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Capítulo uno


S.O.S.
desde la ciudad de los brujos

Estábamos estudiando unos informes sobre unas “criaturas sombras” vistas en el Cementerio de la Recoleta, en la ciudad de Buenos Aires, mientras la Luna llena, blanca y sorprendentemente brillante, nos espiaba a través de la ventana. Habían pasado unos minutos de la medianoche cuando, de pronto, el macabro tono de llamada del WhatsApp de Ágatha retumbó en la habitación: “Tam tam tann”.

–¡Me vas a matar de un susto con esa tonada del demonio! –le grité a mi hermana.

Ágatha sabía bien cuánto odiaba y me aterraba esa melodía, pero a pesar de mis ruegos para que la cambiara, seguía sonando en su teléfono celular.

La pantalla del teléfono se iluminó mostrando la característica 221, correspondiente a la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.

–Es Luana. Dice que entremos urgente a su canal de YouTube –me notificó Ágatha.

Luana era amiga de mi hermana, un año mayor que ella, y junto a dos amigos, Uriel y Caetano, tenían el canal Urbex. En la serie “No apagues la luz” investigaban casas abandonadas y lugares extraños.

Nuestros youtubers tenían cierta predilección por los antiguos palacetes de frentes decorados con bajorrelieves y figuras ornamentales, de esos que abundan en nuestra ciudad, de corte europeo.


La primera parte del video mostraba lo habitual: las presentaciones de cada uno de los integrantes y una breve historia sobre la casa elegida. En esta ocasión, se trataba de una edificación enorme de varias plantas. Ya encendidas las cámaras, ingresaron al salón principal y, al igual que un laberinto mitológico, el recibidor se abría a muchas habitaciones y pasillos que se esfumaban en la oscuridad. Caetano iba al frente del grupo y avanzaba con pisada sigilosa hacia una pequeña puerta disimulada debajo del descanso de la escalera principal.

–Sin dudas, es la entrada al sótano –dijo Caetano susurrándole al micrófono mientras abría la puerta con suavidad.

La luz de la cámara iluminó el recorrido. Los escalones descendían hasta desaparecer en la negrura.

–Veo un leve resplandor al final de la escalera –murmuró Caetano, apenas con un perceptible hilo de voz...

Luana y Uriel, que lo escoltaban un par de metros atrás, se detuvieron abruptamente ante el comentario. Caetano giró haciendo señas para que se acercaran en silencio.

Ágatha y yo estábamos expectantes, conteniendo el aliento, como si nos encontrásemos ahí, junto a ellos, a pesar de saber que en este formato de programas las escenas se exageran y, hasta cierto punto, se teatralizan, para crear tensión y así generar mayor audiencia. Pero la realidad es que en la mayoría de las incursiones, por no decir en todas, nunca sucedía nada realmente extraordinario.

Caetano comenzó a descender lentamente. Luana y Uriel permanecieron inmóviles.

Al final del recorrido, sobre el rellano de la escalera, la cámara captó el confuso movimiento de unas sombras zigzagueantes que se retorcían y giraban con asombrosa rapidez, como si se tratara de una danza macabra.

Los tres sabían sobre los riesgos que corrían al entrar a una casa abandonada. Existe el peligro de derrumbes, ya que se trata de casas viejas y sin mantenimiento, o de encontrarse de personas deshonestas que aprovechan la posibilidad de albergue que brinda una casa sin dueño. Muchos delincuentes o gente del submundo las eligen como refugio. Por eso, antes de ingresar a cualquier lugar, nuestros amigos realizaban un estudio minucioso del edificio. Solo entraban si consideraban que el lugar era cien por ciento seguro. Pero podían equivocarse…

–Escucho tambores, voy a bajar unos escalones más –dijo Caetano susurrando nuevamente al micrófono.

Paralizados ante la inesperada decisión, Luana y Uriel intentaron detenerlo utilizando un procedimiento ensayado para casos de peligro, pero su amigo lo estaba ignorando por completo.

–Caetano, el perro a la cucha… El perro a la cucha, el lugar no es seguro. ¡Sube inmediatamente! –ordenó una inquieta Luana a través el micrófono.

En las profundidades, la luz de la cámara de Caetano se desvaneció, solo algún sonido devolvía algún rastro de él.

–Es una especie de ritual –balbuceó mientras sus palabras se mezclaban con el ritmo acompasado de los tambores que ahora se escuchaban con nitidez.


–¡Caetano…! Estás violando las normas de seguridad, si hay personas nos vamos… –se desesperó Uriel–. Regresa, fin del programa –insistió.

El micrófono de Caetano se enmudeció durante algunos minutos, mientras la cámara de Luana mostraba cómo un aterrado Uriel se alejaba de su lado, hacia la puerta que comunicaba con el sótano. Apenas la abrió, se encontró con el rostro pálido y desencajado por el miedo, de Caetano.

–Salga-a-a-mos de este... lu-lugar –balbuceó, intentando inútilmente dominar sus emociones.

Uriel, sin dudarlo, lo tomó del brazo. La cámara apuntaba ahora hacia un costado. Con tanto movimiento se hacía difícil distinguir algo, solo se escuchaban los gritos de Luana pidiendo salir cuanto antes entre estruendosos pasos.

Esa fue la última transmisión de “No apagues la luz”.


Watson & Cía. Código V

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