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INTRODUCCIÓN

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Al reflexionar sobre la antropología mexicana contemporánea no se puede dejar de lado el trabajo de campo, herramienta básica para la producción del conocimiento antropológico y parte sustantiva de nuestro quehacer.

Esta herramienta —como parte de una disciplina científica— es también un producto histórico y sociocultural, que nace en tiempos y lugares específicos, y por lo tanto no es neutral (Guber, 2018); está determinada por las condiciones nacionales, regionales y en momentos históricos específicos. Esto nos lleva a preguntarnos cómo hacemos trabajo etnográfico en un mundo globalizado que ha sufrido transformaciones radicales en todas las dimensiones de la vida social, caracterizado por flujos (de saberes, de tecnologías, de personas) en donde se cuestiona el sentido de lo autocontenido, de lo cerrado, de las certezas de las fronteras.

El interés de este trabajo es explorar cómo hacemos trabajo de campo hoy, en el contexto mexicano, país pluricultural, inserto en procesos de globalización, y dentro del marco del capitalismo neoliberal. Desde ese contexto histórico específico, quiero llamar la atención sobre algunos aspectos concretos que considero relevantes para reflexionar sobre las implicaciones que tiene ello en el conocimiento que estamos produciendo.

Llama la atención que, siendo un eje fundamental de nuestro quehacer, el trabajo de campo se ha constituido en una suerte de “evidencia ideológica”: un tanto oscuro, poco visible, raras veces discutido, que depende de la intuición del investigador, constituido casi como un espacio “íntimo” (subjetivo) de cada antropólogo con fronteras infranqueables que sólo podemos mirar a través de los resultados finales de cada investigación. Lejos estamos de aquella propuesta de Malinowski cuando planteaba que:

Los resultados de una investigación científica, cualquiera que sea su rama del saber, deben presentarse de forma absolutamente limpia y sincera, nadie osaría presentar una aportación experimental en el campo de la física o de la química sin especificar al detalle todas las condiciones del experimento, una descripción exacta de los aparatos utilizados: la manera en que fueron encauzadas las observaciones; su número; el lapso de tiempo que le ha sido dedicado y el grado de aproximación con que se hizo cada medida. En las ciencias menos exactas, como la biología o la geología, esto no puede hacerse de forma tan rigurosa, pero cada investigador debe poner al lector en conocimiento de las condiciones en que se realizó el experimento o las observaciones. En etnografía, donde la necesidad de dar clara cuenta de cada uno de los datos es quizá más acuciante, el pasado no ha sido por desgracia pródigo en tales exactitudes, y muchos autores no se ocupan de esclarecer sus métodos, sino que discurren sobre datos y conclusiones que surgen ante nuestros ojos sin la menor explicación (Malinowki, 1976:19-20).

Si bien en países como Estados Unidos, Inglaterra, España, Francia y Argentina hay una importante reflexión sobre el tema, en México, es hasta finales del siglo XX cuando comienzan a aparecer publicaciones con esta intención.1

Desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX —primero con Franz Boas (1883-1884) y Radcliff Brown (entre 1906 y 1908), y poco después con la investigación de Malinowski (1914-1920)— el trabajo de campo se consolidó como el eje del quehacer etnográfico.2 Particularmente en la “Introducción” de Los argonautas del Pacífico Occidental, Malinowski sienta las bases de la etnografía contemporánea. Esas pri meras reflexiones se constituyeron en el eje de la metodología antropológica, con una vigencia admirable a pesar de los enormes cambios sociales, económicos y tecnológicos ocurridos en el mundo desde en tonces. El trabajo de campo se caracterizó como intensivo, directo (es decir, cara a cara) y prolongado, en donde el punto de vista local adquirió gran relevancia, en contextos de pequeñas comunidades cla ramente acotadas, culturalmente extrañas, y que implicaba diversas formas de “estar allí”

[…] el investigador trata usualmente de vivir con o cerca del grupo que estudia durante las manifestaciones de su diario vivir y a este proceso de convivir con un pueblo extraño se le llama trabajo de campo (Hermitte, citado en Guber, 2018:212).

¿Qué tan viable es continuar con esas premisas en un mundo que se ha modificado en todas sus dimensiones? De allí la importancia de revisarlo continuamente como parte de las reflexiones metodológicas de la disciplina.

Me centraré en tres aspectos que considero fundamentales para explorar las preguntas que guían mi reflexión: la condición del trabajo de campo; la posición del investigador vs. la posición del sujeto de investigación; y la construcción del dato y su interpretación.

Repensar la antropología mexicana del siglo XXI

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