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París, 20 de septiembre de 1989

Querido Nicolás:

Empiezo mi carta hoy. Debería tener un poco de paciencia y esperar la tuya. Pero no. No puedo. Es como preguntarle a alguien “¿Cómo estás?” y esperar veinte días para que te diga “bien” y luego seguir el diálogo.

El verdulerito

En el mercado hay divisiones raras. Por ejemplo: en un puesto se venden los pomelos, pero las naranjas en otro y las papas en un lugar distinto del de las cebollas y así con todo. Este verdulerito da ganas de comprar tomates o ajíes y zapallitos o berenjenas y hasta que sepamos su nombre lo vamos a llamar garçon ratatouille:

—Un kilo de tomates, s’il vous plaît.

—C’est tout?

—Non. Aussi un kilo d’aubergines et des courgettes.

—Voilà! C’est tout?

—Non, ce n’est pas tout. Toi, garçon ratatouille, viens dans mes bras… 2

(irrumpen las campanadas del cassette de The Art of Noise)

Hice algunos progresos. Tengo una buena provisión de cervezas en la heladera. Los negros ya casi no me dan miedo. Me corté el pelo. Mañana empiezo a nadar. Hoy voy a ver un trabajo: tengo una cita con una señora para ver si le cuido a los hijos. Abro la segunda botellita de cerveza. Son las once de la mañana y a las catorce debo ver a esta señora (espero no estar borracho). Duvel, mucho más fuerte que la Quilmes.

Volver a la Argentina para quedarme es una idea que me aterroriza. No quiero. Si bien acá me cuesta (los extraño, a veces me siento solo), París es alucinante. Anduve paseando por las orillas del Sena, llegué a l’Ile de la Cité, vi Notre Dame, después crucé un hermoso puente a l’Ile de Saint-Louis. Hay placitas con marroniers, si no son castaños, son parecidos, los frutos se llaman marrons y si no son castañas, son parecidas.

Estuve también en Pigalle, un barrio que parece peligroso. En un momento me quedé mirando a un chico que hablaba con un viejo, y dos negros se me acercaron a pedirme una tarjeta para el teléfono, con cara de a punto de asaltarme. Salí no corriendo pero casi: “Non, non, je n’ai pas de carte! Je ne savais même pas qu’il fallait une carte pour téléphoner!”.3 El chico que hablaba con el viejo se acercaba para pegarme, creo que era un taxi boy, no sé, lo cierto es que yo estaba muy asustado. Más allá del mal momento, Pigalle es un barrio muy movido y me gusta. Hay muchas salas de conciertos, mucho yiro gay y de putas que me sorprendieron por su elegancia. Claro, al lado de las gronchas que se te vienen al humo en Constitución, parecen estrellas de cine. Me contó Sebastián que algunos se encierran a coger en unas cabinas-baños públicos en las que se entra metiendo 2 francos, son de un tamaño equivalente a dos cabinas de teléfono.

Hice mi primera visita a un bar gay, Le Quetzal (del cual te envío la tarjeta), está en el Marais, el barrio gay de París. El lugar es lindo, pero chicos lindos no vi. Tal vez fue un día de mala racha. Muchos viejos. Voy a insistir. Bueno, te dejo y voy a afeitarme y ponerme elegante para mi cita.

21 de setiembre

Hoy lo vi a Emeterio Cerro. Es un charlatán insoportable. Se cree la reina de París y se dice Reina de Balcarce. Está orgulloso de ser de Balcarce y no porteño. ¡Qué le vamos a hacer!

Estoy esperando que se descongele el pescado mientras escucho un demo de Paoletti. Y ahora Oktubre, que por otra parte se acerca y yo sin tener nada resuelto. Como te dije antes, no quiero volver a vivir en la Argentina, pero es difícil quedarse. Los papeles por una parte; ustedes por otra. Los extraño mucho y a veces me siento solo. Es normal, me dicen. Y vos ya sabés que a veces disfruto de la tristeza… Pero es difícil. Creo que en estos días voy a juntar coraje para devolver el pasaje de vuelta. Si tuviera que volver a Argentina me sentiría muy mal, sería como un fracaso. Más allá de que me sienta solo, estoy bien. Bernard me da bastante guita como para comer, salir, tomar algo… Yo lo ayudo en lo que puedo: lavo la ropa, mantengo la casa ordenada y todo eso. Es lo menos que puedo hacer.

Severo Sarduy no me llama. Según Emeterio Cerro, es difícil verlo, es un tipo muy ocupado y no debería tener demasiadas expectativas de que me ayude.

¿Qué pasa que no recibo cartas? Por favor, contesten mis cartas rápido. Los necesito.

PD: Recién terminaba de escribir la carta y me llamaste por teléfono. Genial. Parece que los reclamos a distancia dan resultado. Gracias. Besos.

29 de septiembre

Ya se puede decir que estamos en otoño; hay que salir abrigado; ex Ratatouille ahora vende uvas y bananas (lo vi en el metro el otro día, vestido de civil, con un amiguito, hermosos los dos). Hoy compré uvas, mañana compraré bananas, cuando venda otra cosa se la compraré.

Estoy conviviendo por un par de días con un negro invasor. Bernard me había avisado que tenía llave, pero igual me asusté cuando lo vi entrar. Vacía la heladera, se come mis compras y encima me pregunta si quiero y me invita a comer mi propia comida: “vení, tomá, comé”. Creo que está loco, habla solo todo el tiempo y trata de ser amable, pero no le sale. Por suerte se queda sólo por el fin de semana, y mañana yo me voy a Evry Courcouronnes, a la casa de Miriam y Jassine, mis nuevos médicos de cabecera amigos. Otra vez el negro invasor a la carga, me habla pero no entiendo qué dice: es francés, habla en francés, pero no le entiendo una palabra. Esta vez por lo menos me gané una taza de café recién hecho. ¡Mi café!

Conocí otros bares gays, que están por la misma zona del Quetzal, del que algo te conté por teléfono y creo que lo mencioné en la carta anterior (ya me veo diez mil veces diciendo las mismas cosas porque me olvidé de lo que dije en la carta anterior).

En el Central, otro bar, tengo una historia divertida: George, un francés de treinta y cinco años. Dice que es poeta. Es grandote, lindo a pesar del par de dientes que le faltan, parecido a Mickey Rourke en La ley de la calle, con campera de cuero pero sin moto y bastante más decadente. En el bar me metió mano por todos lados. No tiene lugar adonde llevarme y yo a lo de Bernard no quiero traer a nadie, salvo que se trate de un amor irremediable. También hay un rubio que me mira desde el mismo día que conocí a George. Es lindo, mucho más lindo que George, tiene un cuerpo de publicidad de slips (de las de acá, no las de Eyelit, con Guerrero Marthineitz), pero es medio tonto. De todas formas, compensa la idiotez con el músculo y me gusta. La cuestión es que se acerca (es medio amigote de George) y hablamos, pero apenas intenta tocarme, George lo saca de un manotazo. Ya tengo ganas de meterme en algún enredo (aunque sea para poder escribir algo divertido), como hacer una cita con el rubio en otro bar o darle un beso en la boca delante de George, pero antes debería comprobar que George no sea violento. No quiero salir con un ojo negro (aunque la idea de una paliza no me cae del todo mal) “Il est à moi, il est à moi”,4 le dice al rubio cada vez que se me acerca. En cuanto me canse, no sé cómo voy a hacer para sacármelo de encima.

¿Te conté que empecé a ir a una pileta? Ya sabés de mi preferencia por el deporte, sobre todo por el momento de las duchas. Pero de verdad que los francesitos más lindos están ahí, aunque el lugar tiene un problema: la primera vez que fui, entré al vestuario y me instalé en un banquito para cambiarme y, ya desnudo, vi pasar a una CHICA. El problema: los vestuarios son mixtos, para desvestirse hay cabinas individuales y tenés que ducharte con la malla puesta, así que se pierde la parte más interesante, la de poder mirar chicos desnudos. Ricardo, la loquilla aparisinada (tiene muy buena onda y me está acompañando a conocer los bares) me contó que por el Marais hay una pileta donde van muchos gays. Un día de estos voy a ir para ver cómo es. Me contó también de algunas discos que los días de semana no cobran entrada. Me tengo que informar bien porque él no está muy al tanto, sale bastante poco de noche, se autodefine como “una loca vespertina”.

Tengo entradas para ver a Eurythmics el 15 de octubre y a los Residents el 26. Las compré con 45 dólares que me quedaban de lo que me había dado mi viejo. Igual de la guita que me da Bernard (si me pongo las pilas y no me la gasto en tomar tanta cerveza) puedo ahorrar. Me queda bastante resto de lo que uso para comer y para viajar, pero nunca fui muy metódico con las cuentas.

Todavía espero carta tuya.

Hoy experimenté con un cangrejo

En el mercado te venden todos los mariscos vivos. Langostas, langostinos, cangrejos… Compré un cangrejo y, siguiendo las indicaciones del pescadero, lo puse a hervir en agua. Quería probar qué gusto tenía. Hay que meterlo vivo en una cacerola con agua fría y sal, sobre el fuego, y a partir de que rompe el hervor, dejarlo quince minutos a fuego mediano. La cocción es simplemente esa: caníbal. El secreto seguramente reside en acompañarlo con una buena salsa a base de mayonesa o mostaza, no sé… Es difícil comerlo elegantemente, pero si estás solo o con amigos, con un martillo o un rompenueces puede ser divertido. Lo rompés y comés todo lo que encontrás adentro. Muy rico. Creo que la próxima vez voy a intentar con unos langostinos.

Del diccionario Petit Pérez:

folle tordue

FOLLE: loca.

TORDRE: retorcer.

Pero folle tordue no es una loca retorcida, es una loca que camina como retorciéndose.

¿Qué tal andan aquellos lugares? ¿Sigue jodiendo la policía? ¿Hay alguna disco nueva, alguna disco menos? ¿Qué pasa?

3 de octubre

Ya estamos en octubre, hace un poco de frío, comparable al de las tardes soleadas de invierno en Buenos Aires. Creo que ya lo dije mil veces, no sé si en esta carta o en otras, o a otros, (tal vez escribirlo y repetirlo tantas veces tenga efectos mágicos): estoy decidido a quedarme hasta que me echen o hasta que me aburra. Es rarísimo que en París se te acerque un policía a pedirte los documentos. Hay que tener mucha mala suerte. Además, si me echan, no pierdo nada muy distinto de si me voy por mi cuenta. Tal vez no podría volver a entrar por unos diez años. Pero si vuelvo a Argentina, ¿cuántos años tardaría en juntar la plata para volver a salir?

De todos modos, hago lo mejor posible por conseguir mis papeles, para evitar cualquier problema.

Con George avanzó un poco la cosa, y también retrocedió: estábamos en el Central y en un momento me propuso ir a la casa de unos amigos suyos que estaban con nosotros en la mesa. Los amigos me convencieron: “Vamos a fumar”. Y fuimos. George se lució como cocinero: mientras él cocinaba yo armé unos porros de hachís mezclado con tabaco. Armé uno que fumamos enseguida y me preguntaron si no podía armar uno más grande. Entonces armé uno doble, pegando dos papeles. Mortal. En un momento todo objeto que chocaba con otro me hacía ver chispitas. Comimos una ensalada con champiñones y una ratatouille, según George “el platillo del amor”. Conversé mucho con Patrick, el dueño de casa, aunque de las cosas que me decía entendí menos de la mitad, no sé si porque hablaba muy rápido o si porque yo me quedé embobado mirándolo.

Ya tengo un pretexto para volver a verlo: él pinta y dibuja. Sus dibujos se parecen a los del grupo Mariscos en tu Calipso, de los que me traje unas fotocopias que me regaló Rafael Cippolini, entonces le dije “traje unos dibujos de unos amigos míos que te van a gustar mucho…”.

Nos quedamos a dormir ahí y George me hizo ver más estrellitas, porque cuando nos acostamos empezó a darme chirlos en el culo. Pero cuando me quiso coger sin forro no lo dejé, entonces se enojó y no me dio más bola. Yo me dormí. A la mañana siguiente escuché a Patrick preparando el desayuno y me levanté para ayudarlo. Todavía suspiro por él. Espero darte buenas noticias en la próxima carta, sobre el próximo encuentro.

Hoy a la noche voy al cine a ver Batman con Ricardo (no Tapia, la otra). Empecé con el ahorro, ya tengo 100 francos.

No hay modo de hacerte saber que ya van once hojas, que hoy es 2 de octubre y que sigo fiel a mi principio de no mandarlas hasta no recibir tu carta. ¡Ya me estoy enojando con estos tiempos coloniales!

4 de octubre

Finalmente llegó el otro monólogo, el tuyo, junto con el de Paula, que compartía el sobre con postales de Londres y de Valencia, que me había enviado a Buenos Aires Jordi, un español que conocí en Bunker unas semanas antes de viajar a París.

Buscar las cartas es toda una expedición: bajar cinco pisos por escalera, que no vuelvo a subir hasta que no las leí todas. Entonces o bien me siento en un banquito que hay en la vereda, o voy a una placita que hay a cuatro cuadras de acá. Una vez que leí las cartas, subo y lo primero que hago es contestarlas.

Anoche, cuando volvía por la rue Ordener después de haber visto Batman, me miró un chico que estaba hablando por teléfono en una cabina. Lo miré y seguí de largo, pero él me siguió una cuadra y, cuando estuvo varios metros más adelante que yo, me hizo señas para que nos metiéramos en un zaguán. Entré detrás de él y nos pusimos a apretar. Me invitó a su casa, frente a la placita de la que te hablaba antes. Vive en una chambre de bonne en un séptimo piso por escalera (ya tengo piernas de bailarina). Desde la ventana se veía Montmartre. Éric desnudo se veía más lindo que vestido, ancho como los ángeles de Miguel Ángel. Me gustaría terminar en esta hoja. Voy a intentarlo: especie de ritual para que nos encontremos pronto y enamorados, en París o en cualquier otra ciudad, lejos de Argentina.

Dirás ¿y Patrick? Pienso en él, pero no lo llamé ni me llamó. Sigo siendo el mismo calentón de siempre. Por otra parte, estoy un poco aburrido de Bernard. Ya sabés de mi inconstancia. Bernard, el otro día, se negó a comer jamón porque dice que es musulmán. Religioso y también esquizo (es más francés que Gerard Depardieu) y nuestras esquizofrenias no tienen punto de encuentro. Tampoco nuestras religiones. Yo también soy religioso, pero creo que con él sólo coincidimos en la adoración por los hombres. En definitiva, con él puedo vivir, no me molesta demasiado, se porta muy bien conmigo, no se mete en mis asuntos, pero extraño tener mi propia casa o compartir casa con alguien con quien poder hablar de todo y divertirnos juntos, como lo hacía con Paula. Eso necesito, un hermano, un amigo… Confío en que aparecerá.

En una de las postales, Jordi me invita a pasar unas vacaciones en San Sebastián y a pasear con él por España. Tengo que pensarlo bien, me da no sé qué ir de vacaciones cuando todavía no encontré trabajo. Un lujo que todavía no puedo darme. Mi vida sigue desordenada, debería vivir en la rue Desordener.

5 de octubre

Mon cher ami, es una tarde de domingo gris, como casi todo este otoño, si bien anoche vi por primera vez las estrellas: dos o tres nomás, las otras probablemente ahogadas en la polución, como la luna llena, turbia. Tal vez ahora estés durmiendo después de una noche de disco.

Le Broad

Ya tengo pensado hablarte por teléfono desde esta disco en la que me encantaría que pudiéramos estar y emborracharnos juntos. Llamarte desde Le Broad será traerte un poco, tu voz se mezclará con las voces y la música de la boîte. Especie de brindis, te llamaré por el precio de una cerveza: dos minutos largos.

Entrando, a la izquierda, lo primero que se ve es un flipper y una barra: las botellas, cada una colgada pico abajo con su medidor (una esferita de plástico transparente). Al fondo, la pista, y sobre la pista, una escalera que conduce a descansos y pasillos con sillones, que rodean la pista en forma de espiral de cuatro pisos; a partir del segundo, en el centro de la espiral, un gigante tubo transparente que llega hasta el techo de la disco, con burbujas rojas-verdes-verdes-rojas que suben y se disuelven ininterrumpidamente.

Otra vez desde la entrada, pero esta vez hacia la derecha, el volumen de la música baja a medida que bajamos las escaleras. Hay unos chicos sentados en cómodos sillones, mirando diferentes televisores donde pasan videoclips o videos porno. Música diferente de la de arriba. Túneles subterráneos. Antiquísimas paredes de piedra. Muchos rinconcitos. En algunos, televisores; en otros, oscuridad; en otros, nada, cada tanto un videojuego o un flipper, escaleritas y, al fondo, otra barra. Deux bières, s’il vous plaît! Santé! À la tienne!5

Lo mejor de todo es que en el baño hay un teléfono público desde el que voy a llamarte una vez que hayas recibido esta carta. Es lo más que puedo hacer por que estemos un rato juntos en la disco.

19 de octubre

Acabo de recibir tu carta. Inútil citar cartas anteriores sin contarme de que se trataba la carta de la que me hablás, porque no recuerdo ni un solo párrafo de lo que te escribí antes.

Evidentemente, la letra emite vibraciones. En tu carta me pedís que te cuente como es la noche gay en París, y justo hace unos días te escribí parte de la vida nocturna, o mejor, un lugar de la vida nocturna, muy detalladamente, Le Broad. Es más, hoy tenía planeado llamarte por teléfono desde ahí mismo.

Me cansé de George. No quiero entrar demasiado en detalles. Es cómico por donde lo mires. Estaba cansado de ir al Central y no poder ver chicos tranquilo por tener siempre a mi esposo encima, pobre, apostado en la barra. No, no, no. No me gusta sentirme atado. La semana pasada anduve paseando con un chico, Bruno, con quien la pasamos muy bien tomando cerveza, jugando a los flippers y haciendo malabarismos para coger en un sillón en Le Broad. Lástima que Bruno ya volvió a Lyon, donde vive. Ahora ando solo. Tengo un amante-gato-belga, que puede llegar a ser mi salvación si Bernard se cansa de mí. No es feo, tampoco es lindo, es un señor de unos cincuenta años, rubio, de ojos azules, robusto y peludo. Me dijo que quería llevarme a Bruselas a vivir con él.

Bernard está LOCO. Creo que ya te lo dije. Lo confirmo: dice una cosa y hace otra. Un día me dice que más adelante le podríamos mandar un pasaje a Paula; después, que si en un mes no encuentro trabajo será mejor no perder el tiempo en París y probar suerte en España. Pero cuando le cuento que le escribí a mi tío de Galicia para ver si me puede conseguir un trabajo allá, me pregunta “¿Por qué? ¿No te gusta París?”.

Así, organizado por escrito, no parece tan descabellado. Pero es la magia de la escritura que todo lo vuelve coherente.

Bueno, despacho la carta hoy. A la noche te llamaré desde Le Broad (igual te enterarás antes de haber leído esto, cuando te llame). Te mando un beso y un abrazo.

Pablo

2 —Un kilo de tomates, por favor.

—¿Algo más?

—Sí. Dame también un kilo de berenjenas y un kilo de zucchinis.

—Aquí tiene. ¿Algo más?

—Sí, algo más. Tú, chico ratatouille, ven a mis brazos…

3 “¡No, no tengo ninguna tarjeta! ¡Ni siquiera sabía que hacía falta una tarjeta para usar el teléfono!”.

4 “¡Es mío! ¡Es mío!”.

5 ¡Dos cervezas, por favor! ¡A tu salud!

Querido Nicolás

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