haya tanto charlatán de pacotilla suelto por el mundo tratando de venderte su humo y a sí mismo lo más caro posible para lo poquito que es, cosa que sucede, sobre todo, y por cierto, en el orbe capitalista. La filosofía occidental ha consistido, durante largos siglos, en el empeño de que un único lenguaje depurado de todo lastre subjetivo –hoy lo llaman “sesgos”– sea apto para identificar, espejear, recoger el mundo único a que está destinado a referirse. Esa era ya, creemos, la pretensión del poema de Parménides en el s. VI a.C., y se trata de una idea fija tan atornillada a nuestra tradición –que es esa misma tradición, esencialmente, capaz de asociarse al Dios de la Biblia hebrea pero que sobrevive tranquilamente a la muerte de tal Dios– que sólo hay que ver cómo se amosca el lógico alemán Gottlob Frege cuando se la pone en cuestión, aunque sea desde la propia matemática y a principios del s. XX, es decir, unos milenios y pico después

Nadie puede servir a la vez a dos señores. No es posible servir a la vez a la verdad y a la falsedad. Si la geometría euclídea es verdadera, entonces la geometría no euclídea es falsa; y si la geometría no euclídea es verdadera, entonces la geometría euclídea es falsa. Si por un punto exterior a una recta pasa siempre una paralela a esa recta y solo una, entonces para cada recta y para cada punto exterior a ella hay una paralela a esa recta que pasa por ese punto y cada paralela a esa recta que pasa por ese punto coincide con ella. Quien reconoce la geometría euclídea como verdadera debe rechazar como falsa la no euclídea, y quien reconoce la no euclídea como verdadera, debe rechazar la euclídea… Ahora se trata de arrojar a una de ellas, a la geometría euclídea o a la no euclídea, fuera de la lista de las ciencias y de colocarla como momia junto a la alquimia y a la astrología… ¡Dentro o fuera! ¿A cuál hay que arrojar fuera, a la geometría euclídea o a la no euclídea? Esa es la cuestión3.

¡¿Estamos o no estamos?! ¡¿Somos o no somos?! Frege el lógico, Frege el germano bismarkiano, cabreado como una mona, escandalizado y ofendido en lo más íntimo, repitiéndose como el ajo durante todo un párrafo que más parece salido de la pluma de Don Miguel de Unamuno que de la suya propia. Pero es que hasta Unamuno admitiría que la razón es una cosa y la vida otra4. Sólo se justifica en la ira justiciera que Parménides le insufla desde la distancia histórica el que Frege quiera exterminar las Geometrías No-euclídeas, que son un portento de la razón, para que queden arrumbadas junto con la Alquimia y la Astrología. Precisamente porque son falsas, en opinión de Frege… ¿qué necesidad hay de barrerlas del mapa? También el ilusionismo y la prestidigitación tienen truco y en ninguna nación se mete a los magos en la cárcel por serlo. Lo que ocurre es que Frege no le encontraba el truco a Riemann o a Lobachevski, y eso le ponía enfermo. Podías plantear una geometría tetradimensional y funcionaba, como Riemann, o una multidimensional y tiraba para adelante, como con Lobachevski. La novedosa Relatividad de Einstein se apoyaba en Riemann, y sucesivos experimentos cruciales daban la razón a ese sindios, que digo, a ese contradios. ¡Tu quoque, realidad física!: Frege se subía por las paredes. Y es que si hasta las sacrosantas matemáticas son susceptibles de una pluralidad de interpretaciones vana es nuestra fe. Suelo decir a mis alumnos que Occidente es esa entelequia histórica que se define fundamentalmente porque hubo un hombre no muy simpático, que odiaba las habas y el cuerpo, pero que amaba el cielo estrellado y gobernar una ciudad, que afirmó muy seriamente que la naturaleza está estructurada conforme a proporciones numéricas. Como otros posteriormente le hicieron caso, de aquello a poner un Airbus de 640 toneladas en el aire ha pasado, si lo miráis bien, poquísimo tiempo. El homo sapiens sapiens lleva más de 100.000 años sobre la tierra, y sólo han sido necesarios los últimos 2.500 para dar el salto de los modos musicales griegos a una mesa de mezclas, y la diferencia estriba fudamentalmente en ese sectario de Pitágoras, del que sabemos muy poco y todo en bruma de leyenda. Las matemáticas marcan la diferencia, las matemáticas son el arquetipo de toda verdad en Occidente, son en sí Occidente más allá de folclorismos como el Imperio Romano o la Iglesia Católica –estoy exagerando bastante en pro de subrayar el argumento5. La Civilización Maya también había adelantado mucho en matemáticas, pero las convirtieron en un lenguaje secreto, mistérico, reservado a los sacerdotes. Europa, en cambio, enseñaba matemáticas en las universidades medievales (el famoso Quadrivium) públicamente y sin preocuparse de latazos mágicos, que para reprimir tales tendencias ya estaba la Gestapo aristotélica de la Santa Inquisición –para algo tuvo que servir, después de todo–, y tras muchos grandes talentos engendró a un señor, Galileo Galilei, que sostuvo que “el libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos”, lo cual es una forma semiótica de tomar el relevo de Pitágoras sin comprometerse demasiado en términos ontológicos.

A Frege, en nuestro pasaje, llega un momento en ya no le importa si se impone la Geometría euclídea o la no-euclídea, sólo exige enrabietadamente que sea una y solo una, monoteísmo matemático, porque esa única coincidirá por fin con el mundo físico, que sólo puede ser, a su vez, también uno. No se da cuenta, tal vez, de que la “única versión” del mundo (de ahí nuestro término “Uni-verso”) no tiene como fuente al mundo mismo, tal como él sea, que debiera ser de alguna manera uno, sino una previa exigencia lingüística, de raigambre filosófica como hemos visto. Heidegger la llamó, después, Metafísica, en un sentido distinto a Kant o Comte. Metafísica es ese marco general del saber occidental que, al menos desde Parménides, obliga a pensar que existe un régimen de enunciados único que denota una realidad así mismo única sometida a él. O dicho más por lo largo y técnico: Metafísica es lógica de la identidad basada en una ontología de la presencia que tiene como modelo paradigmático la necesidad matemática. Pero… ¿qué significaría, bien pensado, la “unidad del mundo en sí, tal cual”? El problema no es, como lo veía Kant, que ese mundo “tal cual” pueda o no ser conocido al margen de toda representación. El problema es que aunque efectivamente fuese único, y tuviésemos acceso directo a él (como lo tendría el propio Dios en persona, Él también único y soberbiamente celoso de su unicidad al igual que el Alá musulmán, que lejos de haber muerto está bien vivo), sólo podría ser unitario siendo estático, como la esfera parmenídea. De lo estático, sin embargo, no hay manera humana o filosófica de extraer la diferencia y el movimiento, que era justamente lo que se tenía que explicar, a riesgo de terminar como los mayas, en posesión de un saber que ni se usa ni se difunde ni progresa ni sirve para nada.

Llamaré aquí “platonismo”, más que “eleatismo” –de Platón conservamos 36 textos largos, de Parménides doscientos y pico versos– a esa actitud extraña que olvida qué era “aquello que había que explicar” para declarar más reales las explicaciones que dan cuenta de ello. Y digo que es muy extraño, extrañísimo: queremos explicar por qué hay tormentas, por ejemplo, así que el platonismo consiste en evitar las nubes o los rayos concretos, y preferir la explicación general acerca de la causa de las nubes y de los rayos. Una vez explicada la tormenta, ya no es precisa la tormenta. Podría no tener lugar ninguna tormenta más en la historia natural de la Tierra y seguiría siendo una verdad incontrovertible el funcionamiento de la humedad y la electricidad en suspensión aérea, por ejemplo. Tiene más realidad, más ser, la explicación que lo explicado: esto es el platonismo del que todavía vivimos, o del que vive mucha ciencia. ¿No es asombroso? Invertir el platonismo, como fue el lema de Nietzsche, no consiste en algo raro, al estilo de Deleuze o Foucault (que hablan de extravagancias tipo “el simulacro” y demás), consiste sencillamente en devolver estatus de realidad al fenómeno sobre el cual opera la filosofía, o sea, constatar que ocurren ciertas cosas, como hemos visto al principio, que el hombre interpreta quiera o no quiera, o en cuya interpretación consiste lo humano del hombre –todo lo demás que queráis señalar como típicamente humano o proviene de aquí o es compartido con el resto de los animales. La realidad antecede analíticamente hablando al discurso humano que pretende nombrarla, y pensar al contrario es una demencia total a la que nos hemos acostumbrado y a la que yo he denominado aquí platonismo, pero que en realidad es comúnmente conocida como “ciencia”6. Un señor es científico cuando le dice, por ejemplo, a sus alumnos, que la Ley de Ohm es real sin necesidad de traer ante sus ojos un circuito eléctrico. En las practicas ya entrarán los chicos algo tímidos a comprobar torpemente que eso que decía el profe en clase se cumple, bajo las condiciones impuestas por el profe, claro, pero eso es secundario, puesto que la Ley de Ohm subsiste por encima de los experimentos chapuceros que los chavales puedan hacer, ya que existe en un lugar superior que Platón llamaba kosmos noetós, los cristianos la Inteligencia Divina, Kant el plano trascendental y Popper el Tercer Mundo.

El monologismo es lo mismo que la Metafísica, esa convicción que hemos visto en Frege de que sólo un sistema de enunciados puede dar cuenta de la realidad, de tal manera que el resultado es que los enunciados terminan por hacer las veces de la realidad única (sigo con mi ejemplo: qué es una tormenta lo encontrarás en un manual de Metereología, no en mitad del Atlántico; millares de marineros han sufrido tormentas espantosas sin saber lo que eran…) Y una realidad, por cierto, que impone necesariamente el dualismo, puesto que como sigue habiendo mundo empírico, diverso y fluyente, este mundo no es como debería ser, el pobre. Sólo la tormenta del libro de Meteorología es como debiera ser, por eso es, mientras que la de George Clooney, aunque se diga “perfecta”, se sale de los parámetros, y por eso es menos o es distorsionadamente. Todo monologismo, toda Metafísica, es dualista, le guste o no. Tenemos el mundo de las verdades eternas, que aseguran una estabilidad de la referencia para nuestro lenguaje científico y también a veces político, y está el cenagal de la vida corriente, que se mueve entre apariencias e ilusiones que habrá que corregir por grado o por fuerza. Hasta el marxismo es una filosofía dualista, puesto que establece unas Leyes de la Historia (no comulgo con los lectores de Althusser) que debieran regir las transformaciones productivas y un mundo económico-político que se empeña obstinadamente en seguir su propio rumbo. Lo que hay nunca se corresponde con lo que debería haber, pero es que lo que hay es experimentable, y lo que debería haber sólo algo puramente lógico, enunciativo… Es un disparate colosal, pero que ha conquistado enteramente el globo terráqueo. Nos trasladamos en Airbus no porque apliquemos el método científico experimental, consistente en acumular observaciones de la naturaleza y tratar de deducir de ellas leyes generales. Eso ya lo hacía Aristóteles, que era un genio absoluto, y no inventó ni la bicicleta. Viajamos en Airbus precisamente porque en cierto momento decidimos dar la espalda a la phýsis, elaborar el modelo de cómo debiera ser a nuestro criterio y luego hacerlo encajar ahí le guste o no le guste. A eso le hemos llamado racionalidad científica, y nadie lo formuló mejor que Kant, el hombre que descubrió el truco: Notwendigkeit und strenge Allgemeinheit sind sichere Kennzeichen einer Erkenntis a priori, “La necesidad y la universalidad estricta son, por tanto, señales seguras de un conocimiento a priori”, CRP, Introducción II. El “a priori”, ni que decir tiene, es la mente humana concebida como motor de conocimiento y legislación racional. Ahora ya se comprende mejor, como se ve, el disparate, la demencia del platonismo: no es que los enunciados sean más reales que los hechos, es que los humanos hacemos que los hechos, indeterminados y mudos, que, efectivamente, jamás hablan por sí mismos, entren por el aro de la estructura de nuestro entendimiento –y sobre todo, de nuestra voluntad... Comprendo que aceptar que la ciencia es cuestión de reglas nuestras, humanas, si uno admira los logros de la ciencia, es duro. Yo también admiro tales logros como el primero, pero pienso que, aunque sin duda las reglas bajo las que se mueve la ciencia (o “las” ciencias, más bien), son enormemente más formalizadas y complejas que las del baloncesto, eso no quita para que igualmente sean jugadas por hombres reales en contextos reales de prácticas determinadas. En cambio, la visión de que la ciencia es sólo una y pura, metódica y en constante evolución, de manera que nos pone en contacto con un mundo virginal, adánico, al que sólo nos queda poner nombres como Adán se los puso a las entidades del Paraíso, es ciertamente pre-platónica, o, cuanto menos, pre-kantiana. Kant detonó lo que bautizó como el “giro copernicano” de la razón teórica, como hemos visto, y desde entonces no ha habido vuelta atrás, que yo sepa. El sujeto condiciona el objeto7, y dos siglos de avances y aplicaciones después pensamos que no lo hace conforme a conceptos trascendentales o a priori, sino, más allá de Kant, de acuerdo con juegos del lenguaje plurales. Un laboratorio está repleto de juegos del lenguaje, el instrumental mismo son reglas cosificadas. Cuando el experto sale del laboratorio, o del observatorio, o de dónde sea, nos dice que nos va contar una versión de los hechos al desnudo, como si él no tuviera la formación que tiene o su lugar de trabajo no contuviese la tecnología que contiene. ¿Y a eso lo llama la Verdad, la única Verdad (aún revisable, perfeccionable, etc.)? Otras formaciones académicas distintas y otras tecnologías distintas lo mismo darían lugar a cuentos distintos, válidos según sus reglas y en su campo, que es lo que pasó con las geometrías no-euclídeas. Sin embargo, yo defiendo que todos ellos recogen realidad, siempre y cuando aboquen a una praxis humana posible, es decir, si con ellos podemos crear bienes práctico-teóricos posibles. De nuevo, esa es la realidad actual: con la Física Relativista funcionan los GPS, mientras que gracias a la Mecánica Cuántica, que no tiene nada que ver con ella, que son como Oliver y Hardy, funciona la Fibra Óptica. A Frege le daría un soponcio, quizá todavía hoy también a un profesor de ciencias en su aula muy partidario de la Gran Unificación, pero me juego lo que sea a que a uno de sus alumnos esa fragmentación le va bien y lo encuentra todo estupendo. Tengo la impresión de que las nuevas generaciones ya han perdido del todo la fe Parmenídea-Fregeana. Sus profesores tratarán de inculcársela, muy tibiamente ya, pero a ellos les resbalará cada vez más. No entenderían la furia de erradicar a Euclides, si Lobacheski está bien pensado, o al revés, para ellos todo lo que tenga sentido8 y encima produzca mejoras tangibles será bienvenido. Presiento que hasta son permeables a la idea de que no hay ciencia universal y necesaria, sino una pluralidad de interpretaciones más o menos útiles –como son de ciencias, no deben temer que les llamen posmodernos o relativistas, ellos sencillamente lo ponen o lo pondrán en práctica y asunto concluido.

Ahora imaginemos, que es como empezamos, que unos científicos muy listos de cualquier país que tenga dinero para experimentación (y actualmente tiene que ser mucho, mucho dinero) se encuentran ante fenómenos tan extraños a nivel grande, mediano o pequeño que elaboran una tercera opción teórica. O el escándalo sería mayúsculo, o habría que admitir el pluralismo. Nadie acusaría hoy a la actual Física escindida en relativista-macro y cuántica-micro de relativismo epistemológico. ¿Qué impide que eso pueda ocurrir cualquier día, con el grado de innovación teórica e instrumental que vamos alcanzando? El pluralismo tiene además una ventaja, pues presupone poder enjuiciar a la propia ciencia, ya que si muchos modelos son posibles y efectivos, vamos a ver bien a qué fines prácticos nos conduce cada uno de ellos. Ese juicio lo produciría la libertad pública, democrática, de escoger un determinado modo de vida, y negar esa dimensión de la libertad que implica también a la ciencia es perfectamente factible hoy, pero resulta anticuado, cerril, cuando hasta los poderosos más visibles y sospechosos del planeta se permiten el lujo de variados negacionismos. Si ellos pueden por qué nosotros no. Por eso, y para ir acabando, la inversión más consecuente y completa del platonismo, y por tanto del monologismo, es el pluralismo. No lo es el nihilismo, el nihilismo sólo constituye la negación del platonismo, pero no su solución positiva. En positivo, si afirmamos que lo que hay es la realidad que experimentamos (no por casualidad William James denominaba al pragmatismo también “empirismo radical”9), entonces los esquemas racionales con los que tratamos de explicarla no son más que modelos. Y los modelos, potencialmente, pueden ser muchos, dependen del uso coherente de nuestra imaginación. El gran Aristóteles señalaba, en los libros metafísicos, que la naturaleza es como una gran diana: raro será que quien opine sobre ella no acierte en un lugar más o menos central de su inmensa área. Cada cultura, hasta cada individuo, posee una imaginación distinta, que proviene a su vez no de la pura arbitrariedad, sino del proyecto de sentido en el que está embarcada. Ese proyecto de sentido pertenece a la propia realidad humana, no interviene ningún dualismo en esto. Si consiguiésemos hacer consciente el hecho de que ponemos un mundo inteligible cada vez que llevamos a cabo nuestro proyecto no nos llevaríamos esas decepciones tan enormes que caen como un baño de agua fría sobre la Metafísica. Aparte del pobre Frege, no habría que argumentar, por ejemplo, cosas como que es que es el “marxismo real” nunca se ha puesto en práctica, y que en realidad los dirigentes históricos de los marxismos reales no han estado a la altura del reto, etc. Sencillamente, el modelo no ha encajado bien con la realidad circunstante, y la realidad debe tener la última palabra. Quizá en otro tiempo, quizá en otras circunstancias, quizá lo que se quiera, pero lo cierto es que real ha sido muy real, y la tentación de pensar que es así precisamente cómo esa teoría se conjugaría siempre con el mundo industrial moderno (generando tiranos, corrupción, burocracia y miedo entre la población) no me parece tan censurable como a tantos.

La ciencia es una actividad humana. Decir esto tan elemental ha precisado de sacudirse mil losas puestas sobre nuestros hombros desde tiempos históricos. “Es una actividad humana” significa lo mismo que significaba para Karl Popper antes de que le diese el ataque de platonismo de su vejez, o sea, que es algo que hacemos los humanos con nombres y apellidos, en aras de obtener ciertos efectos sobre nuestro entorno, que la mayoría de las veces no lleva a ninguna parte y otras veces da lugar a súbitas transformaciones que nos liberan tanto como nos esclavizan. Probamos, la pifiamos y volvemos a probar. Decía Popper que no hay un método científico, como soñaba Descartes, lo que hay es una técnica creativa de resolver problemas, y eso es la ciencia. A cada problema su método correspondiente, el que acertemos a crearnos para la ocasión. El señor, señora o equipo mixto que se ponen a la faena no son la viva encarnación de la función transcendental kantiana, o de las proposiciones protocolarias del Círculo de Viena, o de megaentes así. Son gente que hace cosas para otra gente mediante prácticas que han aprendido de gente precedente. Por supuesto que esa gente, la comunidad científica, constituye la antítesis de las prácticas de los curas y los políticos, esa otra gente que vive del palo y la zanahoria, es decir, de cebarnos y asustarnos alternadamente (excepción hecha de nuestra querida “Fashionaria”, admirable política y ser humano). Pero si a menudo se dejan seducir y terminan por dar por válido lo que sus patrocinadores quieren que den por válido, podemos culparles, sentirnos decepcionados, pero no protestar de que han traicionado el Infalible Sacramento de la Ciencia Objetiva. Nos han traicionado a nosotros, a la humanidad a la que sirven, y punto, lo otro es una quimera peligrosa que ya usó Lysenko para sus estúpidos fines políticos. Los discípulos de Popper (Kuhn, Lakatos, Feyerabend) no hicieron más que hegelianizar al maestro, en los dos primeros casos, o nietzcheanizarlo, en el tercero. Pues no hacía ninguna falta. “¡El universo abierto!”, dijo Karl Popper, y aunque uno no tire cohetes con el resto de su obra, esa fue su más grande y valiosa aportación a la epistemología y al pensamiento en general.

Pidamos a la ciencia un mayor escrúpulo en el ejercicio de sus tareas que a otras disciplinas, pero no le pidamos la gran fantasía de ser la clave arquimédica de no se sabe qué gigantomaquias trascendentes de la especie humana, al estilo de transhumanistas y “otros alucinados del más allá”. Hora es ya de naturalizar la actividad científica, de secularizar la última de las fes de Occidente una vez que ya todas las demás surcan los cambios culturales como pueden. La pandemia del coronavirus ha puesto ante nuestras narices que la ciencia se abre paso a trompicones, como todo, y está abierta a interpretaciones y costumbres, como todo. No desaprovechemos tampoco esta oportunidad de ser welt-bilder, pues, por volver a Don Miguel de Unamuno –yo no soy unamuniano más que en esto:

Y es que el punto de partida lógico de toda especulación filosófica no es el yo, ni es la representación –Vorstellung– o el mundo tal como se nos presenta inmediatamente a los sentidos, sino que es la representación mediata o histórica, humanamente elaborada y tal como se nos da principalmente en el lenguaje por medio del cual conocemos el mundo (Ibídem, pág. 187).

2 Lo menciono porque se saca siempre a colación cuando se trata de discriminar entre la ciencia ideologizada y esa que decimos libre, sin prejuicios ni control social, y que por supuesto es siempre la que nos pilla más cerca aunque sea costosa y privada.

3 Uber Euklidische Geometrie, citado y traducido en Los lógicos, pág. 106, Jesús Mosterín, Austral.

4 “¡Y es mejor que le falte a uno razón que no el que le sobre!”, El sentimiento trágico de la vida, pág. 82, Ediciones Folio.

5 Puesto que, en efecto, sin tales formidables vehículos históricos no hubiera llegado a ninguna parte, y la idea, si es que a esta barbaridad descomunal se la puede llamar simplemente “idea”, hubiera quedado abortada y olvidada. No es descartable en absoluto que exista vida inteligente en otros planetas que sólo emplee las matemáticas para hacer cuentas.

6 Es decir, que sí, que finalmente la filosofía es locura, pero locura productiva, no nefelibata, como también la ciencia, en el sentido de Hegel, cuando dijo aquello que para la compresión común “el mundo de la filosofía es un mundo al revés”.

-Sobre la esencia de la crítica filosófica en general, y su relación con el estado actual de la filosofía en particular.

7 Esto es todavía más difícil de negar en el Antropoceno. Ya hemos visto que la matemática misma, sin la que no existiría la ciencia moderna, es ya toda una formidable mediación entre el hombre y la naturaleza (incluida esa parte de la naturaleza que es el propio hombre, por cierto, sometido a pesquisa y control computacional). Aristóteles la había rechazado porque a su juicio era puramente mental, dado que implica un operativo estrictamente sintáctico sin referentes semánticos. Dices “dos” y no dices a qué dos cosas o substancias reales te refieres, sólo dices uno más uno, por ejemplo, o raíz cuadrada de cuatro, no “dos patitos”. Pero Galileo la abrazó con gran entusiasmo, y funcionaba espléndidamente en un mundo previamente reducido a relaciones cuantificables… No obstante, la matemática misma es hoy plural, y recuerdo perfectamente haber leído a una experta en fractales que la geometría fractal es una cartografía posible de la realidad, no una realidad. El propio Einstein escogió la geometría de Riemann porque le casaba bien, simplemente.

8 Las geometrías no-euclídeas tienen sentido matemático, teórico, aunque no puedan ser construibles en la intuición (en la Imaginación Trascendental, por decirlo de nuevo con Kant).

9 Que escribió, en las charlas conocidas como Pragmatismo: “¿por qué ha de ser “el uno” más excelente que el “cuarenta y tres” o que el “dos millones diez”?” No se puede sobrestimar el valor de esta tremenda afirmación.

El beso de la finitud

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