Читать книгу Las pasiones alegres - Pablo Farrés - Страница 9
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Оглавление“Digamos que todo empezó con un sueño recurrente: la escena congelada del cadáver de mi mujer en el cajón fúnebre. Al despertar, la foto de su rostro duro persistía como si en verdad la muerte de mi mujer hubiera ocurrido unas horas atrás. Con el tiempo ni siquiera necesitaba soñar con ella para que las imágenes de su muerte se me hicieran presentes. Fue entonces que el cuerpo estropeado en la morgue, su rostro en el cajón, cobraron el valor de un recuerdo obsesivo. Desde ese momento, me relacioné con ella como si en verdad no existiera, como si la mujer que vivía conmigo fuese un fantasma, un engendro mental y fuese mi memoria el lugar de la certeza: ‘ella está muerta –me decía a mí mismo–, yo vi su cuerpo destrozado en la morgue, vi su rostro duro en el cajón’. Las imágenes insistieron hasta acorralarme. No me podían engañar. Entonces entré en una paranoia cósmica: pensé que si mi mujer seguía viviendo conmigo era porque las imágenes de su muerte no respondían al pasado sino a un futuro cercano. Ya no salimos a la calle; al tiempo, terminé clausurando las puertas y las ventanas. Aquel encierro me devolvía alguna serenidad, nadie podía entrar para hacernos nada. Salvo que fuese yo el que la matara. La idea se me hizo carne. Algo en mí trabajaba para hacer verdaderas las imágenes de mi memoria, como si fuese más importante la coherencia narrativa de mi pasado que la muerte efectiva de mi mujer. Debía matarla para no volverme loco, debía matarla para hacer verdadera mi memoria. Pero me defendí, y me defendí de mí mismo como pude. Entonces me fui de la casa, escapando de ella, de su muerte, de mí mismo matándola. Viví en la calle, dormí a la intemperie, me convertí en un linyera. Una única meta me movía: olvidar a mi mujer para que ella no muriera. Conocí gente, no puedo hablar demasiado, no puedo dar referencias. Escuché a alguien hablar de las memorias artificiales. Cedí al implante. Pero entonces ocurrió lo que no esperaba. El tipo que debía realizar la cirugía abrió mi cabeza y encontró que ya tenía injertado el micro-procesador de una memoria artificial. Había caído en la trampa que yo mismo me había tendido. Busqué información –¿en qué momento me había realizado aquel implante?, pero sobre todo, ¿quién había sido mi mujer?, ¿qué había sucedido con ella como para querer olvidarla? Solo tenía algunas señales de que alguna vez había existido: una foto, su nombre en una tarjeta. Finalmente en la morgue conseguí los datos. Mi mujer efectivamente había muerto el 16 de diciembre de 2027, es decir unos diez años antes de todo esto que estoy contando. Entonces comprendí que había sido su muerte la que me había llevado a injertarme la memoria artificial. Entonces la tenía de nuevo conmigo, como si nada hubiese ocurrido. Sin embargo, me pasaba verlo todo desde una distancia infinita, como si lo que sucedía con nuestras vidas fuera de otro, un ajeno, un extraño. El problema es que nunca me encontraba con ella, nunca estaba donde debía estar. Me acostaba a dormir solo, pero apenas me despertaba tenía el recuerdo de habernos acostados juntos. Desayunaba solo, pero apenas me levantaba de la mesa, apenas comenzaba a hacer otra cosa venía a mí el recuerdo pleno y certero de haber desayunado con mi mujer hacía solo unos minutos atrás. No necesitaba de su presencia física para conversar, para salir, para hacer el amor; invariablemente, se me presentaba el recuerdo de haber estado conversando con ella un rato antes, volviendo de una salida, terminando de hacer el amor. Entre tanto, mi memoria real se empeñaba en traerme las imágenes de su muerte. Diez años viví así, con el recuerdo certero del cadáver de mi mujer, mientras el dispositivo me la mostraba como ya siempre estando a mi lado, pero nunca del todo, nunca efectivamente conmigo”.
El lugar era un cuarto semi-oscuro que daba a sótano y escenario de película gore. Un catre desvencijado se dejaba caer contra una de las paredes a la izquierda de la puerta que Teiler había cerrado con llaves. Una máquina de coser en el piso, unas hormigas haciendo trecking por los senderos que ellas mismas armaban entre los restos de basura que no habían sido embocados en un tacho, una heladera que dada vuelta y puesta de forma horizontal servía como mesa para un televisor de arriba de 50 pulgadas, unos discos antiguos con el centro de la circunferencia de color naranja y la inscripción RCA por encima colgaban de las paredes mientras una pelota de tenis dejaba relucir su color verde clarito posando sobre un trapo de piso manchado de sangre, y nada de lo que en aquella cueva se amontonaba dejaba entrever la más mínima conexión con el mundo. Sin embargo, Roy no tenía dudas de que aquel mismo era el lugar que había visto en la filmación de la fiesta de Boris, luego de que le sacaran la capucha negra que le habían puesto en la cabeza.
“La Compañía fue trabajando por fases. Al principio había sido usada para borrar el horror del genocidio por la “Nueva Humanidad”. Fue el Estado el que se sirvió de ella para dar los primeros pasos. Los soldados venían de un lugar al que nunca debieron haber ido. Lo que habían hecho durante la guerra en la Zona de Abandono no tenía nombre. Les habían dado vía libre para hacer lo que se les antojara y así lo hicieron. En el fondo es lo que el Gobierno les había prescripto como estrategia. Nadie se hubiese enterado de lo que pasó si no hubiese sido justamente por los soldados que volvieron. Algunos hablaron y el horror se hizo público. El Estado hizo desaparecer a los que pudo, pero todavía existían 4000 hombres más. Ejercitados entre otras cosas en los fusilamientos masivos de la Gran Fosa o en el uso de ratas para meterlas en la vagina de mujeres embarazadas, no tenían ningún temor de desaparecer. Ya habían desparecido de sí mismos mucho antes. Los rumores acerca de lo que sucedía en la Zona de Abandono habían empezado a correr en los pasillos de las redacciones, la oposición lo repetía en voz baja y ya había algún que otro panfleto dando vueltas por las calles. Así las cosas, el Gobierno y la Compañía entraron en contacto. La Compañía era la que había desarrollado el modelo computacional de URANO, el mismo que había llevado a aquella masacre en la Zona de Abandono. Pero aquello no importó. En el mundo de los negocios la serpiente se muerde la cola, y si la Compañía había creado a URANO, el negocio ahora era resolver qué hacer con los soldados que volvían de la Zona de Abandono. El corte craneal era mínimo y la cicatriz desaparecía en cuestión de algunos días. De pronto los soldados podían ver con toda claridad la película del pasado y en esa película no había habido ninguna guerra, ningún genocidio. Al secreto generalizado con el que durante meses esos hombres habían chapoteado en la mierda de la especie, se le sumó el olvido del horror. Cuando llegaron los juicios impulsados por la oposición, no había soldado que recordara nada. La memoria ficticia que la Compañía les había implantado funcionaba perfectamente. El genocidio se les había transformado en un paseo turístico, el infierno humano en el viaje de egresados de un grupo de boy-scouts que llevaba donaciones para gente carenciada”.
La voz de Teiler sonaba rara. Roy recién tomaba algún contacto con su cerebro y seguramente ese estado intermedio entre lo que es y lo que no es aportaba al ruido de milanesas friéndose sobre el que la voz de Teiler se empeñaba en emerger. Sin embargo, más allá del estado de cosas mentales del Sujeto-Roy, se trataba también de la misma voz que tantas veces había escuchado en la filmación. Lo extraño era que esa vez la voz real de Teiler traía el mismo ruido de fondo que cuando la había escuchado en la computadora, como si de aquella boca no salieran palabras sino solo un colchón de sonidos industriales sobre los que su voz se acostara a dormir, o bien como si en verdad las palabras de Teiler trajeran consigo el murmullo mental del que habrían surgido, arrastrando entonces cada palabra pronunciada todas las palabras pensadas pero no dichas, todos los abortos del pensamiento que no dejan en el tacho de basura del cráneo más que fetos descarnados dedicados a llorar lo que no se les ha permitido. En síntesis, que Teiler no parecía hablar sino llorar pensamientos muertos.
“Se les había injertado una memoria que borraba los meses que duraron los fusilamientos y la masacre pero con ello también reconfiguraba el pasado anterior. Algo en ellos proyectaba una película coherente, armoniosa y siempre plácida de lo que habían sido. El dispositivo permitía transformar las imágenes del pasado artificial a partir de la percepción del presente. Se trataba siempre de la misma proyección pero los rostros, las voces y los nombres iban cambiando según lo que cada individuo registraba de su presente. No necesitaban entonces ningún esfuerzo para recordar nada, las imágenes se les presentaban solas con una claridad total. La memoria ya no era una cuestión de ellos, el micro-cerebro les traía el pasado sin que hicieran el más mínimo trabajo. La segunda fase que se propuso la Compañía fue la universalización. No había sido gratuito el contacto con el Gobierno. A cambio del trabajo hecho y su silencio, se le concedió el permiso de comercialización. El aparato publicitario funcionó sobre la base de un deseo ya dado: ¿quién no hubiese querido modificar algo de su pasado, tapar los agujeros, ahogar los secretos? Más cuando se promocionaba como un producto familiar y grupal. No se trataba solamente de modificar un pasado personal sino de armar una melodía colectiva sobre el ruido blanco de las conciencias. Una memoria, una única y misma memoria, un mismo guión para todos: una familia feliz. El dispositivo funcionó sin problemas durante algunos meses, pero enseguida surgieron las contradicciones entre el presente y el pasado. Solo bastaba que alguien que no actuaba en la película apareciera en la vida presente para generar la duda y la implosión. El dispositivo fue modificado. Ya todo estaba preparado para el avance final. Y el pase de manos fue efectivo. Cuando el producto estuvo listo coparon el mercado. La televisión, la radio, internet, colapsaron con su publicidad. El precio de la memoria artificial llegaba a niveles insólitos, cualquiera podía comprarla al mismo valor que el de un kilo de pan. Aquella era la universalización buscada, no hubo ninguna imposición, solo modos de seducir a todos los que desde el principio ya sabían lo que querían: ser otro, narrarse a sí mismos y verse en una película que omitiera lo que debía omitir. Con el precio regalado la compañía iba a pérdida, pero aquello no era más que un momento para una ganancia que en el horizonte se volvería infinita. El control se volvió absoluto. No aparecía en la película implantada nada relativo al genocidio de la Zona de Abandono, pero tampoco nada referido a ningún aparato de Estado –¿qué es una escuela?, ¿quién tiene recuerdos de lo que es un hospital?, ¿un policía?, ¿una cárcel? El Estado se volvió inútil. Las instituciones que durante siglos habían funcionado como una máquina de producir una memoria colectiva se volvieron obsoletas. La Compañía había logrado un modo más efectivo para imponer una memoria homogénea; y el Estado no pudo hacer nada frente a la trampa, terminó aceptando su lugar secundario como brazo armado de la Compañía y sus necesidades –la de la persecución de aquellos que se habían negado al trasplante. ¿Pero cuál había sido la modificación en el dispositivo que les había permitido un funcionamiento pleno? ¿Qué les permitió la universalización de una misma memoria que no entrara en contradicción con el pasado real pero tampoco con el presente de la percepción? El único modo fue haciendo que el presente fuese parte del pasado. Eso es una memoria completa: no solo se trata de una película en la que se ha grabado un pasado, sino también el futuro como algo que ya sucedió. El dispositivo esconde las imágenes de lo que vendrá –el envejecimiento, las enfermedades, las disputas familiares, los atardeceres compartidos, los viajes a ningún lado, el crecimiento de los hijos, incluso la imagen de la propia muerte. El programa impide el acceso a esas zonas de la película. No se pueden adelantar las imágenes voluntariamente. Aparecen solas, de modo programado y cada cierto tiempo, y aparecen no como lo que va a suceder sino como aquello que ya ocurrió. La estrategia no buscaba darles a los hombres la posibilidad de anticipar el futuro sino algo más simple y efectivo: producir la sensación de que aquello que está pasando ahora es algo que en verdad ya ha sucedido antes. Si el futuro es parte de una memoria completa, entonces el presente es el recuerdo de algo ya muerto. No trabajaron por sustracción, nunca se trató del olvido, sino de lo contrario: de lo que se trató fue de imponer una memoria absoluta, tan completa e inabarcable que genera el efecto de que todo –la biografía pero también la historia– ya terminó, ya pasó, lo que podamos vivir solo es parte de una memoria que nos excede. Eso que llamamos vida es parte de un museo, un teatro que se monta en nuestros cerebros. Entonces solo queda la pura contemplación o la repetición maquínica de lo que ya sucedió antes. ¿Conocés el mundo-tumba de los muertos vivos? Una memoria completa y un mundo-tumba infinito solo funcionan en espejo. Cada hombre como un dios agonizante y psicótico que no necesita nada más allá de su propio cerebro: para todos los hombres una misma memoria, una misma estructura para la narración de su pasado y de su futuro, los mismos acontecimientos, las mismas vivencias, todo ya muerto, todo ya habiendo ocurrido antes, salvo su repetición infinita”.
–No sé por qué me hablás de todo esto. Solo decime para qué me trajeron acá.
–¿Qué queda después de la cirugía? No puedo asegurarlo –dijo el otro sin que Roy se lo hubiera preguntado, haciendo como si en verdad no lo hubiera escuchado–. Varía según la persona. He visto de todo y en el fondo cada extirpación siempre es una apuesta. Si tuviera que definirlo diría que se trata de un micro-cerebro en el cerebro, un dispositivo informático-computacional que proyecta una serie de imágenes cerebrales. No mide más que la mitad de la uña de mi dedo meñique pero abarca un mundo completo. Lo veo ahora desde fuera y me asombra que mi vida entera tuviera lugar ahí dentro. ¿Cuántos mundos caben en el punto más diminuto del mundo?
Hizo una pausa. Le mostró lo que pretendía extirpar de su cabeza. Era un pequeñísimo microchip del tamaño de un grano de arroz. Enseguida lo metió en un rectángulo de plástico que parecía funcionar como adaptador y enchufó el rectángulo en una computadora.
Lo que entonces vio Roy tenía la fuerza de la electricidad. Las imágenes que el otro le mostraba en aquella pantalla eran las imágenes de lo que él mismo alguna vez había vivido y podía recordar perfectamente: se trataba de una playa brasilera donde habían ido con Marian y con Nolan cuando no tenía más de dos o tres años. El mar insistente, el short rojo de Nolan, Marian y su bikini azul marino construyendo para él un castillo de arena, mientras Roy tomaba caipiriña en un vaso de plástico: era como si tuviera frente a sus ojos la proyección de su propio recuerdo.
–¿Reconocés el lugar, no?
–Sí, claro, es una playa en Bahía.
–Y vos ya estuviste ahí, exactamente en ese lugar, tomando el mismo trago mirando a tu mujer haciendo castillitos para tu hijo. Te puedo mostrar algunas cosas más –dijo y atrasó un poco la película.
Entonces vio el aeropuerto brasilero, escuchó la música que pasaban en la radio del taxista que los había acercado al hotel, vio el anillo de oro reluciendo en la mano negrísima del conserje cuando les había señalado el ascensor que debía llevarlos al tercer piso y a la habitación 314, las maletas excesivas de su mujer, el auto amarillo que desde la ventana de la habitación podía observar estacionado enfrente del hotel, el cenicero hexagonal pegado a la mesa de luz, los rombos rojos y negros del acolchado, el número 24 titilando en el frente del aire acondicionado, una botella de champagne que los esperaba sobre una mesa ratona.
–¿Recordás estas imágenes?
–Sí, claro, yo estuve ahí con Marian y Nolan.
–Sin embargo, lo que ahora estás viendo son mis recuerdos proyectados. Eso es lo que yo mismo veía antes de la extirpación en la superficie de mis ojos sin necesidad de ninguna pantalla. Te voy a mostrar algo más. Detengámonos en la mujer. Ahí la tenés. ¿La conocés bien, verdad? No necesito que me lo digas. Se trata de Marian, sin embargo, la mujer que estás viendo en la película era mi mujer. Los mismos detalles del rostro, la tonalidad de los ojos, exactamente la misma mujer.
–¿Cómo conseguiste eso?
–Ya te dije, lo que estás viendo es mi memoria completa, mi memoria extirpada. No solo se trata de nosotros dos, ahí afuera hay también un millón de personas que tienen el mismo recuerdo. Es un dispositivo genérico. Una misma película para todos, una misma memoria para uno y cada uno de los hombres. Todos vemos la misma mujer. A veces se hace llamar Nadia, otras veces Juliana. Puede llamarse Marian o Laura, Gea o Winnie, da igual, todos recordamos a una única y misma mujer como la mujer con la que compartimos la vida. Tuve que ser parte de todo esto, aprender cómo se hace la extirpación, tomar contacto con todos los desesperados que ya no soportaban ese engendro artificial que les habían implantado, tuve que aprender a escucharlos, seguirlos en su distorsión del mundo para darme cuenta que los recuerdos eran siempre definitivamente iguales. Hay otras memorias genéricas, con las imágenes de otras mujeres, otros paisajes, otras narraciones, pero siempre guardan una misma estructura de relato.
–No lo puedo entender, ¿cómo podés mostrarme lo mismo que recuerdo?
–Hagamos un juego básico y muy tonto. Voy a decir algunas palabras y vos intentá identificar las imágenes que aparecen en tu memoria: árboles - avestruz - perfume - barco en la tormenta - trueno - manzana roja - luces de una ciudad - el nombre de tu madre - zapatillas rotas - un perro muerto - una cuchilla sucia - el nombre de un amigo de la infancia - el mar - gotitas de lluvia sobre el pasto - un tren - el nombre de su mujer - una rata ahogada. Ahora voy a decir lo mismo pero más rápido: árboles - avestruz - carne podrida - barco en la tormenta - explosión - manzana verde - luces de una esquina - nombre de su padre - zapatillas rojas - un perro muerto - una cuchilla limpia - el nombre de un amigo de su padre - el mar - gotitas de lluvia sobre el asfalto - un tren - el nombre de su mujer - una rata ahogada. Y ahora más rápido todavía: árboles - ñandú - olor de perro mojado - auto bajo la tormenta - estruendo - manzana podrida - luces de un camión - segundo nombre de su madre - zapatillas rotas - un perro muerto - una cuchilla rota - el nombre de un lugar lejano - el mar - gotitas de lluvia contra la ventana - un tren - el nombre de su mujer - una rata ahogada. ¿Cuál es el nombre de tu mujer? Decime, ¿cuál es el nombre de tu mujer?
–…No sé.
– ¿Se llama Nadia, se llama Juliana, o se trata de Gea?
–No sé, no puedo.
–A todos les pasa. Nadie lo recuerda. Podemos saber exactamente qué hicimos con ella, qué ganamos, qué perdimos, en uno y cada uno de los instantes de nuestro pasado pero no sabemos cómo se llama. Si ahora yo te preguntara ¿cómo se llama tu hijo?, vas a responderme sin problemas. El dispositivo se acomoda al estímulo externo y responde a lo que le demandan. Yo te pregunto por tu hijo y el dispositivo reacciona trayendo imágenes de tu hijo y con ello su nombre. La rapidez con la que funciona genera el efecto de creer que sos vos el que lo recuerda. Pero hay un microsegundo de diferencia entre tu voluntad y el dispositivo que desnuda la farsa. Lo que hicimos recién fue saturar la capacidad del dispositivo. Vos podías recordar imágenes de la película pero cuando repetimos las palabras y las modificamos y cada vez más rápido obligábamos al programa a presentar imágenes, el dispositivo funcionó más lento, confundió imágenes y de pronto colapsó –entonces ni siquiera fuiste capaz de decirme cómo se llama tu mujer. En ese microsegundo que tarda el dispositivo en procesar el estímulo externo y vincularlo con una imagen de la película se juega todo y se hace visible el artificio. No es tu voluntad la que recuerda, es el dispositivo el que te trae el recuerdo.
–¿Cómo se llama entonces?
–Marian.
–Sí, claro, se llama Marian.
–Ahora te sentís mejor, el dispositivo volvió a acomodarse al estímulo externo.
–Pero todavía no entiendo por qué recién no me podía acordar.
–Si los recuerdos no son nuestros sino de la memoria artificial, cuando esta falla ya no hay modo de recordar por nosotros mismos. No tenemos memoria de la memoria. Más allá de la película, no hay nada, no hay película de la película. Nuestro cerebro es como una sala de cine vacía. En la pantalla, la película continúa sin nunca terminar, pero no hay nadie viéndola. Cuando extirpan el dispositivo te das cuenta que tu vida es la que tenés ahí en la pantalla. Dentro tuyo no quedó nada, es la sala de un cine abandonado; solo queda la mugre que dejaron. No es difícil caer en la tentación y dejarse morir lentamente durante otra vida contemplando aquello que fuimos. Hubiese podido pasarme el resto de mi vida viendo el transcurrir de todo mi pasado.
–Si se trata de una película ¿por qué no veo mi pasado de forma lineal?
–El dispositivo fragmenta las imágenes y con los fragmentos va armando constelaciones de recuerdos en tiempos mezclados y superpuestos. Pero existen distintos modos de acceso. Ahora estamos pasando la película linealmente pero también podemos acceder entrando a constelaciones separadas. Cada constelación es un fragmento pero que en sí mismo es un conjunto de imágenes en el que está contenida la totalidad de la película. En cualquier fragmento están todas las imágenes de la película pero mezcladas según la perspectiva del fragmento. No se contempla entonces un bloque temporal, sino simultáneamente la totalidad de la película. Lo llaman el acceso místico. Quizás se trate de un mal funcionamiento del dispositivo que de pronto mezcla la totalidad y la sintetiza en un mismo punto del cual ya no hay retorno. Toda la historia de un hombre en un único punto de su memoria: quizás se trate de una trampa de la Compañía, una estrategia controlada. Son cortes que se dan entre una imagen y la otra, son agujeros en la proyección pero también umbrales de revelación. Nadie –dicen– que haya tenido posibilidad de caer en estos agujeros en el que el punto de pronto abarca la totalidad, podría volver. Es un proceso catatónico de pérdida, una maquinaria que produce esquizos babeantes que han dado la vuelta al universo sin quitar la mirada de un punto fijo de la pared.
Hizo una pausa, adelantó la película. Le mostró entonces las imágenes de la fiesta de inauguración de la casa de Boris Spakov. Se trataba de la misma escena que Roy había vivido y filmado. En el primer cuadro aparecía Laura esperándolos en las escaleras de la entrada. Tenía puesto el mismo vestido de aquella noche, se había teñido de rubio platinado y un lunar negro aparecía en su pómulo derecho.
–No perdamos tiempo. Sé por qué viniste hasta acá. Quiero que te concentrés en esto. ¿La conocés?
–Es Marian.
–Una falsa Marian. Ya sabés de lo que te hablo. Se trata de Laura, la mujer de Boris Spakov, idéntica, casi indiferenciable de la que había sido nuestra mujer.
–Entonces conocés a Boris Spakov.
–Lo conozco del mismo modo que lo conocés vos. Ya te dije, vi la película de mi memoria mil veces. Todo lo que vos puedas recordar de Boris y de la Compañía en la que crees trabajar está ahí en el dispositivo. Son los mismos recuerdos, y lo que vos tenés ahora en tu cabeza es lo mismo que yo tuve en la mía. Boris, Laura, es decir, la falsa Marian, son un modo de reaseguro. Una segunda memoria escondida bajo la primera.
–¿Para qué, qué necesidad de una segunda memoria?
–La Compañía se adelantó a posibles errores. Si los recuerdos falsos comienzan a fallar, el dispositivo no te va a permitir llegar a lo que realmente sos. Antes de ello, te presenta una segunda película también falsa. La mujer rubia platinada y con el lunar negro en el pómulo es un simulacro del simulacro, un laberinto dentro de otro laberinto, solo está allí para que te pierdas en el camino, una invitación a la paranoia, a la búsqueda interminable de una verdad que no existe.
–No entiendo qué necesidad tenés de explicarme todo esto. Todavía no sé por qué quieren que pase de nuevo por lo mismo. Ya estuve acá, y no se trata de recuerdos, vi una y mil veces la filmación de la primera vez que me trajeron a este lugar.
–Eso no te sirve de nada. Es posible que tengas la filmación o lo que vos quieras, pero la extirpación del dispositivo suele ser una proyección del mismo dispositivo, te hace creer que ya te quitaste el dispositivo y sin embargo sigue funcionando en tu cerebro. Si la destrucción de la memoria artificial es parte de la memoria artificial, es imposible saber si de verdad, en algún momento, el dispositivo fue extraído. Siempre quedará la duda: ¿cómo saber que la extracción no es más que una continuación del artificio?
Acaso el otro tenía razón. Quizás todo había sido una mala pasada del dispositivo en su cabeza y el único modo de salir del infierno de Marian y Nolan era que Teiler hiciera lo suyo. Sin embargo lo miraba y había algo del orden del rechazo físico, una respuesta orgánica que registraba en los recovecos de su cuerpo –en las axilas, en la boca del estómago, en los testículos– ante la posibilidad de que las morcillitas que aquel gordo tenía por dedos hurgaran mugrientos en su cerebro.
–Incluso es posible que todo esto no esté sucediendo. En este momento quizás ni siquiera estemos hablando. Acaso todo lo que estamos haciendo es parte del pasado, ya ocurrió y ocurrió en ninguna parte. Ahora vamos a extraerte el dispositivo, pero quizás es algo que ya ocurrió antes.
–No sé entonces por qué tendría que aceptar ahora la cirugía.
–Porque ya estás acá. El que llega a este lugar ya no puede volver a atrás. No te pongas paranoico. La extirpación va a suceder, quieras o no. La mejor estrategia es relajarte. Yo te cuento cómo funciona, qué me sucedió a mí para que estés tranquilo.
–Si las cosas fueran tan fáciles hubiese venido por mi propia cuenta –dijo.
–Viniste solo y por tu propia cuenta.
–No es eso lo que recuerdo. Alguien me golpeó, me durmieron y me trajeron encapuchado en el baúl de un auto. Si fuera tan bueno para mí sacarme el dispositivo, ¿por qué me trajeron a la fuerza?
–No sé de qué estás hablando.
–Estoy diciendo que a alguien le conviene que yo crea que mi memoria es un artificio sintético y que me haga la operación.
–Te repito que viniste solo. Intento que sea por las buenas, pero si tiene que ser por las malas, será por las malas. Ya estás acá, no hay vuelta atrás, nadie puede salir de este lugar recordando quién soy.
–¿Trabajás para Boris? ¿Boris me trajo acá o fue Dafoe?
–Relajate, es la última vez que te lo digo.
–Me relajo todo lo que quieras pero decime para quién trabajás. ¿Te mandó Boris Spakov?
–Terminá de entender que no estamos jugando –espetó Teiler y sacó un revólver de su cintura para enseguida apuntarle a Roy.