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Capítulo dos


El primer encuentro con un hombre sombra

Apenas terminó el video, intentamos comunicarnos con ellos, pero nos fue imposible, no respondían a los llamados. Al fin, recibimos un escueto mensaje de texto de Luana:

Los necesitamos, ¿pueden viajar?

Tardamos un par de días en prepararnos y además debíamos convencer a nuestros padres para que nos permitieran viajar. Pero no perdimos el tiempo, aprovechamos cada instante previo al viaje para analizar una y otra vez el video.

Lo habíamos descargado en nuestra computadora portátil y fue una decisión acertada, ya que el video fue borrado horas después.

Fue un arduo trabajo analizarlo cuadro por cuadro, pero el esfuerzo rindió sus frutos. Un brillo de triunfo resplandeció en los ojos de Ágatha. Segundos antes del final de la película, se detuvo en una imagen. Una silueta oscura surgía sobre el margen derecho de la pantalla; era más bien una sombra que se recortaba en un haz de luz proveniente, seguramente, de la cámara. Pero se podía observar, apenas perceptible, un rostro pálido que sonreía...


–Creo que se trata de la cara de una muñeca antigua –exclamé asombrado por el descubrimiento de Ágatha, ya que por lo general la tecnología es mi territorio.

–A menos que la muñeca pueda caminar… Segundos antes, cuando Caetano descendió por las escaleras, el lugar se encontraba limpio –dijo Ágatha señalando la captura de pantalla del mismo sector en distintos tiempos.

Una semana después de recibir el mensaje de Luana, arribamos a la terminal de ómnibus de la ciudad de La Plata. La humedad y el frío se hacían sentir.

–Lindo clima para unas vacaciones –bromeé mientras me subía el cuello de la campera.

–Espero que no sea nada tan serio y podamos disfrutar de la ciudad, siempre quise recorrerla –respondió Ágatha–. Solo tengo un vago recuerdo de cuando la visitamos con la escuela, hace años.

–¿Sabías que algunas personas la llaman “la ciudad de los brujos” por la gran cantidad de elementos esotéricos escondidos en su arquitectura? Y, hasta donde sé, una maldición pesa sobre ella –dije demostrando que había hecho mis deberes.

Luana y Uriel nos esperaban en una de las dársenas de la terminal de ómnibus.

Dos años habían pasado desde que se fueron de Oriente para estudiar en la Universidad de La Plata. Eran unos de los pocos amigos que conservábamos fuera del pueblo y que conocían nuestra historia completa; su afinidad por lo oculto nos mantenía en estrecho contacto.

A pesar de la alegría del encuentro, sus rostros demostraban cansancio y sufrimiento. Caetano no vino a recibirnos, hacía días que no salía de su habitación. A pesar de ser el más valiente del grupo, ahora se negaba a salir y dormía con la luz encendida.

Después de recordar viejos tiempos, nos sentamos en ronda, conectamos nuestro grabador para no perder detalle y Luana comenzó su relato sobre lo sucedido aquella noche.

–No sé por qué razón estaba inquieta, el clima en el lugar no era diferente del de otras casas que hemos investigado –comenzó, frotándose las manos–. Le transmití mi inquietud a Caetano, pero sabes cómo es, nunca acepta advertencias, siempre quiere ir por más.

Ágatha asintió tomando sus manos.

–Apenas habíamos avanzado unos metros en el interior, cuando sentí que una brisa de aire frío nos envolvía y pude escuchar, a lo lejos, una risita suave.

–En el video no se oye nada –dije y tomé nota del hecho.

–Pero fue así, Ulises. Ambos la escuchamos. ¿No es así, Uriel? –le preguntó Luana a su amigo, que asintió en silencio–. Quedé paralizada –continuó Luana dirigiendo una mirada al vacío, como si estuviera reviviendo el momento–. Y vi que Caetano desaparecía por una puerta por la que se descendía al sótano.

Luego escuchamos el relato de Uriel; siempre es bueno tener dos puntos de vista sobre los sucesos. Uriel se acomodó como si estuviera tomando coraje para enfrentar nuevamente el peligro.

–Estaba molesto porque Caetano no respondía a mis llamados, por eso me dirigí a la puerta del sótano. No pude ver qué era lo que había escaleras abajo; apenas me asomé, choqué con él y me dio un susto terrible –dijo hablando deprisa–. Luego sentí que algo, o alguien, se acercaba, era como un lejano golpe de martillo… “¡Tam Tam!”. Con cada golpe esa cosa se acercaba más y más. Luego, algo me rozó, fue como una sensación de chocar con aire caliente. Como cuando abrimos un horno con rapidez y el calor escapa con fuerza.

–Bueno, alguien dejó encendido el aire acondicionado frío-calor, la cuenta de luz será terrible… –dije con una sonrisa, creyendo ser gracioso. Pero a Luana no le hizo gracia mi comentario y me miró molesta.

–Siempre bromea cuando está nervioso, es su forma de asimilar los hechos –me defendió oportunamente Ágatha.


–Y también estaba ese perfume –continuó Uriel, que seguía como en trance, describiendo los hechos ahora con los ojos cerrados como para concentrarse mejor.

–¿Perfume? –preguntó Ágatha extrañada.

–Sí, una fragancia floral muy fuerte, como la de las florerías del cementerio –respondió Uriel–. Solo puedo agregar que sujeté a Caetano por el brazo, intentando llevarlo fuera de la casa, pero algo tiraba de él en sentido contrario, me costó mucho arrancarlo del borde de la escalera. Pensé que se había atorado, pero al mirar sobre su hombro vi la sombra de un hombre, pero a nadie que la proyectara. Entonces, Luana nos iluminó con su linterna y, al igual que un vampiro cuando recibe la luz del sol, la figura retrocedió y se volvió a las profundidades de la casa.

–Este detalle es para tener en cuenta –observó Ágatha, recordando cómo la luz del sol ahuyenta a algunos seres de la oscuridad.

Tres días después de nuestra llegada, Caetano comenzó a mejorar, ya podía hablar sin castañetear los dientes y nos acompañaba en nuestros pequeños recorridos por la ciudad. Muchas veces, mientras caminábamos, se paraba de pronto mientras su mirada se fijaba en un punto, como si alguien le hablara y él le prestara atención. A veces teníamos que sacudirlo para que saliera del trance; otras, volvía por sí mismo, como si alguien presionara un interruptor.

Teníamos un misterio y debíamos resolverlo, y para ello era necesario trazar un plan de acción. Pero antes teníamos que ayudar a nuestro amigo, estaba claro que no podía continuar de esa manera y se lo expresé a mi hermana en privado:

–Ágatha, si bien Caetano va mejorando, todavía duerme con la luz prendida. Si solo se trató de un susto y el asunto no tiene nada de sobrenatural, ¿no deberíamos primero consultar a un médico?

–¿Dices que debería ir a un psiquiatra? –me preguntó Ágatha–. ¿Y el rostro del hombre sobre la pared, los tambores y la risita que escucharon? ¿Acaso fue una alucinación colectiva?

–Era solo una conjetura. No debemos descartar nada. Pero ¿y si solo se trató de un simple susto o se encuentran sugestionados? –insistí.

–Entonces debemos prepararnos e ir a esa casa y ver qué encontramos. Pero solo nosotros, no creo que nuestros amigos se encuentren en condiciones como para poder ayudarnos.


Watson & Cía. Código V

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