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(Auto)Apocalypse Now

El hombre es el pastor del ser, no el señor del ser.

Martín Heidegger

La noticia de que sobre un octavo de las especies vivas (animales y también vegetales) de la Tierra pende una espada de Damocles ecológica por obra de la sobre-explotación humana estaba entre las primeras páginas de los periódicos hace unos meses, y hoy ya se ha hundido hasta las páginas irrelevantes de las alarmas perroflauticas a las que nadie atiende. Sin embargo, se trata de un hecho descomunal, proclamado por un informe de 1500 páginas avalado por la ONU que recoge una investigación de tres años en la que han participado 145 expertos de 50 países con la colaboración de 310 especialistas más y en la que se examinan las transformaciones de la biodiversidad del último medio siglo. Es decir, que no hablamos de un eslogan electoral del PACMA, ni de otra pequeña sombra sobre nuestra mala conciencia apadrinada por Greenpeace o por el hijo o la nieta de Félix Rodríguez de la Fuente. En un mundo menos ensimismado en su estrafalario espectáculo humano (el ensayista italiano Roberto Calasso se pasó la vida señalando con toda razón que la religión predominante de la sociedad actual es la auto-adoración humana), una conmoción como esta sería portada durante un año, se leería en aviones-anuncio sobrevolando las playas durante las vacaciones, daría que hablar a los parroquianos en los bares y en el dentista y movilizaría un millar de iniciativas cursis en Internet y en las escuelas. En vez de eso, da la sensación de que nos hemos convertido en una raza tan insensible y ciega que para que nos estremeciese lo más mínimo el destino animal y vegetal que nos rodea haría falta plantear más bien el negocio diametralmente opuesto: ofrecer la oportunidad a los ricos más cansados de todo, por ejemplo, de darse el gusto de eliminar cruelmente y con sus propias manos al último ejemplar de una especie a cambio de una fuerte suma (esto puede parecer una exageración misantrópica mía, pero estoy convencido de que en realidad bastaría con proponer dentro de unos años el intercambio bajo cuerda y lejos de las cámaras para conseguir un buen montón de clientes de renombre…) Porque, no puede caber ninguna duda al respecto, frente a un holocausto brutal y anunciado como este cualquier noticia acerca de la rebelión de Guaidó, los pactos del PSOE o el final de Juego de tronos es sencillamente ridícula e insignificante, como comparar la Peste Negra que asoló Europa con el resfriado primaveral de un caniche.

Se diría que al ser humano no le basta con extinguirse él mismo, como proponen los antinatalistas (no sin antes hacerse un selfi apocalíptico poniendo morritos y sacando mentón al abismo), antes tiene que llevarse por delante al resto de sus compadres de planeta. Los científicos de este informe han insistido mucho estos días –y llevan insistiendo décadas– en que la reducción de la biodiversidad y el deterioro natural irreversible implica una grave amenaza sobre el nivel de vida de que gozamos los hombres y las mujeres del Primer Mundo, pero a mí me parece que este es un argumento secundario, pueril. Por proponer una analogía, no se le puede decir a un niño que es malo contaminar un río porque así no podrá bañarse ni beber de él después. No: a un niño hay que enseñarle que es malo contaminar un río porque sí, porque el río es un dios, como en El viaje de Chihiro, aunque esta sea una visión mitológica, entre hindú y como de Mark Twain, de un río. La idea de que toda presencia natural en la Tierra, sea animada o inanimada, tenga que ser vista como un recurso económico posible o como una utilidad disponible para una empresa humana rentable o para recreo y diversión del hombre es ya el germen mismo de la destrucción masiva que hoy estamos afrontando. Conozco a mucha gente, sin ir más lejos, que odia a las palomas de ciudad (una especie, por cierto, que jamás se extinguirá por sí sola si no la aniquilamos nosotros), a las que califica despreciativamente de “ratas con alas”, por su supuesta capacidad de transmitir enfermedades infecciosas o por producir heces corrosivas para la anatomía de los edificios. A mí me parece, sin embargo, que es una gloria ver bandadas de palomas dispersándose en cualquier plaza, y que no me imagino las plazas frente a las basílicas de San Marcos o de San Pedro, en las que estuve de niño, sin ellas. Desde luego que habría que controlar su loca fertilidad, pero no sustituirlas por drones con forma de paloma a las que los viejos alimenten con la batería de su móvil, pongamos por caso –pero si esta idea le parece a ud. una bobada sólo espere que a una start-up se le ocurra implementar la aplicación correspondiente… Estamos locos, estamos peor que una bandada de palomas infecciosas y zombis, y lo malo es que lo sabemos, que nos lo advierten todos los días y nos hacemos los suecos –con perdón de los suecos, mucho más civilizados sin duda que muchos otros países del mundo. Vamos camino de preferir un mundo en el que nuestros hijos se regalen con una variedad infinita pero absolutamente indiscernible de videojuegos cuyo argumento es siempre el de derramar sangre a que sigan coexistiendo en el futuro con un millón de especies vivas que se van a perder irremisiblemente en el tiempo, como lágrimas en la lluvia… Ya no habrá zoólogos, ya no habrá botánicos, por no haber no habrá ni las gárgolas parlantes de la catedral de Notre Dame, sólo habrá escapistas adictos a la conexión virtual, como en el Ready Player One de Spielberg o el Metaverso de Zuckerberg26. Y fuera de la conexión, el Desierto de lo Real…

Ayer, una de las mentes pensantes involucradas en el informe de la ONU, un tal Robert Watson, ex presidente nada menos que del Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES), declaraba algo tan revolucionario pero a la vez tan elemental como esto: “necesitamos un paradigma económico modificado para un futuro más sostenible”. Cuando hasta un señor que no está metido en política se adentra en terrenos anticapitalistas o post-capitalistas seguramente sin pretenderlo expresamente es que la historia humana está dando un giro crucial, o que debería darlo pronto. Sería estupendo, sería ejemplar, que lo hiciéramos, pero, ya puestos, no de cualquier manera. Que lo hiciéramos, sí, que acertáramos a ser tajantes y severos con quien hubiera que serlo y detener este autoapocalipsis absurdo, promovido por nosotros mismos en contra de todo, pero en nombre de la subsistencia misma, casi sagrada, del dios-rio, de todos los dioses-río de la Tierra, no por evitar o no evitar quedarnos ulteriormente sin agua potable o sin poder bañarnos en ellos. Llamadme carca, llamadme meapilas, llamadme conservacionista o llamadme beato supino de Gaia, pero incluso a la hora trivial de bañarse o beber, creo que a nuestros hijos y nietos nostálgicos de la Madre Tierra ni una piscina rellena de champán francés les parecerá en el futuro lo mismo…

26 El “Metaverso” es, por cierto, la inversa absoluta de la Zona de Tarkovsky en Stalker. Mientras que el Metaverso tendría un dueño absoluto, un Dios plagado de defectos y ambiciones (Zuckerberg aspira a ser el James Halliday de Ready Player One) que diseñaría hasta el último milímetro de nuestros avatares y cursos posibles de acción, la Zona consiste en la incertidumbre completa acerca del próximo instante o del próximo lugar, no teniendo más dueño que el misterio. Allí donde el Metaverso es artificial y superior –de ahí el “meta”– al mundo analógico, la Zona es pre-humana, sobrenatural, pero inmanente. El reino que Zuckerberg pretende no es, como el del cristianismo, de este mundo, pero sus “milagros” nos van a costar muy caros, en tanto que los de la Zona podían ser mortíferos, sí, pero al menos no beneficiaban a nadie... Lo peor, en cualquier caso, me parece que es lo primero que he apuntado: la realidad, lo óntico como tal, a partir de ahora va a ser privatizado, y eso es algo que jamás había ocurrido en su totalidad en el mundo analógico o natural. Las grandes empresas tecnológicas como el agente ontológico del futuro inmediato es un panorama como para echarse a temblar...

El beso de la finitud

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