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ОглавлениеDiciembre de 2019
Las élites intelectuales y empresarias no notaron lo que millones de ciudadanos rasos sin sus posibilidades sí. Solo nueve meses después, diversas personalidades relevantes del quehacer nacional lloraban arrepentidas el apoyo a la fórmula presidencial ganadora. Ya era demasiado tarde.
Cabecita de Sarlo
Beatriz Sarlo aún pensaba, pensaba y pensaba, porque ese su trabajo, que Alberto Fernández no iría a rifar su destino político a la obediencia de Cristina.
Sí, Beatriz Sarlo, cuyo trabajo es pensar, pensar y pensar, pensaba que Alberto Fernández tenía destino político.
Y pensaba que no participaba en rifas y pensaba que la Fernández 1 había elegido al Fernández 2 para que el Fernández 2 le dictase a la Fernández 1 qué hacer. “Yo lo conozco, es un tipo muy inteligente que supo retirarse en su momento —dijo Betty a un complaciente Marcelo Longobardi en septiembre de 2019, en plena campaña—. Él se retira después de la crisis con el campo cuando ve que el gobierno de Cristina no va a negociar y piensa, supongo, porque no es que lo conozca, que esta es una oportunidad para rearmar alguna zona del justicialismo que sea todo lo contrario de Cristina. Yo no estoy diciendo para nada que esto está acordado con Cristina; esto es más bien lo que yo pienso que él podría hacer”.
Betty pensaba todo esto.
Pensaba que el Fernández 2 se había ido para armar algo que fuera todo lo contrario de la Fernández 1 y consiguió armarlo finalmente cuando la Fernández 1 lo llamó para su fórmula presidencial.
Nada grave si uno no recuerda que el trabajo de Beatriz Sarlo es pensar.
Sin embargo, muchos argentinos cuyo trabajo no es pensar, sí pensaron que el Fernández 2 haría lo que la Fernández 1 dijese por la sencilla razón de que la Fernández 1 fue quien puso al Fernández 2 allí. A través de esa simple acción, millones de argentinos entendieron todo: manda la Fernández 1. Beatriz Sarlo, cuyo trabajo es pensar, no lo entendió así. Entendió que Alberto Fernández no iba a rifar su destino político obedeciendo a Cristina Fernández.
¿Cómo habrá sido el proceso en esa cabecita de Sarlo?
¿Qué habrá pensado?
¿Habrá pensado que Cristina dijo: “Ay, Alberto, ¿querés tener más poder que yo? Bueno, dale, te pongo ahí para que me digás de ahora en más qué hacer, porque en cualquier momento voy presa. Me dedicaré a aprender a tejer crochet para los nenes de Flor y de Maxi, que también van a ir presos. Porque yo, como todos mis antecedentes anuncian, solo voy a dirigir el Senado. No lo voy a usar para zafar, ni para que zafen mis hijos, ni voy a querer que vos levantes un dedo para tener ninguna injerencia en el sistema que va a querer que yo y los chicos tengamos que dar respuestas por lo que todos sabemos que hicimos y que ya está probado. Ya sabés, miedo a Dios, nomás. Y un poquito a mí”?
Los intelectuales argentinos, los que a lo largo de los años han venido a enrostrarnos sus lecturas profundas en entrevistas televisivas a las que nunca dicen no, quieren pasar por la decadencia nacional sin inmutarse, sin responsabilizarse, sin mancharse. Si supieran que muchas veces son llamados porque los productores de televisión los tienen en las agendas del sí fácil, que los salvan de cualquier bache en la programación, quizá se les movería un poquito el banquito del ego.
Esta gente vota
Hay otra gente que no se dedica a pensar, o al menos no en los términos de Sarlo. Son los empresarios que, como todo el mundo sabe, en Argentina se dedican a empres.ar, que quiere decir protagonizar diálogos como este:
—Tome usted, señor empresario, esta licitación hecha a su medida. Esperamos que sea de su total agrado y que cumpla sus expectativas.
—Muchas gracias, señor funcionario. Este bolso es suyo. Haga con él lo que quiera. Si tiene la malísima suerte de que le toque justo un juez que en un momento de honradez lo denuncie, ya tendrá un convento a mano para revolearlo.
Pues bien, esos empresarios con cabecita de Sarlo también son responsables de esto que hay hoy.
Ellos, autoelegidos eternos para diseñar los caminos de la economía del país, que se las saben todas, que estuvieron en todas y cada una de las asunciones del poder nacional, no vieron lo que tantos argentinos sí vieron y sintieron en diciembre de 2019.
Empresarios argentinos, pescadores en peceras, que no intentan conquistar el mundo porque con vender en las Saladitas de todo el país les alcanza y les sobra. Obvio, pocos de ellos son los que ahora se animan a levantar un poquito la voz porque el populismo los trata con palo y zanahoria.
Palo: porque por esa manera de empresari.ar que tienen dependen del gobierno tanto o más que una familia con ingreso familiar de emergencia (ife) y asignación universal por hijo (auh). Nunca harán nada que pueda enojar al patroncito y los deje fuera del telefonazo que avisa de las condiciones a medida de la nueva licitación para comprar “porotos, fideos y esas cosas que comen los pobres”, como decía la Susanita de Quino, esa madre putativa de las Fabiolas, las Malenas, las Mayras y las Ofelias, aunque ellas se autoperciban Mafaldas o Libertad.
Zanahoria: porque pertenecer tiene sus privilegios.
Era todavía diciembre de 2019 y Eduardo Costantini aseguraba: “Me sorprendió para bien Alberto Fernández”. Pocos días después, desde su casa de Manantiales en Punta del Este, extasiado, Cristiano Rattazzi sentenciaba: “El primer mes de gobierno de Alberto Fernández fue brillante”.
Para millones de argentinos que no eran Beatriz Sarlo ni empresarios de la Unión Industrial Argentina (uia) o de la Asociación Empresaria Argentina (aea), las cosas estaban mucho más claras. Se venía el choreo, la venganza y la impunidad. Pero a los empresarios no les molestaba, o querían ser parte de…
Era diciembre de 2019 y los empresarios de la aea se sentaron a comer con el presidente Coso. En la coqueta mesa principal, no faltó nadie: Jaime Campos, presidente de la aea; Federico Braun, de La Anónima; Sebastián Bagó, de los laboratorios; el constructor José Cartellone; el supermercadista Alfredo Coto; Héctor Magnetto, del Grupo Clarín; Carlos Miguens, del Grupo Miguens; Luis Pagani, de Arcor; Rattazzi, de Fiat, y el ceo de Techint, Paolo Rocca. En las mesas del costado, deglutían Carlos Blaquier, de Ledesma; Martín Brandi, de Petroquímica Comodoro Rivadavia; Alejandro Bulgheroni, de Pan American Energy; Eduardo Costantini, de Consultatio; Eduardo Elsztain, de irsa; Alberto Grimoldi; Martín Migoya, de Globant; Alec Oxenford, de olx; la directora del área de Educación de la aea, Cecilia Pasman, y Luis Pérez Companc.
A la salida de la comilona, se peleaban por agarrar un micrófono y elogiar a Coso. “Lo noté muy consistente, muy realista. Se nota que hay un programa económico. Lo veo muy razonable”, dijo Costantini.
Don Alfredo Coto, al que todos conocemos, fue la voz de varios de los asistentes que prefirieron no hablar. Dijo que el encuentro “fue muy bueno”. Amadeo Vásquez fue clarito: “Me pareció brillante, muy claro y preciso”. El textil Teddy Karagozian se la jugó: “Esto no es kirchnerismo. El presidente es Alberto y eligió una forma de gobernar y es con todos”. Para terminar, el presidente de la aea, don Jaime Campos, elogió del presidente Coso que haya tenido “un diálogo muy abierto”, y le gustó que le haya asegurado que “no quiere insistir en la herencia recibida”.
Como se dice en estos casos, esta gente vota.
¿Por qué los empresarios, con tanta información, no veían eso que era obvio? ¿No lo veían, o no les importaba? ¿Creyeron, como Betty, que la Fernández 1 había elegido al Fernández 2 para que el Fernández 2 le dictase a la Fernández 1 qué hacer? ¿Quizá todavía confiaban en el viejo mito de que solo el peronismo puede manejar este país? O siendo más brutales: ¿estaban encontrando otra vez el camino fácil que siempre para sus negocios les allanó la “política tradicional”, que es el eufemismo que usan los comentaristas cuando no quieren decir “peronismo”? No hay que olvidar que muchos de ellos solo nadan en piletas con las tres canillas acostumbradas: la caliente, manejada por la Confederación General del Trabajo (cgt), la fría, operada por ellos, y la que dispone la cantidad de agua, en manos del gobierno peronista. Ellos no se zambullen en los siete mares del mundo. Ahí nada Marcos Galperin, no casualmente alguien que no salió a elogiar al presidente Coso después de su primer encuentro; más bien huyó del país, perseguido por los tiburones de Moyano.
No descartaría la hipótesis de que muchos de ellos, sabiendo lo mismo que sabía gran parte del país —que se venía un festival de subsidios y corrupción—, se alegraron por eso. Solo que no imaginaron el tamaño del desastre. Hubieran preguntado.
¿Y ahora me lo venís a decir?
Apenas nueve meses después de la apología de la nada, Eduardo Costantini lloriqueaba: “Con las últimas medidas económicas, vamos de frente a una pared”.
Los de la uia, enojados todavía porque el exministro de la Producción Francisco Cabrera alguna vez les dijo “llorones” por no modernizarse y competir, hicieron trompita, pero bajito, y continuaron aplaudiendo al presidente Coso en el imaginario Día de la Industria Nacional. Le dejaron un documento que decía que el 63% de las empresas en septiembre de 2020 ya no estaba produciendo o tenía caídas mayores al 50%, y que la caída de las ventas afectaba al 62% de las empresas con bajas mayores al 30%. Lo dijeron, pero como que no se notara, no fuera que se enojase Fernández 1, que mire usted por donde mire resulta finalmente quien manda, cosa que todos sabíamos menos los intelectuales y los empresarios.
Con el presidente Coso tienen la delicadeza que no tuvieron con Macri. ¿Cómo olvidar que, en octubre de 2019, el presidente de la uia, Miguel Acevedo, recibía con lisonjas al candidato Coso al día siguiente de dejar plantado al entonces presidente Mauricio Macri?
Era diciembre de 2019, gran parte del país estaba de luto y ya sabía lo que la aea sollozaría casi un año después, que no habría orientación ni una política definida, previsible y mantenida en el tiempo. Le podríamos haber avisado a Martín Migoya, que estuvo en aquel banquete, lo que reconocería ocho meses después, en la 37ª edición del congreso del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas: “Sin un marco claro, no se puede pensar en una reinversión del sector privado. Mucho menos, en hacerlo crecer”.
Yo te avisé
Pero mientras los cabeza de Sarlo discurrían sobre “Alberto, el bueno”, mientras Tinelli llenaba su boca de alfajores lavados en paraísos fiscales, millones de argentinos pasábamos de la bronca a la apatía, de la apatía a la tristeza, de la tristeza al insulto, del insulto a la desesperación, de la desesperación al asco.
Me corrijo. No, no íbamos de una sensación a otra. No había sentimientos fugaces. Eran simultáneos. Sentíamos que nos estábamos quedando sin aire, sin país, sin esa idea de país que consagra el preámbulo de la Constitución. Veíamos que unos cuántos tipos, siguiendo intereses muy claros (los propios), iban a entregar la república por dos monedas (lo de “dos monedas”, claro, no es literal).
Como siempre, empezaron cambiando el significado de las palabras. Los intelectuales no lo anunciaron. Las feministas festejaban a la presidenta Alberta. Los científicos se reunían con “Alberto” para amenazar todos juntos, entre sonrisas maquiavélicas, a Sandra Pitta, que se había animado a contradecirlos. Los empresarios sacaban sus cuentas. Mientras tanto, nos percatábamos de todo eso y solo podíamos poner cartelitos en las redes comunicando: “Yo te avisé”.
Entonces, “devaluación”, que es algo que todos conocíamos y significaba que éramos más pobres, pasó a ser simplemente “un impuesto al turismo”. Treinta por ciento más para conseguir esa moneda que permitía a cualquier ciudadano dar una vuelta por el mundo, entender que no somos únicos en el planeta, ir a ver qué hay de bueno por ahí, aprender.
“Ajuste”, que es algo que todos conocíamos y significaba que éramos más pobres, pasó a ser simplemente “solidaridad”.
Lo que desde diciembre estaba claro era que el gobierno no entendía que nosotros, los de entonces, ya no éramos los mismos. Sabíamos que las palabras en sus bocas mentirosas no tenían ningún valor. Les conocíamos el truco, pero ellos iban a insistir con los mismos conejos de las mismas galeras. Ellos no lo sabían. Nosotros sí.
No iba a haber Dylan que pudiera engañar a argentinos que ya habían escuchado que no se contabilizaban pobres para no estigmatizarlos; que en Chaco había desocupación 0; que en Argentina se comía por 6 pesos o que en este país había menos pobres que en Alemania. Eso, claro, cuando se animaban a dar la cara, y no huir como rata como un exministro de Economía: “Me quiero ir”, dijo, cuando una periodista extranjera osó preguntarle qué inflación había en ese país maravillosamente inventado. Así, que años después otro ministro de Economía dijera que no quiso decir que iba a sarasear cuando estaba presentado el Presupuesto 2021 era un truco ya gastado.
Eso era lo que ya sabíamos en diciembre y el gobierno despatarrado que entraba a la Casa Rosada no quiso entender.
Que ya no habría espacio para el engaño.
Que nadie podía decir: “El 10 de diciembre subo un 20% las jubilaciones” y el 20 de diciembre anunciar un ajuste a jubilados que cobraban 20.000 pesos.
Que no alcanzaba tanto excolega tirando la pelota afuera cuando lo que cubría al país era un ajuste contundente sobre la base de impuestos y desenganche de jubilados.
Que quedó claro que la Iglesia ayudó a imponer el número 40% de pobres al real 32. Por supuesto que era horrible que el país tuviese un 32% de pobres. No obstante, más espantoso y escandaloso (aunque no haya producido ningún escándalo) fue que la Iglesia jugase a través de la Universidad Católica Argentina (uca) con ese número, largándolo oportunamente con malicia para beneficiar su relato. Y que después dijera: “Ay, me equivoqué; bueno, ya está”. Que ya sabíamos que el papa mentía.
Que cuando algunos periodistas, para cubrirse, en una nueva muestra de indignidad y cinismo nombraban a “la clase política”, ya quedaba clara la jugada: decir “son todos lo mismo” es meter a todos “en el mismo lodo, todos manoseados”. No. ¿Saben qué? Allá en el horno no nos vamos a encontrar. Porque no somos lo mismo. Carlos Caserio, el senador peronista cordobés, tartamudeó cuando Carolina Amoroso le preguntó para tn por el esfuerzo de la política y, cínicamente, contestó: “Hablar del esfuerzo de la clase política es no entender el Estado, no es un elemento productivo del país”. Pocos meses después, con la pandemia y el pedido a todos de hacer un esfuerzo, fue justamente el presidente peronista el que decidió que no iban a hacer ningún esfuerzo.
Claro que no son todos lo mismo.
Claro que hay legisladores que se vendieron antes de jurar en la primera votación. En Cambiemos, fueron la tucumana Beatriz Ávila, el santacruceño Antonio Carambia y el dirigente de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (uatre) Pablo Miguel Ansaloni, que entraron por Juntos por el Cambio y apenas fueron elegidos pasaron a la bancada de Unidad Federal para el Desarrollo. Claro que no es lo mismo sacar una ley que ajuste la jubilación por inflación + salarios, como hizo el gobierno anterior, que decretar: “Te aumento cuando quiera lo que quiera”. Te superaron, Discépolo: los inmorales ya no solo nos han igualado. Nos han superado. En diputados, en senadores, en cada uno de los organismos del Estado en donde una banda de forajidos, creyéndose dueños de lo colectivo, humillaron a empleados y rompieron los lectores biométricos. Los asesores de la nada, los intelectuales funcionales, los artissstas artisssteando su sensibilidad de contrato, insignificantes florcitas tristes en el florero de la inmundicia.
Claro que no hay posibilidad de transparencia en un show en homenaje a la solidaridad cuando “solidaridad” es la palabra que usaron esta vez para el robo. Porque Juan Carr hizo su última aparición estelar el 22 de diciembre de 2019 con #CantaArgentina. A las 20 horas, en la Plaza de Mayo, su Red Solidaria organizó una cantada popular. La idea era que en más de trescientas ciudades se cantase “Inconsciente colectivo”, de Charly García. Turf, Airbag, Hilda Lizarazu, Juan Carlos Baglietto, Lito Vitale, Zorro Von Quintero, Fernando Samalea, Javier Malosetti, entre otros, se dignaron a pasar por el escenario. Con gran presencia en los medios estatales y cobertura de la agencia oficial, los artistas homenajearon a la solidaridad, que ya para ese entonces era el 30% del precio de los dólares. A propósito de Juan Carr, en diciembre de 2019 ya sabíamos también que por más frío que hiciera no iba a volver a repetir la épica de aquella noche en River, cuando había sobreactuado en cámara preocupación y tristeza por los homeless porteños.
Entre otras cosas, en diciembre de 2019 ya sabíamos que no se podía confiar en Juan Carr.
Mañana es mejor
Hay otra cosa más que supimos desde diciembre de 2019. Fue fundamental y nos sigue manteniendo en pie. Es algo para recordar todo el tiempo.
No ganaron los mafiosos por siempre. Es cierto que era difícil verlo en ese momento, cuando festejaban con soberbia. Pero siempre supimos que hay otro país. Hay gente honesta, trabajadora, valiente. Estuvo un poco desorientada, porque no sabe luchar con armas tan bajas; porque el cinismo de pedir igualdad para que todos seamos pobres mientras Dylan come de la mano caprichosa del amo es demasiado; porque la caradurez de convertir “políticos presos” en “presos políticos” los paraliza; porque no son así.
No hay tierra arrasada.
Hay tierra con bronca.
Esa bronca se organiza.
Esa bronca, un tiempo después, es acción.
Los que en diciembre festejaron con soberbia no lo esperaban. Los sorprendidos terminaron siendo ellos.
A la pensadora Betty, le pasó lo peor que le podía pasar: se convirtió en intrascendente.