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Madrid, 27, 28 o 29 (no sé) de noviembre de 1989

Querido Nicolás:

Hoy recibí tu carta. Estoy agotado. El sueño y el no escribir nada son posibilidades tentadoras. Pero algo sabrás de las oleadas de palabras y pensamientos que no te dejan dormir, uno piensa entonces en levantarse y escribirlas. Mato dos pájaros de un tiro, te escribo y me escribo. Creo que el fantasma de mi tos se desvaneció totalmente, atravesó la pared y se metió en la casa y alma del vecino de al lado. Lo oigo toser. Pero no se trataba de esto ni tampoco de lo que sigue: eso de que lo que eran borbotones y oleadas y tormentas en el pensamiento tal vez se traduce en unas pocas líneas. Se trataba de cierto rechazo a Madrid. Hoy salí a pasear al Parque del Retiro y recordaba los Jardines de Luxemburgo, incomparables, y pensaba en mis paseos por el Sena y extrañé París. Luego salí del Retiro a perderme y vagabundear, y terminé dos horas de perdido en una zona de galpones y fábricas. Me propuse entonces un desafío que me agotó: el de no preguntar a nadie dónde estaba ni dónde había una boca de metro. Aparecí, luego de una insoportable vuelta, en el mismo lugar de hacía unos minutos. No sé qué pensar de Madrid. Todavía no puedo decir que sea fea. Conozco solamente un par de barrios. El barrio donde vivo es lindo, muy lindo; el que visité esta tarde, no, y otros que visitaré serán hermosos y otros horripilantes. El pensamiento que no me dejaba dormir es este: aquí habitan muchos de los fantasmas que sostienen mi existencia. España, digo, y mi abuela y la mitad de mi sangre o más de la mitad (el apellido de mi madre es vasco). Podrá parecer una tontería, pero pienso que tal vez los fantasmas los ve solamente quien los provoca, también en el sentido de producir, claro. Sólo quien los siente, sólo quien encuentra en ellos un significado los puede ver. La imagen de un libro que se va escribiendo mientras se va leyendo y no viceversa. Espero que no encuentres esto demasiado hermético, sino me sentiría perdido de veras. La verdad es que siento haber perdido el juicio, literalmente hablando, el juicio estético. Todo me gusta. Un ejemplo claro es la televisión: disfruto desde un programa infantil, pasando por las series, los programas de juegos, las matinées para viejas y amas de casa, las películas, los deportes… Todo. No me parece tan mal, pero me preocupa. ¿Qué es de mí, hoy? No sé. No puedo conocer gente porque no tengo ganas de hablar con nadie. Volviendo a estos fantasmas que me preocupan, ver en los negocios letreros en español me provoca un rechazo muy fuerte y los españoles me parecen groseros, aunque sigo viendo chicos lindos que me angustian porque no me pertenecen ni me corresponden. Es más allá de que los españoles sean lindos o feos o groseros. Sí, en gran parte son brutos. Lo serio es que todo me resulte tan familiar. Bah, no todo, pero casi. Y muy turbio, muy cubierto de polvo como en las casas embrujadas de las películas de terror. Tal vez porque encuentro aquí ese algo sucio que me intriga de la sordidez de mi familia.

Leo que me contradigo. Todo me gusta, pero el barrio donde me perdí no me gustó y algunos españoles me parecen groseros, pero también hay unos chicos hermosos. Me gustó perderme en un barrio feo y caminar entre espectros. Lo que me preocupa es ¿hasta cuándo todo esto sin caer en la demencia?

29 de noviembre

Hoy recibí tu carta, la anterior a la que recibí ayer. Magias y sorpresas del correo, las de la no-correspondencia. Creo que con la de esta mañana todos tus envíos están al día, salvo la última que estarás escribiendo en respuesta a mi primera carta desde Madrid. Desde entonces mi situación cambió muchísimo. Jordi ya no me pide nada. Al fin se habrá dado cuenta de que de chongo no tengo un pelo, así como tampoco de que siento ninguna atracción sexual por él. No se habló más el asunto. Mi estadía en Madrid sigue siendo difícil. No sé si te conté que tuve una fuerte recaída de mi bronquitis, y que curarla me costó mucha plata. Casi 10.000 pesetas, y Jordi me da 5.000 por semana, así que hasta la semana que viene no tengo un peso. Sólo cuento con lo justo para el metro y alguna que otra cerveza. Sabrán disculpar la tan baja frecuencia de mis cartas. De todas formas, sigo disfrutando de los placeres y del confort de esta casa.

Me informé con respecto a las posibilidades de estudiar acá y no parece difícil. La carrera que me gustaría seguir es Imagen, Ciencias de la Imagen o algo así, que sirve para televisión, video, cine, etc. Con los papeles no habría mayor problema, se convalidan el secundario y el ingreso a Filo porque con Letras y Antropología hay convenio. Como estudiante, te dan una residencia por lo que duren los estudios. Se puede hacer en Portugal o en Francia, sin necesidad de volver al país de origen. Hay que presentar un certificado de ingresos económicos que de algún modo podré solucionar. Si consigo trabajo, puedo enviarle el dinero a Bernard o a alguien de mi familia para que me lo vuelvan a enviar. Sí, parece un chiste de gallegos, pero tengo que tener la constancia de haber recibido un giro del exterior, porque la residencia no te da derecho a trabajar. Si bien Madrid no es tan hermosa como París, se puede estar (dejando los fantasmas de lado). Mi plan es terminar la carrera y luego, bueno, luego no sé, pero si me quedo en Madrid es porque acá es fácil estudiar, y durante los cinco años de la carrera tal vez pueda, mediante alguna treta, obtener la nacionalidad que, como ya sabrás, a partir del 92 sirve para toda Europa, entonces podría volver a París o ir a alguna otra ciudad. No descarto la posibilidad de volver a la Argentina después de haber andado lo suficiente. No sé si es una cuestión de ánimo o qué, pero siento que aquí será muy difícil entablar relaciones tan importantes para mí como las que tengo con ustedes. Aunque sería mejor que ustedes vinieran, así me ahorraría el disgusto de tener que volver a Buenos Aires. Claro, todavía no los puedo invitar, no tengo nada. Eso es bueno. La aventura sigue y espero siempre que algo pase, cualquier cosa puede pasar, esa es la sensación que me alegra. El no poder prever demasiado. El no tener nada. Es muy bueno todo esto, más allá (como dije) de lo lindo o feo de España y de su fauna y flora.

No sé qué decirte con respecto a tu carta, siento que deberíamos emborracharnos juntos y conversar. No es mucho lo que puedo opinar sobre tus edades. A mí sólo me consta que tenés veintiuno. Yo también me siento un viejo y a veces un niño. Pero creo que lo que pensemos no debería ser un impedimento para lo que hagamos. Se puede sentir uno con doce y con cuarenta años al mismo tiempo. Compliquémoslo diciendo que además de esto tenemos veintitantos años. Se puede llevar perfectamente. Se puede ser feliz así. No es impedimento para nada si uno sabe dominar la situación o simplemente no se resigna a que no pase nada. Yo tampoco me siento bien, pero creo que puedo ser feliz. Claro, enamorándome, consiguiendo un novio, que según creo es lo que también a vos te haría falta. No se trata de caricias o de besos. Yo disfrazo mi no tener amor, de besos y caricias, y sigo sin tenerlo. Si querés besos y caricias, eso es fácil de conseguir. Sé que no es lo que vos preferís, pero si sólo se trata de sexo casual, se consigue. Ahora, novio: eso sí que es difícil. Bueno, basta de lata. Pero eso de sentirte al mismo tiempo cuarentón y teenager es una obsesión tuya en la que veo que te trabás siempre. A mí no me parece tan grave, no me parece grave en absoluto, mucho menos a los veinte años. Con respecto a tus cartas, ¿cómo podés pensar que voy a tirarlas? Tampoco las perdí, ni las pienso perder. Espero que hagas lo mismo con las mías.

Ya salí varias veces. Estuve en un lugar que se llama Cruising. Un tanto sórdido para tu gusto. No se ve nada en algunos rincones y en otros apenas se ve. Me metí en un cuarto oscuro bastante orgiástico y me orienté con el tacto para descartar viejos, pelados y fofos. Resultó. Gané un bellísimo chongo italiano de veinticinco años, Carmelo. Fuimos a su casa. Cogimos y escuchamos canciones de amor italianas. Resultó bueno para coger. Solamente eso. No quedamos en volver a vernos.

Hay otro lugar que se llama Dúplex, que es un poco más luminoso y al que van mayoría de jovencitos, eso me lo dijo Jordi pero no lo pude comprobar. Hay tiempo. Lo que sí comprobé es que pasan buena música y el lugar es una mezcla de bar y minidisco, en general en Madrid los bares son así: una barra, unos sillones y una pequeña pista de baile. Sólo se paga una consumición de 300 pesetas para entrar. No es mucho, son como cinco tickets de metro. Está también el café Figueroa, que es una especie de Trolinera. En todos estos lugares hay, ya sea máquinas de videojuegos, o tragaperras, o metegoles, o flippers, si no hay uno, hay otro, o dos, o tres, o todos. Todavía no fui a ninguna disco, ya incursionaré y te contaré de qué se trata. También anduve por algunos bares modernitos. Son divertidos y la asistencia no es tan previsible como en el Bolivia, al menos para mí que acá no conozco a nadie, el elenco siempre cambia, hay modernos, gays, visitantes, yuppies. Una amplia gama de colores para elegir. Insisto, mi carta puede parecer contradictoria, digo que Madrid no me gusta y hablo de lugares que sí me gustan. Lo que va y viene es mi cabeza. Madrid está siempre en el mismo lugar. Te dejo por hoy con un fuerte abrazo.

30 de noviembre

Querido amigo, pienso en cómo pueden resultarte estas cartas en las que poco acontece. Imaginate: llueve desde que llegué, casi sin interrupción, este es uno de los motivos que hacen más atractivo quedarse en casa mirando tele, comiendo, tomando café o cerveza, mucho mejor que salir para inevitablemente mojarse (no tengo piloto, ni botas de lluvia). Realmente vibro de ganas de hacer cosas, pero no sé qué cosas. Creo que estoy incubando algún ser extraño que en cualquier momento me sale de las tripas. Pienso esto porque no puedo creer que mi vida siga así, tan nada. Algo debo estar haciendo y no me entero. Lo siento, por ejemplo, cuando veo algún chico lindo en la tele, o cuando me emociono por alguna amistad heroica de película, o cuando me asoma una lágrima cuando un viejito gana un auto en un concurso. A veces llego a sentir ecos de una furia que, de salir, tendría que gritarla como si fuera el cantante de una banda. ¿Si no qué sentido tendría gritar solo en el medio de la calle para que te miren raro? Me atormenta pensar que ahora no soy nada y que esa no es una situación sostenible. No sé qué será de mí. No es exactamente no ser nada, ni ningún rollo filosófico que tenga que ver con la nada. Sino que… no sé qué. Intento ser más explícito pero no puedo. Tal vez ya lo hayas entendido. También estoy pensando esto de Europa. Debería obtener una ciudadanía pero sin tener que hacer nada. Ahora pienso que no tengo ganas de estudiar y que me horroriza la idea de trabajar, aunque creo que no me queda otro remedio. A veces me arrebata la idea, el sueño, uno de esos grandes sueños que parecen imposibles pero que tienen una mínima posibilidad de concretarse: ganar 10.000.000 ó 20.000.000 ó 100.000.000 de pesetas a la BONOLOTO. Estoy tentado de jugar una boleta en cuanto reciba mi dinero de la semana. Es que cada vez me parece más lejano conseguir un trabajo o que alguien pueda enamorarse de mí, claro, alguien de quien yo también esté enamorado. ¿Quién podría enamorarse de alguien que no tiene nada que hacer ni sobre qué conversar? Es más fácil, creo, ganarse la lotería. Con dinero compraría la nacionalidad que quisiera para estar tranquilo en cualquier país que me guste. Tampoco sé para qué. Habiendo leído sobre tu resignación a la soltería y empezando a comprender la mía, creo que, para los dos, la alternativa es la misma: ganar plata. Bueno, vos al menos podés trabajar. Yo creo que no. Me siento totalmente inútil. Tal vez sea una racha y nada más. Al menos tengo con qué divertirme: esta incógnita me mantiene bastante ocupado.

Nota al margen: Cada vez están más cerca los hombres robot o los hombres biónicos, o lo que sea. En España ya hay tres sordos con captadores de sonido computadorizados que se implantan en el oído y se conectan con el cerebro. También se piensa en cámaras ópticas para los ciegos.

Más tarde:

Perdón por ser tan pesado. Claro, tal vez no lo notes porque estás leyendo una carta, pero es que a cada rato siento ganas de escribirte en cuanto se me ocurre algo. Es sobre esto de estar solo, cuando hace unos días nomás, incluso estando en París, podía conocer gente. La mayoría de mis amistades nacieron del enamoramiento o del romance. Ahora la cuestión es la siguiente: no tengo ganas de conocer gente en situaciones similares, salvo que se trate de un novio. Tampoco tengo un lugar, llámese escuela, facultad, o cualquiera sea el tipo de agrupación o aglomeración de gente donde conocer a alguien si no es en una situación de levante. ¿Cómo hago para conocer gente, entonces? Bueno, era eso. Hasta luego.

2 de diciembre de 1989

Todavía no reacciono, Nico. Ya estamos en los fines de la década. Y se vienen movidos, los noventas. 1990, el año del caballo, me encuentra en Europa. Se viene la aparición en público de la Academia Medrano. Y lo más importante, creo: después de haberte escrito ayer o antes de ayer sobre la cuestión de nuestras edades, estuve pensando que lo que nos pasa en estos días es nada más y nada menos que la crisis de los cuarenta, pero a los veinte. Claro, deduje esto después de haber visto un programa de televisión sobre el tema.

Esta tarde salí a dar un paseo por mi barrio. Ya no estoy en la duda de si Madrid me gusta o no. Mi barrio me encanta. Anduve por lugares hermosos, encontré los añorados puentes y palacios. Me habían cautivado en París y los extrañaba en Madrid, pero también aquí los hay. Es increíble que en un mismo lugar convivan tantos siglos. No sé cómo será el resto de Madrid. Es que estoy en el centro, donde está todo junto. A treinta cuadras de acá está el Museo del Prado; a diez cuadras, la Ópera, el Palacio Real; a veinte cuadras está Chueca, el barrio gay, y muy cerca el Parque del Retiro. En definitiva, siento que no necesito alejarme demasiado del barrio para pasarla bien, están los museos, los paseos, bares, los cines y las discos. Ayer fui por primera vez a una disco, el Ales. Sólo puedo decirte que es linda, nada más. No presté mucha atención porque apenas llegué empezamos a besuquearnos con un andaluz muy simpático: Rafael. Nada que pueda trascender, creo. Quedamos en volver a vernos hoy, pero no vive en Madrid, y eso impediría que nos viéramos con frecuencia. Yo apenas puedo sostener una historia de amor local, mucho menos a distancia.

Jordi está de brote operístico, hablando por teléfono en su despacho, con aires de diva, al son de los cantos de una soprano. Te dejo disfrutando de la preciosa aria, allegro ma non troppo, y de una cerveza, que todo sabe volverlo más ligero.

5 de diciembre de 1989

Como verás, los envíos de correspondencia no son tan frecuentes como desde París, sin embargo lo es la escritura. Ayer me llamaste por teléfono y sentí que ya no es lo mismo que antes. Cuando me hablaste por primera vez a París, después de cortar, lloré una hora seguida y no pude seguir con el almuerzo. Las últimas veces, no. Sí, me siento contento, pero no me alcanza para emocionarme. Necesito más. Por ejemplo, llego al borde de las lágrimas con sólo imaginarme un reencuentro. Igual me gusta que me llamen, pero sentía necesario el comentario.

Ahora te escribo para contarte algo que se me ocurrió, muy breve, con respecto a mi viaje. Desde que tengo quince años, mi deseo más fuerte, o uno de los más fuertes, era viajar. Luego de solamente ocho años, se cumple, como deben cumplirse los deseos, como por obra de un genio salido de una botella. Se me ocurrió también pensar en las malditas películas de genios que ofrecen tres deseos y en las que el segundo deseo es para solucionar un inconveniente impensado del primero y el tercero soluciona un inconveniente de la suma de los dos anteriores y generalmente vuelve a quien deseaba a su situación original, como si nada hubiera pasado. No sé muy bien a qué conduce esta reflexión. Pienso en que no me animaría a pedir un segundo deseo (aunque sé que me es imposible evitar desear). Perdón, me estoy expresando mal. No es que yo haya pedido el deseo de viajar, simplemente lo he deseado y se cumplió al cabo de ocho años. Pero ahora tengo miedo de desear uno más de esos cruciales deseos de la vida, por si se trata de solucionar una complicación de este. Sí, parece una bobada, es que pienso bobadas, lo siento, pero me dan un tema que me ocupa, me distrae. ¿Cómo es que en un momento me doy cuenta de que puedo llegar a una cábala que surge de uno de los tópicos de las películas de genios? Ya se me ocurre que no y que puedo desear lo que quiera, y además no podré evitarlo. Era solamente para esto que te escribía. Besos.

Pablo

PD: Medio de apuro, desde el correo, agrego unas palabritas. Hubo conversación con Jordi, todo quedó clarísimo y está todo más que bien. Prometo más detalles en la próxima. Feliz año nuevo. Besos.

Querido Nicolás

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