Читать книгу Las pasiones alegres - Pablo Farrés - Страница 12

8.

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–¿Por qué me hacés ver esto? –le preguntó al otro.

–Ese mismo es el dispositivo de tu memoria.

–No sé dónde estoy, ya no sé ni siquiera cómo me llamo.

–Siempre estuvimos acá, décimo piso del edificio de la Compañía, sala de reuniones del Directorio.

–Me acuerdo de algunas cosas: Teiler. ¿Teiler me quitó la memoria artificial? ¿Existe, existió alguien llamado Teiler?

–Digamos que sí, de algún modo, en tu cabeza o en el mundo, Teiler existió; hubo una implantación de una memoria falsa y también una extirpación. Después entraste en un estado catatónico. Tenías los ojos dados vueltas, la boca llena de espuma y ya empezaba a chorrearte sangre de la nariz. Pensé que ya no ibas a despertar. Ahora lo sabés: sin memoria artificial no queda más que un idiota. Ruido y Furia.

–¿Hace cuánto que estoy acá?

–Desde hace días, hasta dormido me preguntás lo mismo. Nunca te moviste de este sillón.

–¿Teiler me hizo esto? –preguntó Roy tocándose la cabeza rapada siguiendo sus dedos la cicatriz que había quedado.

–La operación existió pero Teiler no es más que un simulacro computacional. Fui yo el que hizo la extirpación. Eso que estás viendo en la pantalla son las imágenes de la memoria que extraje de tu cerebro.

–¿Ese es Roy Benavidez?

–Tu pregunta es un modo de defenderte. Vos sos Roy Benavidez y lo que ves en la pantalla es lo que quedó grabado en tu memoria. Solo hacía falta extirpártela para saber qué había pasado con tu hijo. Eso es lo que pasó.

–¿Lo maté? ¿Fui yo el que lo hice?...

–No necesito que me creas, solo tenés que verlo. Ese sos vos –dijo el otro señalando la pantalla. De eso mismo estuviste escapando desde el comienzo. Desde hace semanas estoy esperando que despiertes para que lo veas.

–¿Para qué querés que lo vea?

–Pensalo por vos mismo. Lo tenés ante tus ojos.

–No juegues conmigo. No entiendo tu adivinanza.

–No es una adivinanza, es una derivación lógica.

–Bueno, seré estúpido entonces. Mejor contame para qué me necesitás acá.

–Lo que estás viendo en la pantalla es tu memoria original, allí es donde quedó grabado lo que hiciste. Ahora bien, si estás viendo tus recuerdos en la pantalla ¿cómo pude quitarte tu memoria natural y biológica sino era desde el comienzo ella misma un artificio, un dispositivo ficcional?

–Ya te dije, no juegues a las adivinanzas, solo contame para qué me querés.

–Estamos metidos en una trampa de la que no podemos salir, pero caímos en la trampa porque en verdad estaba montada antes que nosotros hiciéramos algo. Nunca lo había podido imaginar. Lo descubrí cuando hice la extirpación del dispositivo en tu cerebro. Fue entonces que me di cuenta que las redes neuronales de tu memoria original –digamos biológica o natural– ya era un dispositivo artificial. De aquello solo había una sola conclusión: la memoria humana nunca fue ni humana ni natural. Existía una Compañía antes de la Compañía, una Compañía que funcionaba por debajo y por detrás de la Compañía.

–¿Por qué otra Compañía?

–Nosotros trabajábamos para la Compañía con memorias artificiales, pero eso mismo ya era una ficción. La verdad era que nuestra memoria originaria ya era una memoria artificial. Eso significa que otra Compañía, desde antes que comencemos a controlar el mercado ya controlaba nuestra memoria. No existía ningún mercado, sino solo el recuerdo implantado de un mercado. Del mismo modo que todos los zombis de la ciudad veían en su memoria el artificio que les habíamos implantado, todo lo que nosotros veíamos alrededor no era más que una proyección. El edificio de la Compañía, la Compañía misma, son solo partes del dispositivo. ¿Quién sabe qué dispositivo existe detrás del dispositivo?, ¿quién sabe qué Compañía trabaja detrás de la Compañía?

–Entonces eso que recién me mostraste es ficción. La muerte de Nolan no existió.

–No lo sabemos. Lo seguro es que si Nolan existió nunca fue parte de tu vida. Eso es lo que te estoy diciendo. Tu memoria real es un dispositivo tecnológico igual al que nosotros mismos comercializábamos. Pero eso ya no tiene importancia, en todo caso, no hicimos más que repetir como marionetas lo que otros ya hicieron en el pasado. ¿En qué año estamos? ¿En el 2045, en el 2097, en el 3500? Para nosotros la historia se detuvo en el 2036, ¿pero quiénes fueron los que se entregaron a la pasión de reproducir su memoria?, ¿qué vieron como para decidir que la historia se acabara con ellos, que el tiempo no sea más que la repetición de sus memorias? ¿Vieron el final y apostaron por reproducir hasta el hartazgo lo que ellos fueron? ¿Pero qué final vieron?

–No entiendo ¿para qué todo esto?, ¿qué es lo querés?

–¿No te das cuenta? Ahora sos vos el que puede verlo todo tal cual es. Extirpé de tu cerebro la memoria artificial de Roy Benavidez para que me digas lo que ves. Ya no hay nada en tu cabeza que medie con lo real. Ahora sos vos y la verdad. Quiero saber, necesito entender qué es lo que quedó de todo esto.

–¿Y por qué no lo ves por vos mismo?

–Porque debería quitarme el dispositivo, eliminar la memoria de Boris Spakov en mi cabeza. No puedo hacerlo. Necesito mi ficción, un lugar donde regresar a mí mismo aun cuando eso no sea más que una farsa. Uno de los dos debía hacer el sacrificio.

–¿Vos sos Boris Spakov?

–Lo soy, pero es como si no lo fuera. Boris Spakov no es mi verdadero nombre, pero ya no tengo ningún nombre. ¿O vos acaso te reconocés como Roy Benavidez? ¿Todavía seguís creyendo que existió Marian, que hubo alguien llamada Laura? Somos nadie, ¿qué pueden importar los nombres?

–Sea como fuere, me condenaste a perderlo todo.

–Las cosas nos trajeron hasta acá y ahora sos vos el único que puede definir quiénes somos, dónde estamos. Solo tenés que levantarte y decirme qué ves.

El otro hizo silencio. Seguía hundido en la oscuridad y sus movimientos apenas eran captados por la luz azulada de la pantalla. Roy pretendió levantarse, pero enseguida cayó de costado contra el piso. Las manos amortiguaron el golpe. Había manos, había brazos. Eso era algo. Algo con lo que registrar todo lo que no había. No había piernas; se tocó el rostro, no tenía nariz, tampoco orejas. Sus manos fueron deslizándose temblorosas por cada partecita de su cara. Descendieron hacia la garganta, se movieron horizontales de un lado al otro. Luego bajaron hacia el pecho. Entonces Roy se dio cuenta que tenía pechos, dos enormes tetas amontonadas entre las costillas.

–¿Qué pasa?, ¿ya te levantaste?, ¿encendiste alguna luz?

Preguntó el otro y rápidamente Roy se dio cuenta de lo que hasta entonces no había sido más que parte del paisaje sonoro: la voz agónica, el hilito de voz que salía desde el fondo ronco de la cueva de la boca de Boris, era la voz de una mujer.

–Hablame, ¿decime qué estás haciendo? –insistió solo como un modo de corroborar lo que no había sido más que una intuición.

Roy no respondió. Sus manos ansiosas ya buscaban debajo de sus tetas surcar el vientre y alcanzar el pubis. Sus dedos se entregaron mansos a los rulos espesos que allí se amontonaban. Descendieron un poquito más y se toparon con el clítoris. Hurgaron entre los labios de la vagina. El índice y el anular se movieron hacia dentro, penetrando en la carnosidad. Sintió la sequedad de un pedregal blandito. Los dedos se metieron dentro hurgando en los recovecos, hasta donde el tope de su mano se lo permitía. Al sacarlos sintió una pasta gomosa que se había pegoteado entre ellos. Los alzó hacia sus ojos. Era una pasta blancuzca. Los acercó hacia el agujero que había quedado en el lugar de la nariz: tenía olor a podrido.

Lo sobresaltó la voz de Boris insistiendo en que le respondiera –aún ronca, aún agónica, parecía cada vez definir más su propia femineidad en los oídos de Roy. Levantó la vista, fijó los ojos en el televisor y hacia allí se arrastró usando sus brazos como palancas. La oscuridad tomaba el espesor de cosa elástica y babosa. Solo la estridencia azul fluorescente de la pantalla resplandecía en el lugar y caía sobre la espala y las nalgas de Roy. Boris seguía siendo una sombra entra las sombras hechas con la baba de la oscuridad. Roy tomó la linterna y la encendió. Un hilito mínimo brilló tenue a punto de perderse. Lo primero que hizo fue iluminarse la concha. Después los muñones que habían quedado en el lugar de sus piernas.

–Enfocame, quiero que me digas qué ves, qué quedó de mí –dijo el otro entre las penumbras.

Roy se dio vuelta buscándolo con el último hilito de luz que la linterna exhalaba ya agónica. Boris había perdido una pierna. La otra era de metal. No tenía ropas. El pecho y el estómago eran el paño de un puzle bio-tecnológico –aparatos de metal incrustados entre los colgajos de carne. No tenía pulmones sino un pequeño compresor hidráulico. Tampoco estómago; en su lugar, una placa informática allí encajada. Luego hacia los costados, dos planchas de acero sostenían el amontonamiento de intestinos. No parecía tener huesos. Los brazos eran dos palancas con tenazas en las puntas. El cráneo también de metal guardaba la compostura antropomórfica. No tenía nariz, no tenía boca, solo la entrada de un tubo que se perdía hacia el interior. Todavía tenía las cuencas vacías donde en algún momento debieron existir ojos. No tenía pene, solo una mata de pelos que dejaba adivinar la piel amontonada cerrándose sobre sí misma evocando un tiempo en que allí había existido una vagina

–Basura tecnológica, eso es lo que veo –dijo Roy y escuchó lo que esperaba: el tono agudo de su voz de mujer enmascarada bajo el ruido metálico de su garganta descascarada.

–Tenés una sola pierna, es de metal, hay pedazos de carne que todavía la recubren –agregó Roy mientras inducido por la visión se tocaba los muñones de las piernas y sentía las puntas metálicas de una osamenta futurista que sostenía su cuerpo.

–¿Y la otra?

–No hay nada.

–¿Y los brazos?

–No tenés brazos, solo dos palancas con unas tenazas en las puntas.

–¿Quedó algo más de carne?

–Solo en la pierna. Hay algunos pedazos más metidos entre los aparatos que tenés en el pecho. El resto es todo metal.

–Los ojos, decime si todavía tengo ojos.

–No tenés ojos, solo hay dos agujeros.

–Es increíble, ¿sabés?, no dejo de ver las cosas tal cual me las muestra el dispositivo. Veo perfectamente que estamos en la oficina de reuniones del Directorio. Por la ventana veo entrar los rayos del sol y los reflejos dibujados en el piso. Puedo contarte cómo son los dibujos de las cerámicas.

–Tampoco tenés nariz, ni orejas ni boca. La carne se habrá podrido y desgajado de a poco.

–Me describís como los restos de un cadáver incrustado en chatarra, pero me siento perfectamente, tan bien que ni siquiera me siento.

–¿Esto es lo que querías que vea por vos?

–No te das una idea de lo que significa lo que me contás. Toda mi vida sentí que estaba viviendo en ninguna parte. Como si mi existencia transcurriera en una pantalla de cine y yo la estuviera viendo desde alguna butaca. Pero allí, sentado en la butaca, sentía que no era nada, no tenía piernas, brazos, ni siquiera ojos, porque mi cuerpo era el que me mostraba la pantalla. No sabés lo que significa vivir en una nada oscura, sin sensaciones, sin la percepción de estar en alguna parte. Con el solo hecho que me digas que más allá de la película de mi cerebro estoy acá entre los restos que quedaron, que hay algo que todavía me sostiene, me alcanza para entender que todavía estoy vivo. Había llegado a pensar que ya había muerto, que solo quedaba esta película transcurriendo en la pantalla blanca. Solo me quedaba una voz mental murmurando su nada. Con que me asegures que al menos hay algo, cualquier cosa, aunque sea chatarra, aunque sea un pedazo de fierro, me basta para no volverme loco y saber al menos que soy yo el que está hablando.

En ese momento, escuchó el ruido de unas botas acercándose desde el otro lado de la habitación. Le pidió al otro que hiciera silencio. Los pasos fueron acercándose más y finalmente se detuvieron junto a la puerta. Roy apagó la linterna en el momento justo en que la abrían. Eran tres hombres. El resplandor de una luz que llegaba de la otra habitación iluminaba sus espaldas. Roy retrocedió arrastrando sus nalgas en el piso hacia el rincón más lejano. Boris se quedó quieto y siguió hablando como si no hubiera registrado la presencia de los otros tres.

Miraron a Boris, miraron a Roy. Uno de ellos se le acercó. Se le paró delante. La punta de la bota se refregó contra su vagina. El tipo se agachó. Se escupió la mano y apoyó los dedos sobre el clítoris. Luego, con el índice y el anular abrió los labios y fue metiendo un dedo tras otro hasta completar el puño entero. Roy veía su vagina y veía el brazo forzar el movimiento del puño moviéndose dentro. ¿Cómo se siente el no sentir el propio cuerpo?, ¿cómo se dice la sensación física de no tener ninguna sensación física? El tipo volvió a pararse. Se desabrochó la bragueta. Cuando estaba por sacar la verga, los otros dos que ya estaban rodeando a Boris, dijeron que todavía no era el momento. Primero debían hacer el trabajo.

Uno tomó a Boris entre los hombros, el que estaba con Roy sujetó su pie y finalmente el tercero sacó y limpió con su ropa la cuchilla que brilló ante el resplandor que venía del otro lado de la puerta. El trabajo: cortar la pierna de Boris, la única parte de su cuerpo que todavía podía tener alguna utilidad para aquellos tres, al menos contentarse con los pocas fetas de carne que podrían llegar a roer.

La osamenta de metal que sostenía la pierna de Boris se transformó en un verdadero obstáculo para la cuchilla que buscaba algún punto de articulación donde separar la pierna del resto. La cuchilla se hundía en una parte y otra. Se retorcía hasta donde podía y volvía hacia atrás. La amputación se había vuelto una carnicería y cuando la carnicería alcanzó el punto de su propio absurdo, los carniceros abandonaron la cuchilla y se dispusieron a separar la pierna con las manos rompiendo la articulación de metal.

Roy se mantuvo quieto en su rincón. Le llamaba la atención la indiferencia con la que Boris se entregaba a lo que le estaban haciendo como si verdaderamente aquello no lo afectara en lo más mínimo. Solo cuando pudieron cortar la pierna, la voz de Boris abandonó el silencio y se hizo escuchar en la oscuridad: “¿Te fuiste, Roy?, hablame, decime dónde estás”.

Roy pensó en todo el tiempo que aquellos tres –y vaya a saber cuántos otros– habían estado haciendo con Boris y con él mismo eso que acababa de ver. Imaginó rápidamente el origen de las amputaciones. ¿Era hambre? ¿Habían estado cortando los cuerpos de Boris y de Roy solo para poder comer?

Cuando terminaron con Boris, el terror golpeó las puertas. Todavía quedaban dos hermosos brazos en su humanidad. Pensó que acaso el dispositivo de la memoria infinita había funcionado durante vaya uno a saber cuánto tiempo como un batería química que habría anulado todo presente y anestesiado su cuerpo hasta el punto de no registrar la amputación de sus dos piernas. Lo acababa de ver: Boris seguía hundido en el artificio mental de la memoria y nada había respondido a lo que los carniceros habían hecho. Pero ahora para Roy no había artificio mental donde ocultarse del terror.

Sin embargo, los carniceros parecían exhaustos. Los dos primeros se dispusieron a marcharse con el trofeo de la pierna de Boris entre las manos. Solo el que había estado jugueteando con su prominente vagina parecía interesado en la continuidad. Dijo que todavía tenían tiempo. Preguntó si no tenían ganas de echarse un polvo con la otra.

Solo fue un polvo rápido, higiénico se diría. Un polvo que Roy vivió desde una lejanía interminable. ¿Cómo hacer propio un cuerpo siempre ajeno? El otro había tendido a Roy en el piso y lo penetraba montado encima. ¿Cuántos centímetros cúbicos de leche habría malgastado ese tipo –¿y cuántos otros más?– cogiéndose a Roy mientras vagaba por el edificio en ruinas de una memoria de nadie y de cualquiera, rumiando los nombres de Marian y Nolan, perdido en los recovecos de la narración de sí misma que siempre es la lengua de otro?: el paisaje falocéntrico de narrarse hombre, la novela edípica de una familia y el duelo histérico de haberla perdido, el narcisismo idiota de aceptar el cuento de una gerencia en una Compañía.

El tipo eyaculó dentro de su boca. El cuadro se armó en su cabeza. Habían estado atrapadas en ese cuarto durante un tiempo que no tenía modo de identificar. Eran usadas como esclavas del deseo de un agujero más o menos humedecido donde meter una pija. Eran reserva de alimento: les cortaban las extremidades de a poco para alimentarse y mantener un stock que irían racionalizando.

¿Durante cuánto tiempo habían vivido así? Si entonces tenía acceso real a lo que estaban haciendo con ellas, ¿por qué no recordaba cómo habían llegado allí? ¿Por qué, en todo caso, si Boris le había extirpado la memoria artificial no recordaba quién había sido antes del encierro, antes de la memoria artificial en su cerebro? ¿Había nacido en aquel lugar? ¿Ese era su origen y también su destino?

Los carniceros se fueron. La puerta quedó entreabierta. La luz del otro lado traía alguna claridad. Vio Roy las paredes descascaradas y fuera de línea, al borde de venirse abajo. En algunos tramos ya lo habían hecho volviéndose amontonamiento de cascotes y tierra tapando los muebles, cubriendo los pisos, juntándose en cada rincón. Se sintió dentro de una cueva de un hormiguero humano. Ningún reflejo externo se animaba al lugar. Vio más tierra debajo de la ventana –un montículo que había entrado entre los vidrios rotos se había formado debajo del marco. Le llamó la atención que del otro lado de la ventana la oscuridad siguiera ganando espesor y materialidad.

Boris volvió a preguntar si Roy se encontraba en el lugar.

–¿Viste algo de lo que pasó?

–No sé de lo que me hablás. No vi nada, no puedo hacerlo. Decime vos qué pasó.

–Nada. No pasó nada.

Las pasiones alegres

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