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D. DEMOCRACIA, LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y POLARIZACIÓN

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Además de las amenazas originadas en la inundación de información falsa, el proceso de formación de preferencias políticas se encuentra hoy severamente afectado también por la radicalización de la polarización política. Este no es un fenómeno nuevo, pero el grado de virulencia que está alcanzando en varias de las democracias liberales del planeta empieza a generar una preocupación sin precedentes a la vez que se ve acompañada de una marcada impotencia para revertirla. Los efectos nocivos que esta extrema polarización tiene sobre la deliberación pública representan un severo riesgo a la supervivencia del ideal de autogobierno, pues impactan sobre el proceso de formación de preferencias con las características propias que este requiere para poder contribuir a la autodeterminación colectiva. Esta espiral hacia una mayor polarización política podría estar relacionada con el modo en que ejercemos la libertad de expresión o en que nos expresamos en el debate público, sobre todo a partir del surgimiento de la internet como plataforma alternativa a los grandes medios de comunicación de masas del siglo pasado.

Estos medios del siglo XX desempeñaban un papel crucial para el ejercicio de la libertad política, ejercicio que tenía dos características centrales. En primer lugar, estos medios operaban como un espacio de intercambio y convivencia en un arco más o menos amplio de diversidad. Un mismo canal de televisión exhibía diferentes programas —noticieros, películas, documentales, entre otros— incluso con diferentes enfoques y perspectivas entre sí. Un mismo programa, un noticiero, por ejemplo, podía ofrecer una más o menos amplia gama de visiones, información y opiniones. Es cierto que los canales de televisión o los periódicos tienen una línea editorial que de algún modo ilumina ciertos contenidos y desplaza o excluye otros, pero dentro de lo que esa línea editorial marca, existe casi siempre cierta diversidad de opiniones y de información. Cuando el sesgo y la exclusión resultan muy radicales, los estados han intentado o intentan mecanismos que fuercen un cierto grado de diversidad, como sucedió con la denominada “doctrina de la equidad” (fairness doctrine) aplicada por la Comisión Federal de Comunicaciones en los Estados Unidos en la década de 1960. Por otro lado, la combinación de todos los canales, con sus programaciones variadas, ofrecía y ofrece al televidente o al lector —aunque hoy ya no son tan relevantes como lo fueron en el debate público— un desfile de temas, personajes, visiones, perspectivas e información que lo exponían y exponen, incluso involuntariamente, a realidades no buscadas, inesperadas y enriquecedoras. Sunstein, recurriendo a la teoría urbanística de Jane Jacobs40, compara estos “intermediarios de interés general” con la función que cumplen las calles de una gran ciudad cuando sus barrios no están segregados y permiten que las personas que las recorren sean invadidas por la diversidad del mundo que las rodea. En esas veredas las personas se exponen sin buscarlo a las realidades más diversas: personas pobres y ricas, de todas las razas y todos los colores de piel o conversaciones de todo tipo en bares y en el transporte público.

La segunda característica central de esos medios del siglo XX consistía y consiste en que sus contenidos son generalmente producidos por un equipo de editores, periodistas y columnistas profesionales que emiten un mensaje que es recibido pasivamente por los televidentes, radioescuchas y lectores. Sin embargo, con el surgimiento de las redes sociales y fundamentalmente de los filtros que hacen posible que en ellas solo interactuemos con quienes queremos y, como consecuencia de la homofilia que parece caracterizar nuestras decisiones41, lo hagamos solo con quienes se asemejan a nosotros mismos Estos filtros alteraron totalmente el intercambio de ideas, opiniones e información en el debate público. Ellos evitan que nos topemos con la diversidad que nos ofrecían los medios de comunicación que dominaron el siglo XX.

Las redes sociales nos convirtieron en productores de expresión, además de receptores. De este modo, aquellos que se expresan pueden hacerlo con una agenda y perspectiva cada vez más estrecha y, gracias a esa combinación de filtros y homofilia, los lectores pueden decidir exponerse solo al emisor que expresa del modo más estrecho y ajustado un punto de vista idéntico al del receptor. La “guetización” del debate público y el aislamiento exponencial de los grupos homogéneos impiden la deliberación política y exacerba la radicalización de las posiciones, lo cual profundiza la polarización hasta niveles peligrosos para el funcionamiento de la democracia. La única información que nos llega es la que diseminan aquellos que piensan como nosotros y las únicas opiniones que escuchamos son las de aquellos con quienes compartimos puntos de vista. Si bien esto sucedía ya con los medios de comunicación de masas del siglo XX, los filtros contribuyen hoy a que el grupo con el que interactuamos sea mucho más pequeño e idéntico a nosotros mismos que bajo el contexto previo al surgimiento de la internet y de las redes sociales. Según algunos autores, el ejercicio de la libertad de expresión bajo estos nuevos patrones se puede convertir —o ya se convirtió— en una amenaza significativa a la democracia tal como la concibe la tesis deliberativa42.

Resulta legítimo preguntarse si aquellas metáforas que guiaron nuestra discusión hasta ahora, la del mercado de ideas, la de Hyde Park o la de la asamblea de ciudadanos, siguen siendo útiles para comprender esta nueva realidad y actuar sobre ella. Creo que esos instrumentos que nos ayudaban a pensar los viejos problemas de la libertad de expresión continúan funcionando como inspiración de nuestras teorías y de nuestras propuestas de solución a los problemas derivados del ejercicio de la libertad de expresión. Algunos rasgos críticos de la libertad de expresión entendida a partir del modelo del mercado de ideas resultan potenciados con el nuevo contexto tecnológico. Aparentemente, ya no tenemos un solo mercado con góndolas que exponen diferentes opciones. A diferencia de lo que sucede en el mercado de bienes y servicios, donde los pequeños negocios desaparecen por el avance de los hipermercados, la oferta de ideas e información, definida a su vez por una demanda signada por la homofilia y exacerbada por las posibilidades que proveen los filtros, ha fraccionado el supermercado. Ahora cada góndola se ha convertido en una microtienda de nicho a la que se acercan exclusivamente los consumidores que además son proveedores de ese particular grupo de ideas e información. Mercados altamente especializados han reducido la oferta y se han aislado unos de otros creando pequeños monopolios informativos, lo cual, combinado con el fenómeno de las noticias falsas, genera consecuencias impredecibles y altamente peligrosas para el sistema político. Desde la perspectiva de Hyde Park, ya no hay una esquina donde se concentra el debate y desfilan las personas con sus diferentes ideas.

A diferencia de la tesis optimista de Balkin que ve en la multiplicación de esquinas la proliferación de espacios para que se desarrolle una cada vez más rica cultura democrática, también sería posible afirmar que hoy hay esquinas en cada barrio cerrado y en cada gueto, donde las ideas se parecen y ofrecen perspectivas diferentes y aisladas que no interactúan con las que se ofrecen en la esquina del gueto o barrio cerrado adyacente. Si Hyde Park ya ofrecía pocas posibilidades para el diálogo y la deliberación, la multiplicación de Hyde Parks y la homogenización de lo que se expresa en cada uno de ellos podría terminar definitivamente con la deliberación y, en consecuencia, con el autogobierno, degradando aquello que concebimos como democracia. De todas estas metáforas, la que quizá refleja de un modo más radical los nuevos desafíos, riesgos y peligros es la de la asamblea de ciudadanos, pues el nuevo contexto de guetización producido por la combinación de filtros y homofilia torna imposible la deliberación, radicaliza la polarización, aumenta la alienación de los diferentes grupos y hace imposible tanto la autonomía como el autogobierno. De avanzar esta tendencia, ya no habría una única asamblea de ciudadanos. Ya no lograríamos que la diversidad del colectivo se encuentre en el espacio comunitario donde se intercambian puntos de vista. Si cada uno se queda en su casa, con sus familiares y amigos regodeándose en sus visiones del mundo afines entre sí, entonces la sala donde antes tenía lugar la asamblea en la que todos confluían para tomar decisiones juntos más allá de sus diferencias corre el riesgo de quedar vacía.

Libertad de expresión: un ideal en disputa

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