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Madrid, 9 de noviembre de 1989

Querido Nicolás:

Todo un problema empezar esta carta. Me cuesta dejar la televisión. Estoy en esta casa desde el domingo pasado a la noche. Cinco días. Salí una vez para hablar por teléfono con Paula y una noche fuimos con Jordi a cenar a la casa de un amigo de él. Una gripe me salva ahora de salir a la calle. Televisión todo el día, o música, o baño de inmersión bien caliente. Café. Whisky. Se podría decir que el gusano de seda se prepara en su capullo para salir en unos días hecho toda una bonita mariposa.

La historia de Pablo empieza a ponerse complicada. Y contada en esta carta, en este género, no me imagino cómo quedará. Sé que, a mi pesar, trato de hacerla “estética”. Me tiento ahora. Siguiendo al personaje Pablo por la letra, se lo puede ver en apuros, la historia empieza a tener su nudo, ya hay problemas. Me siento mal. Esto es lo que no me imagino recibido en una carta. Es esta cuestión de sentirme jugado. Ya no tengo pasaje de vuelta. Sea Madrid (todavía no lo sé) linda o terrorífica, siempre está el pretexto para no salir a saberlo. La casa donde estoy es muy cómoda, equipada con alcoholes, electrodomésticos y sales de baño. Pero la relación con Jordi me perturba. Creo que me trajo en plan “chongo latinoamericano”. Jordi es buen tipo, es moderno, y además me trata como a un príncipe. Me prepara comidas ricas y un par de veces me trajo el desayuno a la cama. No sé bien cuáles son sus intenciones. Sé que exige mi deber de “chongo”; justo a mí, si es precisamente lo que yo necesito, un chongo, digo. Y me cuesta cumplir con “mi deber”. Es obvio que no soy yo la persona indicada. A veces puedo y lo hago bien. A veces le digo que me siento enfermo, lo cual es en parte cierto. Es una situación difícil de sostener. Pienso en soluciones:

1) Revertir la situación “chongo-señora”: Sería una locura pretender que Jordi sea un poco más hombre. Seducirlo con otra cosa que no sea sexo, lograr que el sexo pase a un plano secundario. Trato de ser inteligente, rápido, agradable en la conversación. Eso le gusta, está bastante orgulloso de mí, pero me parece que también eso le da más ganas de coger que si fuera un estúpido. Creo que soy bastante amable y trato de levantarme antes que él para prepararle el desayuno yo.

2) Gusano de seda-mariposa: Me cuido, me doy baños con arcillas y leches de baño, duermo. Quizás cuando salga por primera vez, en unos días, conozca algún chico que me haga perder la cabeza.

Independientemente de los planes 1 y 2, tendría que conseguir un trabajo que me permita independizarme.

Así es la historia hasta hoy. En algún plano me gusta, empiezo a sentirme como Batman atado bajo el péndulo de una sierra eléctrica, o como el agente de CIPOL encerrado en el cuarto con muñecas-bomba que dicen “¡Adiós!”. Un aventurero, quiero decir. Estar tan jugado tiene su lado heroico.

Un sueño recurrente: estoy en Argentina solamente para resolver papeles y volver a Europa. De pronto me doy cuenta de que no tengo el pasaje de vuelta y me quedo estancado en Buenos Aires. Cuando me despierto, en París o en San Sebastián o en Madrid (en los tres lugares soñé lo mismo), respiro aliviado.

Mi deseo, desde que estoy en Madrid, sólo es alcanzado por la televisión: campeón de moto español o torerito de diecisiete años. En fin…

Antes, las corridas de toros me indignaban: matar un animal así, qué salvaje, qué asco. Ahora me muero de ganas. Lo necesito. Siento que me haría bien un espectáculo sangriento. Te pido perdón, dudo sobre si corresponde o no contarte esto, pero creo que esta sí es una carta que vale la pena, sobre todo para quien la escribe. Me siento mejor. Te pido reserva sobre esta carta. Si te la mando es porque creo (y ya te lo dije en una carta anterior) que entendés como yo los placeres que acompañan la tristeza. Ah, creo que vale la pena aclarar que cuando hablamos el otro día por teléfono te decía cualquier cosa, recuerdo “mar azul” y “tejas rojas”, lo cual es cierto, pero lo que necesitaba contarte era esto y Jordi estaba conmigo mientras te hablaba.

Acaba de llamar por teléfono para preguntarme cómo estoy. Se fue hace dos horas y vuelve en tres. ¿Te das cuenta? Es una madre.

17 de noviembre

Había metido la carta anterior en un sobre y pensaba mandarla así. No pude. Tampoco pude tirarla, no me parecía honesto. Además, yo también tengo derecho a estar mal, ¿no? La verdad es que ahora estoy mejor. Lo de Jordi no sé si es exactamente que quiere un “chongo latinoamericano”. El otro día hablamos y me contó que tenía un vacío afectivo. Yo lo quiero pero no tanto como para llenárselo. Es más, me doy cuenta de que en este momento no quiero tener contacto con ninguna persona. Estoy como desganado de relaciones afectivas.

Sí tengo muchas ganas de empezar a escribir regularmente, terminar un libro, leer, ver si puedo inscribirme en alguna universidad para estudiar cine. Sé que no te gusta mucho lo del cine, pero no te preocupes: pienso seguir escribiendo.

Por lo que me contaron, no es tan difícil conseguir una residencia española como estudiante. Y si no fuera posible, tendría que volver a la Argentina para obtenerla, como en el caso de la visa francesa.

Claro, todo esto aprovechando mi inevitable estar solo en Madrid. No conozco a nadie más que a Jordi. Es bueno el no conocer a nadie para mí, en este momento. Es como si en buena parte se me hubiese blanqueado la memoria. Te imaginarás cómo está mi cabeza en este momento, si antes casi no tenía memoria. Creo que no podría sostener una conversación con nadie. Si no hay relación afectiva, no me preocupo por sostener una conversación. Por supuesto, tengo las conversaciones que mantengo por carta con ustedes, que son mis amigos. Pero es notoria la diferencia, esta situación hizo que me diera cuenta de que prácticamente no hablo, se podría sintetizar diciendo que sólo escribo. Sí, exagerando un poco, claro. Ayer hice mi primera salida. Primero fui a la cinemateca a ver El bebé de Rosemary. Sufrí toda la película y no precisamente por la historia: el doblaje en la cinemateca es espantoso: te dan unos auriculares a través de los cuales, mientras suena la versión original en inglés en la sala, una intérprete española te hace la traducción simultánea de lo que dicen TODOS los personajes. Salí del cine a la medianoche y fui a buscar algún bar gay, orientado con una vaga referencia de Jordi, que estaba como reticente a darme cualquier información: “Por ahí es el barrio gay”, me dijo una tarde mientras paseábamos por la Gran Vía. Encontré un bar lindo que se llama Rick’s. Pasan buena música, hay un metegol y un flipper. Chicos lindos no había, o no sé, en todo caso yo estuve todo el tiempo solo, tomé un par de cervezas y jugué al flipper. Me fui a las tres de la madrugada y estaba muy seguro de que llegaría caminando a casa. Encontré la Gran Vía, que a esa hora era como una magna y exagerada Lavalle. O una versión madrileña de Pigalle. Cines, putas mal maquilladas o bien pintarrajeadas y despeinadas en las puertas de los cines y que te llaman “¡Joven!”, camellos (dealers) y seguramente yonquis, a los que todavía no sé reconocer. Después de haber caminado bastante por ahí sin que me pasara nada malo, había perdido el miedo. Mi gran temor en Madrid es que me amenacen con una jeringuilla infectada de HIV, como nos contó Gigí que le pasó cuando anduvo por acá, no tanto por el HIV como por la violencia de que te pinchen con una jeringa para lastimarte. Cuando salí de la Gran Vía, pensando que iba en dirección a lo de Jordi, me perdí. No tenía plata para tomar un taxi, así que empecé a caminar sin rumbo fijo y sin saber dónde estaba. Me divertí mucho más que en el bar. Sobre todo porque descubrí que Madrid de noche es una ciudad hermosa. Al menos el barrio donde vivo, que es por donde anduve perdido, en el casco antiguo. Calles adoquinadas, casitas bajas, plazas que por lo general son solamente superficies vacías, a lo sumo con un par de bancos y un monumento o una fuente. Tejados y faroles. Aquí las calles tampoco son paralelas como en Buenos Aires, son tan o más laberínticas que las de París. Estuve casi una hora perdido a tres cuadras de lo de Jordi. Le pregunté a un hombre que me crucé dónde quedaba la Plaza Mayor, ahí me señaló la dirección con el dedo. “¡Ah, gracias!”, contesté, “Es el único punto de referencia que tengo para ubicar mi calle. ¿Y conoce la calle de Segovia?”. “¡Pues es esta, hombre!”, me dijo señalándome un inmenso cartel, justo encima de mi cabeza.

Y así llegué, estaba a dos cuadras. Comí unos huevos fritos con panceta, queso y salsa de tomates (una de esas ocurrencias de cuando no querés cocinar) y me acosté a dormir (mi esposa no estaba, se había ido por unos días a Valencia).

Ah, con respecto a las corridas de toros: son en verano pero por la tele pasan algunos flashes de la última temporada. Algo es algo.

Todavía no me acostumbro a que el año termina. El clima me desconcierta. Miro el almanaque como si estuviese en julio. Llega Navidad y Año Nuevo. Según el horóscopo chino es mi año, el del caballo, y lo empiezo en Europa. Quiero creer que será bueno.

No sé si quedó claro: lo de Jordi me resigno a tomarlo como un trabajo. Me da casa, comida y 5.000 pesetas a la semana para mis gastos. Suficiente para salir, tal vez comprar algún libro o alguna ropa.

Anoche escribí un par de versos que me gustaron:

Por la mañana se oye el trino de un pájaro,

aunque podría ser la voz de alguien cuya única función es

cerrar la cortina del sueño.

¿Te acordás de los Poemas de la Isla? Se están transformando en una historia de hombres sirena-soldados. Solamente en mi cabeza. Cuando tenga algo escrito te lo mando. A propósito, ¿viste el último video de Madonna? De ahí se me ocurrió lo de los hombres-sirena (en realidad no se me ocurrió, es un robo). Ahora sí, hoy mismo despacho la carta.

Besos y un abrazo fuertísimo.

Pablo

Querido Nicolás

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