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Capítulo cuatro


Un zombi que no es un zombi

Amanecía. La ciudad despertaba de a poco. La gente se trasladaba somnolienta a sus respectivos trabajos. Nosotros estábamos a salvo, no teníamos por qué temer.

Nos sentamos en un banco de la parada del ómnibus que estaba frente a la casa de la que casi no salimos vivos. Nos acomodamos lo mejor posible para montar guardia por un par de horas.

Uriel y Luana comenzaron a contarnos cómo habían detectado la señal enviada por las cámaras que llevábamos en la cabeza. Si bien tenían miedo de volver al lugar, al ver en la situación en la que nos encontrábamos, decidieron actuar. Ingresaron por el fondo de una casa contigua, perteneciente a un centro de estudiantes.

Pero de pronto Uriel y Luana enmudecieron. La puerta de la misteriosa casa se abrió y una mano huesuda y sucia apareció apartándola con lentitud. Nos pusimos de pie instintivamente y retrocedimos unos metros. Un anciano de rostro esquelético, cubierto con harapos, salió del lugar. Empujaba un carrito cargado de bolsas y cacharros de cocina.

–Un linyera… nos ha perseguido un linyera, un vagabundo –dije extrañado.

–Lo que me sujetó por el cuello puedo asegurarte que no fue un viejo –replicó Ágatha y caminó decidida hacia él, cortándole el paso. Ante la atónita mirada del anciano, le preguntó–: ¿Usted pasó la noche en esa casa?

–Puede ser… ¿Por qué me preguntas? No robé nada, solo quería dormir en un lugar tranquilo –balbuceó el viejo, asustado al ver que también nos acercábamos.

–¿Durmió toda la noche? ¿No vio ni escuchó nada extraño? –volvió a preguntar Ágatha en un tono más conciliador.

–En realidad no fue una buena noche, tuve una pesadilla terrible.

–¿Puede contarnos el sueño? –preguntó Luana.


–¿Por qué están tan interesados? ¿Quiénes son ustedes? –preguntó el hombre desconfiado–. Les dije que no rompí nada, solo quería un lugar donde dormir.

Uriel se dio cuenta de que hacía falta cambiar de estrategia; sacó un billete de uno de sus bolsillos y se lo extendió al viejo.

–Si nos hablas sobre tu pesadilla…, es tuyo –dijo haciendo flamear el papel delante de sus narices.


–Bien… Bien… Veamos, estaba cocinando algo cuando un hombre muy elegante apareció frente a mí. Primero me asusté, no sabía de dónde había salido, pero me ofreció algo para beber. Era licor y muy bueno. Luego me dio un puro, lo encendí. “Estos habanos son de los mejores, es tabaco cubano”, me dijo, arrojándome el humo a la cara. El humo comenzó a invadir la habitación, pero no me desagradó, era dulce y con olor a flores. No podía ver nada e intenté disipar el humo con las manos. De pronto todo se volvió confuso, porque no recuerdo cuándo me dormí.

Yo iba tomando nota para no perder ningún detalle que fuera importante.

–Cuando el humo se despejó, me encontré en el sótano persiguiendo a unos chicos, creo que eran dos. No podía detenerme y oía una voz en mi cabeza que no me dejaba tranquilo y me decía que debía atraparlos. Luego, una luz muy blanca iluminó la habitación donde me encontraba y ya no recuerdo más. Desperté con la cabeza dándome vueltas… Pero… los niños… son… ¡Son ustedes! –dijo claramente perturbado al mirar a Ágatha de cerca.

–Tranquilo, solo fue un mal sueño –ensayó mi hermana, intentando calmarlo al ver cómo se alteraba.

–¡Aléjense de mí, mocosos del infierno! –gritó visiblemente asustado al reconocernos como los chicos de su pesadilla. Tomó el carrito y nos apartó de un empujón, pero no sin antes agarrar el dinero que Uriel todavía sostenía en su mano.

–¿Viste la cara que puso cuando los reconoció? –preguntó Luana.

–Nuestras bellas caras son difíciles de olvidar –bromeé, mientras pegaba mi mejilla a la de Ágatha como si nos tomaran una foto. Pero ella estaba demasiado intranquila como para festejar la humorada.

–Un zombi que no es un zombi –reflexionó Ágatha–. ¿Quién o qué puede dominar la mente de una persona para convertirla en un autómata? Esto es más grande y peligroso de lo que pensaba.

–Además, tenía un teléfono celular –agregó Uriel.

Los tres lo miramos extrañados, como si el detalle no tuviera nada que ver con la investigación. Días después nos daríamos cuenta de que la observación de nuestro amigo no era un dato menor.


Watson & Cía. Código V

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