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INTRODUCCIÓN

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La libertad de expresión es un ideal central en las constituciones de las democracias liberales del mundo. También forma parte de los acuerdos internacionales de derechos humanos suscriptos por la mayoría de las naciones del globo. Sin embargo, determinar el alcance del ejercicio de esa libertad no solo no resulta sencillo, sino que es una cuestión altamente controvertida. Lo mismo sucede, como en un espejo, con la identificación de las obligaciones que tiene el Estado para asegurar el derecho a expresarse. Para responder a ambas cuestiones —el alcance del derecho y la naturaleza de las obligaciones del Estado— es necesario articular una teoría que ilumine los fundamentos de esa libertad, lo cual resulta insoslayable al momento de enfrentar los antiguos y nuevos desafíos o amenazas provenientes de gobiernos y particulares.

A lo largo de los últimos tres siglos, la discusión en torno a la libertad de expresión se ha visto enriquecida por la experiencia —tanto positiva como negativa— de aquellos que han intentado ejercer su derecho. En los comienzos de esa historia la preocupación se centraba en impedir la censura estatal impuesta fundamentalmente a aquellos que se manifestaban contra el gobierno por medio de la provisión de información o de la emisión de opiniones. Ya a mediados del siglo XX, tomamos consciencia de que las amenazas podían estar ocultas en normas, políticas y prácticas que, sin prohibir la expresión de un modo directo, la hacían imposible o muy dificultosa. El silenciamiento se lograba por medios más sutiles. Por ejemplo, la libertad de publicar un periódico o de escribir en él podía no estar coartada, pero si el acceso al papel para diarios se veía impedido, esa libertad se tornaba imposible de ejercer. Pasarían varias décadas para que detectáramos prácticas y acciones ahora en cabeza de particulares, que podrían poner en peligro la posibilidad de expresarnos con libertad. La concentración de medios del siglo XX y los filtros de acceso a internet del siglo XXI como formas de silenciamiento provocadas por acciones de agentes no estatales son la manifestación de una categoría de desafíos nuevos impensados en el siglo XVIII.

Las experiencias han ido cambiando, pero los principios en juego y los debates justificadores en torno a la libertad de expresión se han mantenido constantes. El recorrido por el camino hacia la comprensión de los problemas, por un lado, y la propuesta de soluciones legales y de políticas públicas tendientes a asegurar el ejercicio de esta libertad esencial, por otro, requieren un mapa que nos ayude a comprender cuáles son las tensiones más profundas entre los principios en disputa. Este libro es un intento de proveer esa cartografía. Para ello, en él se reúnen cuatro trabajos de autores que durante el siglo XX y lo que va del XXI han asumido posturas paradigmáticas en este debate y que han pasado a formar parte de una especie de canon relevante para comprender aquello que está en juego.

En primer lugar, este volumen ofrece la traducción del capítulo “The Rulers and the Ruled” (“Los gobernantes y los gobernados”) del influyente libro que Alexander Meiklejohn publicara en 1948, titulado Free Speech and its Relationship with Self-Government1. Este autor estadounidense, que vivió entre 1872 y 1964, se desempeñó como profesor de filosofía y es reconocido como el impulsor de importantes reformas en el campo de la educación. Fue también un vehemente defensor de la libertad de expresión como manifestación de la libertad política y por ello articuló lo que podríamos denominar una teoría democrática de la libertad de expresión, concibiendo esta última como una precondición del régimen de gobierno en el que la ciudadanía toma las decisiones directamente o por medio de sus representantes. Los otros tres textos son de autores más contemporáneos que al momento en que se escribe este ensayo se desempeñan como profesores de la Facultad de Derecho de la Universidad de Yale. El segundo capítulo corresponde a un artículo de Robert Post, publicado en 1993, que se titula “El error de Meiklejohn: autonomía individual y la reforma del discurso público” y ataca la teoría de este último por considerarla en severo conflicto con el principio de autonomía, incluso calificándola como “colectivista”. El texto de Post no solo tiene como objeto de su crítica al decano de la visión democrática de la libertad de expresión, sino que también va tras los trabajos de un conjunto de autores que siguieron sus pasos con nuevos desarrollos tributarios de esta teoría: Owen Fiss, Harry Kalven y Cass Sunstein. El tercer trabajo es un texto del profesor Fiss que constituye una respuesta a la premisa de Post y a su duro ataque a la tesis de la libertad de expresión como precondición de la democracia. Fiss, que publicara en 1996 su obra central en la materia, titulada La ironía de la libertad de expresión2, reacciona a las críticas de Post con el trabajo del 2017 que aquí se presenta, en un intento de demostrar la falta de fundamento de la teoría de quien fuera, a su vez, su estudiante y discípulo en Yale. Por último, cierra el libro un trabajo de Jack Balkin, quien, sin presentar un profundo desacuerdo con la tradición iniciada por Meiklejohn, considera que el trabajo de este último, tal como el de Fiss, surgió como reacción a la aparición de los grandes medios de comunicación de masas del siglo XX y que, debido a los radicales cambios tecnológicos del siglo XXI, debería ser revisado. En la reconstrucción que hace de esa línea de pensamiento, Balkin identifica en el surgimiento de la radio y la televisión la causa de los temores de Meiklejohn y de sus seguidores de que esos medios de comunicación distorsionen la discusión pública o de que, al menos, la empobrezcan y afecten así el corazón del régimen democrático. El trabajo de Balkin intenta desplazar el eje que el debate tuvo hasta el surgimiento de la internet y entiende que aquellos temores y preocupaciones que inspiraron la tesis de la libertad de expresión como precondición de la democracia han devenido anacrónicos a partir de un avance tecnológico que permite a todos expresarse sin límites, sin depender de los grandes medios de comunicación de masas y sin que éstos operen como cuellos de botella en el ejercicio de la libertad de expresión. Si los medios masivos operaban como obstáculos a la expresión de la ciudadanía ahogando el debate público, la internet democratiza la expresión al hacer posible que todos lleguen con su voz a esa discusión. Balkin también propone revisar la noción de democracia como forma de gobierno y articula una noción alternativa a la que denomina “cultura democrática”, la cual requiere también una nueva noción de libertad de expresión que trascienda la política.

El estudio preliminar que aquí presento tiene el objetivo de reconstruir el debate teórico alrededor del contenido y la justificación de la libertad de expresión por medio del análisis de las ideas de los autores mencionados. Las diferentes tesis en tensión han recurrido a persuasivas metáforas para presentarse. A su vez, las críticas y teorías alternativas han apuntado hacia esas mismas metáforas y sus implicancias con el fin de demostrar los diferentes problemas que encierran esas teorías. Las metáforas de la libertad de expresión, como, por ejemplo, las del mercado de ideas o la de la asamblea de ciudadanos3, han permanecido como hilos conductores de un debate jurídico y político que atraviesa siglos, tecnologías y prácticas políticas. Esas metáforas nos recuerdan los principios que subyacen a las diferentes concepciones de la libertad de expresión y nos devuelven siempre a las primeras intuiciones, aquellas que disparan nuestras ideas y teorías, que las someten a juicio crítico y que son reconfiguradas conforme a los mandatos del método del juicio reflexivo rawlsiano. Las metáforas no responden a modelos de regulación, sino que apelan y expresan los principios más profundos que subyacen a esos modelos, ofreciendo razones para adoptarlos, rechazarlos o mejorarlos. Por eso las metáforas perduran, incluso cuando las teorías se refinan y mutan, cuando los autores pasan o se agrupan en torno a las teorías. Las metáforas, a pesar de ser sencillas, pueden encerrar una sabiduría desafiante, con suficiente energía para resistir el paso del tiempo.

A continuación presentaré y analizaré las metáforas asociadas con las diferentes teorías sobre la libertad de expresión que articularon los autores cuyos textos aquí se publican. Me detendré en la historia y las características centrales de cada una de ellas, así como en las críticas usuales que se les han hecho. Luego enfocaré los dos valores fundamentales alrededor de los cuales se ha planteado la disputa teórica central acerca de los alcances de la libertad de expresión y de las obligaciones que el Estado tiene para asegurar su ejercicio: la autonomía y la democracia como expresión del ideal de autogobierno. También profundizaré en las implicancias que el surgimiento de la internet tiene respecto de la conceptualización de la libertad de expresión y de ese régimen de autogobierno democrático. En este sentido, me centraré particularmente en el impacto que estos desarrollos tecnológicos tienen en el proceso de formación de preferencias políticas y en la polarización del debate público. Estos potenciales peligros para el buen desarrollo de la democracia, en especial para su concepción deliberativa, oponen desafíos complejos para el ejercicio de la libertad de expresión, así como también para el diseño de normas y políticas públicas dirigidas a poner en práctica las responsabilidades estatales respecto del ejercicio a expresar libremente ideas e información y la creación de las condiciones necesarias para que la deliberación democrática no se vea amenazada. Con este marco teórico y conceptual en mente, dedicaré la última sección de este estudio preliminar a sugerir posibles propuestas tendientes a enfrentar la nueva agenda que en materia de libertad de expresión ocupa y aqueja a los estados y a la sociedad civil de América Latina.

Libertad de expresión: un ideal en disputa

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